sábado, 9 de mayo de 2015

Sócrates y Atenas



[1] El Partenón era uno de los principales templos griegos, ubicado en lo más alto de la Acrópolis y dedicado a la diosa griega Atenea

"Imaginemos que estamos a fines del siglo V antes de Cristo y que caminamos por las calles de Atenas. Es una gran ciudad para la época (probablemente unos cien mil habitantes) y eso se nota a cada paso: el mercado desborda de gente, numerosos ciudadanos entran y salen de los edificios públicos, el camino hacia el puerto hormiguea de comerciantes, de carretas cargadas de mercancía y de esclavos que transportan fardos. So levantamos los ojos hacia la acrópolis vemos el Partenón, terminado de construir pocos años antes y (contra lo que muchos creen) pintado de colores estridentes.

De pronto, en una esquina, un pequeño grupo de hombres forma un semicírculo en toro a un personaje estrafalario. El qué habla es bajo de estatura, tiene un vientre movedizo y una nariz chata que estalla entre dos ojos demasiado separados. Va descalzo, tiene los pies sucios y una túnica en mal estado. En una palabra, es todo lo contrario de esos griegos apolíneos que nos muestran las estatuas.

Ese hombre gesticula, mueve los brazos, señala impertinentemente con los dedos. Sus interlocutores pasan de la risa a la confusión, del interés a la furia, pero en ningún momento dejan de escucharlo. La mayoría de ellos son jóvenes bien vestidos y de físicos cuidados. Cualquier ateniense los reconocería como hijos de ciudadanos ricos. Y cualquier ateniense diría ante ese cuadro:“ahí está Sócrates insistiendo con sus molestas preguntas."

Pablo da Silveira; Historia de Filósofos







Sócrates Vs. los sofistas 



Jenofonte fue otro de los discípulos de Sócrates que, como Platón, escribió algunas de las enseñanzas de su maestro. Uno de sus libros se titula "Recuerdos de Sócrates". No es un diálogo como los que escribía Platón, sino un conjunto de anécdotas que ilustran claramente el carácter y las ideas de su maestro. A continuación dos de estas anécdotas que tienen a los sofistas como protagonistas.


"El caso es que, un día, queriendo Antifonte quitarle sus discípulos, se acercó a Sócrates y en presencia de aquéllos le dijo:


-Sócrates, yo creía que los que se dedican a la filosofía llegan a ser más felices, pero lo que me parece es que tú has conseguido de la filosofía el fruto contrario. Al menos estás viviendo de una manera que ni un esclavo le aguantaría a su amo un régimen como ése: comes los manjares y bebes las bebidas más pobres, y la ropa que llevas no sólo es miserable sino que te sirve lo mismo para invierno que para el verano, no llevas calzado ni usas túnica. Encima, no aceptas dinero, que da alegría al recibirlo y cuya posesión permite vivir con más libertad y más agradablemente…

Sócrates respondió a ello:
-Me parece, Antifonte, que opinas que la felicidad es molicie y derroche (…) En cambio, yo creo que no necesitar nada es algo divino, y necesitar lo menos posible es estar cerquísima de la divinidad; como la divinidad es la perfección, lo que está más cerca de la divinidad está también más cerca de la perfección.

Otro día Antifonte el sofista le dijo:

-Oh Sócrates, yo te considero una persona justa, pero de ninguna manera sabia, y me parece que tú mismo así lo reconoces al no cobrar retribución por tu compañía (…) Por ello, es evidente que si creyeras que tu compañía vale algo, no cobrarías por ella menos dinero del que vale. Por ello, es posible que seas justo, ya que no engañas a nadie por codicia, pero no puedes ser sabio, pues no sabes nada que valga algo.

Sócrates respondió a esto:
- Antifonte, nosotros creemos que tanto la belleza como la sabiduría pueden emplearse tanto de manera honesta como deshonesta. Si una mujer vende por dinero su belleza a quien se la pide, se la llama prostituta. Con la sabiduría ocurre lo mismo: los que la venden por dinero a quien la desea se llaman sofistas."


Jenofonte; Recuerdos de Sócrates

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