jueves, 19 de julio de 2018

Camus, Lo absurdo y el suicidio


Por alguna razón el ser humano tiene la tendencia de buscar razones. Somos buscadores y dadores de sentidos. Pero, nuestra vida, ¿qué sentido posee?

Camus, un existencialista ateo, francés, del siglo XX, se abstuvo de buscar un sentido metafísico o religioso de la existencia. También advirtió que la ciencia poco puede ayudarnos en este asunto. En "El mito de Sísifo" al contrario de ofrecernos razones para vivir, nos revela el absurdo de nuestra existencia, y cómo a pesar del mismo, vivimos.  

A continuación el comienzo de este maravilloso ensayo:

El mito de Sísifo

"No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar si la vida vale o no vale la pena de vivirla es responder a la pregunta fundamental de la filosofía. Las demás, si el mundo tiene tres dimensiones, si el espíritu tiene nueve o doce categorías, vienen a continuación. Se trata de juegos; primeramente hay que responder. Y si es cierto, como pretende Nietzsche, que un filósofo, para ser estimable, debe predicar con el ejemplo, se advierte la importancia de esa respuesta, puesto que va a preceder al gesto definitivo. Se trata de evidencias perceptibles para el corazón, pero que se debe profundizar a fin de hacerlas claras para el espíritu.

Si me pregunto en qué puedo basarme para juzgar si tal cuestión es más apremiante que tal otra, respondo que en los actos a los que obligue. Nunca vi morir a nadie por el argumento ontológico. Galileo, que defendía una verdad científica importante, abjuró de ella con la mayor facilidad del mundo, cuando puso su vida en peligro. En cierto sentido, hizo bien. Aquella verdad no valía la hoguera. Es profundamente indiferente saber cuál gira alrededor del otro, si la tierra o el sol. Para decirlo todo, es una cuestión baladí. En cambio, veo que muchas personas mueren porque estiman que la vida no vale la pena de vivirla. Veo a otras que, paradójicamente, se hacen matar por las ideas o las ilusiones que les dan una razón para vivir (lo que se llama una razón para vivir es, al mismo tiempo, una excelente razón para morir). Opino, en consecuencia, que el sentido de la vida es la pregunta más apremiante. ¿Cómo contestarla? (…)

Vivir, naturalmente, nunca es fácil. Uno sigue haciendo los gestos que ordena la existencia, por muchas razones, la primera de las cuales es la costumbre. Morir voluntariamente supone que se ha reconocido, aunque sea instintivamente, el carácter irrisorio de esa costumbre, la ausencia de toda razón profunda para vivir, el carácter insensato de esa agitación cotidiana y la inutilidad del sufrimiento.

¿Cuál es, pues, ese sentimiento incalculable que priva al espíritu del sueño necesario para una vida? Un mundo que se puede explicar incluso con malas razones es un mundo familiar. Pero, por el contrario, en un universo privado repentinamente de ilusiones y de luces, el hombre se siente extraño. Es un exilio sin recurso, pues está privado de los recuerdos de una patria perdida o de la esperanza de una tierra prometida. Tal divorcio entre el hombre y su vida, entre el actor y su decorado, es propiamente el sentimiento de lo absurdo. (…)

Suele suceder que los decorados se derrumben. Levantarse, coger el tranvía, cuatro horas de oficina o de fábrica, la comida, el tranvía, cuatro horas de trabajo, la cena, el sueño y lunes, martes, miércoles, jueves, viernes y sábado con el mismo ritmo es una ruta que se sigue fácilmente durante la mayor parte del tiempo. Pero un día surge el "por qué" y todo comienza con esa lasitud teñida de asombro. (…)

Asimismo, y durante todos los días de una vida sin brillo, el tiempo nos lleva. Pero siempre llega un momento en que hay que llevarlo. Vivimos del porvenir: "mañana", "más tarde", "cuando tengas una posición", "con los años comprenderás . Estas inconsecuencias son admirables, pues, al fin y al cabo, se trata de morir. (…)"



martes, 17 de julio de 2018

Spinoza: sobre la felicidad y la tristeza.


Según Spinoza existen tres afectos primarios: el deseo, el gozo (o felicidad) y la tristeza. Sobre el deseo dice: 
"Deseo es Apetito con conciencia de sí mismo"
Es decir, cuando deseamos sentimos un apetito, al igual que los animales, pero a diferencia de ellos somos conscientes de este apetito. 

El gozo, o la felicidad, es un afecto que acrecienta nuestra potencia y es el verdadero bien

"Entiendo por bien todo tipo de gozo y lo que nos lleva a él"
 La tristeza, por el contrario disminuye nuestra potencia. 
"Cuando el hombre siente Tristeza disminuye su potencia de obrar"
Y por lo tanto la tristeza es el mal:
"El mal será entonces, toda forma de Tristeza, básicamente la que frustra la Esperanza"

Para Spinoza hay deseos buenos y deseos malos, según provengan y nos conduzcan a la felicidad o provengan y nos conduzcan a la tristeza. Por eso hay que "manejar" o "controlar" los deseos, lo mismo que las pasiones:
"Cuando el hombre no puede manejar o reducir sus pasiones es impotente y vive una servidumbre."

La felicidad es un afecto que puede provenir de nosotros mismos, pero la tristeza siempre viene de nuestro entorno. Ningún ser querría disminuir su potencia ni autodestruirse. 


Por eso, ante el sentimiento de tristeza Spinoza recomienda, por un lado concentrarse en lo que "podemos" y no en lo que "no podemos". La tristeza se retroalimenta a medida que nuestra sensación de poder disminuye. Por otro lado, si la tristeza proviene de nuestro entorno, entonces tenemos que cambiar de entorno y buscar contactos que nos afecten de modo positivo, que nos alegren. 


Una pasión solo puede ser frenada por otra pasión:

"Una pasión no puede limitarse o destruirse a no ser que actúe una de signo contrario y más poderosa que ella"
Por ejemplo, la única manera de terminar con el odio es el amor. El odio genera más odio. El amor en cambio, mata al odio:
"El odio crece si es recíproco, y muere si aparece el amor"
Además, dice Spinoza que el odio es una pasión que surge de y conduce a la tristeza:
"El odio es una tristeza acompañada por una causa externa"
Sentir odio no nos hace bien ni produce ningún bien, por lo tanto es una pasión que debemos evitar. ¿Cómo? Con la pasión contraria: el amor.




domingo, 15 de julio de 2018

¿Qué es el Bien? Síntesis de concepciones filosóficas

En primer lugar podemos entender al bien como sustantivo o como adjetivo (lo bueno). Generalmente el bien y lo bueno son conceptos relacionados y dependientes uno del otro. Lo bueno es aquello que participa del bien, o el bien es entendido como algo "bueno".

Si decimos, por ejemplo, "X es bueno", ya sea una cosa o una persona, podemos traducirlo como: es aceptable, es deseable, es útil, es perfecto (en su función). Por lo tanto una primera definición del bien, o lo bueno puede ser cualquiera de estas acepciones.

Pero si hacemos un recorrido por la historia de la filosofía podemos entender el bien de tres maneras distintas:

1) Al modo metafísico: como un ente real.
2) Al modo físico: como una propiedad de alguna cosa.
3) Al modo ético o moral: como un valor.

1) El bien como algo existente

Una de las formas más tradicionales de entender el bien, dentro de la historia de la filosofía es la definida por Platón y continuada por la gran mayoría de los filósofos medievales, cristianos y neoplatónicos. Según Platón el bien es una idea, esto es, un ente real y trascendente. Pero no cualquier idea, sino la idea superior, la más perfecta de todas, representada por el sol en la famosa alegoría de la caverna. El bien vendría a ser lo que ilumina las cosas. Las cosas son buenas en la medida en que participan de la idea de bien, en la medida en que son iluminadas. Cuanto menos participen del bien más cerca de las sombras, esto es, el mal. El mal es entendido entonces como falta de bien.


En la concepción cristiana la cosa es muy parecida, el bien solo es comparable a Dios, un ser perfecto y trascendente. Las cosas (las acciones, los hombres) pueden ser buenas en la medida en que son iluminados por Dios, pero jamás serán tan buenas, tan perfectas como Dios. Y en la medida en que se alejan de Él se acercan al mal. EN ambas concepciones el bien es una especie de perfección, y el mal una carencia, o imperfección.

2 A) El Bien como propiedad (objetiva)

Dentro de esta línea se encuentra Aristóteles, quien distingue el bien "en sí" del bien "relativamente para otra cosa". La salud sería algo bueno en sí mismo. Que te amputen una pierna podría ser bueno en determinada circunstancia, por ejemplo en el caso de que la pierna esté infectada. Esta amputación podría hacer que el cuerpo recupere la salud.

Para Aristóteles, a diferencia de Platón no existe un bien absoluto, cada cosa puede tener su bien. Pero al igual que la concepción anterior el bien de una cosa podría ser traducido como una especie de perfección. El bien del cuerpo, por ejemplo, puede ser la salud.

2 B) El Bien como propiedad (subjetiva)

Spinoza piensa al bien como algo que apetecemos, pero que de ningún modo puede ser objetivo, o "en sí", sino  subjetivo. En realidad Spinoza entiende que solo existe "lo bueno" y esto no es otra cosa que lo que conserva o aumenta mi potencia y promueve mi felicidad. Según Spinoza no deseamos algo porque lo consideramos" bueno", sino que lo consideramos "bueno" porque lo deseamos. Lo bueno, por lo tanto, no es una propiedad de las cosas sino del efecto  (o afecto) que produzcan en nosotros. Por eso también se dice que lo bueno no es trascendente (algo que está fuera de nosotros, que nos trasciende), sino algo que depende solo de nosotros (inmanente, interno a nosotros mismos)


2 C) El bien como propiedad (colectiva)

Dentro de esta línea "física" o "antimetafísica" podríamos incluir a Stuart Mill, para quien tampoco existe el bien ni algo bueno en sí mismo. Algo es considerado "bueno" en la medida en que promueva la felicidad "del mayor número de personas". Es decir, se define lo bueno por sus consecuencias. Estas consecuencias tienen que ser la felicidad, pero no individual, sino grupal; de la mayoría. Podríamos definir "lo bueno" por lo tanto como "el bien común". Si a la mayoría le produce felicidad o bienestar determinada cosa, eso es bueno. Claro que lo bueno para una mayoría puede ser malo para una minoría, pero dado que no hay nada bueno en sí mismo, el único modo para salir de un relativismo es apostar a un comunitarismo.


3) El bien como valor (universal) 

Kant critica toda concepción del bien entendida como propiedad o como cosa. Para Kant lo único bueno es "la buena voluntad". Más importante que las consecuencias son los principios por los que se realiza una acción. Si una acción  tiene en miras las consecuencias (la felicidad, el bien común, obtener un premio -como el paraíso- o evitar un castigo -como el del infierno-) no tiene valor ético. Solo tiene deben ser consideradas "buenas" las acciones hechas por deber. El bien supremo para Kant no es algo que se pueda obtener, sino "actuar bien", esto es "por deber" , actuar de acuerdo a un principio que yo pueda querer que sea universal. De ahí su crítica a las éticas "materiales" o "finalistas".


3B) El bien como valor (perspectivista)

En su libro La genealogía de la moral Nietzsche muestra como los conceptos de bueno y malvado fueron cambiando con el tiempo. En sus orígenes fue la moral aristocrática guerrera quien determinó qué era lo bueno y lo malvado, se llamaron "buenos" a sí mismos. Bueno era sinónimo de noble, distinguido. Eran "buenos" los fuertes, aquellos capaces de mandar, generalmente caprichosos, egoístas y olvidadizos. Por el contrario lo malvado era lo vulgar, lo plebeyo, lo bajo, lo simple.

Pero a partir de la "rebelión de los esclavos", la revolución llevada a cabo por el pueblo judío, triunfó una moral sacerdotal, la cual invirtió los valores y llamó buenos a los débiles de espíritu, a los no egoístas, los inofensivos, a los sufridos. Así comenzó a valorarse el desinterés, la piedad, la igualdad, el bien común, etc.

Según Nietzsche esta manera de valorar es fruto del resentimiento, porque mientras toda moral noble brota de un triunfante decir "si", la moral de esclavos crea valores a partir de un decir "no", que tiene la intención de impedir que otros hagan lo que ellos mismos no pueden. La moral sacerdotal tiene la virtud de esconder su venganza, su resentimiento y convertir sus bajezas en virtudes: la sumisión por obediencia, la cobardía en paciencia, el no poder vengarse en perdón.