miércoles, 5 de agosto de 2015

Aristóteles y el justo medio



Aristóteles Nació en Estagira, Macedonia, en el 384 a.C, Fue el mejor discípulo de Platón, pero no el más fiel a sus ideas. Fue el tutor de Alejandro magno cuando éste tenía 13 años. A la edad de 49 años fundó el Liceo, en Atenas. Se supone que escribió más de 400 obras y que escribió y dictó clases sobre botánica, zoológia, física, metafísica, lógica, poética y ética. 



El fin de la vida

“Si ya se de antemano que este tren no llegará nunca a destino ¿para qué abordarlo? Si ya se de antemano que todo lo que leo no lo recordaré, ¿para qué leer? Si ya se de antemano que el amor no es eterno, ¿para qué amar? Si ya se de antemano que nos vamos a morir, ¿para qué vivir?” Darío Sztajnszrajber

La ética aristotélica suele definirse como "finalista", ya que considera que cada uno de nuestros actos se encamina a un fin o una meta. Pero generalmente nuestras metas son medios para conseguir otras metas. Así muchos estudian para tener un título, y quieren un título para conseguir un buen trabajo, y quieren un buen trabajo para tener dinero, y así la cadena de metas y medios continúa. Pero ¿cuál es el fin último? ¿Qué cosa es la que buscamos en el fondo? Si cada vez que nos propusiéramos un fin éste se transformara en medio para otra cosa, y esta cadena de fines se prolongara indefinidamente, nuestro mismo obrar acabaría por carecer de sentido. Por eso Aristóteles sostiene que debe existir un fin último, un fin en sí mismo, que no se busque como medio para conseguir otra cosa.

Ese “fin último” del que habla Aristóteles , este “bien superior”, debe tener dos características: la de ser autosuficiente, es decir, la de ser buscado por sí mismo, y no como medio para otra cosa; y la de ser perfecto, es decir, la de ser el fin más elevado posible.

Aristóteles señala tres tipos de bienes que suelen ser deseados por los hombres: 

• El placer: esto es, que la felicidad se relaciona con la gratificación de los sentidos y las sensaciones.

• Los honores: en la época de Aristóteles los honores eran representados por los cargos públicos, hoy equivaldría a lograr fama y popularidad.

• Las riquezas: la felicidad reside en poder poseer aquello que deseamos.

Aristóteles rechaza estas respuestas. Con respecto al primero, si bien es final ya que no se busca con miras a otra cosa, no vuelve al hombre autárquico ya que lo lleva a depender del objeto de placer, como ocurre en el caso del alcohol, el tabaco o las drogas por ejemplo, y no es digno del hombre dotado de un alma racional.

Con respecto al segundo, tampoco es admi­sible, ya que "los honores están más en quien los da que en quien los recibe"; como tales, podríamos añadir, pueden ser entregados y/o quitados arbitrariamente, mientras que "el verdadero bien debe ser algo propio y difícil de arrancar", y los que los persiguen lo hacen para persuadirse a sí mismos de su propia virtud.

Finalmente tampoco es aceptable la riqueza porque la vida de lucro es antinatural; los negocios destruyen el ocio —necotium— que es el tiempo libre dedicado a la reflexión y además, la riqueza es claramente un medio y no fin en sí mismo.

Entonces ¿Cuál es el fin último? En el Libro I, Capítulo 4 de la Ética a Nicómaco dice: 

“La palabra que la designa es aceptada por todo el mundo, el vulgo, como las personas ilustradas llaman a este bien supremo felicidad, y, según esta opinión común, vivir bien, obrar bien es sinónimo de ser dichoso. Pero en lo que se dividen las opiniones es sobre la naturaleza y la esencia de la felicidad, y en ese punto el vulgo está muy lejos de estar de acuerdo con los sabios. Unos los colocan en las cosas visibles y que resaltan a los ojos, como el placer, la riqueza, los honores; mientras que otros la colocan en otra parte. Añadid a estoque la opinión de un mismo individuo varía muchas veces sobre este punto; enfermo, cree que es la salud; si es pobre, la riqueza; o bien cuando uno tiene conciencia de su ignorancia, se limita a admirar a los que hablan de la felicidad en términos pomposos, y se trazan de ella una imagen superior a la que aquel se había formado. A veces se ha creído, que por encima de todos estos bienes particulares existe otro bien en sí, que es la causa única de que todas estas cosas secundarias sean igualmente bienes.” 

Recordemos que el fin último debe ser algo relacionado con lo que es más elevado en el hombre (perfecto), y algo que se busque por sí mismo y sea capaz de volver al hombre dueño de sí mismo (autosuficiente). ¿Y cuál es la parte más elevada del hombre? Aquella que lo distingue de otros seres vivos. El hombre comparte con los animales la capacidad de respirar, de alimentarse y de sentir, pero la racionalidad es exclusivamente suya. La parte más elevada del hombre es su razón, y en consecuencia la virtud superior es la búsqueda del conocimiento más elevado, esto es, de la sabiduría. El adquirir sabiduría depende de cada uno de nosotros y no de otras personas, como ocurre con los honores; además, no nos esclaviza a objetos (el alcohol, por ejemplo) como ocurre en el caso del placer. Por ello, sólo la sabiduría volverá al hombre autárquico. Para Aristóteles, pues, la vida mejor es la contemplativa, dedicada a la reflexión y al estudio, es decir a adquirir sabiduría.

¿Cómo se logra la felicidad?

Aristóteles admite que además de la sabiduría hay otras virtudes, a las que él llama éticas o del carácter. La prudencia es una virtud indispensable para saber qué es lo que hay que hacer, cuándo debe ser hecho, cuál es el momento oportuno para hacerlo, y cómo debe ser hecho. Y "la virtud es un hábito de elección, una cualidad que depende de nuestra voluntad, consistiendo en este medio que hace relación a nosotros, y que está regulado por la razón en la forma que regularía el hombre verdaderamente sabio. La virtud es un medio entre dos vicios, que pecan, uno por exceso, otro por defecto"

La virtud moral entonces se logra con la práctica, cuando se adquiere el hábito de elegir prudentemente, evitando los vicios y controlando los impulsos instintivos. De este modo elegiremos siempre el término medio entre un exceso y un defecto. Así, la valentía, por ejemplo, es el término medio entre la cobardía, que es una carencia de valor, y la temeridad, un exceso de valor que lleva a la inconsciencia ante el peligro. La generosidad es el término medio entre la avaricia (defecto) y el despilfarro (exceso). La educación es el término medio entre el descaro (exceso) y la timidez (defecto). La amabilidad es el término medio entre la hostilidad (defecto) y la adulación (exceso). Estos son algunos ejemplos que da el mismo Aristóteles.

Así que, en las decisiones que tomemos día a día, no debemos dejarnos llevar por nuestros impulsos, deseos y emociones (ira, rabia, miedo, pasión, impaciencia, etc.) sino que nuestra guía debe ser siempre la razón, sólo serán buenas las decisiones las que nos conducirán a la felicidad.





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