viernes, 31 de julio de 2020

El mito del nacimiento de Eros.

Platón, Banquete


(...) Cuando nació Afrodita (diosa de la belleza), los dioses celebraron un banquete y, entre otros, estaba también Poros (dios de la abundancia),el hijo de Metis (diosa de la prudencia). Después que terminaron de comer, vino a mendigar Penía (diosa de la pobreza), como era de esperar en una ocasión festiva, y se quedó cerca de la puerta. Mientras, Poros, embriagado de néctar -pues aún no había vino- entró en el jardín de Zeus y, entorpecido por la embriaguez, se durmió. Entonces Penía, maquinando, impulsada por su carencia de recursos, hacerse un hijo de Poros, se acostó a su lado y concibió a Eros. Por esta razón es Eros, por una parte, acompañante y escudero de Afrodita, al ser engendrado en la fiesta del nacimiento de la diosa y es por naturaleza un amante de lo bello. Siendo hijo, pues, de Poros y Penía, Eros se ha quedado con las siguientes características. En primer lugar, es siempre pobre, y lejos de ser delicado y bello, como cree la mayoría, es,más bien, duro y seco, descalzo y sin casa, duerme siempre en el suelo y descubierto, se acuesta a la intemperie en las puertas y al borde de los caminos, compañero siempre inseparable de la indigencia por tener la naturaleza de su madre. Pero, por otra parte, de acuerdo con la naturaleza de su padre, está al acecho de lo bello y de lo bueno; es valiente, audaz y activo, buen cazador, siempre urdiendo alguna trama, ávido de sabiduría y rico en recursos, un amante del conocimiento a lo largo de toda su vida, un formidable mago, hechicero y hábil con las palabras. No es por naturaleza ni inmortal ni mortal, sino que en el mismo día unas veces florece y vive, cuando está en la abundancia, y otras muere, pero recobra la vida de nuevo gracias a la naturaleza de su padre. Mas lo que consigue siempre se le escapa, de suerte que Eros nunca ni está falto de recursos ni es rico, y está, además,en el medio de la sabiduría y la ignorancia (...) 



El amor como guía de la belleza y el bien 
-Diálogo entre Sócrates y Diotima-

– Pues bien -dijo ella-: supónte que, cambiando los términos y empleando en vez de bello bueno, se te preguntase: Veamos, Sócrates, el amante de las cosas buenas, las desea: ¿qué desea? 

– Que lleguen a ser suyas -le contesté. 

-¿Y qué le sucederá a aquel que adquiera las cosas buenas? 

– Esto te lo puedo responder con mayor facilidad -le dije- será feliz. 

– En efecto -replicó-; por la posesión de las cosas buenas los felices son felices, y ya no se necesita agregar esta pregunta: ¿Para qué quiere ser feliz el que quiere serlo?, sino que parece que la respuesta tiene aquí su fin. 

-Pues bien: así ocurre también con el amor. En general todo deseo de las cosas buenas y de ser feliz es amor, ese “Amor grandísimo y engañoso para todos”. Pero unos se entregan a él de muy diferentes formas: en los negocios, en la afición a la gimnasia o en la filosofía, y no se dice que amen, ni se les llama enamorados. En cambio, los que se encaminan hacia el y se afanan según una sola especie detentan el nombre del todo, el de amor, y sólo de ellos se dice que aman y que son amantes. 

-Es muy probable -dije yo- que digas la verdad. 





Las potencias pedagógicas de Eros
Por Diego Singer



El mito del andrógino de Aristófanes

Platón, el banquete

Nuestra naturaleza de antaño no era la misma de ahora, sino distinta. En primer lugar, tres eran los sexos de los hombres, no dos como ahora, masculino y femenino, sino que había además un tercero que era común a esos dos, del cual perdura aún el nombre, aunque él mismo haya desaparecido. El andrógino, en efecto, era entonces una sola cosa en cuanto a figura y nombre, que participaba de uno y otro sexo, masculino y femenino, mientras que ahora no es sino un nombre que yace en la ignominia. En segundo lugar, la figura de cada individuo era por completo esférica, con la espalda y los costados en forma de círculo; tenía cuatro brazos e igual número de piernas que de brazos, y dos rostros sobre un cuello circular, iguales en todo; y una cabeza, una sola, sobre estos dos rostros, situados en direcciones opuestas, y también cuatro orejas, dos órganos sexuales y todo lo demás según puede uno imaginarse de acuerdo con lo descrito hasta aquí. Caminaba además erecto, como ahora, en cualquiera de las dos direcciones que quisiera; más cada vez que se lanzaba a correr rápidamente, del mismo modo que ahora los saltimbanquis dan volteretas haciendo girar sus piernas hasta alcanzar la posición vertical, avanzaba rápidamente dando vueltas, apoyándose en los ocho miembros que tenía entonces. 

Eran tres los sexos y de tales características por la siguiente razón; lo masculino era un principio descendiente del sol, lo femenino de la tierra, y lo que participaba de ambos de la luna, porque también la luna participa de lo uno y lo otro. Y precisamente eran circulares ellos mismos y su manera de avanzar por ser semejantes a sus progenitores. Eran, pues, terribles por su fuerza y su vigor y tenían gran arrogancia, hasta el punto de que atentaron contra los dioses. Y lo que dice Homero de Efíaltes y de Oto, se dice también de ellos, que intentaron ascender al cielo para atacar a los dioses. Entonces Zeus y los demás dioses deliberaron lo que debían hacer con ellos, y se encontraban ante un dilema, ya que ni podían matarlos ni hacer desaparecer su raza, fulminándolos con el rayo como a los gigantes -porque entonces desaparecerían los honores y sacrificios que los hombres les tributaran-, ni permitir que siguieran siendo altaneros. Tras mucho pensarlo, al fin Zeus tuvo una idea y dijo: <<Me parece que tengo una estratagema para que continúe habiendo hombres y dejen de ser insolentes, al hacerse más débiles. Ahora mismo, en efecto -continuó-voy a cortarlos en dos a cada uno, y así serán al mismo tiempo más débiles y más útiles para nosotros, al haber aumentado su número. Caminarán erectos sobre dos piernas; pero si todavía nos parece que son altaneros y que no están dispuestos a mantenerse tranquilos, de nuevo otra vez -dijo- los cortaré en dos, de suerte que avanzarán sobre una sola pierna a la pata coja>>. Dicho esto, fue cortando a los hombres en dos, como los que cortan las servas y las ponen a secar o como los que cortan los huevos con crines. Y a todo aquel al que iba cortando, ordenaba a Apolo que le diera la vuelta al rostro y a la mitad del cuello en dirección al corte, para que, al contemplar su seccionamiento, el hombre fuera más moderado, y le ordenaba también curarle lo demás. 

Apolo sólo le iba dando la vuelta al rostro y, recogiendo la piel que sobraba de todas partes en lo que ahora llamamos vientre, como ocurre con las bolsas cerradas con cordel, la ataba haciendo un solo agujero en mitad del vientre, precisamente lo que llaman ombligo. En cuanto al resto de las arrugas, la mayoría las alisó, y conformó el pecho sirviéndose de un instrumento semejante al que emplean los zapateros para alisar sobre la horma las arrugas de los cueros. Más dejó unas pocas, las que se encuentran alrededor del vientre mismo y del ombligo, para que fueran recordatorio de lo que antaño sucedió. 

Así pues, una vez que la naturaleza de este ser quedó cortada en dos, cada parte echaba de menos a su mitad, y se reunía con ella, se rodeaban con sus brazos, se abrazaban la una a la otra, anhelando ser una sola naturaleza, y morían por hambre y por su absoluta inactividad, al no querer hacer nada los unos separados de los otros. Y cada vez que moría una de las mitades y sobrevivía la otra, la que sobrevivía buscaba otra y se abrazaba a ella, ya se tropezara con la mitad de una mujer entera -lo que precisamente llamaos ahora mujer-, ya con la mitad de un hombre; y de esta manera perecían. Mas se compadeció Zeus se ingenió otro recurso: trasladó sus órganos genitales a la parte delantera (porque hasta entonces los tenían por fuera, y engendraban y parían no los unos en los otros, sino en la tierra, como las cigarras). Los trasladó, pues, de esta manera a su parte delantera e hizo que por medio de ellos tuviera lugar la concepción de ellos mismos, a través de lo masculino en lo femenino, a fin de que, si en el abrazo se encontraba hombre con mujer, engendraran y siguiera existiendo la especie, mientras que si se encontraba hombre con hombre, hubiera al menos plenitud del contacto, descansaran, prestaran atención a sus labores y se ocuparan de las demás cosas de la vida. 

Desde hace tanto tiempo, pues, es el amor de unos a otros innato en los hombres y aglutinador de la antigua naturaleza, y trata de hacer un solo individuo de dos y de curar la naturaleza humana. Cada uno de nosotros, es, por tanto, una contraseña de hombre, al haber quedado seccionados, como los lenguados, en dos de uno que éramos. Por eso busca continuamente cada uno su propia contraseña. En consecuencia, cuantos hombres son sección del ser común que en aquel tiempo se llamaba andrógino, son aficionados a las mujeres, y la mayoría de los adulteros proceden de este sexo; y, a su vez, cuantas mujeres son aficionadas a los hombres y adúlteras proceden también de este sexo. Pero cuantas mujeres son sección de mujer no prestan mucha atención a los hombres, sino que se interesan más bien por las mujeres, y las lesbianas proceden de este sexo. En cambio, cuantos son sección de varón, persiguen a los varones, y, mientras son niños, como son rodajitas de varón, aman a los hombres y disfrutan estando acostados y abrazados con los hombres, y son éstos los mejores de los niños y muchachos, por ser los más viriles por naturaleza. Hay quienes, en cambio, afirman que son unos desvergonzados, pero se equivocan, pues no hacen esto por desvergüenza, sino por audacia, hombría y virilidad, porque desean abrazarse a lo que es semejante a ellos. Y una clarísima prueba de ello es que, cuando llegan a su completo desarrollo, los de tal naturaleza son los únicos que resultan viriles en los asuntos políticos. Y cuando se hacen hombres, aman a los muchachos y no se preocupan del matrimonio ni de la procreación de hijos por inclinación natural, sino obligados por la ley, pues les basta pasarse la vida unos con otros sin casarse. En consecuencia, la persona de tal naturaleza sin duda se hace amante de los muchachos y amigo de su amante, ya que siempre siente predilección por lo que le es connatural. 

Así pues, cuando se tropiezan con aquella verdadera mitad de sí mismos, tanto el amante de los muchachos como cualquier otro, entonces siente un maravilloso impacto de amistad, de afinidad y de amor, de manera que no están dispuestos, por así decirlo, a separarse unos de otros ni siquiera un instante. Y los que pasan la vida entera en mutua compañía son éstos, que ni siquiera sabrían decir lo que quieren obtener unos de otros. Nadie, en efecto, podría creer que lo que pretenden es la unión de los placeres sexuales, y que es ese precisamente el motivo por el que el uno se complace en la compañía del otro con gran empeño. Al contrario, el alma de cada uno es evidente que desea otra cosa que no puede decir con palabras, sino que adivina lo que desea y lo expresa enigmáticamente. Y si cuando están acostados juntos se les presentara Hefesto con sus instrumentos y les preguntara: <<¿Qué es lo que deseáis, hombres, obtener el uno del otro?>>; y si, al no saber ellos, qué contestar, les volviera a preguntar: <<¿Acaso lo que anheláis es estar juntos lo más posible el uno del otro, de suerte que ni de noche ni de día os faltéis el uno al otro? Porque si es eso lo que anheláis, estoy dispuesto a fundiros y a unir vuestras naturalezas en una misma, de forma que siendo dos lleguéis a ser uno solo y, mientras viváis, como si fuerais uno solo, viváis los dos en común, y, cuando hayáis muerto, allí también, en el Hades, en lugar de dos seáis uno, muertos ambos en común. ¡Ea!, mirad si es esto lo que ansiáis y si os dais por satisfechos con conseguirlo>>. Al oír esto sabemos que ni siquiera uno solo se negaría ni dejaría ver que desea otra cosa, sino que sencillamente creería haber escuchado lo que anhelaba desde hacía tiempo, es decir, unirse y fundirse con el amado y llegar a ser uno solo de dos que eran. Pues la causa de esto es que nuestra antigua naturaleza era esa que se ha dicho y éramos un todo; en consecuencia, el anhelo y la persecución de ese todo recibe el nombre de amor… 

miércoles, 22 de julio de 2020

El bien según Spinoza

Por Gustavo Santiago, en "Intensidades filosóficas"

 ¿En qué se diferencian dos seres humanos? En lo mismo en que se diferencia un hombre de un gato o de una lamparita. En lo que pueden. Un gato puede maullar, una persona normalmente no maúlla (aunque en alguna ocasión puede imitar el maullido). Una lamparita en particular puede iluminar una habitación, una persona no.

La potencia pregunta “¿qué soy?” Tiene una simple respuesta: “soy lo que puedo”.

Soy lo que puedo. ¿Pero qué puedo? ¿Cómo saber de lo que soy capaz? Hay una frase de Spinoza, muy comentada por los especialistas, en la que afirma que “nadie sabe lo que puede un cuerpo”.

Está claro que hay una cantidad de capacidades de las que puedo dar cuenta: se leer, escribir, caminar, andar en bicicleta, etc. etc. Pero también sé que hay muchas cosas que ignoro de mí. ¿Puedo saltar de un avión en paracaídas? No lo sé. Nunca lo he hecho y no estoy seguro de qué haría en esa situación.

Pero no solo no sé lo que puedo en relación con acciones que nunca he realizado. Tampoco lo sé a propósito de aquellas que son habituales en mí. Digo que puedo leer. Pero, por ejemplo, si estoy en una habitación a oscuras, no puedo. O si mi vecino pone música a un volumen elevado, quizá tampoco. (…) Algo semejante puede pasar con cosas que creo que no puedo hacer y que en una circunstancia determinada termino descubriendo que sí podía: por el aliento de otro, por su ayudad, por una amenaza, por una recompensa, etc. Es decir, lo que puedo y lo que no puedo depende en buena medida del entorno en el que me encuentro. (…)

El mundo de Spinoza es un mundo en el que cada cosa está abierta a las demás. La ética no es más que una mirada sobre los encuentros y desencuentros que se producen entre los diversos seres.

Hemos visto que hay encuentros que redundan en un aumento de potencia del conjunto por sobre cada ser singular, Son los casos en los que dos cuerpos afines componen un cuerpo mayor. Cuanto mayor sea la afinidad entre esos cuerpos, mayor será la potencia resultante: “si dos individuos que tienen una naturaleza enteramente igual se unen entre sí, componen un individuo doblemente potente que cada uno de ellos por separado" (Spinoza, Ética, parte IV, prop. XVIII)

(…) En efecto, con una persona con la que tengamos muchos puntos desde los cuales conectarnos o con la que el punto de contacto sea muy significativo, tendremos mayores posibilidades de actuar conjuntamente, como si formáramos “un solo cuerpo”. Insistimos en que esto no quiere decir que existan grandes semejanzas entre ambos cuerpos. Muchas veces lo que da intensidad al encuentro es, precisamente, la diferencia.

Quizá resulte útil imaginar a los distintos seres como dotados de conectores o enchufes, cuya función es permitir que se establezcan las conexiones. Quien mayor cantidad y variedad de conectores tienen mejores posibilidades tendrá de establecer conexiones con otros seres y, en consecuencia, de aumentar su potencia de acción en diversas circunstancias.

Todos conocemos a personas que son capaces de decir la palabra justa, o de sonreír en el momento apropiado para crear un clima que favorezca la acción conjunta con otras personas a las que todos se alegran de ver allegar, porque saben que con su presencia las cosas resultarán mejor que sin ella. A la inversa, seguramente conocemos también a alguien que parece imposible que pueda ser apreciado por los demás, puesto que genera discordia, malestar, y contribuye a complicar hasta la tarea más simple. En este último caso, en lugar de haber composición, hablamos de “descomposición”. Un grupo funciona medianamente bien, se incorpora esta persona y el grupo se descompone, ya no actúa como un solo cuerpo. Volviendo a la imagen de los conectores, es como si estas personas nunca encontraran el enchufe apropiado para conectarse con los demás y, como agravante de su situación, se dedican a destruir los enchufes de los otros. (…)

Desde la perspectiva ética de Spinoza no puede hablarse ya de bien y del mal, sino de que lo que corresponde es atender a “lo bueno” y “lo malo”, o “lo que me hace bien” y “lo que me hace mal”.

¿Qué es lo bueno? Aquello que produce aumento de potencia. En los términos recién empleados, los encuentros, las conexiones que “me hacen bien”. Incluso podemos hablar de “buenas personas”: son aquellas que habitualmente promueven composiciones entre sus pares. Por contrapartida “malo” será aquello de cuyo encuentro resulte una descomposición o una pérdida de potencia para mí, y las “malas personas” serán aquellas que habitualmente tiendan a provocar descomposición y decrecimiento de potencia en aquellos con los que se encuentran. Obviamente, aún una persona llamada “buena” por su conducta más habitual puede resultar mala para otra en un momento determinado y viceversa”



Spinoza, Ética (1677)

“Por «bien» entiendo aquí todo género de alegría y todo cuanto a ella conduce, y, principalmente, lo que satisface un anhelo, cualquiera que éste sea. Por «mal», en cambio, todo género de tristeza, y principalmente, lo que frustra un anhelo. En efecto, hemos mostrado más arriba que nosotros no deseamos algo porque lo juzguemos bueno, sino que lo llamamos «bueno» porque lo deseamos, y, por consiguiente, llamamos «malo» lo que aborrecemos. Según eso, cada uno juzga o estima, según su afecto, lo que es bueno o malo, mejor o peor, lo óptimo o lo pésimo. Así, el avaro juzga que la abundancia de dinero es lo mejor de todo, y su escasez, lo peor. El ambicioso, en cambio, nada desea tanto como la gloria, y nada teme tanto como la vergüenza. Nada más agradable para el envidioso que la desgracia ajena, ni más molesto que la ajena felicidad. Y así cada uno juzga según su afecto que una cosa es buena o mala, útil o inútil.” (Spinoza, ética. Libro III, proposición 39. Escolio.)

“Por lo que atañe al bien y al mal, tampoco aluden a nada positivo en las cosas -consideradas éstas en sí mismas- , ni son otra cosa que modos de pensar, o sea, nociones que formamos a partir de la comparación de las cosas entre sí. Pues una sola y misma cosa puede ser al mismo tiempo buena y mala, y también indiferente. Por ejemplo, la música es buena para el que es propenso a una suave tristeza o melancolía, y es mala para el que está profundamente alterado por la emoción; en cambio, para un sordo no es buena ni mala. De todas formas, aun siendo esto así, debemos conservar esos vocablos. Pues, ya que deseamos formar una idea de hombre que sea como un modelo ideal de la naturaleza humana, para tenerlo a la vista, nos será útil conservar esos vocablos en el sentido que he dicho. Así, pues, entenderé en adelante por «bueno» aquello que sabemos con certeza ser un medio para acercarnos cada vez más al modelo ideal de naturaleza humana que nos proponemos. Y por «malo», en cambio, entenderé aquello que sabemos ciertamente nos impide referirnos a dicho modelo. Además, diremos que los hombres son más perfectos o más imperfectos, según se aproximen más o menos al modelo en cuestión. (…) Debe observarse, ante todo, que cuando digo que alguien pasa de una menor a una mayor perfección, y a la inversa, no quiero decir con ello que de una esencia o forma se cambie a otra; un caballo, por ejemplo, queda destruido tanto si se trueca en un hombre como si se trueca en un insecto. Lo que quiero decir es que concebimos que aumenta o disminuye su potencia de obrar, tal y como se la entiende según su naturaleza.” (Spinoza, ética. Libro IV, Prefasio)

“El supremo bien de los que siguen la virtud es común a todos, y todos pueden gozar de él igualmente”

“Es útil a los hombres, ante todo, asociarse entre ellos, y vincularse con los lazos que mejor contribuyen a que estén unidos, y, en general, hacer aquello que sirva para consolidar la amistad”

“Y así, nada es más útil al hombre que el hombre; quiero decir que nada pueden desear los hombres que sea mejor para la conservación de su ser que el concordar todos en todas las cosas, de suerte que las almas de todos formen como una sola alma, y sus cuerpos como un solo cuerpo, esforzándose todos a la vez, cuanto puedan, en conservar su ser, y buscando todos a una la común utilidad; de donde se sigue que los hombres que se gobiernan por la razón, es decir, los hombres que buscan su utilidad bajo la guía de la razón, no apetecen para sí nada que no deseen para los demás hombres, y, por ello, son justos, dignos de confianza y honestos.”

martes, 21 de julio de 2020

Lo bello y lo sublime



 "Lo bello es la representación que place según una forma; la sublimidad sobrepasa el límite de la forma y alcanza la abstracción."

Edmund Burke fue el primer filósofo en sostener que lo sublime y lo bello son categorías que se excluyen mutuamente, del mismo modo en que lo hacen la luz y la oscuridad.

La luz hace relucir la belleza, pero la oscuridad siempre algo nos oculta, la imaginación se ve así arrastrada a un estado de horror hacia lo "oscuro, incierto y confuso". Este horror, sin embargo, también implica un placer estético.

Burke describió lo sublime como un temor controlado que atrae al alma, presente en cualidades como la inmensidad, el infinito, el vacío.

Con lo sublime Hay un amenaza y “Se produce la emoción más fuerte que la mente es capaz de sentir”. Como si nuestra vida estuviera en riesgo, Porque hay algo que nos supera y nos aterroriza.

Dice Buke:


“Hay una gran diferencia entre la admiración y el amor. Lo sublime que es causa de la admiración siempre trata de objetos grandes y terribles. El amor de las cosas pequeñas y placenteras. Nos sometemos a lo que admiramos, pero amamos lo que se nos somete”

Lo bello causa amor. Lo bello está exento lados oscuros.  Amamos lo que dominamos. Porque el objeto se presenta sometido a nuestro poder. En cambio deseamos más fuertemente lo que nos amenaza. De ahí el éxito de las series de vampiros, porque nos causa terror y es más intenso, más seductor que el amor. Hay una potencia que puede destruirnos. Someterse a la experiencia de lo poderoso no es ser dócil, sino gustar el juego de la muerte y lo infinito.

Nos asomamos a la tormenta, pero desde el balcón de nuestro hogar, nos asomamos al precipicio, pero no nos arrojamos. Lo sublime monta su reino en ese dolor que no llega a ser dolor y en ese placer que no llega ser placer. La intensidad del dolor se transfigura en deleite. Experimentamos lo infinito al mismo tiempo  que tomamos conciencia de nuestra finitud, de nuestra pequeñez. Jugamos a enfrentarnos a la inmensidad, jugamos a perdernos, a ser la inmensidad. Esta es la experiencia de los sublime.


Parte del texto fue extraído de la charla de Diego Singer:
 "De límites e infinitudes"







Unos años después Kant retoma la diferencia establecida por Burke entre lo bello y lo sublime y la amplía. 

A continuación algunos fragmentos de un artículo de Marina Silenzi titulado “El juicio estético sobre lo bello. Lo sublime en el arte y el pensamiento de Kandinsky”

"Mientras lo bello se refiere a la forma del objeto que consiste en su limitación, lo sublime, por el contrario, se halla en un objeto sin forma en cuanto en él es representado lo ilimitado. Lo sublime es una proyección del sujeto, incluso se podría decir, un estado del espíritu que se da cuando la forma sensible sobrepasa la capacidad de aprehensión de la imaginación. 
Sin embargo, decir que lo sublime se halla en la naturaleza es algo completamente falso. La sublimidad se encuentra en el espíritu del hombre al no poder aprehender ciertos entes de la realidad sensible, "lo propiamente sublime no puede estar encerrado en forma sensible alguna, sino que se refiere tan sólo a ideas de la razón". 
La infinitud la experimenta el sujeto en sí mismo que capta la potencialidad de expandir la imaginación con la ayuda de la razón, la sensación de desbordamiento hacia lo infinito tiene lugar en su interior. 
Esta categoría de lo sublime se observa, sobre todo, en el espíritu romántico: exploración de los sentimientos y de la subjetividad interna, con la intención de superar los límites impuestos por la categoría de belleza y el perfil determinado del artista neoclasicista."



 Caminante sobre Mar de Niebla - Caspar David Friedrich - 1818





“Los objetos sublimes son de grandes dimensiones, y los bellos, comparativamente pequeños; la belleza debería ser lisa y pulida; lo grande, áspero y negligente; la belleza no debería ser oscura; lo grande debería ser oscuro y opaco; la belleza debería ser ligera y delicada; lo grande debería ser sólido e incluso macizo.” Burke 



"Rocas audazmente colgadas y, por decirlo así, amenazadoras, nubes de tormenta que se amontonan en el cielo y se adelantan con rayos y con truenos, volcanes en todo su poder devastador, huracanes que van dejando tras de sí desolación, el océano sin límites rugiendo de ira, una cascada profunda en un río poderoso, etc., reducen nuestra facultad de resistir a una insignificante pequeñez, comparada con su fuerza. (...) llamamos gustosos sublimes a esos objetos porque elevan las facultades del alma por encima de su término medio ordinario”.Kant 

jueves, 16 de julio de 2020

Nietzsche. Los guerreros y los sacerdotes

           La genealogía de la moral. Un escrito polémico. 

                          -Selección de fragmentos-



Prólogo, 3.

Dada mi peculiar inclinación a cavilar sobre ciertos problemas, inclinación que yo confieso a disgusto -pues se refiere a la moral, a todo lo que hasta ahora se ha ensalzado en la tierra como moral- y que en mi vida apareció tan precoz, tan espontánea, tan incontenible, tan en contradicción con mi ambiente, con mi edad, con los ejemplos recibidos, con mi procedencia, que casi tendría derecho a llamarla mi a priori, - tanto mi curiosidad como mis sospechas tuvieron que detenerse tempranamente en la pregunta sobre qué origen tienen propiamente nuestro bien y nuestro mal. De hecho, siendo yo un muchacho de trece años me acosaba ya el problema del origen del mal: a él le dediqué, en una edad en que se tiene «el corazón dividido a partes iguales entre los juegos infantiles y Dios», mi primer juego literario de niño, mi primer ejercicio de caligrafía filosófica -y por lo que respecta a la «solución» que entonces di al problema, otorgué a Dios, como es justo, el honor e hice de él el Padre del Mal. (…)

 Un poco de aleccionamiento histórico y filológico, y además una innata capacidad selectiva en lo que respecta a las cuestiones psicológicas en general, transformaron pronto mi problema en este otro: ¿en qué condiciones se inventó el hombre esos juicios de valor que son las palabras bueno y malvado?, ¿y qué valor tienen ellos mismos? ¿Han frenado o han estimulado hasta ahora el desarrollo humano? ¿Son un signo de indigencia, de empobrecimiento, de degeneración de la vida? ¿O, por el contrario, en ellos se manifiestan la plenitud, la fuerza, la voluntad de la vida, su valor, su confianza, su futuro? (…)

6
(…) Necesitamos una crítica de los valores morales, hay que poner alguna vez en entredicho el valor mismo de esos valores -y para esto se necesita tener conocimiento de las condiciones y circunstancias de que aquéllos surgieron, en las que se desarrollaron y modificaron (la moral como consecuencia, como síntoma, como máscara, como tartufería, como enfermedad, como malentendido; pero también la moral como causa, como medicina, como estímulo, como freno, como veneno), un conocimiento que hasta ahora ni ha existido ni tampoco se lo ha siquiera deseado. (…)

Tratado primero: “Bueno y malvado”, “bueno y malo”

“El guerrero tiene las virtudes del cuerpo; el sacerdote inventa el espíritu».” Fink

2
(…) Fueron «los buenos» mismos, es decir, los nobles, los poderosos, los hombres de posición superior y elevados sentimientos quienes se sintieron y se valoraron a sí mismos y a su obrar como buenos, o sea como algo de primer rango, en contraposición a todo lo bajo, abyecto, vulgar y plebeyo. Partiendo de este pathos de la distancia es como se arrogaron el derecho de crear valo­res, de acuñar nombres de valores: ¡qué les importaba a ellos la utilidad! (…)
A este origen se debe el que, de an­temano, la palabra «bueno» no esté en modo alguno liga­da necesariamente a acciones «no egoístas»: como creen supersticiosamente aquellos genealogistas de la moral. Antes bien, sólo cuando los juicios aristocráticos de valor declinan es cuando la antítesis «egoísta» «no egoísta» se impone cada vez más a la conciencia humana, –– para ser­virme de mi vocabulario, es el instinto de rebaño el que con esa antítesis dice por fin su palabra (e incluso sus pa­labras). Pero aun entonces ha de pasar largo tiempo hasta que de tal manera predomine ese instinto, que la aprecia­ción de los valores morales quede realmente prendida y atascada en dicha antítesis (como ocurre, por ejemplo, en la Europa actual: hoy el prejuicio que considera que «mo­ral», «no egoísta», «désintéressé» son conceptos equiva­lentes domina ya con la violencia de una «idea fija» y de una enfermedad mental).

5
(…) ¿Quién nos garantiza que la mo­derna democracia, el todavía más moderno anarquismo y, sobre todo, aquella tendencia hacia la commune [comuna], hacia la forma más primitiva de sociedad, tendencia hoy propia de todos los socialistas de Europa, no significan en lo esencial un gigantesco contragolpe ––y que la raza de los conquistadores y señores, la de los arios, no está sucum­biendo incluso fisiológicamente?

4
–– La indicación de cuál es el camino correcto me la propor­cionó el problema referente a qué es lo que las designacio­nes de lo «bueno» acuñadas por las diversas lenguas pretenden propiamente significar en el aspecto etimológico: encontré aquí que todas ellas remiten a idéntica metamor­fosis conceptual, –– que, en todas partes, «noble», «aristo­crático» en el sentido estamental, es el concepto básico a partir del cual se desarrolló luego, por necesidad, «bueno» en el sentido de «anímicamente noble», de «aristocráti­co», de «anímicamente de índole elevada», «anímicamen­te privilegiado»: un desarrollo que marcha siempre para­lelo a aquel otro que hace que «vulgar», «plebeyo», «bajo», acaben por pasar al concepto «malo». El más elocuente ejemplo de esto último es la misma palabra alemana «malo» (schlechz): en sí es idéntica a «simple» (schlicht)
Creo estar autorizado a interpretar el latín bonus [bueno] en el sentido de «el gue­rrero» (5)

7
–– Ya se habrá adivinado que la manera sacerdotal de valorar puede desviarse muy fácilmente de la caballeresco––aristo­crática y llegar luego a convertirse en su antítesis; en espe­cial impulsa a ello toda ocasión en que la casta de los sacer­dotes y la casta de los guerreros se enfrentan a causa de los celos y no quieren llegar a un acuerdo sobre el precio a pa­gar. Los juicios de valor caballeresco––aristocráticos tienen como presupuesto una constitución física poderosa, una salud floreciente, rica, incluso desbordante, junto con lo que condiciona el mantenimiento de la misma, es decir, la guerra, las aventuras, la caza, la danza, las peleas y, en gene­ral, todo lo que la actividad fuerte, libre, regocijada lleva consigo. La manera noble––sacerdotal de valorar tiene ––lo hemos visto–– otros presupuestos: ¡las cosas les van muy mal cuando aparece la guerra! Los sacerdotes son, como es sabido, los enemigos más malvados ––¿por qué? Porque son los más impotentes. A causa de esa impotencia el odio crece en ellos hasta convertirse en algo monstruoso y siniestro, en lo más espiritual y más venenoso. Los máximos odiadores de la historia universal, también los odiadores más ricos de es­píritu, han sido siempre sacerdotes ––comparado con el espí­ritu de la venganza sacerdotal, apenas cuenta ningún otro espíritu. La historia humana sería una cosa demasiado estú­pida sin el espíritu que los impotentes han introducido en ella: –– tomemos en seguida el máximo ejemplo. Nada de lo que en la tierra se ha hecho contra «los nobles», «los violen­tos», «los señores», «los poderosos», merece ser menciona­do si se lo compara con lo que los judíos han hecho contra ellos: los judíos, ese pueblo sacerdotal, que no ha sabido to­mar satisfacción de sus enemigos y dominadores más que con una radical transvaloración 24 de los valores propios de éstos, es decir, por un acto de la más espiritual venganza. Esto es lo único que resultaba adecuado precisamente a un pueblo sacerdotal, al pueblo de la más refrenada ansia de venganza sacerdotal. Han sido los judíos los que, con una consecuencia lógica aterradora, se han atrevido a invertir la identificación aristocrática de los valores (bueno = noble = poderoso = bello = feliz = amado de Dios) y han manteni­do con los dientes del odio más abismal (el odio de la impo­tencia) esa inversión, a saber, «¡los miserables son los bue­nos; los pobres, los impotentes, los bajos son los únicos buenos; los que sufren, los indigentes, los enfermos, los de­formes son también los únicos piadosos, los únicos bendi­tos de Dios, únicamente para ellos existe bienaventuranza, –– en cambio vosotros, vosotros los nobles y violentos, voso­tros sois, por toda la eternidad, los malvados, los crueles, los lascivos, los insaciables, los ateos, y vosotros seréis también eternamente los desventurados, los malditos y condenados!...» Se sabe quien ha recogido la herencia de esa transvaloración judía... A propósito de la iniciativa monstruosa y desmesuradamente funesta asumida por los judíos con esta declaración de guerra, la más radical de todas, recuerdo la frase que escribí en otra ocasión (Más allá del bien y del mal)25 ––a saber, que con los judíos comienza en la moral la rebelión de los esclavos: esa rebe­lión que tiene tras sí una historia bimilenaria y que hoy nosotros hemos perdido de vista tan sólo porque –– ha re­sultado vencedora...

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(…) Del tronco de aquel árbol de la venganza y del odio, del odio judío ––el odio más profundo y sublime, esto es, el odio creador de ideales, modificador de valores, que no ha tenido igual en la tierra––, brotó algo igualmente in­comparable, un amor nuevo, la más profunda y sublime de todas las especies de amor: –– ¿y de qué otro tronco habría podido brotar?...

9
(…) «los escla­vos», o «la plebe», o «el rebaño», o como usted quiera lla­marlo–– ha vencido, y si esto ha ocurrido por medio de los judíos, ¡bien!, entonces jamás pueblo alguno tuvo misión más grande en la historia universal. «Los señores» están li­quidados; la moral del hombre vulgar ha vencido. (…)

10
La rebelión de los esclavos en la moral comienza cuando el resentimiento mismo se vuelve creador y engendra valores: el resentimiento de aquellos seres a quienes les está vedada la auténtica reacción, la reacción de la acción, y que se desquitan únicamente con una venganza imaginaria. Mientras que toda moral noble nace de un triunfante sí dicho a sí mismo, la moral de los esclavos dice no, ya de antemano, a un “fuera”, a un “otro”, a un “no-yo”; y ese no es lo que constituye su acción creadora. (…)
Mientras que el hombre noble vive con confianza y franqueza frente a sí mismo (γενναϊος, «aristócrata de nacimiento», subraya la nuance [matiz] «franco» y también sin duda «ingenuo»), el hombre del resentimiento no es ni franco, ni ingenuo, ni honesto y derecho consigo mismo. Su alma mira de reojo; su espíritu ama los escondrijos, los caminos tortuosos y las puertas falsas, todo lo encubierto le atrae como su mundo, su seguridad, su alivio; entiende de callar, de no olvidar, de aguardar, de empequeñecerse y humillarse transitoriamen­te. Una raza de tales hombres del resentimiento acabará ne­cesariamente por ser más inteligente que cualquier raza no­ble, venerará también la inteligencia en una medida del todo distinta: a saber, como la más importante condición de existencia, mientras que, entre hombres nobles, la inteli­gencia fácilmente tiene un delicado dejo de lujo y refina­miento: –– en éstos precisamente no es la inteligencia ni mu­cho menos tan esencial como lo son la perfecta seguridad funcional de los instintos inconscientes reguladores o inclu­so una cierta falta de inteligencia, así por ejemplo el vale­roso lanzarse a ciegas, bien sea al peligro, bien sea al ene­migo, o aquella entusiasta subitaneidad en la cólera, el amor, el respeto, el agradecimiento y la venganza, en la cual se han reconocido en todos los tiempos las almas no­bles. (…)

11
(…) Allí disfru­tan la libertad de toda constricción social, en la selva se des­quitan de la tensión ocasionada por una prolongada reclu­sión y encierro en la paz de la comunidad, allí retornan a la inocencia propia de la conciencia de los animales rapaces, cual monstruos que retozan, los cuales dejan acaso tras sí una serie abominable de asesinatos, incendios, violaciones y torturas con igual petulancia y con igual tranquilidad de espíritu que si lo único hecho por ellos fuera una travesura estudiantil, convencidos de que de nuevo tendrán los poe­tas, por mucho tiempo, algo que cantar y que ensalzar. Re­sulta imposible no reconocer, a la base de todas estas razas nobles, el animal de rapiña, la magnífica bestia rubia, que vagabundea codiciosa de botín y de victoria; de cuando en cuando esa base oculta necesita desahogarse, el animal tie­ne que salir de nuevo fuera, tiene que retornar a la selva: –– las aristocracias romana, árabe, germánica, japonesa, los héroes homéricos, los vikingos escandinavos –– todos ellos coinciden en tal imperiosa necesidad. Son las razas nobles las que han dejado tras sí el concepto «bárbaro» por todos los lugares por donde han pasado (…)
Su indiferencia y su desprecio de la seguridad, del cuerpo, de la vida, del bienestar, su horrible jovialidad y el profundo placer que sienten en destruir, en todas las voluptuosidades del triunfo y de la crueldad –– todo esto se concentró, para quienes lo padecían, en la imagen del «bárbaro», del «enemigo malvado» (…)
(…) Durante siglos contempló Europa el furor de la rubia bestia germánica (aunque entre los antiguos germanos y nosotros los alemanes apenas sub­sista ya afinidad conceptual alguna y menos aún un paren­tesco de sangre).

12
(…) Hoy no vemos nada que as­pire a ser más grande, barruntamos que descendemos cada vez más abajo, más abajo, hacia algo más débil, más manso, más prudente, más plácido, más mediocre, más indiferente, más chino, más cristiano ––el hombre, no hay duda, se vuelve cada vez «mejor» ... Justo en esto reside la fatalidad de Europa­al perder el miedo al hombre hemos perdido también el amor a él, el respeto a él, la esperanza en él, más aún, la voluntad de él. Actualmente la visión del hombre cansa –– ¿qué es hoy el ni­hilismo si no es eso?... Estamos cansados de el hombre...

13
––Mas volvamos atrás: el problema del otro origen de lo “bueno” tal como se lo ha imaginado el hombre del resentimiento exige llegar a su final. ––El que los corderos guarden rencor a las grandes aves rapaces es algo que no puede extrañar (…) Cuando los oprimidos, los pisoteados, los violen­tados se dicen, movidos por la vengativa astucia propia de la impotencia: «¡Seamos distintos de los malvados, es decir, seamos buenos! Y bueno es todo el que no violenta, el que no ofende a nadie, el que no ataca, el que no salda cuentas, el que remite la venganza a Dios, el cual se mantiene en lo oculto igual que nosotros, y evita todo lo malvado, y exige poco de la vida, lo mismo que nosotros los pacientes, los hu­mildes, los justos» –– esto, escuchado con frialdad y sin nin­guna prevención, no significa en realidad más que lo si­guiente: «Nosotros los débiles somos desde luego débiles; conviene que no hagamos nada para lo cual no somos bas­tante fuertes» –– pero esta amarga realidad de los hechos, esta inteligencia de ínfimo rango, poseída incluso por los insectos (los cuales, cuando el peligro es grande, se fingen muertos para no hacer nada «de más»), se ha vestido, gra­cias a ese arte de falsificación y a esa automendacidad pro­pias de la impotencia, con el esplendor de la virtud renun­ciadora, callada, expectante, como si la debilidad misma del débil ––es decir, su esencia, su obrar, su entera, única, inevitable, indeleble realidad–– fuese un logro voluntario, algo querido, elegido, una acción, un mérito.

14
–– ¿Quiere alguien mirar un poco hacia abajo, al misterio de cómo se fabrican ideales en la tierra? ¿Quién tiene valor para ello?... ¡Bien! He aquí la mirada abierta a ese oscuro ta­ller. Espere usted un momento, señor Indiscreción y Teme­ridad: su ojo tiene que habituarse antes a esa falsa luz cam­biante... ¡Así! ¡Basta! ¡Hable usted ahora! ¿Qué ocurre allá abajo? Diga usted lo que ve, hombre de la más peligrosa cu­riosidad ––ahora soy yo el que escucha. ––
––«No veo nada, pero oigo tanto mejor. Es un chismorreo y un cuchicheo cauto, pérfido, quedo, procedente de todas las esquinas y rincones. Me parece que esa gente miente; una dulzona suavidad se pega a cada sonido. La debilidad debe ser mentirosamente transformada en mérito, no hay duda –– es como usted lo decía. » ––
––¡Siga!
––« ... y la impotencia, que no toma desquite, en ‘bondad’; la temerosa bajeza, en ‘humildad’; la sumisión a quienes se odia, en ‘obediencia’ (a saber, obediencia a alguien de quien dicen que ordena esa sumisión, –– Dios le llaman). Lo ino­fensivo del débil, la cobardía misma, de la que tiene mucha, su estar––aguardando––a––la––puerta, su inevitable tener––que­aguardar, recibe aquí un buen nombre, el de ‘paciencia’, y se llama también la virtud; el no––poder––vengarse se llama no­querer––vengarse, y tal vez incluso perdón (‘pues ellos no sa­ben lo que hacen 29 –– ¡únicamente nosotros sabemos lo que ellos hacen!). También habla esa gente del ‘amor a los pro­pios enemigos’ 30 ––y entre tanto suda.»
––¡Siga!
––«Son miserables, no hay duda, todos esos chismorreado­res y falsos monederos de las esquinas, aunque están acurru­cados calentándose unos junto a otros –– pero me dicen que su miseria es una elección y una distinción de Dios, que a los pe­rros que más se quiere se los azota; que quizás esa miseria sea también una preparación, una prueba, una ejercitación, y acaso algo más –– algo que alguna vez encontrará su compen­sación, y será pagado con enormes intereses en oro, ¡no!, en felicidad. A eso lo llaman ‘la bienaventuranza’.»
––¡Siga!
––«Ahora me dan a entender que ellos no sólo son mejo­res que los poderosos, que los señores de la tierra, cuyos esputos ellos tienen que lamer (no por temor, ¡de ninguna manera por temor!, sino porque Dios manda honrar toda autoridad) 31, –– que ellos no sólo son mejores, sino que tam­bién ‘les va mejor’, o, en todo caso, alguna vez les irá mejor. Pero ¡basta!, ¡basta! Ya no lo soporto más. ¡Aire viciado! ¡Aire viciado! Ese taller donde se fabrican ideales ––me pare­ce que apesta a mentiras.»
––¡No! ¡Un momento todavía! Aún no nos ha dicho usted nada de la obra maestra de esos nigromantes que con todo lo negro saben construir blancura, leche e inocencia: –– ¿no ha observado usted cuál es su perfección suma en el refina­miento, su audacísima, finísima, ingeniosísima, mendacísi­ma estratagema de artista? ¡Atienda! Esos animales de sóta­no, llenos de venganza y de odio ––¿qué hacen precisamente con la venganza y con el odio? ¿Ha oído usted alguna vez esas palabras? Si sólo se fiase usted de lo que ellos dicen, ¿barruntaría que se encuentra en medio de hombres del re­sentimiento?...
––«Comprendo, vuelvo a abrir los oídos (¡ay!, ¡ay!, ¡ay!, y cierro la nariz). Sólo ahora oigo lo que ya antes decían con tanta frecuencia: ‘nosotros los buenos –– nosotros somos los justos’ –– a lo que ellos piden no lo llaman desquite, sino ‘el triunfo de la justicia’; a lo que ellos odian no es a su enemi­go, ¡no!, ellos odian la ‘injusticia’, el ‘ateísmo’; lo que ellos creen y esperan no es la esperanza de la venganza, la em­briaguez de la dulce venganza (–– ‘más dulce que la miel’, la llamaba ya Homero) 32, sino la victoria de Dios, del Dios jus­to sobre los ateos; lo que a ellos les queda para amar en la tie­rra no son sus hermanos en el odio, sino sus ‘hermanos en el amor’33, como ellos dicen, todos los buenos y justos de la tierra.»
––¿Y cómo llaman a aquello que les sirve de consuelo contra todos los sufrimientos de la vida –– su fantasmagoría de la anticipada bienaventuranza futura?
––«¿Cómo? ¿Oigo bien? A eso lo llaman ‘el juicio final’, la llegada de su reino, el de ellos, del ‘reino de Dios’ –– pero en­tre tanto viven ‘en la fe’, ‘en el amor’, ‘en la esperanza’ » . ––¡Basta! ¡Basta!

Tratado segundo: «Culpa », «mala conciencia» y similares

16
En este punto no es posible esquivar ya el dar una primera expresión provisional a mi hipótesis propia sobre el origen de la «mala conciencia»: tal hipótesis no es fácil hacerla oír, y desea ser largo tiempo meditada, custodiada, consultada con la almohada. Yo considero que la mala conciencia es la profunda dolencia a que tenía que sucumbir el hombre bajo la presión de aquella modificación, la más radical de todas las experimentadas por él, de aquella modificación ocurri­da cuando el hombre se encontró definitivamente encerra­do en el sortilegio de la sociedad y de la paz. Lo mismo que tuvo que ocurrirles a los animales marinos cuando se vieron forzados, o bien a convertirse en animales terrestres, o bien a perecer, eso mismo les ocurrió a estos semianimales feliz­mente adaptados a la selva, a la guerra, al vagabundaje, a la aventura, –– de un golpe todos sus instintos quedaron desva­lorizados y «en suspenso». A partir de ahora debían cami­nar sobre los pies y «llevarse a cuestas a sí mismos», cuando hasta ese momento habían sido llevados por el agua: una es­pantosa pesadez gravitaba sobre ellos. Se sentían ineptos para las funciones más simples, no tenían ya, para este nue­vo mundo desconocido, sus viejos guías, los instintos regu­ladores e inconscientemente infalibles, –– ¡estaban reduci­dos, estos infelices, a pensar, a razonar, a calcular, a combi­nar causas y efectos, a su «conciencia», a su órgano más miserable y más expuesto a equivocarse! Yo creo que no ha habido nunca en la tierra tal sentimiento de miseria, tal plúmbeo malestar, –– ¡y, además, aquellos viejos instintos no habían dejado, de golpe, de reclamar sus exigencias! Sólo que resultaba dificil, y pocas veces posible, darles satisfac­ción: en lo principal, hubo que buscar apaciguamientos nuevos y, por así decirlo, subterráneos. Todos los instintos que no se desahogan hacia fuera se vuelven hacia dentro –– esto es lo que yo llamo la interiorización del hombre: única­mente con esto se desarrolla en él lo que más tarde se deno­mina su «alma». Todo el mundo interior, originariamente delgado, como encerrado entre dos pieles, fue separándose y creciendo, fue adquiriendo profundidad, anchura, altura, en la medida en que el desahogo del hombre hacia fuera fue quedando inhibido. Aquellos terribles bastiones con que la organización estatal se protegía contra los viejos instintos de la libertad –– las penas sobre todo cuentan entre tales bas­tiones–– hicieron que todos aquellos instintos del hombre salvaje, libre, vagabundo, diesen vuelta atrás, se volviesen contra el hombre mismo. La enemistad, la crueldad, el placer en la persecución, en la agresión, en el cambio, en la des­trucción –– todo esto vuelto contra el poseedor de tales ins­tintos: ése es el origen de la «mala conciencia». El hombre que, falto de enemigos y resistencias exteriores, encajonado en una opresora estrechez y regularidad de las costumbres, se desgarraba, se perseguía, se mordía, se roía, se sobresal­taba, se maltrataba impacientemente a sí mismo, este ani­mal al que se quiere «domesticar» y que se golpea furioso contra los barrotes de su jaula, este ser al que le falta algo, devorado por la nostalgia del desierto, que tuvo que crearse a base de sí mismo una aventura, una cámara de suplicios, una selva insegura y peligrosa ––este loco, este prisionero añorante y desesperado fue el inventor de la «mala concien­cia». Pero con ella se había introducido la dolencia más grande, la más siniestra, una dolencia de la que la humani­dad no se ha curado hasta hoy, el sufrimiento del hombre por el hombre, por sí mismo: resultado de una separación violenta de su pasado de animal, resultado de un salto y una caída, por así decirlo, en nuevas situaciones y en nuevas condiciones de existencia, resultado de una declaración de guerra contra los viejos instintos en los que hasta ese momento reposaban su fuerza, su placer y su fecundidad. Aña­damos en seguida que, por otro lado, con el hecho de un alma animal que se volvía contra sí misma, que tomaba partido contra sí misma, había aparecido en la tierra algo tan nuevo, profundo, inaudito, enigmático, contradictorio y lleno de futuro, que con ello el aspecto de la tierra se modi­ficó de manera esencial. De hecho hubo necesidad de es­pectadores divinos para apreciar en lo justo el espectáculo que entonces se inició y cuyo final es aún completamente imprevisible, –– un espectáculo demasiado delicado, dema­siado maravilloso, demasiado paradójico como para que pudiera representarse en cualquier ridículo astro sin que, cosa absurda, nadie lo presenciase. Desde entonces el hom­bre cuenta entre las más inesperadas y apasionantes jugadas de suerte que juega el «gran Niño»" de Heráclito, llámese Zeus o Azar, –– despierta un interés, una tensión, una espe­ranza, casi una certeza, como si con él se anunciase algo, se preparase algo, como si el hombre no fuera una meta, sino sólo un camino, un episodio intermedio, un puente, una gran promesa...


 Trad. Sánchez Pascual. Alianza Editorial


viernes, 3 de julio de 2020

La filosofía como modo de vida



Michel Onfray, en su libro “Cinismos”, nos cuenta cómo en sus orígenes la filosofía estaba asociada a un "modo de vida". Al recordar a su maestro dice: "conocer a los filósofos que nos enseñaba equivalía a poner en tela de juicio la propia vida."

Es que los filósofos antiguos hacían filosofía de un modo muy particular. Para darnos una idea Onfray nos regala esta imagen:


"Al punto uno comprende qué podía significar la práctica de la filosofía en un foro o en un ágora helenística. Allí donde pasan todos, entre un mercado improvisado y un nicho votivo, el filósofo habla y entrega su palabra al público. Entonces se examinan todas las cuestiones posibles: la muerte y la naturaleza de los dioses, el sufrimiento y el consuelo, el placer y el amor, el tiempo y la eternidad. En medio de los olores y los murmullos, las ráfagas de calor y los perfumes de las piedras caldeadas hasta ponerse blancas, la sabiduría llega a ser un arte."


Sócrates, Diógenes, Epicuro, Epicteto, esos filósofos antiguos no se recluían para meditar, salían a la calle, se dirigían al mercado, a la plaza pública. La filosofía nació unida al diálogo, a la reflexión ética y política, pero no de una reflexión individual, sino colectiva. La filosofía se hace con los otros, nace de la confrontación, de la variedad de ideas, de la refutación y la búsqueda de argumentos.

Si la filosofía se fue recluyendo cada vez más fue a causa de las instituciones que vieron en su uso un peligro: la iglesia en primer lugar, pero también los estados modernos con sus universidades y sus centros educativos. La filosofía quedó encerrada, confinada a algunos recintos y para unos pocos. Se convirtió poco a poco en mera "palabrería", en discursos puramente teóricos e inútiles.

Es hora de sacar a la filosofía de este encierro, es hora de poner en marcha el filosofar nuevamente, en todos lados, en la calle, en la escuela, en los hogares. Es hora de revisarnos a nosotros mismos y a los otros, pero sobre todo con los otros. Es hora de animarse a reconocer la propia ignorancia y dejarnos interpelar por la duda. Es hora de aventurarse a pensar distinto. Para eso hay que tomar riesgos, el riesgo que implica alejarnos de nosotros mismos, de lo que somos, de todo lo que estamos hechos. Es necesario que nos alejemos, incluso a riesgo de perdernos, para empezar a buscarnos y poder elegirnos.



Sócrates: "Conócete a tí mismo"



En alguna parte del templo de Delfos, dedicado al dios Apolo, se hallaba la inscripción "conócete a ti mismo". Esta advertencia tenía por objeto incitar al hombre a reconocer los límites de su propia naturaleza y no aspirar a lo que es propio de los dioses. El exceso, la desmesura ("hybris" ) es castigada por los dioses como la más grave falta que el hombre pueda cometer.

Apolo era el dios de los sueños y las profecías, el dios de la claridad y la belleza, y, sobre todo, el dios de la estabilidad, de la medida, del orden y los límites. Nada tiene de extraño que en el templo a él dedicado, se halle esta inscripción que nos invita a evitar los errores a partir del autoconocimiento.

Sócrates, que puede ser considerado como el fundador de la ética, se sirvió en sus enseñanzas de la inscripción délfica. Es posible que este precepto de la religión apolínea le impresionara a en un viaje a Delfos, lo cual no es inverosímil si tenemos en cuenta que lo apolíneo le interesó siempre. Baste recordar que fue este oráculo de Delfos el que, interrogado por Querefonte, señaló a Sócrates como el hombre más sabio.

El sentido que para él tiene este lema está en relación no sólo con el reconocimiento de nuestros límites y de nuestra ignorancia, sino con la mesura, es decir, la moderación, el dominio de sí mismo, el control de las pasiones y de los instintos. "¿En qué se diferencia de una bestia el hombre sin dominio de sí?" se pregunta Sócrates. Esta es una idea novedosa para el mundo griego, pues en el mundo homérico los héroes dejan brotar sus pasiones e instintos violentos sin control. Por el contrario, Sócrates es el emblema del hombre racional, que no pierde nunca el control. 

Este autocontrol solo es posible si existe en primera instancia un verdadero conocimiento de nosotros mismos. . Así, por ejemplo, para ser un buen zapatero es necesario, en primer lugar, conocer lo que es un zapato y su función. Por el mismo razonamiento, si nos preguntamos en qué consiste ser un hombre bueno, virtuoso, lo primero que necesitamos es conocer en qué consiste eso de ser hombre. Nuestro primer deber, por lo tanto, es obedecer la orden délfica "conócete a ti mismo", porque, como dice el maestro, "una vez que nos conozcamos, podremos aprender a cuidar de nosotros, pero si no, nunca lo haremos".

Para Sócrates existe una equivalencia entre el conocimiento, el actuar bien y la felicidad. En primer lugar, el conocimiento trae aparejada la virtud (areté), este es, la capacidad actuar bien. En segundo lugar, la virtud trae como consecuencia la felicidad. Según Sócrates se actúa mal por ignorancia; el que sabe actúa bien, y hacer el bien nos hace felices. “No se puede hacer lo justo si no se lo conoce, pero también es imposible dejar de hacer lo justo una vez que se lo conoce”.

Foucault y el "cuidado de sí"

En su última etapa Foucault se vuelca a la filosofía antigua. En sus cursos del College de France del 81-82, publicados póstumamente con el nombre “la hermenéutica del sujeto” se centra en el concepto de épimeléia, cura sui: el “cuidado de uno mismo”.

El “cuidado de sí” estaba unido en sus orígenes al “conocimiento de sí”, uno de los preceptos fundamentales de Sócrates, y según Foucault “el principio filosófico que predomina en el modo de pensamiento griego, helenístico y romano.” Sin embargo, a partir de la era cristiana los términos se fueron distanciando, hasta que finalmente solo paso a la historia el “conocimiento de sí”.

Foucault entiende que ese mandato socrático “conócete a ti mismo” no es un mero conocimiento intelectual (en lo que derivó la filosofía), sino que va unido a una inquietud de sí, ese conócete implica un cuidado, una preocupación o incluso una “cura”. El cuidado no es descubrimiento del propio ser sino creación, invención, modelado del propio ser. Y es precisamente a través ciertas de técnicas, de ejercicios, de prácticas que se llega “cultivar el propio yo”, lo que implica una transformación y una superación del sujeto. Dice Foucault:
“La épimeléia designa también un determinado modo de actuar, una forma de comportarse que se ejerce sobre uno mismo, se modifica, se purifica, se transforma o se transfigura”
De este modo Foucault entiende a la filosofía como una práctica transformadora de la propia vida, que moldea y constituye un “modo de ser”, un modo de comportarse, de enfrentarse al mundo, de establecer relaciones con los otros, etc.





El legado de Sócrates:
 las distintas escuelas filosóficas griegas.


La mayoría de las escuelas filosóficas griegas surgieron de las enseñanzas de Sócrates. Cuatro de estas escuelas fueron creadas por sus discípulos inmediatos: los cínicos, los cirenaicos, los megáricos y los platónicos.

De todos ellos los más conocidos fueron los platónicos. Platón fundó la Academia, donde daba sus lecciones, y al mismo tiempo escribió cerca de 30 diálogos, utilizando a su maestro como personaje principal.

Pero Platón no era ni el mejor ni el más fiel discípulo de Sócrates. Por lo tanto sus enseñanzas fueron objeto de una gran disputa filosófica y Grecia vio florecer una gran variedad de escuelas

Antístenes por ejemplo, fundó el cinismo, que fue tanto un modo de pensar como un modo de vivir. Tuvo de discípulo a Diógenes, quien a su vez fue maestro de Crates (maestro de Zenón)

Aristipo de Cirene fundó la escuela cirenaica, que luego tuve ciertas repercusiones en el hedonismo de Epicuro.

Euclides de Mégara creó la escuela megárica, combinando las enseñanzas de su maestro junto con las de otros filósofos e incluso algunas ideas religiosas.

Otras escuelas como la hedonista y la estoica no surgen de discípulos directos de Sócrates, pero fueron influenciados por discípulos de este.

Zenón, por ejemplo, quien fundó la escuela estoica, fue discípulo de Crates, el cínico. Y Epicuro, el fundador del hedonismo, aprendió en primer lugar con Pánfilo, un discípulo de Platón, y luego fue pasando por distintos maestros hasta que creó su propia escuela.

También Aristóteles, tras haber estudiado con Platón en la Academia, fundó el Liceo. Tanto Platón como Aristóteles han trascendido por sus escritos, por tener una filosofía muy completa y por haber sido tomados en algún momento por el cristianismo.

El estoicismo llegó a convertirse en la principal filosofía en la Roma imperial de la mano de Epicteto, Séneca, Cicerón y Marco Aurelio.

El hedonismo y el cinismo han quedado relegados de la “historia oficial” de la filosofía, sin embargo están siendo reivindicado por algunos filósofos actuales como Michel Onfray, declarado hedonista, Pierre Hadot, Martha Nussbaum, entre otros.

En las páginas siguientes nos centraremos en tres de estas escuelas que abarcaron el período helenístico (323 a.C.- 31 a.C) los cínicos, los estoicos y los hedonistas.