jueves, 27 de enero de 2022

Rousseau y el problema de la libertad

 



 Más allá del intelecto, más allá de la razón, está la verdad. La verdad pura y desnuda. “he dejado, pues, a un lado la razón y he consultado la naturaleza”, dice Rousseau. Pero la naturaleza se encuentra dentro de nosotros mismos.

La naturaleza llama dentro nuestro interior, pero la conciencia se encuentra contaminada y extraviada por los vicios de una cultura artificial. Solo la sensibilidad es capaz de oír ese llamado. Es el llamado de la naturaleza, que habla dentro nuestro en el lenguaje de la sensibilidad.

Las ideas vienen desde afuera, “pero los sentimientos que las aprecian están dentro nuestro”. Podemos conocer la naturaleza humana mirando en nuestro interior.

El “estado de naturaleza” no es solo una hipótesis, es una realidad efectiva, es el sentimiento inmediato.

Esta actividad introspectiva no nos lleva al individualismo, al mirar en nuestro interior podemos conectar con la naturaleza humana. Esa introspección nos conecta con los otros y con todos los seres.

 El despertar de la conciencia nos exige una conducta ética de cuidado y respeto respecto con todo ser vivo.

El amor a sí mismo puede convertirse en amor a la humanidad y despertar una inspiración religiosa, moral, e incluso política, ya que habilita la posibilidad de crear un Yo común, conciliando así individuo y sociedad, coerción y libertad.

El hombre consciente de sí y de su propia naturaleza, conducido por el amor a la humanidad, es capaz de dejar a un lado su individualidad y hasta su propia felicidad. “La alegría de hacer felices a los demás es la más dulce de todas”. Su voluntad se purifica y obra como si en él estuviera obrando la humanidad.

Dice Kant. “gracias a Rousseau aprendí a honrar a los hombres”. Los pilares de la ética kantiana son la idea que todo ser humano es un fin en sí mismo, jamás un medio para; y la idea de que el sujeto debe obrar aspirando a la universalidad de sus actos. De este modo la libertad humana radica en la autodeterminación, no en la falta de determinación (libre albedrío). Libre es lo que por su sola naturaleza se determina.

La naturaleza humana no solo nos permite ser libres, nos exige que seamos libres. “Estamos condenados a ser libres” dice Sartre. No podemos no elegir, siempre decidimos. Quien simplemente se queja y pone excusas, quien no se hace responsable de sus actos, actúa de “mala fe”. La ética sartreana también se apoya en este principio roussoneano de buscar lo universal a través de la interioridad:

“el hombre que se compromete y que se da cuenta de que es no sólo el que elige ser, sino también un legislador, que elige al mismo tiempo que a sí mismo a la humanidad entera, no puede escapar al sentimiento de su total y profunda responsabilidad”

La libertad no solo es un “derecho natural inalienable”, sino también una obligación, un deber, una responsabilidad.  Es lo que nos hace personas, por lo tanto, debemos ser libres.

“Renunciar a la libertad es renunciar a la cualidad de hombres, a los derechos de humanidad e incluso a los deberes.”

También Sartre sostiene que el ser humano es el único ser sobre la tierra que se elige.

Por otro lado, el concepto de libertad está unido al desarrollo integral de la persona. Dice Mondolfo en su libro “Rousseau y la conciencia moral”:

“El principio de la personalidad presupone dos condiciones: el desarrollo integral y la actividad libre. Condiciones íntimamente ligadas entre ellas, porque solo el hombre que representa en sí una totalidad espiritual es capaz de ser libre y solo el hombre que desarrolla libremente sus actividades naturales es susceptible de convertirse en una totalidad integral. El que por la división del trabajo sea reducido a desarrollar sólo una fracción de su humanidad, pierde, con la capacidad de conformarse a la naturaleza y ser realmente sí mismo, la posibilidad de ser libre: (…)  pierde toda posibilidad de independencia; no es más un organismo capaz de autonomía.” (48)

Un hombre, que no logre desarrollarse de modo integral (culturalmente, intelectualmente, políticamente, económicamente, etc.) no es un hombre libre, por lo tanto, pierde su humanidad, su cualidad de persona. Vivir, dice en el Emilio, no es respirar, es obrar, es hacer  uso de nuestros órganos, de nuestros sentidos, de nuestras facultades, de todas las partes de nosotros mismos que nos dan el sentimiento de nuestra existencia” (Citado por Rodolfo Mondolfo)[1]

Podemos ver que la libertad del hombre es una cuestión ética, pero también política. Vivimos en una sociedad muy desigual, que permite la riqueza, la pobreza, la esclavitud a sueldo, donde muchísimas personas no pueden desarrollarse, íntegramente, dignamente. 

Por eso, para pensar la libertad seriamente, tenemos que pensarla no solo en términos éticos y antropológicos, sino también en términos políticos.

 

El contrato social

La filosofía política de Rousseau la encontramos fundamentalmente en El Contrato social, idea que había desarrollado con anterioridad Thomas Hobbes. Pero hay una enorme diferencia entre la teoría hobbesiana del contrato social y la de Rousseau. Según Hobbes no es la benevolencia de los hombres sino su egoísmo lo que funda el estado (“el hombre es lobo para el hombre”), y su instauración “representa, no la garantía, sino la renuncia del derecho natural” (Mondolfo, Rousseau y la conciencia social, 63)

En la teoría de Hobbes el hombre renuncia a su autonomía, a su infinita libertad natural y la delega a una sola persona, el Rey, en post de la paz social. Se pierde libertad, pero gana seguridad.

En la concepción de Rousseau el pacto social no implica la entrega de la soberanía ni la perdida de libertad, el pacto social es un acuerdo de voluntades, es un sometimiento a la voluntad general, al bien común. Lo que limita la libertad, la autonomía, es la propia autodeterminación. Por eso para Rousseau el estado ideal es la democracia directa. Y si no puede ser directa debe al menos ser representativa. Y de no ser posible, al menos, quien o quienes gobiernen deben hacerlo siguiendo la voluntad general.

Por otro lado, para Rousseau el contrato no se realiza a causa del egoísmo humano, porque el hombre, si bien es egoísta, también es empático, y puede ser solidario, cooperativo, bondadoso. Los peores vicios de los hombres no provienen de su propia naturaleza, sino de la civilización: la ambición, la competencia, el engaño, etc.

¿Cuál es la causa del contrato social entonces? ¿De dónde proviene la necesidad de crear un Estado civil?

Recordemos las palabras del Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres:

“El primer hombre a quien, cercando un terreno, se lo ocurrió decir esto es mío y halló gentes bastante simples para creerle fue el verdadero fundador de la sociedad civil. ¡Cuántos crímenes, guerras, asesinatos; cuántas miserias y horrores habría evitado al género humano aquel que hubiese gritado a sus semejantes, arrancando las estacas de la cerca o cubriendo el foso: «¡Guardaos de escuchar a este impostor; estáis perdidos si olvidáis que los frutos son de todos y la tierra de nadie!»” (Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres)

Es la creación de la propiedad privada lo que lleva a los hombres a crear el Estado civil. Sin embargo, en la visión de Rousseau esto no significó un avance, sino un retroceso. El hombre en estado de naturaleza vivía feliz y pacíficamente, pero con la creación de la propiedad privada comienza una serie de conflictos: la avaricia, la envidia, el robo, la necesidad de defenderse, la venganza, la acumulación de riqueza, la pobreza.

Es por eso que Rousseau propone un nuevo pacto social que asegure la igualdad y que ponga límites a la propiedad privada.

Con esto surgen nuevos dilemas políticos y económicos ¿Debe la propiedad privada tener un límite? ¿Se puede ser libre si se depende económicamente de otra persona? ¿es posible la libertad sin igualdad?

 

La propiedad privada

Locke, en su tratado sobre el gobierno civil (1690) abordó ambas problemáticas, el de la de la libertad y el de la propiedad, antes que Rousseau. También defendió la idea de ciertos derechos individuales naturales inalienables: el derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad privada. Todo hombre, sostenía Locke, tiene derecho sobre su persona, sobre su actividad y por lo tanto sobre el fruto de su actividad. De este modo, si bien la tierra no es de nadie, porque Dios nos la dio a todos, puede un hombre apropiarse de un terreno. El derecho sobre el mismo se lo da el trabajo. Quien trabaje la tierra tiene derecho sobre sus frutos. Este es un derecho natural, que el contrato social debe reivindicar. Aun así Locke pensó en ciertos límites a esta propiedad:

“Cada uno tiene derecho a todo aquello que pueda adquirir mediante su propio trabajo, y nada más. En segundo lugar, cada uno tiene derecho a adquirir todo aquello que pueda consumir antes de que se estropee, y nada más. Y cada uno tiene derecho a acumular siempre que deje en cantidad suficiente y de la misma calidad para los demás.”

Sin embargo, estos límites a la propiedad privada desaparecen con la invención del dinero, pues el dinero no se echa a perder y no impide que otro pueda adquirirlo. Por lo tanto, según Locke, es legítimo acumular dinero ilimitadamente. De este modo Locke se convirtió en el gran fundador del pensamiento liberal.

¿Pero qué libertades era las que defendía Locke? Eran las libertades que reclamaba la burguesía tras la revolución inglesa: libertad para comercializar, libertad de credo, libertad política (poder participar del parlamento). A su manera Locke fue un revolucionario, se opuso a la Monarquía absoluta, defendió el derecho a la rebelión, propuso la democracia representativa como forma de gobierno, defendió los derechos del individuo de las arbitrariedades del poder monárquico y propuso la separación de la iglesia del Estado.

Sin embargo, su pensamiento político no fue tan revolucionario como el de Rousseau. Locke acotó su análisis de la naturaleza humana al terreno de la vida material, dejando de lado el desarrollo espiritual. Es justamente ese humanismo y esa sensibilidad espiritual lo que lo convierten a Rousseau en el gran representante intelectual de la posterior revolución francesa, con sus ideales de igualdad, libertad y fraternidad.

¿Qué es lo que vemos cuando miramos a nuestra sociedad? Una de las frases más famosas de Rousseau dice:

“El hombre nace libre, pero en todos lados está encadenado”

Recordemos nuevamente la idea de desarrollo integral:

El que por la división del trabajo sea reducido a desarrollar sólo una fracción de su humanidad, pierde, con la capacidad de conformarse a la naturaleza y ser realmente sí mismo, la posibilidad de ser libre.

En una época en la que la burguesía pedía a gritos libertad para negociar Rousseau ya estaba denunciando que los trabajadores no eran libres, porque se veían atados a un sistema de producción del cuál no podían escapar y a un contrato social que garantizaba la desigualdad y la falta de libertad. Por eso el nuevo pacto social debe revertir las cosas. Dice Rousseau:

“en cuanto a la riqueza, que ningún ciudadano sea bastante opulento como para poder comprar a otro, y ninguno tan pobre como para verse obligado a venderse.”

Este es el límite que el pacto debe poner a la propiedad privada. Recordemos que en la concepción de Rousseau libertad y determinación no se excluyen. La libertad supone el límite, pero el límite autoimpuesto. Y por otro lado, la libertad va de la mano con el desarrollo integral de la persona. ¿Puede alguien ser libre si se ve obligado a venderse? ¿Puede el trabajador esclavizado de la sociedad capitalista desarrollarse íntegramente como persona?

La denuncia de Rousseau a su momento histórico, e indudablemente también al nuestro, es que nuestra naturaleza humana está corrompida por los valores de una civilización individualista, competitiva, mentirosa, superficial, hipócrita. Por eso es necesario un nuevo pacto social que, en lugar de basarse en la propiedad privada y la libre competencia, se base en la voluntad general y el bien común, que permita el desarrollo de la interioridad espiritual de cada ciudadano. Por este medio los ciudadanos “podrán identificarse por fin con el más grande Todo, sentirse miembros de la patria, amarla con ese sentimiento exquisito que todo hombre aislado sólo tiene para sí mismo” (Artículo Economie politique en la Enciclopedia, citado por Mondolfo, pag 71)

 

 

 

 

 

 

 



[1] Esta manera de pensar la libertad, como una autodeterminación, como un obrar no por la coacción externa, sino por una autodeterminación basado en el amor y respeto a lo universal que hay dentro nuestro, recuerda nuevamente la ética kantiana. Y la idea de que la libertad va de la mano del desarrollo integral del hombre la podemos encontrar en la concepción marxista del hombre alienado.