miércoles, 15 de julio de 2015

Los filósofos y su idea de Dios


Aristóteles y el Motor Inmóvil

En el mundo hay cosas que se mueven. Ahora bien, según el principio de causalidad, todo lo que se mueve es movido por otra cosa. Por lo tanto, si lo que mueve a otro es también movido, es necesario que otro lo mueva. Pero esta serie de motores no puede ser infinita, porque de otro modo no habría comienzo. Por esto Aristóteles llega a la conclusión de que debe existir una causa incausada, un primer motor que no sea movido por nadie, un motor inmóvil. Motor porque pone en movimiento, e inmóvil porque no es movido. 

"Entre las cosas que existen –dice Aristóteles- una es mejor que la otra; de allí que exista una cosa óptima, que debe ser la divina".

Por ello el motor inmóvil es comparado con Dios ya que él es el primero y no es sustentado por nadie sino por él mismo. Ese Ser, sin embargo, no aparece como creador del mundo, porque según Aristóteles el mundo es eterno. 

Esta demostración de la existencia de Dios recibe el nombre de "prueba por el movimiento" y la expone en el libro VIII de su Física y en el libro XII de Metafísica, siendo un claro antecedente de la prueba por el movimiento que más tarde encontraremos en Sto. Tomás.

Santo Tomás y las cinco vías 


Santo Tomás de Aquino es el filósofo en quien la filosofía escolástica, y en general la cristiana, llega a su forma más perfecta. Es un caso curioso como pensador. Porque aunque no pueda decirse que carezca de originalidad no es el filósofo audaz de los descubrimientos revolucionarios; por el contrario, su extraordinario genio reside más bien en su notabilísima capacidad para combinar la fe cristiana con la filosofía aristotélica. Tal es así que su filosofía suele definirse como un Aristitelismo cristiano. Su solución al problema de las relaciones entre razón y fe representa un "modelo" de equilibrio y es la actitud dominante en la filosofía cristiana, y, en general, en toda filosofía que pretenda marchar de la mano con las preocupaciones religiosas. Y las demostraciones o vías merced a las cuales puede llegarse, mediante la razón, a conocer la existencia de Dios son un verdadero ejemplo de rigor en la argumentación filosófica. Cinco son las vías que enumera y describe Santo Tomás y todas están basadas en el argumento aristotélico, aunque con algunas particularidades. 





1) Vía del movimiento:
La llama "cosmológica" deducida de la física y metafísica aristotélica. Es innegable, y consta a los sentidos, que en el mundo existen seres que se mueven; ahora bien, todo lo que se mueve es movido por otro, y este otro es movido por otro y así sucesivamente; luego se hace necesario llegar a un primer motor que no sea movido por nadie = Dios, motor inmóvil.

2) Vía de la causalidad eficiente:
"En el mundo, los seres y lo que existe, aparecen como efecto producido por una causa; ahora bien, esa causa es efecto de otra. y esa otra de otra y así sucesivamente; luego se hace necesario llegar a una causa primera que sea Causa Incausada = Dios.

3) Vía de la contingencia de los seres:
"En el mundo existen seres 'contingentes', es decir, que no existen por si mismos; ahora bien, si no existen por si necesitan de otros y estos de otros y así sucesivamente; luego se hace necesario llegar a la existencia de un Ser necesario, que exista por si mismo = Dios"

4) Vía de los grados de perfección:
"Existen seres en el mundo que manifiestan diversidad de grados de perfección; ahora bien, la existencia de perfecciones desiguales y limitadas en los seres exige la existencia de perfecciones más perfectas en otros seres, y así sucesivamente; luego se hace necesario la existencia de un Ser Perfecto = Dios".

5) Vía del orden cósmico:
"El mundo no es un 'caos' sino que manifiesta un 'orden'; ahora bien, este orden y finalidad que se manifiesta hasta en los seres que no tienen inteligencia, no ha podido provenir de si mismos, pues el orden exige una inteligencia ordenadora; luego debe existir un Ordenador Supremo = Dios".



Descartes y el argumento ontológico



Los racionalistas piensan que todo se puede explicar con la razón, al modo matemático, partiendo de ciertas verdades evidentes y deduciendo de ellas todas las demás. El origen del conocimiento ha de estar, pues, en ciertas ideas intuidas como evidentes.

Del mismo modo que un físico matemático dedujo la idea de movimiento curvo a partir de las ideas de movimiento rectilíneo y de fuerza, Descartes dedujo la idea de Dios a partir de las ideas de perfección y de causa.

Todo el mundo posee la idea de Dios, crea o no en él. Esta idea no puede en modo alguno proceder de la experiencia, porque no hay nada en el mundo que se le parezca. Tampoco puede proceder del hombre, pues "de lo finito no puede nacer lo infinito"; ni de lo imperfecto lo perfecto. Por lo tanto, esta idea de un ser superior ya tiene que haber nacido con migo; es una idea Innata. ¿Cuál puede ser la causa de su existencia sino el mismo Dios, quien todo lo creó?

El punto de partida del argumento ontológico se encuentra en el concepto mismo de Dios. Veamos uno de los argumentos de Descartes:
"Por el nombre de Dios entiendo una sustancia infinita, eterna, inmutable, independiente, omnisciente, omnipotente y por la cual yo mismo y todas las otras cosas que existen (si es verdad que existe alguna) han sido creadas y producidas. Ahora bien, estas excelencias son tan grandes y tan eminentes que, cuanto más atentamente las considero, menos convencido estoy de que la idea que tengo de ellas pueda tener su origen sólo en mí. Y, en consecuencia, hay que concluir necesariamente de todo lo que he dicho anteriormente que Dios existe."

El concepto de Dios implica la perfección. Ahora bien, a la perfección no puede faltarle nada, entonces ¿cómo puede un ser perfecto carecer de existencia? Si Dios es perfecto tiene que existir. Esa Idea que tengo en mi mente de un Dios único, perfecto, todopoderoso, no solo existe en mi mente, sino que existe en sí misma, es real, tan real como yo o el resto de los seres. 


Resumiendo, Descartes dice que la primera certeza es que yo existo. La segunda es que existe un ser Perfecto. Una vez que sabemos que existe un ser perfecto y bondadoso, que no nos puede engañar, tenemos garantía de que todo lo que veamos evidente, es verdadero. Recordemos la famosa hipótesis del Genio Maligno (que quería engañarme en todos mis pensamientos), esta cae por tierra al argumentar la existencia de Dios, ya que este que es benigno y poderoso no permitiría la existencia de semejante ser.




Descartes, Meditaciones metafísicas, Tercer meditación: De Dios, que existe:


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Hume y el escepticismo

Poco antes de morir Hume escribió un libro llamado "diálogos sobre la religión natural", en el cual participan tres personajes, Demea el ortodoxo, Cleantes el naturalista y Filo que a veces es escéptico. Allí se debaten muchos argumentos a favor y en contra de la existencia de Dios. Uno de los fragmentos más conocidos es el siguiente:


"¿Y es posible, Cleantes, dijo Filón, que después de todas estas reflexiones y de infinitas más que podrían sugerirse, sigas perseverando en tu antropomorfismo y asegures que los atributos morales de la Deidad, su justicia, benevolencia, generosidad y rectitud son de la misma naturaleza que esas virtudes tal y como se dan en las criaturas humanas? Concedamos que su poder es infinito; todo lo que Él quiere, se hace. Pues bien: como ni el hombre ni ningún animal son felices, hemos de concluir que Él no quiere su felicidad. Su sabiduría es infinita; jamás se confunde al elegir los medios que le llevan a un fin determinado. Pero ocurre que el curso de la Naturaleza no tiende a la felicidad del hombre o del animal; por lo tanto, no ha sido establecida para este propósito. No hay en toda la gama del conocimiento humano unas inferencias que sean más ciertas e infalibles que éstas. ¿En qué sentido, por tanto, puede decirse que su benevolencia y generosidad se asemejan a la benevolencia y generosidad de los hombres? Las viejas preguntas de Epicuro están todavía sin respuesta: ¿Es que quiere evitar el mal y es incapaz de hacerlo? Entonces, es que es impotente. ¿Es que puede, pero no quiere? Entonces es malévolo. ¿Es que quiere y puede? Entonces, ¿de dónde proviene el mal?"

La crítica a la existencia de Dios a través del argumento del mal es una de las más recurrentes que ha tenido que enfrentar el cristianismo. Mucho tiempo antes de que Hume escribiera esta obra San Agustín buscó una explicación sobre el origen del mal fuera de Dios.


San Agustín, el mal como ausencia del bien

Agustín consideraba que el mal, tanto físico como moral, no puede ser objeto de creación divina, porque denotaría imperfección. Por lo tanto considera que la existencia del mal es simple "carencia", privación, y en cuanto tal, no es algo realmente existente.

En la teoría de Agustín el mal se introduce al mundo a partir de la aparición del pecado, es decir, de la desobediencia de nuestros primeros padres al plan divino; luego el mal es responsabilidad del hombre, producto de su ignorancia o de la debilidad de la voluntad humana, que hace uso indebido de su libertad:

"Por dos causas pecamos: o por no ver aún lo que debemos hacer, o por no hacer lo que ya vemos no se debe hacer; lo primero es mal de ignorancia; lo segundo, de flaqueza."

Por lo tanto el hombre debe retornar por medio de una vida purificadera a buscar a Dios y realizar en el mundo los planes de Dios.

Esta idea se encuentra representada en una leyenda ya popular. La misma tiene por protagonista al joven Einstein. No sabemos si la historia es cierta, lo que es cierto es que el argumento se basa en concepción agustiniana del mal.






Kant y las antinomias de la razón

Según Kant el conocimiento comienza con la experiencia, es necesario que los objetos se den a nuestra sensibilidad, que tengamos una intuición directa de los mismos para que podamos conocerlos. Luego, en el proceso del conocer interfiere el entendimiento, otorgando unidad y sentido al caos de sensaciones que nos envían los sentidos.

El conocimiento por lo tanto es un producto de nuestro entendimiento, es subjetivo. Resulta totalmente imposible para el hombre conocer las cosas en sí mismas, solo podemos conocer el “Fenómeno”, es decir, las cosas tal como se nos presentan, como se nos muestran; pero no tal como son.

Este conocimiento que el hombre logra no es absoluto, no lo conforma nunca por completo, no satisface sus más íntimas propensiones. La experiencia, en efecto, nos da siempre conocimiento de algo condicionado, es decir, en función de condiciones o limitaciones; por ejemplo, conocemos un hecho cuando logramos determinar su causa, pero esta causa a su vez es efecto de otra causa, y ésta de otra, y así sucesivamente. Y es fácil entonces darse cuenta de que jamás hallaremos fin, dentro de la experiencia, a la serie de las condiciones. La serie de las causas o condiciones, dentro de la experiencia, es una serie infinita. De este modo el entendimiento, por su propia naturaleza, se ve llevado a realizar síntesis cada vez más amplias, a buscar condiciones cada vez más vastas, hasta que llega un momento en que salta más allá de todo lo que la experiencia nos da, y aun más allá de todo lo que puede darnos. Es entonces cuando la razón produce tres ideas que Kant llama trascendentales: la idea de alma -como síntesis máximas de la experiencia interior-, la idea de mundo -como síntesis máxima de todo lo externo-, y la idea de Dios -como síntesis máxima de todo lo existente-. ¿Pero podemos conocer alguna de estas ideas? No, pero tampoco las podemos negar: 
“¿De dónde y cómo puede uno deducir, por medio de la pura especulación de la razón, la evidencia de que no existe un ser supremo como fundamento primero de todo…? "



Nietzsche: "Dios ha muerto"






Al revés de Descartes, Nietzsche piensa que Dios es solo un concepto, una idea creada por algunos hombres con el fin de dominar a otros hombres. Pero ¿cómo pudo esta fábula volverse una firme creencia? ¿Cómo puede la ficción volverse realidad? En El Ocaso de los Ídolos podemos leer:

“La otra idiosincrasia de los filósofos no es menos peligrosa; consiste en confundir lo postrero con lo primero. Ponen al principio como principio, lo que es lo último, desgraciadamente: los conceptos más altos, o sea los más generales, los conceptos más vacíos, la última presunción de la realidad que se oscurece. Y ésta es sólo la expresión de su manera de honrar; lo más alto no puede salir de lo más bajo; en general, no puede ser madurado… Moraleja: todo lo que es de primer orden debe ser considerado causa sui. Con esto tienen los filósofos su estupendo concepto Dios”
Lo postrero se confunde con lo primero, y lo primero es siempre la voluntad. Tanto el paraíso cristiano, como el fabuloso mundo platónico son ficciones que llegaron a considerarse reales. 



Ahora bien, Se podría suponer que la expresión «Dios ha muerto» enuncia una opinión de un simple ateo, la postura personal de alguien que no cree en Dios. Pero frase de Nietzsche no tiene exclusivamente una connotación religiosa; con ella Nietzsche logra expresar una etapa de la historia de Occidente. 



Ante el vacío que dejó la religión, la ciencia y la razón tomaron su lugar, pero solo para cometer el mismo error. Una fe reemplaza a la otra. La fe en la ciencia, el progreso de la humanidad, la revolución social, el paraíso terrenal, son "el fantasma de Dios" que no termina de morir, son los "nuevos ídolos", que así como se levantan se derrumban, y cuanto más se elevan más ruido hacen al caer.


Gustavo Santiago explica:
"Matar a Dios significaría desautorizar todo aquello que pretenda colocarse por encima del hombre para, desde allí, ejercer su control" (Gustavo Santiago, Intensidades filosóficas)

Comprender que Dios ha muerto significa comprender que no existe ninguna realidad asequible al hombre más que la que él mismo se crea. Por eso Nietzsche nos recuerda:


"Y lo que llamabais mundo, ¡habéis de crearlo!"

La primera vez que Nietzsche hace referencia a la idea de la muerte de Dios es en un relato que incluye en su libro "la Gaya ciencia" y se titula “el discurso del Loco”. En él un joven acude a plena luz del día con un farol encendido al grito de "Busco a Dios! Busco a Dios!” La gente se ríe, se burla.

“«¿Es que se te ha perdido?, decía uno. ¿Se ha perdido como un niño pequeño?, decía otro. ¿O se ha escondido? ¿Tiene miedo de nosotros? ¿Se habrá embarcado? ¿Habrá emigrado?» —así gritaban y reían todos alborotadamente.


El loco saltó en medio de ellos y los traspasó con su mirada. «¿Que a dónde se ha ido Dios? —exclamó—, os lo voy a decir. Lo hemos matado: ¡vosotros y yo! Todos somos sus asesinos. Pero ¿cómo hemos podido hacerlo? ¿Cómo hemos podido bebernos el mar? ¿Quién nos prestó la esponja para borrar el horizonte? ¿Qué hicimos, cuando desencadenamos la tierra de su sol? ¿Hacia dónde caminará ahora?»"

Se reflejan en la frase la desesperación y el sufrimiento de quién creía y ha perdido la fe, quien se siente desengañado como si despertara de un largo sueño. Muerto Dios no hay nadie que nos diga que hacer ni cómo. Ya no existe la tabla de valores que nos marcaba el bien y el hay mal. Tampoco hay paraíso, ni hay razón para soportar el dolor que es la vida. No hay camino. La noticia es trágica.

Sin embargo, si Dios ha muerto, entonces el concepto cristiano de hombre también ha muerto. El concepto del hombre como un ser caído, un ser desobediente y pecaminoso que necesita de la gracia para redimirse. Un ser que ha de ser juzgado y, quizá, castigado. Ese concepto ya no es relevante. Muerto Dios han explotado todos los viejos dogmas. Somos libres. Pero ¿Qué es ser libre? ¿Quiere decir esto que está todo permitido?

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