martes, 4 de agosto de 2015

Sócrates: "conócete a ti mismo"




En alguna parte del templo de Delfos, dedicado al dios Apolo, se hallaba la inscripción "conócete a ti mismo". Esta advertencia tenía por objeto incitar al hombre a reconocer los límites de su propia naturaleza y no aspirar a lo que es propio de los dioses. El exceso, la desmesura ("hybris" ) es castigada por los dioses como la más grave falta que el hombre pueda cometer.

Apolo era el dios de los sueños y las profecías, el dios de la claridad y la belleza, y, sobre todo, el dios de la estabilidad, de la medida, del orden y los límites. Nada tiene de extraño que en el templo a él dedicado, se halle esta inscripción que nos invita a evitar los errores a partir del autoconocimiento.

Sócrates, que puede ser considerado como el fundador de la ética, se sirvió en sus enseñanzas de la inscripción délfica. Es posible que este precepto de la religión apolínea le impresionara a en un viaje a Delfos, lo cual no es inverosímil si tenemos en cuenta que lo apolíneo le interesó siempre. Baste recordar que fue este oráculo de Delfos el que, interrogado por Querefonte, señaló a Sócrates como el hombre más sabio.

El sentido que para él tiene este lema está en relación no sólo con el reconocimiento de nuestros límites y de nuestra ignorancia, sino con la mesura, es decir, la moderación, el dominio de sí mismo, el control de las pasiones y de los instintos. "¿En qué se diferencia de una bestia el hombre sin dominio de sí?" se pregunta Sócrates. Esta es una idea novedosa para el mundo griego, pues en el mundo homérico los héroes dejan brotar sus pasiones e instintos violentos sin control. Por el contrario, Sócrates es el emblema del hombre racional, que no pierde nunca el control. 

Este autocontrol solo es posible si existe en primera instancia un verdadero conocimiento de nosotros mismos. . Así, por ejemplo, para ser un buen zapatero es necesario, en primer lugar, conocer lo que es un zapato y su función. Por el mismo razonamiento, si nos preguntamos en qué consiste ser un hombre bueno, virtuoso, lo primero que necesitamos es conocer en qué consiste eso de ser hombre. Nuestro primer deber, por lo tanto, es obedecer la orden délfica "conócete a ti mismo", porque, como dice el maestro, "una vez que nos conozcamos, podremos aprender a cuidar de nosotros, pero si no, nunca lo haremos".


Para Sócrates existe una equivalencia entre el conocimiento, el actuar bien y la felicidad. En primer lugar, el conocimiento trae aparejada la virtud (areté), este es, la capacidad actuar bien. En segundo lugar, la virtud trae como consecuencia la felicidad. Según Sócrates se actúa mal por ignorancia; el que sabe actúa bien, y hacer el bien nos hace felices. “No se puede hacer lo justo si no se lo conoce, pero también es imposible dejar de hacer lo justo una vez que se lo conoce”.





Sócrates y Callicles: la felicidad y el mejor modo de vida

Callicles.- Pero voy a decirte con entera libertad lo que es lo bello y lo justo en el orden de la naturaleza. Para tener una vida feliz es necesario dejar que sus pasiones tomen el incremento posible y no reprimirlas. Cuando así han llegado al paroxismo se debe estar en disposición de satisfacerlas con valor y habilidad, satisfaciendo cada deseo a medida que nace (…)
Sócrates- Acabas de exponer con mucho valor y libertad tu pensamiento, Callicles; explicas con mucha claridad lo que los otros piensan, es cierto, pero no se atreven a decir. Te conjuro para que en todas las materias, procedas del mismo modo a fin de que veamos clarísimamente el género de vida que nos es preciso adoptar. Y dime: ¿sostienes que para ser como conviene, no se deben poner trabas a las pasiones, sino dejarlas acrecentarse todo lo posible y cuidando de tener con qué satisfacerlas, y que en esto consiste la virtud?
Callicles.- Sí, lo sostengo.
Sócrates.- Admitido esto, es una gran equivocación decir que los que nada necesitan son felices.
Callicles.- Si así fuera, nadie sería tan feliz como los cadáveres y las piedras.
Sócrates.- Pero también sería una vida terrible la de que tú hablas. (…)
Tolera que te explique un nuevo emblema salido de la misma escuela que el anterior. Mira si lo que dices de estas dos vidas, la desenfrenada y la moderada, no es como si supieras que dos hombres tiene cada uno un gran número de toneles; que los de uno de los dos hombres están en muy buen estado y llenos éste de vino, este otro de miel, un tercero de leche y otros de diferentes licores; que además los licores de cada tonel sólo se obtienen tras muchas molestias y son muy raros; que aquel hombre que llenó sus toneles no tiene que echar nada más en ellos en lo sucesivo y que por esto puede estar perfectamente tranquilo; el otro hombre puede, es cierto, procurarse los mismos licores tan difícilmente como el primero; sus toneles, en cambio, están podridos y agujereados, lo que le obliga a estar llenándolos incesantemente de día y de noche, so pena de verse presa de terribles disgustos. Este cuadro es la imagen de una y otra vida; ¿sigues diciendo que la del libertino es más feliz que la del moderado? ¿No te hace convenir este discurso en que la vida morigerada es preferible a la desarreglada o no te he convencido?

Callicles.- No me has convencido, Sócrates, porque este hombre cuyos toneles están siempre llenos no disfruta de placer alguno, y una vez que los ha llenado se encuentra en el caso de que antes hablé, de vivir como una piedra, sin experimentar en lo sucesivo placeres ni dolores. El placer y la dulzura de la vida consisten en derramar cuanto más posible en los toneles.
Sócrates.- Si hay que echar mucho es señal de que mucho se escapa, y para que así sea tiene que haber agujeros muy grandes.
Callicles.- Sin duda.
Sócrates.- La condición de que hablas no es, por cierto, la de un cadáver ni la de una piedra, sino la de una sima. Además, dime: ¿comparas eso al tener hambre y comer entonces?
Callicles.- Sí.
Sócrates.- ¿Y a tener sed y beber?
Callicles.- Sí, y sostengo que sentir esos apetitos y poder satisfacerlos es vivir dichoso.
Sócrates.- Muy bien, querido amigo, continúa como has empezado y procura no tener que avergonzarte. Pero que yo, por mi parte, tampoco me avergüence. Ante todo, dime si es vivir feliz tener sarna y comezón, poderse rascar a gusto y pasarse la vida rascándose.
Callicles.- ¡Qué absurdos dices y qué prueba de mal gusto das recurriendo a tan feos artificios!

Platón; Górgias

La superioridad de los placeres intelectuales

-Reflexiona, pues proseguí de este modo: ¿no son, acaso, el hambre, la sed y las otras necesidades de ese género como especies de vacíos del cuerpo? Sin duda. Y la ignorancia y la demencia, ¿acaso son a la vez un vacío del alma? Sí, ciertamente. ¿Verdad que se podrían llenar esos vacíos tomando alimentos y adquiriendo inteligencia? ¿Y cómo no? Pero ¿la plenitud, la más real, [la produce] lo que es menos o más real? Evidentemente, que lo que es más real. Por consiguiente, ¿cuál de esos dos géneros de cosas crees que participa más de la existencia pura, el género referente al pan, la bebida, la carne y los alimentos en general, o el de la opinión verdadera, de la ciencia, de la inteligencia y, en general, de todas las virtudes? Juzga de este modo: lo que participa del ser inmutable, inmortal y verdadero, lo que en sí mismo es de esa naturaleza, se produce en un sujeto de esta naturaleza, ¿te parece a ti que tiene más realidad lo que tienen las cosas siempre cambiantes y mortales, que en sí mismas son de esta naturaleza y se producen en un sujeto de esa naturaleza?
-Mucha más realidad –contestó- tiene lo que se asemeja al ser inmutable.
-¿Acaso, pues, la realidad del ser siempre cambiante participa más de la existencia que de la ciencia?
-De ningún modo.
-¿Y qué?, ¿de la verdad?
-Tampoco.
-Y si [participa] menos de la verdad, ¿no también menos de la existencia?
-Es necesario.
Por consiguiente, en una palabra, ¿el género de cosas que sirven para el mantenimiento del cuerpo participa menos de la verdad y de la esencia que el de las cosas que sirven para el mantenimiento del alma?
-Mucho menos.

Platón; La República, Libro IX, 

El legado de Sócrates, las distintas escuelas filosóficas

La mayoría de las escuelas griegas surgieron de las enseñanzas de Sócrates. Cuatro de estas escuelas fueron creadas por sus discípulos inmediatos: los cínicos, los cirenaicos, los megáricos (escuela fundada por Euclides de Megara) y los platónicos.

Antístenes por ejemplo, si bien no formó una escuela en términos físicos, dio origen al cinismo, que fue tanto un modo de pensar como un modo de vivir. Tuvo de discípulo a Diógenes, quien a su vez fue maestro de Crates. 

Por la misma época se hizo muy famosa la escuela de Platón, la Academia. A este se le opusieron hedonistas y los estoicos. 

El estoicismo Surgió con Zenón, quien fue discípulo de Crates, el cínico. Este enseñaba en el pórtico, no cobraba por sus lecciones y la mayoría de sus discípulos era gente muy humilde. Con el tiempo el estoicismo llegó a convertirse en la principal filosofía en la Roma imperial. 

La ética de platónica y la de Aristóteles por su parte, fueron acogidas por el cristianismo, y la ética hedonista se ha abierto paso hasta la modernidad; podemos verla reflejada en distintos movimientos culturales como el hippismo, en los locos años 20 de Francia, o en importantes corrientes filosóficas, como el utilitarismo.




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Más sobre el legado de Sócrates y las escuelas éticas griegas:
http://www.escuelapedia.com/etica-en-la-antiguedad/

Las pruebas de la inmortalidad del alma por la reminiscencia:

1 comentario:

  1. Luis Manteiga Pousa18 de febrero de 2023, 8:55

    Conocerse a uno mismo. No es fácil eso. No se hasta que punto es posible. No se hasta que punto es conveniente o no.

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