martes, 4 de abril de 2017

Nietzsche: mi práctica bélica

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En entradas anteriores hablamos de la filosofía de Nietzsche como la filosofía del martillo. Así como Sócrates tenía su método -la ironía y la mayéutica- o Descartes tenía el suyo -la  duda metódica-, Nietzsche emplea un modo, una manera de hacer filosofía "a martillazos". Se trata de golpear duramente en los conceptos e ideas filosóficas que nos gobiernan para ver lo que se esconde detrás, para ver cómo fueron construidos "pieza por pieza".

Este modo de hacer filosofía en apariencia anárquico tiene sus reglas. Se podría decir que Nietzsche tiene una "ética" de la destrucción. No se trata de romper todo y de cualquier modo. En su autobiografía, Ecce Homo nos habla de su "práctica bélica", es decir, del modo en que encaraba un combate:

"Mi práctica bélica puede resumirse en cuatro principios. Primero: yo sólo ataco causas que triunfan; en ocasiones espero hasta que lo consiguen. Segundo: yo sólo ataco causas cuando no voy a encontrar aliados, cuando estoy solo, cuando me comprometo exclusivamente a mí mismo. No he dado nunca un paso en público que no me comprometiese; éste es mi criterio del obrar justo. Tercero: yo no ataco jamás a personas, me sirvo de la persona tan sólo como de una poderosa lente de aumento con la cual puede hacerse visible una situación de peligro general (...) Cuarto: yo sólo ataco causas cuando está excluida cualquier disputa personal, cuando está ausente todo trasfondo de experiencias penosas."

Analicemos estos principios uno por uno. 

1- Yo solo ataco lo que triunfa. Es decir, no tiene sentido hacer leña del árbol caído. Hay que saber elegir los enemigos, porque ellos hablan de nosotros. Hay que elegir enemigos que estén a nuestra altura, no enemigos débiles, fáciles de vencer, sino fuertes, que nos pongan a prueba, que nos permita superarnos a nosotros mismos. 

2- Hay que atacar en soledad. Es fácil atacar en patota, seguir a la manada, buscar las presas fáciles, aquellas que se encuentran aisladas, las minorías, los raros, los extraños, aquellos de los cuales todo el mundo se ríe. Al contrario, Nietzsche ataca lo que todo el mundo celebra y defiende, ataca a las manadas, al sentido común, al poder establecido. 

3- No se ataca a personas, se ataca a los valores que esa persona representa. No hay que hacer del ataque una cuestión personal, sino que hay que poner en evidencia qué valores, qué prácticas son las que esa persona reproduce, y los peligros que estos conllevan. No por lo que una persona en particular pueda hacer, sino por lo que esos valores y esas prácticas son capaces de hacer si se reproducen, si son aceptados y se vuelven la norma, lo normal.

4- Hay que dejar lo personal de lado. No vale herir al otro por cuestiones que nada tienen que ver con la causa por la que se combate. No vale atacar allí donde duele para lastimar a la persona, porque no es la persona lo que se combate, sino las ideas y los valores, que representa.

Si una de las funciones de la filosofía es "atacar" aquello que no nos gusta, criticarlo, destruirlo, tratar de cambiarlo, podemos seguir el ejemplo de Nietzsche y hacerlo en base a una ética de combate. Para ello es necesario que reflexionemos sobre nuestros modos de librar las batallas, nuestros modos de atacar,  y que más allá de los triunfos y las derrotas, podamos elegirnos. Sobre todo porque cuando combatimos usualmente perdemos toda identidad, aveces nos parecernos a nuestro enemigo y hasta incluso olvidamos y traicionamos las causas que defendemos. De ahí la necesidad de pensarnos y elegirnos en nuestras "prácticas bélicas"


Protágoras y el relativismo




Protágoras escribió muchas obras pero ninguna de ellas llegó a nosotros. Una de las más famosas se titulaba "Sobre los dioses", y en ella declaraba su agnosticismo. A causa de ello fue desterrado de Atenas y todas sus obras fueron quemadas en la plaza pública. Su pensamiento nos llega por las obras de otros filósofos, principalmente Platón y Aristóteles, que fueron muy críticos con él.

Fue un sofista muy famoso.  Se dice que enseñaba a sus discípulos a alabar y a criticar a una misma persona, y sostenía que "sobre cualquier tema se pueden mantener con igual valor dos tesis contrarias".

Esta idea se fundamentaba  en su concepción relativista, para la cual las cosas no son sino  "en relación a algo". Un juicio solo es válido bajo determinada relación, y su negación también será válida, pero bajo otra determinada relación.

Una de las frases más conocidas y recordadas de Protágoras es:
"el hombre es la medida de todas las cosas"

Se ha generado una gran discusión en torno al significado de esta frase, principalmente por la manera en que debemos entender el concepto de "hombre". Este puede referirse a cada individuo particular, al hombre social (o la sociedad) o al hombre universal (la humanidad)

La primera opción llevaría a un relativismo extremo. La podemos encontrar en Platón. En su diálogo Teetetes dice:

"¿No es verdad que Protágoras dice algo así: tal como me parecen las cosas, tales son para mí; tal como te parecen, tal son para ti. Pues tú eres hombre y yo también?"

Dado que "tú eres hombre y yo también" ninguna de las representaciones puede pretender con mayor derecho ser verdadera, ya que todas son igualmente. De ahí que el conocimiento no pueda ser universal, sino individualizado.

Una segunda opción es la que enuncia Sexto Empírico:

"Esta doctrina se resuelve en estas palabras: sobre lo justo y lo injusto, lo santo y lo no santo, estoy dispuesto a sostener con toda firmeza que, por naturaleza, no hay nada que lo sea esencialmente, sino que es el parecer de la colectividad el que se hace verdadero cuando se formula y durante todo el tiempo que dura ese parecer"

Podemos deducir a partir de estar palabras un "relativismo cultural" o un "convencionalismo social"

La tercera opción (entender al hombre como la humanidad)  también la encontramos enunciada por Sexto Empírico:

"Según él, por lo tanto, acontece que el hombre es la norma de lo real. En efecto, todo lo que manifiesta a los hombres también es. Y lo que no se manifiesta a ningún hombre, no es."

Esta última alternativa es quizás la  menos adecuada ya que al ser "el hombre" en términos universales el que determina lo que es, sería posible establecer una verdad universal, lo que se parece más bien un idealismo, al estilo de Kant.

De las tres alternativas las dos primeras parecen ser más acordes con el pensamiento de Protágoras. Principalmente la primera, la más difundida por Platón. Volvamos a él. 

En el Teetetes le hace decir:

"Yo afirmo que la verdad es como he escrito: que cada uno de nosotros es la medida de lo que es y de lo que no es. Y que la diferencia de uno a otro es infinita, ya que a uno se manifiestan y son unas cosas, y  otro, otras diferentes (...) Recordad lo que se decía anteriormente, que al enfermo le parece amargo y, por lo tanto, lo es, todo lo que come, mientras que para el hombre sano es y parece lo contrario. Y no se debe, ni sería posible,  considerar a ninguno de los dos más sabio, ni acusar al enfermo de ignorante"

Es sabido que Protágoras afirmaba que la sensación era la única forma de conocimiento. Con lo cual el conocimiento nunca puede ser universal, sino siempre particular y cambiante.

En otro fragmento del Teetetes Sócrates realiza el siguiente planteo:

Socrates: ¿No hay momentos en que el mismo soplo de viento produce a uno de nosotros escalofríos y al otro nada?
Teetetes: Es cierto
Soc: En ese momento diremos que el viento es en sí mismo frío o no frío, o estaremos de acuerdo con Protágoras en que para él que tiene escalofríos es frío y para el otro no?
Teet: lo último es lo lógico

Sócrates trata de hacerle entender a Teetetes que una cosa es el ser (lo que es) y otra lo que percibimos. Actualmente podríamos decir que una cosa es la temperatura y otra la sensación térmica. Pero Teetetes, siguiendo a Protágoras , afirma que el ser es lo que percibimos. Si el ser es lo que cada uno percibe no existiría entonces "una única temperatura", sino solo "sensaciones térmicas". La postura relativista niega una única realidad al afirmar la multiplicidad de realidades y la imposibilidad de determinar cuál es la correcta. 

Pero Sócrates, defensor de una única realidad, no se queda callado y arremete:

"Me sorprende, que al principio de su libro “Verdad” (en referencia al libro de Protágoras) no haya dicho que el cerdo u otro animal más ridículo aún, son la medida de todas las cosas (...) Si las opiniones que se forman en nosotros por medio de las sensaciones, son verdaderas para cada uno; si nadie está en mejor estado que otro para decidir sobre lo que experimenta su semejante, ni es más hábil para discernir la verdad o falsedad de una opinión; si, por el contrario, como muchas veces se ha dicho, cada uno juzga únicamente de lo que pasa en él y si todos sus juicios son rectos y verdaderos, ¿por qué privilegio, mi querido amigo, ha de ser Protágoras sabio hasta el punto de creerse con derecho para enseñar a los demás y para poner sus lecciones a tan alto precio? Y nosotros, si fuéramos a su escuela, ¿no seríamos unos necios, puesto que cada uno tiene en sí mismo la medida de su sabiduría?"

En síntesis, Sócrates critica dos cosas: que las sensaciones sean una forma de conocimiento (sino también los animales tendrían derecho a definir lo real), y que nadie esté en mejores condiciones que otro para determinar lo verdadero. Por último, muestra la contradicción de ser relativista y al mismo tiempo pretender ser maestro o discípulo, ya que todo parecer sería igual de válido que cualquier otro. Sócrates muestra de esta manera lo insulso y perjudicial que puede resultar el relativismo.

También Aristóteles criticó duramente al relativismo por su carácter contradictorio. Aristóteles no comprende que una cosa pueda ser y no ser al mismo tiempo, o ser buena y ser mala. 

Como dijimos, la idea de Protágoras era que las cosas no son sino "en relación a algo". Para Aristóteles en cambio las cosas son de determinada manera, más allá de nuestro parecer o de toda relación. Un ejemplo son las matemáticas.

Por su parte Protágoras reconocía que las matemáticas eran universales y absolutas, pero argumentaba que  las matemáticas tratan de entes ideales, no de entes reales. Esa es la razón por la cual no serían relativas.

Pero para Aristóteles no solo las matemáticas son universales, sino también la lógica, y el relativismo es ilógico. Afirmar que "todo es relativo" sería afirmar una verdad universal, con lo cual,  no todo sería relativo. El relativismo, así termina anulándose a sí mismo.



Bibliografía: Protágoras y Górgias; Fragmentos y testimonios, Ediciones Orbis, Hyspamerica, Traducción e Introducción: José Barrio Gutierrez


lunes, 3 de abril de 2017

Los sofistas y el poder de la palabra

Los sofistas eran profesores itinerantes, iban de ciudad en ciudad ofreciendo a muy alto precio sus enseñanzas. Sabían un poco de todo: historia, filosofía, arte, etc.; pero por sobre todas las cosas, su fuerte era la retórica, el arte de pronunciar buenos discursos.





Según Filóstrato (Vida sof., I, ) "Górgias fue el iniciador de la más antigua sofística. Parece que fue el primero en hacer discursos improvisados. En efecto, en cierta ocasión fue al teatro de los atenienses y, con toda audacia, dijo: "proponed un tema"; y por primera vez realizó la ardua hazaña de pronunciar un discurso en estas condiciones, demostrando que tenía conocimientos den todas las materias y que podía hablar sobre cualquier cuestión confiándose en la ocurrencia del instante."

Decía Gorgias: "la retórica es, pues, ciencia persuasoria y cuando la habilidad en el hablar es lo suficientemente perfecta, el orador puede conseguir persuadir a los oyentes, incluso en las cuestiones más difíciles"

A los sofistas no les interesaba la verdad, podían argumentar a favor o en contra de una opinión. Otro sofista famoso, Protágoras, enseñaba a sus discípulos a alabar y a criticar a una misma persona, y decía que "sobre cualquier tema se pueden mantener con igual valor dos tesis contrarias". 

Los sofistas Daban especial importancia a la oratoria y la argumentación, con la finalidad  convencer a su público y a ganar pleitos en los tribunales. Tengamos también en cuenta que en ese momento en Grecia existía la democracia directa y que por lo tanto todos los ciudadanos libres podían participar de la asamblea pública En este contexto la capacidad de elaborar buenos discurso y de persuadir a través de la palabra tenía un enrome valor. De ahí la fama y la riqueza de los sofistas.