viernes, 17 de julio de 2015

La vida después de la muerte

en la Grecia antigua




Muchas religiones actuales consideran que el hombre puede acce­der, después de la muerte, a un premio o a un castigo eterno, según su comportamiento en la vida terrenal. 

Esta idea hubiera sonado muy extraña a los oídos de los griegos pues, para ellos, sólo la vida tenía valor. Cuando el hombre moría, se transformaba en una sombra que debía vagar eternamente por el rei­no de Hades. Salvo unas pocas excepciones, no recibía el hombre un premio o un castigo. 

Por eso, la religión olímpica no exigía que se conservasen los cadáveres por medios artificiales, como hacían los egipcios a través de la momificación. Los griegos cremaban a los difuntos, porque el muerto pertenecía a otro reino, y su alma deseaba romper los lazos que lo unían al mundo de los vivos. La cremación apresuraba esta ruptura y lo liberaba. Ni siquiera los dioses, salvo los subterráneos, tenían poder sobre los muertos.
Mitos clasificados I

                           Hades, el mundo de los muertos


El mundo de los muertos de los griegos era el Hades y se representaba como un reino bajo la tierra, aunque según algunas fuentes se encontraba en la zona más alejada de Occidente, en el confín del mundo. Tras la muerte, las almas de los muertos llevaban una existencia apesadumbrada e incómoda como espíritus o sombras no corpóreas. Primero llegaban hasta el límite de este reino con Hermes, el mensajero de los dioses, en su tarea de «guía de las almas»-

Los fallecidos entraban al inframundo cruzando el río Aqueronte, eran llevados por el barquero Caronte, quien cobraba por el pasaje un óbolo, pequeña moneda que ponían sobre los labios del difunto sus piadosos familiares. Los indigentes y los que no tenían amigos ni familias vagaban por la tierra sin descanso. El otro lado del río era vigilado por Cerbero, el perro de tres cabezas que fue derrotado por Heracles.





Al llegar al antepatio del palacio de Hades  los muertos se sometían al juicio de los tres jueces del inframundo: Minos y Radamantis, antiguos reyes de Creta, y Eaco, antiguo rey de Egina.

Después de esto la mayoría de los muertos quedaban despo­seídos de su cuerpo, su sangre y sus emociones, sin conciencia humana en este nuevo lugar para ellos. Una vez que habían bebido el agua del pozo de Letos, que significa «olvido», perdían la memoria de su existencia terrenal.

Aunque la existencia en este mundo no fuese una tortura, se trataba de una estancia tediosa, como atestiguó Aquiles al asegurarle a Odiseo, tras su visita al Hades:
"Preferiría, estando en la tierra, trabajar a sueldo para otro, para un hombre sin suerte, que no tuviera muchos recursos, más que reinar entre todos los muertos, que han perecido...” (2014: XI, 482-491).


En pocas palabras, es mejor ser sirviente en una casa pobre antes que ser rey de todas las almas del mundo de los muertos.

Había excepciones: aquellos que se hubiesen distinguido por sus virtudes y su justicia podían vivir en un lugar más confortable, los Campos Elíseos. Se trataba de un privilegio para unos pocos. Según Homero, Menelao, esposo de Helena, pudo permanecer allí tras su muerte.

El Tártaro estaba en la zona más oscura y profunda del Hades. Allí quedaron confinados los titanes y aquellos que habían cometido crímenes horrendos, como Sísifo, que debía hacer rodar una roca hacia lo alto de una colina para empezar inmediatamente des­pués de que se cayese. No había escape posible del Hades, y cualquiera que intentase huir se convertía en presa del terrible perro de tres cabezas Cerbero.





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