martes, 1 de octubre de 2019

El amor en el Banquete de Platon. Selección de fragmentos.

El mito del andrógino. El discurso de Aristófanes 

Nuestra naturaleza de antaño no era la misma de ahora, sino distinta. En primer lugar, tres eran los sexos de los hombres, no dos como ahora, masculino y femenino, sino que había además un tercero que era común a esos dos, del cual perdura aún el nombre, aunque él mismo haya desaparecido. El andrógino, en efecto, era entonces una sola cosa en cuanto a figura y nombre, que participaba de uno y otro sexo, masculino y femenino, mientras que ahora no es sino un nombre que yace en la ignominia. En segundo lugar, la figura de cada individuo era por completo esférica, con la espalda y los costados en forma de círculo; tenía cuatro brazos e igual número de piernas que de brazos, y dos rostros sobre un cuello circular, iguales en todo; y una cabeza, una sola, sobre estos dos rostros, situados en direcciones opuestas, y también cuatro orejas, dos órganos sexuales y todo lo demás según puede uno imaginarse de acuerdo con lo descrito hasta aquí. Caminaba además erecto, como ahora, en cualquiera de las dos direcciones que quisiera; más cada vez que se lanzaba a correr rápidamente, del mismo modo que ahora los saltimbanquis dan volteretas haciendo girar sus piernas hasta alcanzar la posición vertical, avanzaba rápidamente dando vueltas, apoyándose en los ocho miembros que tenía entonces. 

Eran tres los sexos y de tales características por la siguiente razón; lo masculino era un principio descendiente del sol, lo femenino de la tierra, y lo que participaba de ambos de la luna, porque también la luna participa de lo uno y lo otro. Y precisamente eran circulares ellos mismos y su manera de avanzar por ser semejantes a sus progenitores. Eran, pues, terribles por su fuerza y su vigor y tenían gran arrogancia, hasta el punto de que atentaron contra los dioses. Y lo que dice Homero de Efíaltes y de Oto, se dice también de ellos, que intentaron ascender al cielo para atacar a los dioses. Entonces Zeus y los demás dioses deliberaron lo que debían hacer con ellos, y se encontraban ante un dilema, ya que ni podían matarlos ni hacer desaparecer su raza, fulminándolos con el rayo como a los gigantes -porque entonces desaparecerían los honores y sacrificios que los hombres les tributaran-, ni permitir que siguieran siendo altaneros. Tras mucho pensarlo, al fin Zeus tuvo una idea y dijo: <<Me parece que tengo una estratagema para que continúe habiendo hombres y dejen de ser insolentes, al hacerse más débiles. Ahora mismo, en efecto -continuó-voy a cortarlos en dos a cada uno, y así serán al mismo tiempo más débiles y más útiles para nosotros, al haber aumentado su número. Caminarán erectos sobre dos piernas; pero si todavía nos parece que son altaneros y que no están dispuestos a mantenerse tranquilos, de nuevo otra vez -dijo- los cortaré en dos, de suerte que avanzarán sobre una sola pierna a la pata coja>>. Dicho esto, fue cortando a los hombres en dos, como los que cortan las servas y las ponen a secar o como los que cortan los huevos con crines. Y a todo aquel al que iba cortando, ordenaba a Apolo que le diera la vuelta al rostro y a la mitad del cuello en dirección al corte, para que, al contemplar su seccionamiento, el hombre fuera más moderado, y le ordenaba también curarle lo demás. 

Apolo sólo le iba dando la vuelta al rostro y, recogiendo la piel que sobraba de todas partes en lo que ahora llamamos vientre, como ocurre con las bolsas cerradas con cordel, la ataba haciendo un solo agujero en mitad del vientre, precisamente lo que llaman ombligo. En cuanto al resto de las arrugas, la mayoría las alisó, y conformó el pecho sirviéndose de un instrumento semejante al que emplean los zapateros para alisar sobre la horma las arrugas de los cueros. Más dejó unas pocas, las que se encuentran alrededor del vientre mismo y del ombligo, para que fueran recordatorio de lo que antaño sucedió. 

Así pues, una vez que la naturaleza de este ser quedó cortada en dos, cada parte echaba de menos a su mitad, y se reunía con ella, se rodeaban con sus brazos, se abrazaban la una a la otra, anhelando ser una sola naturaleza, y morían por hambre y por su absoluta inactividad, al no querer hacer nada los unos separados de los otros. Y cada vez que moría una de las mitades y sobrevivía la otra, la que sobrevivía buscaba otra y se abrazaba a ella, ya se tropezara con la mitad de una mujer entera -lo que precisamente llamaos ahora mujer-, ya con la mitad de un hombre; y de esta manera perecían. Mas se compadeció Zeus se ingenió otro recurso: trasladó sus órganos genitales a la parte delantera (porque hasta entonces los tenían por fuera, y engendraban y parían no los unos en los otros, sino en la tierra, como las cigarras). Los trasladó, pues, de esta manera a su parte delantera e hizo que por medio de ellos tuviera lugar la concepción de ellos mismos, a través de lo masculino en lo femenino, a fin de que, si en el abrazo se encontraba hombre con mujer, engendraran y siguiera existiendo la especie, mientras que si se encontraba hombre con hombre, hubiera al menos plenitud del contacto, descansaran, prestaran atención a sus labores y se ocuparan de las demás cosas de la vida. 

Desde hace tanto tiempo, pues, es el amor de unos a otros innato en los hombres y aglutinador de la antigua naturaleza, y trata de hacer un solo individuo de dos y de curar la naturaleza humana. Cada uno de nosotros, es, por tanto, una contraseña de hombre, al haber quedado seccionados, como los lenguados, en dos de uno que éramos. Por eso busca continuamente cada uno su propia contraseña. En consecuencia, cuantos hombres son sección del ser común que en aquel tiempo se llamaba andrógino, son aficionados a las mujeres, y la mayoría de los adulteros proceden de este sexo; y, a su vez, cuantas mujeres son aficionadas a los hombres y adúlteras proceden también de este sexo. Pero cuantas mujeres son sección de mujer no prestan mucha atención a los hombres, sino que se interesan más bien por las mujeres, y las lesbianas proceden de este sexo. En cambio, cuantos son sección de varón, persiguen a los varones, y, mientras son niños, como son rodajitas de varón, aman a los hombres y disfrutan estando acostados y abrazados con los hombres, y son éstos los mejores de los niños y muchachos, por ser los más viriles por naturaleza. Hay quienes, en cambio, afirman que son unos desvergonzados, pero se equivocan, pues no hacen esto por desvergüenza, sino por audacia, hombría y virilidad, porque desean abrazarse a lo que es semejante a ellos. Y una clarísima prueba de ello es que, cuando llegan a su completo desarrollo, los de tal naturaleza son los únicos que resultan viriles en los asuntos políticos. Y cuando se hacen hombres, aman a los muchachos y no se preocupan del matrimonio ni de la procreación de hijos por inclinación natural, sino obligados por la ley, pues les basta pasarse la vida unos con otros sin casarse. En consecuencia, la persona de tal naturaleza sin duda se hace amante de los muchachos y amigo de su amante, ya que siempre siente predilección por lo que le es connatural. 

Así pues, cuando se tropiezan con aquella verdadera mitad de sí mismos, tanto el amante de los muchachos como cualquier otro, entonces siente un maravilloso impacto de amistad, de afinidad y de amor, de manera que no están dispuestos, por así decirlo, a separarse unos de otros ni siquiera un instante. Y los que pasan la vida entera en mutua compañía son éstos, que ni siquiera sabrían decir lo que quieren obtener unos de otros. Nadie, en efecto, podría creer que lo que pretenden es la unión de los placeres sexuales, y que es ese precisamente el motivo por el que el uno se complace en la compañía del otro con gran empeño. Al contrario, el alma de cada uno es evidente que desea otra cosa que no puede decir con palabras, sino que adivina lo que desea y lo expresa enigmáticamente. Y si cuando están acostados juntos se les presentara Hefesto con sus instrumentos y les preguntara: <<¿Qué es lo que deseáis, hombres, obtener el uno del otro?>>; y si, al no saber ellos, qué contestar, les volviera a preguntar: <<¿Acaso lo que anheláis es estar juntos lo más posible el uno del otro, de suerte que ni de noche ni de día os faltéis el uno al otro? Porque si es eso lo que anheláis, estoy dispuesto a fundiros y a unir vuestras naturalezas en una misma, de forma que siendo dos lleguéis a ser uno solo y, mientras viváis, como si fuerais uno solo, viváis los dos en común, y, cuando hayáis muerto, allí también, en el Hades, en lugar de dos seáis uno, muertos ambos en común. ¡Ea!, mirad si es esto lo que ansiáis y si os dais por satisfechos con conseguirlo>>. Al oír esto sabemos que ni siquiera uno solo se negaría ni dejaría ver que desea otra cosa, sino que sencillamente creería haber escuchado lo que anhelaba desde hacía tiempo, es decir, unirse y fundirse con el amado y llegar a ser uno solo de dos que eran. Pues la causa de esto es que nuestra antigua naturaleza era esa que se ha dicho y éramos un todo; en consecuencia, el anhelo y la persecución de ese todo recibe el nombre de amor… 



“El amor, el mejor educador”. Discurso de Fedro. 

Así pues, por muy diversas partes se conviene en que el Amor es el dios más antiguo. Pero además de ser el más antiguo, es principio para nosotros de los mayores bienes. Pues yo al menos no puedo decir que exista para un joven recién llegado a la adolescencia mayor bien que tener un amante virtuoso, o para un amante, que tener un amado. Pues, en efecto, la norma que debe guiar durante toda la vida a los hombres que tengan la intención de vivir honestamente, ni los parientes, ni los honores, ni la riqueza, ni ninguna otra cosa son capaces de inculcarla en el ánimo tan bien como el amor. ¿Y cuál es esta norma de que hablo? La vergüenza ante la deshonra y la emulación en el honor, pues sin estos sentimientos es imposible que ninguna ciudad, ni ningún ciudadano en particular lleven a efecto obras grandes y bellas: Es más: os digo que cualquier enamorado, si es descubierto cometiendo un acto deshonroso o sufriéndolo de otro sin defenderse por cobardía, no le dolería tanto el haber sido visto por su padre, sus compañeros o cualquier otro como el haberlo sido por su amado. 

Además, a dar la vida por otro únicamente están dispuestos los amantes (…) fue el caso de Aquiles, el hijo de Tetis, a quien colmaron de honores y le enviaron a las Islas de los Bienaventurados, porque, pese a estar enterado por su madre de que moriría si daba muerte a Héctor y de que, si no hacía esto, regresaría a su casa y acabarían sus días en la vejez, prefirió valientemente, por prestar socorro y vengar a su amante Patroclo, no sólo sacrificar su vida por él, sitio seguirle en la muerte, una vez fallecido éste. 


“El amor celeste y amor vulgar”. Discurso de Pausanias 

Todos sabemos que no hay Afrodita sin Amor. En el caso, pues, de que fuera única habría tan sólo un Amor, pero como existen dos, necesariamente habrá dos amores. ¿Y cómo negar que son dos las diosas? Una de ellas, la mayor probablemente, no tuvo madre y es hija de Urano (el Cielo), por lo cual le damos el nombre de Urania (Celeste); la otra, la más joven, es hija de Zeus y de Dione y la llamamos Pandemo (Vulgar). De ahí que sea necesario también llamar con propiedad al Amor que colabora con esta última Pandemo (Vulgar) y al otro Uranio (Celeste). 

Ahora bien: se debe, sí, alabar a todos los dioses, pero, por supuesto, hay que intentar decir los atributos que a cada uno le han tocado en suerte. Toda acción, en efecto, en sí misma no es ni bella ni fea, como, por ejemplo, lo que nosotros ahora hacemos, beber, cantar o conversar. Ninguna de estas cosas en sí es bella, pero en el modo de realizarla, según se ejecute, resulta de una forma o de otra, pues si se efectúan bien y rectamente resulta bella, y en caso contrario, torpe. De la misma manera no todo amar ni todo Amor es bello ni digno de ser encomiado, sino sólo aquel que nos impulse a amar bellamente. 

Pues bien: el Amor de Afrodita Pandemo verdaderamente es vulgar y obra al azar. Éste es el amor con que aman los hombres viles. En primer lugar, aman por igual los de tal condición a mujeres y mancebos; en segundo lugar, aman en ellos más sus cuerpos que sus almas y, por último, prefieren los individuos cuanto más necios mejor, pues tan sólo atienden a la satisfacción de su deseo, sin preocuparse de que el modo de hacerlo sea bello o no. De ahí que les suceda el darse a lo que el azar les depare, tanto si es bueno como si no lo es, pues procede este amor de una diosa que es mucho más joven que la otra y que en su nacimiento tiene la participación de hembra y varón. 

En cambio, el de Urania deriva de una diosa que, en primer lugar, no participa de hembra, sino tan sólo de varón (es este amor el de los muchachos) y que, además, es de mayor edad y está exenta de intemperancia. Por esta razón es a lo masculino adonde se dirigen los inspirados por este amor, sintiendo predilección por lo que es por naturaleza más fuerte y tiene mayor entendimiento. Pero se puede reconocer incluso en la misma pederastia a los que van impulsados meramente por este amor, puesto que tan sólo se enamoran de los muchachos cuando ya empiezan a tener entendimiento, lo que sucede aproximadamente al despuntar la barba. Pues, creo yo, que los que empiezan a amar a partir de este momento están dispuestos a tener relaciones con el amado durante toda la vida y a vivir en común con él, en vez de engañarle, por haberle cogido en la inexperiencia de la juventud, y, tras haberle burlado, marcharse de su lado en pos de otro. Y debiera incluso existir una ley que prohibiera amar a los muchachos, para que no se gastase en un resultado incierto una gran solicitud, pues no se sabe adónde irán a parar éstos cuando alcancen su pleno desarrollo, tanto respecto a maldad o virtud de alma, como de cuerpo. Los hombres de bien, es cierto, se imponen a sí mismos esta ley de buen grado, pero sería preciso también obligarles a hacer lo propio a esos enamorados «vulgares», de la misma manera que los forzamos, en lo que podemos, a no enamorarse de las mujeres libres. Pues son éstos también los que han originado el escándalo, de suerte que algunos osan decir que es vergonzoso conceder favores a los amantes. Mas lo dicen mirando a éstos y viendo su inoportunidad y su falta de sentido de lo justo, ya que sin duda alguna cualquier acción puede en justicia recibir vituperio. 

Así pues, es cosa realizada de fea manera el complacer a un hombre vil vilmente; y de bella manera, en cambio, el ceder a un hombre de bien en buena forma. Y es hombre vil aquel enamorado vulgar, que ama más el cuerpo que el alma y que, además, ni siquiera es constante, ya que está enamorado de una cosa que no es constante, pues tan pronto como cesa la lozanía del cuerpo, del que precisamente está enamorado, se marcha en un vuelo, tras mancillar muchas palabras y promesas. En cambio, el que está enamorado de un carácter virtuoso lo sigue estando a lo largo de toda su vida, va que está inseparablemente fundido con una cosa estable. 

En efecto, de la misma manera que a los amantes les era posible hacerse voluntariamente los esclavos de sus amados en cualquier clase de esclavitud, sin que ésta fuera adulación, ni cosa reprochable, es norma también entre nosotros considerar que hay además otra esclavitud voluntaria no vituperable, una tan sólo: la relativa a la virtud. Pues está establecido que si alguno está dispuesto a servir a alguien por pensar que gracias a éste se hará mejor en algún saber o en alguna otra parte constitutiva de la virtud, esa su voluntaria servidumbre no es deshonrosa ni se debe tener por adulación. Y es preciso que esas dos normas, la relativa al amor de los mancebos y la relativa al amor de la sabiduría y a toda forma de virtud, coincidan en una sola, si ha de suceder que resulte una cosa bella el que el amado conceda su favor al amante. Pues cuando coinciden en un mismo punto el amante y el amado, cada cual con su norma -uno la de servir a los amados que se le entregan en todo servicio que fuere justo hacer y el otro la de colaborar con el que le hace sabio y bueno en lo que a su vez sea de justicia-, como puede el uno ponerse a contribución en cuanto a sabiduría moral y demás virtudes y el otro necesita hacer adquisiciones en cuanto a educación y saber en general, coinciden entonces las dos normas en una sola y tan sólo en esta ocasión, jamás en otra alguna, sucede que es bello que el amado ceda al amante-. 



El mito del nacimiento de Eros. Discurso de Sócrates 

(...) Cuando nació Afrodita (diosa de la belleza), los dioses celebraron un banquete y, entre otros, estaba también Poros (dios de la abundancia),el hijo de Metis (diosa de la prudencia). Después que terminaron de comer, vino a mendigar Penía (diosa de la pobreza), como era de esperar en una ocasión festiva, y se quedó cerca de la puerta. Mientras, Poros, embriagado de néctar -pues aún no había vino- entró en el jardín de Zeus y, entorpecido por la embriaguez, se durmió. Entonces Penía, maquinando, impulsada por su carencia de recursos, hacerse un hijo de Poros, se acostó a su lado y concibió a Eros. Por esta razón es Eros, por una parte, acompañante y escudero de Afrodita, al ser engendrado en la fiesta del nacimiento de la diosa y es por naturaleza un amante de lo bello. Siendo hijo, pues, de Poros y Penía, Eros se ha quedado con las siguientes características. En primer lugar, es siempre pobre, y lejos de ser delicado y bello, como cree la mayoría, es,más bien, duro y seco, descalzo y sin casa, duerme siempre en el suelo y descubierto, se acuesta a la intemperie en las puertas y al borde de los caminos, compañero siempre inseparable de la indigencia por tener la naturaleza de su madre. Pero, por otra parte, de acuerdo con la naturaleza de su padre, está al acecho de lo bello y de lo bueno; es valiente, audaz y activo, buen cazador, siempre urdiendo alguna trama, ávido de sabiduría y rico en recursos, un amante del conocimiento a lo largo de toda su vida, un formidable mago, hechicero y hábil con las palabras. No es por naturaleza ni inmortal ni mortal, sino que en el mismo día unas veces florece y vive, cuando está en la abundancia, y otras muere, pero recobra la vida de nuevo gracias a la naturaleza de su padre. Mas lo que consigue siempre se le escapa, de suerte que Eros nunca ni está falto de recursos ni es rico, y está, además,en el medio de la sabiduría y la ignorancia (...) 



El amor como guía de la belleza y el bien  (Diálogo entre Sócrates y Diotima)

– Pues bien -dijo ella-: supónte que, cambiando los términos y empleando en vez de bello bueno, se te preguntase: Veamos, Sócrates, el amante de las cosas buenas, las desea: ¿qué desea? 

– Que lleguen a ser suyas -le contesté. 

-¿Y qué le sucederá a aquel que adquiera las cosas buenas? 

– Esto te lo puedo responder con mayor facilidad -le dije- será feliz. 

– En efecto -replicó-; por la posesión de las cosas buenas los felices son felices, y ya no se necesita agregar esta pregunta: ¿Para qué quiere ser feliz el que quiere serlo?, sino que parece que la respuesta tiene aquí su fin. 

-Pues bien: así ocurre también con el amor. En general todo deseo de las cosas buenas y de ser feliz es amor, ese “Amor grandísimo y engañoso para todos”. Pero unos se entregan a él de muy diferentes formas: en los negocios, en la afición a la gimnasia o en la filosofía, y no se dice que amen, ni se les llama enamorados. En cambio, los que se encaminan hacia el y se afanan según una sola especie detentan el nombre del todo, el de amor, y sólo de ellos se dice que aman y que son amantes. 

-Es muy probable -dije yo- que digas la verdad. 



1 comentario:

  1. Buenos días cuál sería la referencia a la imagen que ilustra el post? gracias

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