jueves, 28 de abril de 2022

La diferencia entre animalidad y humanidad según Rousseau



 

“Por tanto, Rousseau hace muy bien en rechazar tanto las tesis cartesianas —que

reducen al animal al estatus de máquina, de un autómata carente de sensibilidad— como

las antiguas que hacían del hombre el único ser vivo con capacidad de raciocinio.

El criterio de diferenciación entre el hombre y los animales ha de ser otro.

Rousseau lo va a situar en el ámbito de la libertad o, como dice recurriendo a una

palabra que vamos a analizar, de la perfectibilidad. Explicaré mejor ambos términos más

adelante, cuando hayas leído el texto de Rousseau. Por el momento, me limitaré a decir

que esta perfectibilidad servía para dar nombre a cierta aproximación a nuestra

capacidad para perfeccionarnos a lo largo de toda nuestra vida, mientras que el

animal, guiado desde sus orígenes y de forma segura por la naturaleza (o como se decía

en la época, por el instinto), es, por así decirlo, perfecto «de golpe», desde su

nacimiento. Si la observamos objetivamente, constatamos que a la bestia la conduce un

instinto infalible, común a su especie, como si de una norma intangible se tratara, una

especie de programa informático del que jamás puede desembarazarse del todo. Así, de

golpe y plumazo se ve privada tanto de libertad como de la capacidad para

perfeccionarse: privada de libertad porque, de alguna manera, se encuentra encerrada en

su programa, ha sido «programada» por la naturaleza de modo y manera que esta última

hace las veces de cultura. Y privada de la capacidad de perfeccionamiento porque, al

verse guiada por una norma natural intangible, no puede evolucionar indefinidamente,

sino que, de alguna forma, es la naturaleza misma la que la limita.

En cambio el hombre se va a definir a la vez por su libertad, su capacidad de eludir el

programa que guía al instinto natural, y, a la vez, por su capacidad para generar una

historia en la que la evolución es un a priori indefinido.

 

(..) Ahora bien, la situación del ser humano es la distinta. Ésta es la razón por la que puede

considerarse libre y, por consiguiente, perfectible, porque él podrá, a diferencia de los

animales lastrados por una naturaleza casi eterna, evolucionar. Está tan poco

programado por la naturaleza que puede desembarazarse de todas las reglas prescritas

para los animales. Por ejemplo, puede cometer excesos, beber alcohol o fumar hasta

morir (algo que los animales no pueden hacer).

 

(…) Pero contamos con otro ejemplo del carácter antinatural de la libertad humana —del

desligamiento o del exceso, es decir, de la primacía de la voluntad sobre los «programas

naturales»— aún más sorprendente. Desgraciadamente, se trata de un ejemplo

paradójico que no habla precisamente a favor de la humanidad, puesto que se trata del

fenómeno del mal, que resulta muy impresionante. Es preciso que te tomes un tiempo

para reflexionar sobre este tema y te formes una opinión al respecto. Pero, como verás,

es un argumento poderoso a favor de la idea de Rousseau sobre el carácter antinatural, y

por tanto no animal, de la voluntad humana. En efecto, el ser humano parece ser el único

capaz de mostrarse como un ser realmente diabólico.

Entiendo perfectamente la objeción que surge inmediatamente en la mente de

cualquiera: ¿acaso los animales no son, en general, igual de agresivos y crueles que los

hombres?

 

A primera vista así parece, sin duda, y podríamos dar un montón de ejemplos que los

defensores de la causa de los animales tienden a callarse. Cuando era niño vivía en una

casa de campo y tenía una veintena de gatos a los que he visto destripar sus presas con

una crueldad aparentemente injustificable, comer ratones vivos, jugar durante horas con

pájaros a los que habían arrancado las alas o sacado los ojos.

Pero el mal radical, ese en el que piensa Rousseau, que desde su punto de vista

resulta desconocido a los animales y es patrimonio exclusivo de la humanidad, es de otra

naturaleza: parte del hecho de que no sólo «se hace el mal», sino que se convierte al mal

un proyecto, lo que no es en absoluto lo mismo. El gato produce un mal al ratón, pero

hasta donde nosotros podemos juzgarlo, este daño no es el objetivo de su tendencia

natural a cazar. Por el contrario, todo indica que el ser humano es capaz de organizarse

conscientemente para hacer el mayor mal posible a su prójimo. Esto es lo que, por otra

parte, la teología tradicional denominaba maldad, lo que de demoniaco hay en nosotros.

(…) A partir de esta idea de que no existe ningún tipo de naturaleza humana, de que la

existencia del hombre precede a su esencia, como diría Sartre, se puede plantear una

magnífica crítica al racismo o al sexismo.

¿Qué suponen el racismo o el sexismo, más allá de que todos somos clones unos de

otros? La idea de que existe una esencia propia de cada raza, de cada sexo, convierte a

los individuos en sus prisioneros. El racista afirma que el africano es infantil; el judío,

inteligente, o el árabe perezoso, y por la utilización del artículo «el» uno ya sabe que se

encuentra ante un racista, ante una persona convencida de que los individuos de un

mismo grupo comparten la misma «esencia». Algo similar ocurre con el sexista, que se

muestra muy dispuesto a aceptar que en la esencia de la mujer, en su naturaleza está ser

más sensible que inteligente, más tierna que valiente, eso por no mencionar que cree que

«están hechas» para tener hijos y quedarse en casa entre cacerolas.

Son exactamente este tipo de ideas las que Rousseau descalifica y cuyas raíces mina.

Como no existe la naturaleza humana, como ningún programa natural puede encerrar

totalmente a los hombres, los seres humanos, hombres y mujeres, son libres,

indefinidamente perfectibles y no están en modo alguno programados por

predeterminaciones ligadas a la raza o al sexo.