domingo, 10 de julio de 2016

Gaarder, el Mundo de Sofía, El empirismo


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-Los empiristas, o filósofos de la experiencia, más importantes fueron Locke, Berkeley y Hume. El primero fue el inglés John Locke, que vivió entre 1632-1704. Su libro más importante se tituló Ensayo sobre el conocimiento humano y fue publicado en 1690. Locke intenta aclarar dos cuestiones. En primer lugar pregunta de dónde recibe el ser humano sus ideas y conceptos. En segundo lugar si podemos fiarnos de lo que nos cuentan nuestros sentidos.

No tenemos ninguna idea innata sobre el mundo. En realidad no sabemos nada de este mundo en el que nos han colocado antes de haberlo visto, Si tenemos una idea o un concepto que no se puede conectar con hechos experimentados, se trata de un concepto o de una idea falsa.

Antes de captar algo con los sentidos, la conciencia está tan vacía y falta de contenido como la pizarra antes de en­trar el profesor en la clase. Locke también compara la concien­cia con una habitación sin amueblar. Pero luego empezamos a captar con los sentidos. Vemos el mundo a nuestro alrededor, saboreamos, olemos y oímos. Y nadie lo hace con más intensi­dad que los niños pequeños. De esta manera surgen lo que Locke llama «ideas simples de los sentidos». Pero la conciencia no sólo recibe esas impresiones externas de un modo pasivo. Algo sucede también dentro de la conciencia. Las ideas simples de los sentidos son elaboradas mediante el pensamiento, el razonamiento, la fe y la duda. Así surge lo que Locke llama “ideas de reflexión de los sentidos». Como ves, distingue entre «sentir» y «reflexionar». Pues la conciencia no es siempre una receptora pasiva. Ordena y elabora todas las sensaciones que entran poco a poco en la conciencia (...) Pero todo el material de nuestro conocimiento sobre el mundo entra al fin y al cabo por los sentidos. Por lo tanto, los conocimientos que no pueden derivarse de sensaciones simples, son conocimien­tos falsos y deben ser rechazados." 

Al menos podemos estar seguros de que lo que vemos y oímos, olemos y saboreamos es como verdaderamente lo sen­timos.

Sí y no. Esta es la segunda pregunta a la que Locke in­tenta contestar. Primero ha contestado a la pregunta dónde re­cibimos nuestras ideas y conceptos. Pero luego también se pre­gunta si el mundo realmente es como nosotros lo percibimos. Porque eso, Sofía, no resulta tan evidente. No hay que precipi­tarse demasiado. Eso es lo único que un filósofo no se puede permitir.

No digo nada.

Locke distinguía entre lo que llamaba cualidades «primarias» y «secundarias» de los sentidos. En este punto entronca con los filósofos anteriores a él, por ejemplo con Descartes.

–¡Explícate!

Con «cualidades primarias de los sentidos», se refiere a la extensión de las cosas; su peso, forma, movimiento, nú­mero. En cuanto a estas cualidades podemos estar seguros de que los sentidos reproducen las verdaderas cualidades de las cosas. Pero también captamos otras cualidades de las cosas. Decimos si algo es dulce o agrio, verde o rojo o frío o caliente. Locke llamaba a éstas «cualidades secundarias de los sentidos». Y estas sensaciones, como color, olor, sabor o sonido, no refle­jan las verdaderas cualidades que son inherentes a las cosas mismas, sino que sólo reflejan la influencia de la realidad exte­rior sobre nuestros sentidos. 

(...)

En la época de Hume estaba muy extendida la creencia de que había ángeles. Al decir «ángel», nos referimos a una fi­gura de hombre con alas. ¿Has visto alguna vez un ángel, Sofía?
No.
–¿Pero habrás visto una figura de hombre?
Qué pregunta más tonta.
–¿También has visto alas?
Claro que sí, pero nunca en una persona.
Según Hume, «ángel» es un concepto compuesto. Consta de dos experiencias diferentes que no están unidas en la reali­dad, pero que, de todos modos, en la imaginación del hombre han sido conectadas. Se trata pues de una idea falsa que inme­diatamente debe ser rechazada. De la misma manera tenemos que ordenar nuestros pensamientos e ideas. Hume djjo. «Cuan­do tenemos un libro en la mano, preguntémonos: ¿Contiene al­gún razonamiento abstracto referente a tamaños y cifras? No. ¿Contiene algún razonamiento de experiencia referente a he­chos y existencia? No. Entonces déjaselo a las llamas, pues no contiene nada más que pedantería y quimeras». 

(...)

Era bastante listo. ¿Qué pasa con Descartes que tenía una idea clara y nítida de Dios?
También a esta pregunta Hume te ofrece una respues­ta. Digamos que nos imaginamos a Dios corno un ser infinitamente «inteligente, sabio y bueno». Tenemos, pues, una idea «compuesta» que consta de algo infinitamente inteligente, algo infinitamente sabio y algo infinitamente bueno. Si nunca hubiéramos conocido la inteligencia, la sabiduría y la bondad, nunca podríamos haber tenido tal concepto de Dios. Quizás también esté en nuestra idea de Dios el que sea un «padre se­vero pero justo», es decir, una idea compuesta por «padre», «severo» y justo». Después de Hume, muchos críticos de la re­ligión han señalado que el origen de esa idea de Dios puede encontrarse en cómo percibíamos a nuestro propio padre cuando éramos pequeños. La idea de un padre ha conducido a la idea de un «padre en el Cielo», se ha dicho.

(...)

-Según Hume, «ángel» es un concepto compuesto. Consta de dos experiencias diferentes que no están unidas en la reali­dad, pero que, de todos modos, en la imaginación del hombre han sido conectadas. Se trata pues de una idea falsa que inme­diatamente debe ser rechazada. De la misma manera tenemos que ordenar nuestros pensamientos e ideas. Hume djjo. «Cuan­do tenemos un libro en la mano, preguntémonos: ¿Contiene al­gún razonamiento abstracto referente a tamaños y cifras? No. ¿Contiene algún razonamiento de experiencia referente a he­chos y existencia? No. Entonces déjaselo a las llamas, pues no contiene nada más que pedantería y quimeras».

(...)

–Espero que Hume no pretenda negar que yo soy yo. En ese caso se convierte en un mero charlatan.
–Sofía, hay una sola cosa que quiero que aprendas me­diante este curso de filosofía, y es que no debes precipitarte en sacar conclusiones.
–Sigue.
–No, tú misma puedes emplear el método de Hume pa­ra analizar lo que consideras tu «yo».
–Entonces debo, ante todo, preguntarme si la idea del «yo» es una idea simple o compuesta.
–¿A qué respuesta llegas?
–Tengo que admitir que me siento bastante «compues­ta». Por ejemplo, tengo muy mal genio. Y a veces me resulta di­fícil decidirme por algo. Además puede gustarme o disgus­tarme una misma persona.
–Entonces el concepto «yo» es una «idea compuesta».
–Vale. Ahora he de preguntarme si tengo una «impre­sión compuesta» correspondiente a mi propio «yo». La tendré. Supongo que la tengo constantemente.
–¿Hay algo que te hace dudar sobre este aspecto?
–Voy cambiando constantemente. No soy la misma hov que cuando tenía cuatro años. Tanto mi humor como mi juicio sobre mí misma cambian de minuto en minuto. De vez en cuando ocurre que me siento como una «nueva persona».
–De modo que esa sensación de tener un núcleo inalte­rable de personalidad es falsa.

(...)

-¿Cómo pue­des estar tan segura de que la piedra caerá siempre al suelo?
Lo he visto tantas veces que estoy completamente segura.
Hume diría que has experimentado muchas veces que una piedra cae al suelo. Pero no has experimentado que siempre caerá. Se suele decir que la piedra cae al suelo debido a la ley de la gravedad. Pero nunca hemos experimentado tal ley. Solamente hemos experimentado que las cosas caen.
–¿No es lo mismo?
No del todo. Dijiste que crees que la piedra caerá al suelo porque lo has visto muchas veces. Y ése es el punto clave de Hume. Estás tan acostumbrada a que una cosa suceda a otra, que siempre esperas que ocurra lo mismo cuando inten­tas soltar una piedra. Así surgen las ideas sobre lo que llama­mos leyes inquebrantables de la naturaleza. 

(...)

Hume no era cristiano, pero tampoco era un ateo convencido. Era lo que llamamos un ag­nóstico. 
–¿Y eso qué significa?
–Un agnóstico es alguien que no sabe si existe un Dios. Cuando Hume recibió en su lecho de muerte la visita de un amigo, el amigo le preguntó si no creía en una vida después de la muerte. Se dice que Hume contestó: «También es posible que un trozo de carbón puesto al fuego no arda». 
–¿Ah sí?
–La respuesta es típica de su falta total de prejuicios. Sólo aceptó como verdadero aquello sobre lo que tenía sen­saciones seguras. Y mantuvo abiertas todas las demás posibili­dades. 

(...)

También en lo que se refiere a la ética y la moral, Hu­me se rebeló contra el pensamiento racionalista. Los raciona­listas habían opinado que es inherente a la razón del hombre el saber distinguir entre el bien y el mal. Esta idea del llamado derecho natural está presente en muchos filósofos desde Sócrates hasta Locke. Pero según Hume, no es la razón la que de­cide lo que decimos y lo que hacemos.
–¿Entonces qué es?
Son nuestros sentimientos. Si te decides a ayudar a alguien necesitado de ayuda, son tus sentimientos, no tu razón, lo que te pone en marcha. 

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