jueves, 19 de enero de 2017

Sócrates y Alcibiades



Introducción

Alcibíades, o "de la naturaleza humana" es uno de los primeros diálogos platónicos. En él encontramos solo dos personajes: Por un lado está Alcibíades, un joven  aristócrata, valeroso luchador, genial estratega, famoso por su belleza y arrogancia, codiciado por los hombres. Por otro lado tenemos a Sócrates, un hombre ya maduro, petiso y regordete, feo, de mal aspecto (viste siempre de un modo sencillo y no lleva calzado) pero que gracias a sus palabras ha logrado seducir a un séquito de muchachos. 

Un día Sócrates se encuentra a Alcibíades solo, para su sorpresa, ya que comúnmente se lo ve acompañado por sus admiradores. Entonces aprovecha para acercarse y le dice que hasta el momento ha estado observandolo y nunca le dirigió la palabra, pero que ya es tiempo de decirle lo que piensa de él. Alcibíades se muestra muy extrañado de la actitud de Sócrates, más aún cuando este le dice que es un altanero, que se la pasa despreciando a sus admiradores, que se cree que se basta a sí mismo y que es muy poderoso. Entonces Alcibíades se siente agredido y le contesta:
"¿Qué esperas importunandome de este modo y obstinándote en seguirme a todas partes?"
Sócrates le contesta que le han llegado rumores de que pretende dedicarse a la politica, cosa que Alcibíades confirma, y que de esta manera se dice que será muy poderoso, pero se confunde y él está dispuesto a demostrárselo. Y agrega:
"yo por mi parte espero ser poderosísimo para ti cuando te haya demostrado  de qué modo te soy necesario"
 Alcibíades extrañado le contesta:
"En verdad Sócrates, que más extraño me pareces desde que has empezado a hablarme que cuando me seguías sin decir palabra"
Sin embargo acepta escucharlo. Entonces Sócrates, apelando a su falsa humildad, realizando en el fondo una crítica solapada a los sofistas, le dice:
Sóc- No pretenderás, por supuesto, que me sea posible explicarme mediante largos discursos, como estás acostumbrado a oír ¿verdad? (...) Ahora bien, es preciso que me otorgues un pequeño favor"
Alc- Si no se trata de una cosa muy dificil, accedo

Soc- ¿Es a tu juicio dificil responder cuando se pregunta?

Alc- ¡Oh no! Fácil
Sóc- Perfectamente, entonces vas a responderme
Alc- Sea. Interroga"
 Así comienza este espectacular diálogo. 





Diálogo sobre lo justo

Sócrates comienza preguntando sobre que cosas sería capaz de aconsejar al pueblo si es que se convierte en un político y Alcibíades responde en un momento, a modo de ejemplo, que podría aconsejar cuando es conveniente hacer la guerra o hacer la paz con los pueblos vecinos. Así Sócrates encamina la discusión hacia el concepto de justicia. 
"Soc- Pues bien ¿contra qué adversarios arrastrarías tu a los atenienses a hacer la guerra, contra quienes les traten injustamente o contra quienes les tratasen justamente?"
Alcibíades responde que obviamente contra quienes son injustos. Entonces Sócrates le pregunta de quién aprendió lo que es la justicia. Porque evidentemente sabe qué es lo justo y si lo sabe es porque lo ha aprendido ya sea por su cuenta o de algún otro.

A continuación un fragmento del diálogo en dónde Sócrates le hace vera Alcibíades que nunca se ocupó de este tema:

"Sócrates. Pero, mi querido Alcibíades, es preciso que suceda una de dos cosas: o que sin saberlo, ignores tú lo que es justo, o que, sin saberlo yo, hayas ido a casa de algún maestro que te enseñara a distinguir lo que es más justo y lo que es más injusto. ¿Quién es ese maestro? Dímelo, te lo suplico, para que me pongas en sus manos y me recomiendes a él.
Alcibíades. Esa es una de tus ironías, Sócrates.
Sócrates. No, te lo juro por el Dios que preside a nuestra amistad, y que es un Dios a quien no querría ofender con un perjurio. Te lo suplico muy seriamente; si tienes un maestro, dime quién es.
Alcibíades. ¡Ah! y aunque yo no tenga maestro, ¿crees tú que no pueda saber por otra parte lo que es justo y lo que es injusto? 
Sócrates. Lo sabrás, si lo has descubierto tú mismo.
Alcibíades. ¿Y crees tú que no lo he descubierto?
Sócrates. Si has hecho indagaciones, lo habrás descubierto.
Alcibíades. ¿Piensas que no he hecho yo indagaciones?
Sócrates. Pero si has hecho indagaciones, habrás creído ignorarlo.
Alcibíades. ¿Te imaginas que no ha habido un tiempo en que yo lo ignoraba?
Sócrates. Muy bien. Pero podrías señalarme precisamente ese tiempo, en que has creído que ignorabas lo que es justo e injusto. Veamos; ¿fue el año pasado cuando empezaste a hacer tus indagaciones porque lo ignorabas? ¿O creías saberlo? Di la verdad para que no hablemos en vano.
Alcibíades. El año pasado creía saberlo.
Sócrates. ¿Hace tres, cuatro, cinco, no lo creías lo mismo?
Alcibíades. Lo mismo.
Sócrates. Antes de este tiempo tú eras un niño; ¿no es así?
Alcibíades. Sí. (...)
Sócrates. ¿En qué tiempo creías tú ignorarlo? Míralo, hecha cuentas; tengo mucho miedo que no des con ese tiempo.
Alcibíades. En verdad, Sócrates, no puedo decírtelo.
Sócrates. ¿Por consiguiente, tú no has encontrado por ti mismo esta ciencia de lo justo y de lo injusto?
Alcibíades. Así parece."




Sobre las fuentes del conocimiento

Como Alcibíades reconoce no haber averiguado por sí mismo qué es la justicia es necesario indagar la otra alternativa, que lo haya aprendido de algún maestro:
"Alcibíades. Creo, que la he aprendido de todo el mundo.
Sócrates. ¿Otra vez volvemos a empezar? ¿De quién la has aprendido? habla.
Alcibíades. Del pueblo.
Sócrates. Mal maestro me citas."
A partir de acá la discusión gira en torno a cuán confiable es la opinión pública, lo que Platón luego definirá como "doxa", la mera opinión, el visión general, en oposición a la "episteme", el verdadero conocimiento. 

Alcibíades le responde a Sócrates que el pueblo es capaz de enseñar muchas cosas, por ejemplo la lengua. Aprendemos a hablar (aprendemos una lengua) gracias al saber popular. Sócrates admite este hecho, pero le responde que hay cosas más difíciles sobre las que no todo el mundo puede opinar:

"Sócrates. Pero si en lugar de querer saber lo que significan las palabras hombre o caballo, quisiéramos saber si un caballo es bueno o malo, ¿el pueblo sería capaz de enseñárnoslo?Alcibíades. No, seguramente.
Sócrates. Y si quisiéramos saber, no lo que quiere decir la palabra hombre, sino lo que es un hombre sano o enfermo, ¿el pueblo estaría en estado de decírnoslo?Alcibíades. Menos aún.
Sócrates. ¿Y crees tú que sobre lo justo y lo injusto y sobre sus propios negocios el pueblo esté más de acuerdo consigo mismo que en los demás?Alcibíades. No, ¡por Júpiter!Sócrates.  ¿No crees tú que precisamente en esto es en lo que menos de acuerdo está el pueblo?Alcibíades. Estoy persuadido de eso.
 Sócrates. ¿No es esta misma diversidad sobre lo justo y lo injusto la única causa que ha hecho perecer a tantos atenienses, lacedemonios y beocios en la tomada de Tanagre, y después de ésta en la batalla de Coronea, donde recibió la muerte tu padre?Alcibíades. ¿Podrá nadie negarlo?
Sócrates. ¡Ah! ¡Mira los maestros que me citas; en el acto mismo reconoces su ignorancia!"


Es así que termina  lo que suele llamarse la primer etapa del método socrático, que consiste en lograr la conciencia de la propia ignorancia, en la purga de todo prejuicio, de toda presunción del saber que no permite iniciar una verdadera búsqueda. Así, Alcibíades termina por decir:


"Alcibíades. Te juro, Sócrates, por todos los dioses, que yo no sé lo que digo, y francamente, temo que he perdido la razón, porque estas cosas que me parecen de una manera, tan pronto me parecen de otra, según tú me preguntas."



Sócrates no solo ha logrado que Alcibíades reconozca su ignorancia en materia de lo justo y lo injusto, sino que lo ha conquistado, ha barrido toda altanería y ahora Alcibíades, seducido por la inteligencia de Sócrates, se entregará a él, tal como lo había prevenido Sócrates. 

El diálogo continúa a pedido de Alcibíades, que quiere saber qué es lo justo. Sócrates dice no saberlo pero le ofrece tratar de averiguarlo en forma conjunta. Ambos tratarán de definir qué es la justicia, y en su intento surgirá un nuevo tema: la virtud.

La segunda parte del diálogo entonces se encamina hacia el concepto de virtud, y Sócrates le recomendará, antes que entregarse a la política, para dirigir a los demás, entregarse a la filosofía para conocerse a sí mismo y volverse un hombre virtuoso.




miércoles, 4 de enero de 2017

Sócrates y la filosofía

Sócrates y Atenas

[1] El Partenón era uno de los principales templos griegos, ubicado en lo más alto de la Acrópolis y dedicado a la diosa griega Atenea

"Imaginemos que estamos a fines del siglo V antes de Cristo y que caminamos por las calles de Atenas. Es una gran ciudad para la época (probablemente unos cien mil habitantes) y eso se nota a cada paso: el mercado desborda de gente, numerosos ciudadanos entran y salen de los edificios públicos, el camino hacia el puerto hormiguea de comerciantes, de carretas cargadas de mercancía y de esclavos que transportan fardos. So levantamos los ojos hacia la acrópolis vemos el Partenón, terminado de construir pocos años antes y (contra lo que muchos creen) pintado de colores estridentes.

De pronto, en una esquina, un pequeño grupo de hombres forma un semicírculo en toro a un personaje estrafalario. El qué habla es bajo de estatura, tiene un vientre movedizo y una nariz chata que estalla entre dos ojos demasiado separados. Va descalzo, tiene los pies sucios y una túnica en mal estado. En una palabra, es todo lo contrario de esos griegos apolíneos que nos muestran las estatuas.

Ese hombre gesticula, mueve los brazos, señala impertinentemente con los dedos. Sus interlocutores pasan de la risa a la confusión, del interés a la furia, pero en ningún momento dejan de escucharlo. La mayoría de ellos son jóvenes bien vestidos y de físicos cuidados. Cualquier ateniense los reconocería como hijos de ciudadanos ricos. Y cualquier ateniense diría ante ese cuadro:“ahí está Sócrates insistiendo con sus molestas preguntas."

Pablo da Silveira; Historia de Filósofos





¿Quién fue Sócrates?

"Solo  que no  nada"


470-0399 a.C.



Nunca escribió, y sin embargo fue considerado por muchos como "el padre de la filosofía". Su legado llega hasta nosotros gracias los escritos de Platón, que reprodujo muchas de sus enseñanzas en sus famosos "diálogos". 

Fue el primero en considerarse "filósofo" (amante de la sabiduría) justamente para diferenciarse de los antiguos sabios que pretendían poder explicar los orígenes del universo. A diferencia de estos manifestó su ignorancia respecto a todas los misterios de la naturaleza. Solo le interesaba los problemas del hombre: el amor, la justicia, el alma, la virtud, la felicidad. 

También se enfrentó a los sofistas, “los maestros del discurso”, debido a su relativismo y su desinterés por la verdad. Sócrates confiaba en que se podía llegar a la verdad dialogando con los otros, examinándose a sí mismo y purgándose de los prejuicios. Es por eso que se lo podía ver en la plaza pública, en el mercado o  los gimnasios, rodeado de discípulos que lo amaban y gente que se acercaba para escucharle. Era un espectáculo verlo discutir. 

Decía no saber nada, y que esa era la razón por la que andaba siempre cuestionándolo todo, que su intención era aprender. Con esta excusa indagaba el saber de los hombres dejando al descubierto su ignorancia, mostrándole sus inconsistencias y contradicciones con humor e ironía. Era capaz  de dejar en ridículo a los más sabios. 

Cuenta la historia que un amigo fue a consultar el Oráculo de Delfos para saber si era Sócrates "el hombre más sabio de toda Grecia" y este contestó afirmativamente. Sócrates recibió la noticia con humildad y picardía. Interpretó que el oráculo valoraba el reconocimiento de su ignorancia y que le imponía una misión: “picar” a los ciudadanos como un tábano, para que estuvieran despiertos y se ocuparan por el cuidado de su alma, ya  que como bien decía: “una vida sin reflexión no merece la pena ser vivida”. 

Su labor filosófica le costó la vida. Fue acusado por la aristocracia ateniense de pervertir a la juventud y desconfiar de los dioses. Se defendió admirablemente en un juicio que Platón relató en su “Apología de Sócrates”. Sin embargo, por un pequeño margen los jueces lo encontraron culpable y lo condenaron a beber la cicuta.

Afrontó la muerte con una envidiable tranquilidad. Luego de haber convencido a sus discípulos de que la muerte no era más que la separación del cuerpo del alma, y que esta era inmortal, bebió el veneno y se recostó serenamente. 


Sócrates, el hombre más sabio


La "Apología de Sócrates" fue el primer libro que escribió Platón. En él relata el juicio que fue llevado a cabo contra Sócrates tras ser acusado por dos famosos aristócratas atenienses de pervertir a la juventud y no creer en los Dioses de la ciudad. Sócrates se defendió admirablemente, sin embargo fue encontrado culpable por la mayoría de los jueces. A continuación compartimos la historia del Oráculo de Delfos tal como la cuenta Sócrates en su defensa. Esta fue la que le dio fama de Sabio y la que le valió varias enemistades.




"Voy a intentar dar a conocer qué es, realmente, lo que me ha hecho este renombre y esta fama. Oíd, pues."


"En efecto, conocíais sin duda a Querefonte. Éste era amigo mío desde la juventud y adepto al partido democrático, fue al destierro y regresó con vosotros. Y ya sabéis cómo era Querefonte, qué vehemente para lo que emprendía. Pues bien, una vez fue a Delfos y tuvo la audacia de preguntar al oráculo esto -pero como he dicho, no protestéis, atenienses-, preguntó si había alguien más sabio que yo. La Pitia le respondió que nadie era más sabio." 

"Así pues, tras oír yo estas palabras reflexionaba así:  «¿Qué dice realmente el dios y qué indica en enigma?  Yo tengo conciencia de que no soy sabio, ni poco ni mucho.  ¿Qué es lo que realmente dice al afirmar que yo soy muy sabio? Sin duda, no miente; no le es lícito.» Y durante mucho tiempo estuve yo confuso sobre lo que en verdad quería decir."

"Más tarde, a regañadientes me incliné a una  investigación del oráculo del modo siguiente. Me dirigí a uno de los que parecía ser sabio, con la idea de que, si en alguna medida era posible, allí refutaría  este vaticinio y demostraría al oráculo: «éste es más sabio
que yo y tú decías que lo era yo.» Ahora bien, al examinar a éste -pues no necesito citarlo con su nombre, era un político aquel con el que estuve indagando y dialogando- experimenté lo siguiente, atenienses: me pareció que otras muchas personas creían que ese hombre era sabio y, especialmente, lo creía él mismo, pero que no lo era. A continuación intentaba yo demostrarle que él creía ser sabio, pero que no lo era. A consecuencia de ello, me gané la enemistad de él y de  muchos de los presentes."

"Al retirarme de allí razonaba a solas que yo era más sabio que aquel hombre. Es probable que ni uno ni otro sepamos nada que tenga valor, pero este hombre cree saber algo y no lo sabe, en cambio yo, así como, en efecto, no sé, tampoco creo saber. Parece, pues, que al menos soy más sabio que él  en esta misma pequeñez, en que lo que no sé  tampoco creo saberlo."

"Tras los políticos me encaminé hacia los poetas, los de tragedias, los de ditirambos y los demás, en la idea de que allí me encontraría manifiestamente más ignorante que aquéllos. Así pues, tomando los poemas suyos que me parecían mejor realizados, les iba preguntando qué querían decir, para, al mismo tiempo, aprender yo también algo de ellos.  Pues bien, me resisto por vergüenza a deciros la verdad, atenienses. Sin embargo, hay que decirla.  En efecto, también éstos dicen muchas cosas hermosas, pero no saben nada de lo que dicen."

"Así pues, me alejé también de allí creyendo que les superaba en lo mismo que a los políticos. En último lugar, me encaminé hacia los artesanos. Era consciente de que yo, por así decirlo, no sabía nada, en cambio estaba seguro de que encontraría a éstos con muchos y bellos conocimientos. Y en esto no me equivoqué, pues sabían cosas que yo no sabía y, en ello, eran más sabios que yo. Pero, atenienses, me pareció a mí que también los buenos artesanos incurrían en el mismo error que los poetas: por el hecho de que realizaban adecuadamente su arte, cada uno de ellos estimaba que era muy sabio también respecto a las demás cosas, incluso las más importantes, y ese error velaba su sabiduría."

"Es probable, atenienses, que el dios sea en realidad sabio y que, en este oráculo, diga que la sabiduría humana es digna de poco o de nada. Y parece que éste habla de Sócrates -se sirve de mi nombre poniéndome como ejemplo, como si dijera: «Es el más sabio, el que, de entre vosotros, hombres, conoce, como Sócrates, que en verdad es digno de nada respecto a la sabiduría.»"




 Sócrates Vs. los sofistas 



Jenofonte fue otro de los discípulos de Sócrates que, como Platón, escribió algunas de las enseñanzas de su maestro. Uno de sus libros se titula "Recuerdos de Sócrates". No es un diálogo como los que escribía Platón, sino un conjunto de anécdotas que ilustran claramente el carácter y las ideas de su maestro. A continuación dos de estas anécdotas que tienen a los sofistas como protagonistas.


"El caso es que, un día, queriendo Antifonte quitarle sus discípulos, se acercó a Sócrates y en presencia de aquéllos le dijo:

  -Sócrates, yo creía que los que se dedican a la filosofía llegan a ser más felices, pero lo que me parece es que tú has conseguido de la filosofía el fruto contrario. Al menos estás viviendo de una manera que ni un esclavo le aguantaría a su amo un régimen como ése: comes los manjares y bebes las bebidas más pobres, y la ropa que llevas no sólo es miserable sino que te sirve lo mismo para invierno que para el verano, no llevas calzado ni usas túnica. Encima, no aceptas dinero, que da alegría al recibirlo y cuya posesión permite vivir con más libertad y más agradablemente…

Sócrates respondió a ello:
-Me parece, Antifonte, que opinas que la felicidad es molicie y derroche (…) En cambio, yo creo que no necesitar nada es algo divino, y necesitar lo menos posible es estar cerquísima de la divinidad; como la divinidad es la perfección, lo que está más cerca de la divinidad está también más cerca de la perfección.

Otro día Antifonte el sofista le dijo:

-Oh Sócrates, yo te considero una persona justa, pero de ninguna manera sabia, y me parece que tú mismo así lo reconoces al no cobrar retribución por tu compañía (…) Por ello, es evidente que si creyeras que tu compañía vale algo, no cobrarías por ella menos dinero del que vale. Por ello, es posible que seas justo, ya que no engañas a nadie por codicia, pero no puedes ser sabio, pues no sabes nada que valga algo.

Sócrates respondió a esto:
- Antifonte, nosotros creemos que tanto la belleza como la sabiduría pueden emplearse tanto de manera honesta como deshonesta. Si una mujer vende por dinero su belleza a quien se la pide, se la llama prostituta. Con la sabiduría ocurre lo mismo: los que la venden por dinero a quien la desea se llaman sofistas."

Jenofonte; Recuerdos de Sócrates


El método socrático

“¿Tu verdad? No, la verdad, y ven conmigo a buscarla.
La tuya, guárdatela" - Antonio Machado





A. Carpio: Principios de filosofía

"En sus debates con los sofistas y otros personajes importantes de su época, Sócrates adoptaba una actitud irónica. Se burlaba de las opiniones de sus su interlocutores pero sin contraponer su propia opinión, sino, sencillamente, hurgando en los fundamentos de sus adversarios, buscando las contradicciones y los defectos de sus argumentos. Esta era una actitud claramente destructiva, que irritaba a los supuestos “sabios” que terminaban quedando en ridículo frente a los oyentes. Muchos de ellos abandonaban enfadados sus conversaciones, lo acusaban de embaucador, de tramposo, de cínico. 

Sin embargo, para quienes reconocían su ignorancia, la conversación entraba en una segunda etapa, conocida como “mayéutica”, que significa “técnica para ayudar a dar a luz”. Según Sócrates, todos tenemos dentro de nosotros inteligencia y, por tanto, capacidad para captar la verdad. Por lo tanto, la misión del maestro, era la de guiar a su interlocutor en la búsqueda interior de la verdad, a través del diálogo y la reflexión conjunta.

El primer paso hacia la verdad era barrer de la mente los prejuicios, las ideas incompletas, los errores que generalmente llenan las cabezas de la gente y no dan lugar a la verdad. Hecha la limpieza, el camino queda abierto. ¿Cómo se avanza ahora? De lo particular a lo universal.

Si se está hablando de justicia y se quiere saber qué es justicia, la primera etapa de la averiguación consiste en recoger ejemplos de casos particulares en los que los presentes concuerdan en afirmar que allí se obró con justicia. La segunda etapa es examinar estos casos particulares, compararlos entre sí, ver sus diferencias, ver sus cosas comunes, hasta ir dando con la cualidad –común a todos– que nos hace afirmar que en cada uno de esos casos hubo justicia. Esa cualidad común, lo universal, es el concepto de la justicia, su definición."


Menón, Diálogo sobre la Virtud


A continuación compartimos un fragmento de uno de los diálogos platónicos llamado "Menón" en donde Sócrates aplica su famoso método, haciendo que Menón entre en confusión, que reconozca su propia ignorancia y se disponga a buscar, con la guía de Sócrates, una respuesta a sus interrogantes.

Platón; Menón

Menon- ¿Podrás, Sócrates, decirme si la virtud puede enseñarse; o si no pudiendo enseñarse, se adquiere sólo con la práctica; ó en fin, si no dependiendo de la práctica, ni de la enseñanza, se encuentra en el hombre naturalmente ó de cualquiera otra manera?
Sócrates- «Extranjero, sin duda me tienes por algún dichoso mortal, si crees que se yo si la virtud puede enseñarse, o si hay algún otro modo de adquirirla. Pero estoy tan distante de saber si la virtud, por su naturaleza, puede enseñarse, que hasta ignoro, absolutamente lo que es la virtud»
Menón:- ¿será cierto, Sócrates, que no sepas lo que es la virtud? ¿Es posible que, al volver a nuestro país tuviéramos que hacer pública allí tu ignorancia sobre este punto?
SÓCRATES. No sólo eso, mi querido amigo, sino que tienes que añadir que yo no he encontrado aún a nadie que lo sepa, a juicio mío.
MENÓN. ¿Cómo? ¿No viste a Gorgias cuando estuvo aquí?
SÓCRATES. Sí.
MENÓN. ¿Y crees que él no lo sabía?
SÓCRATES. No tengo mucha memoria (…) Recuerda, pues, sus discursos sobre este punto, y si no te prestas a esto, dime tú mismo lo que es la virtud.
MENÓN. La cosa no es difícil de explicar, Sócrates. ¿Quieres que te diga, por lo pronto, en qué consiste la virtud del hombre? Nada más sencillo: consiste en estar en posición de administrar los negocios de su patria; y administrando, hacer bien a sus amigos y mal a sus enemigos, procurando, por su parte, evitar todo sufrimiento. ¿Quieres conocer en qué consiste la virtud de una mujer? Es fácil definirla. El deber de una mujer consiste en gobernar bien su casa, vigilar todo lo interior, y estar sometida a su marido. También hay una virtud propia para los jóvenes, de uno y otro sexo, y para los ancianos; la que conviene al hombre libre, también es distinta de la que conviene a un esclavo, en una palabra, hay una infinidad de virtudes diversas.
SÓCRATES. Gran fortuna es la mía, Menón, porque, cuando sólo voy en busca de una sola virtud, me encuentro con todo un enjambre de ellas.(…) Y la virtud, ¿será diferente de sí misma en su cualidad de virtud, ya se encuentre en un joven o en un anciano, en una mujer o en un hombre?(…) Aunque haya muchas y de muchas especies, todas tienen una esencia común, mediante la cual son virtudes; y el que ha de responder a la persona que sobre esto le pregunte, debe fijar sus miradas en esta esencia, para poder explicar lo que es la virtud. ¿No entiendes lo que quiero decir?
MENÓN. Se me figura que lo comprendo; sin embargo, no puedo penetrar, como yo querría, todo el sentido de la pregunta (…)Si buscas una definición general, ¿qué otra cosa es que la capacidad de mandar a los hombres?
SÓCRATES Pero dime, Menón: ¿consiste la virtud de un hijo o de un esclavo en ser capaz de mandar a su dueño?
Menón: Mira, Sócrates, ya había yo oído antes de conocerte que tú no haces otra cosa que confundirte tú y confundir a los demás; y ahora, según a mí me parece, me estás hechizando y embrujando y encantando por completo, con lo que estoy ya lleno de confusión.


Laques, Diálogo sobre la valentía

A continuación compartimos otro diálogo platónico llamado "Laques". Este es el nombre de un famoso militar ateniense y el diálogo gira en torno al "valor" o la "valentía".

Al comienzo del libro Laques discute con unos amigos sobre si es conveniente o no educar a los jóvenes en el ejercicio de las armas. Para algunos era conveniente porque les permitiría comprender el arte de la táctica y la estrategia, al mismo tiempo que infundía valor en los jóvenes. Laques quiere saber la opinión de Sócrates, ya que tanto se preocupa por la educación de los jóvenes. Pero como la mayoría de las veces, Sócrates no responde la pregunta, por el contrario, cree que es necesario en primer lugar preguntarse qué es el valor. Así comienza este apasionante diálogo.


Platón; Laques

"Sócrates: En primer lugar, Laques, nos esforzaremos en definir el valor, y en la forma de aconsejar a los jóvenes, en cuanto al ejercicio y al aprendizaje. Intenta pues definir qué es el valor.
Laques: “Por Zeus amigo Sócrates, que no es difícil. Si alguien quisiera permanecer en las filas al rechazar al enemigo, y no huyera, entiendo que sería valeroso.
Sócrates: Dices muy bien, Laques. Pero tal vez soy responsable porque no me he expresado bien: no has respondido de acuerdo a mi pregunta
Laques: ¿Qué dices Sócrates?
Sócrates: Veré si soy capaz de explicarlo: es valeroso, según afirmas, quien permanece en las filas luchando con los enemigos.
Laques: Así lo creo.
Sócrates: Y yo también. ¿Y el que no permanece, sino que lucha con los enemigos retrocediendo?
Laques: ¿retrocediendo?
Sócrates: Como hacen los escitas, que luchan mejor huyendo que atacando. El propio Homero alababa alguna vez a os caballos de Eneas, y dice, una y otra vez que eran tan rápidos en la persecución como en la huida. También elogia a al propio Eneas, por ser tan hábil  en huir, y dice que era maestro en la huida (...)
Laques: Es verdad Sócrates
Sócrates: te decía pues que soy yo el responsable de que no me hayas contestado bien, pues no te he preguntado con acierto. Deseo informarme no solo sobre los valerosos de infantería, los de caballería y todos los combatientes en general, sino también por los que se hallan en peligro en el mar, por los que sufren enfermedades, pobreza y son valerosos en la política, en las penas y temores, luchan contra los deseos y placeres, y se mantienen firmes en reemprender la lucha; pues también existen, Laques, quienes son valerosos en tales circunstancias.
Laques: Lo comprendo Sócrates


A. Carpio, Principios de filosofía.

La primer respuesta de Laques ("si un soldado queda en su puesto, y se mantiene firme contra el enemigo, y no huye") era demasiado estrecha,  porque se refería a un caso particular, de un ejemplo, pero Sócrates observa hay otros muchos casos de valentía, como el caso de los guerreros escitas, que luchaban retrocediendo: avanzaban a caballo, lanzaban sus flechas, y luego, rápidamente, volvían grupas y desaparecían.

La nueva definición de Laques (cierta persistencia del ánimo), en cambio, sufre del defecto contrario: es demasiado amplia, puesto que puede aplicarse a muchas actitudes.

Sócrates siempre pide que Laques le señale lo que es "idéntico en todos los casos”. Si alguien preguntara ¿qué es la belleza? la respuesta adecuada no podría consistir en decir: "María es bella", porque lo que se busca con la pregunta es lo que María tiene en común con todas las demás personas hermosas, y con todas las obras de arte, y con todos los paisajes hermosos, etc. 

Ahora bien, lo común a todos los casos no es ya nada particular, sino universal. Una manera de reformular la pregunta “¿qué es?”  Sería “¿En qué consiste?” Sócrates busca el "universal", lo que luego su discípulo Platón definiría como “esencia”.