domingo, 17 de febrero de 2019

Marx, Según J.P. Feinmann



J.P. Feinmann; La filosofía y el barro de la historia.
Marx. Fragmentos seleccionados

La crítica a la religión (Clase 11, La conciencia de la Ingnomia)

Para Marx, que la crítica de la religión haya alcanzado su fin «sustancialmente» se debe a la tarea de Ludwig Feuerbach y su obra La esencia del cristianismo, de 1841. Feuerbach, en lo esencial, había postulado: Dios no creó al hombre; el hombre inventó a Dios. Marx se proponía ir mucho más allá. En este texto se encuentra la famosa frase: “La religión es el opio del pueblo”.

Veremos que no es tan simple como se pretende que la veamos. Marx quiere convocar al proletariado a una lucha que lo lleve a superar sus penurias sobre esta tierra. Para un joven revolucionario que propone una lucha aquí, ahora, en esta tierra, la propuesta de otro lugar, de otra tierra a la que no se llama tierra sino cielo, la propuesta de un más allá en que las penas de los hombres habrán de terminar y todos serán recompensados con la vida eterna junto al buen Dios, es una intolerable blasfemia, es la rendición incondicional de todo posible espíritu de lucha. Si la religión es el opio de los pueblos es porque —por mediación de la Iglesia y sus ejércitos sacerdotales— calma a los hombres, sosiega sus sufrimientos y los entrega a la miseria de la paciencia. El otro mundo funciona como adormecedor de las tragedias de este. A eso Marx le llama opio: a la capacidad de la religión para adormecer las conciencias de aquellos que deben rebelarse para romper las cadenas de su sometimiento. La crítica del cielo ya está hecha. Hay que hacer ahora otra: «La crítica del cielo se transforma así en crítica de la tierra, la crítica de la religión en crítica del derecho, la crítica de la teología en crítica de la política»

Escribe Marx: «La crítica no se presenta ya como un fin en sí, sino únicamente como un medio. Su pathos esencial es la indignación, su labor esencial es la denuncia»
La crítica tiene que incomodar. De aquí que Marx diga: su labor esencial es la denuncia.
De modo que si le preguntáramos a este joven de veinticinco años lo que empezamos preguntándonos al comienzo de estas clases, si le preguntáramos qué es la filosofía, nos daría una respuesta única y contundente: la filosofía es un arma. Es un arma espiritual. Es un arma que está al servicio de la liberación del proletariado.

La famosa tesis 11 sobre Feuerbach

Célebremente la Tesis dice: «Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo».

Digámoslo claro: la Tesis 11 no reniega de la filosofía, le señala un camino. Ese camino es la transformación de la realidad. Se trata ahora no solo de pensar el mundo, sino de pensarlo para cambiarlo, porque el pensamiento me ha dicho (o, con mayor precisión, le ha dicho a Marx y Marx nos lo dice a nosotros) que el mundo es injusto. Lo incómodo de la Tesis es que termina con la filosofía contemplativa: «El mundo es así». Marx no dice eso. Dice: «El mundo es así». Y en seguida dice: «Y es ignominioso que sea así». Y por fin dice: «Hay que cambiarlo».


La seguridad y el egoísmo burgués

«La seguridad es el concepto social supremo de la sociedad burguesa, el concepto de policía, de acuerdo con el cual toda la sociedad existe para garantizar a cada uno de sus miembros la conservación de su persona, de sus derechos y de su propiedad (…) El concepto de la seguridad no hace que la sociedad burguesa supere su egoísmo. La seguridad es, por el contrario, la garantía de ese egoísmo» (Marx, la cuestión judía)


El dinero es el nuevo Dios

Saltemos de 1843 a 1867. En el capítulo II del primer tomo de El capital escribe Marx: «Por consiguiente, en la misma medida en que se consuma la transformación de los productos del trabajo en mercancías, se lleva a cabo la transformación de la mercancía en dinero»[171]. Es el capítulo sobre el fetichismo de la mercancía. En él demuestra Marx cómo el dinero se convierte en el equivalente de todas las mercancías en un desarrollo cósico por medio del cual las relaciones entre hombres devienen relaciones entre cosas. Marx, en el texto que estamos estudiando, insiste en que el dinero es la esencia del trabajo y «de la existencia del hombre, enajenada de este, y esta esencia extraña le domina y es adorada por él» [172]. El hombre, así, es un ser sometido a una «esencia extraña». Esta esencia es la esencia de su trabajo que se le ha enajenado y ha cobrado vida propia. Esta esencia es el dinero. Es un dios que domina al hombre y, a la vez, es adorado por él. El hombre, bajo el capitalismo, adora a un dios que lo domina (…)

El Manifiesto comunista y la globalización (Clase 12)

«El descubrimiento de América y la circunnavegación de África ofrecieron a la burguesía en ascenso un nuevo campo de actividad. Los mercados de las Indias y de China, la colonización de América, el intercambio con las colonias, la multiplicación de los medios de cambio y de las mercancías en general imprimieron al comercio, a la navegación, a la industria, un impulso hasta entonces desconocido, y aceleraron con ello el desarrollo del elemento revolucionario de la sociedad feudal en descomposición»[186].

Se trata de la tan meneada «globalización» de nuestros días. El capitalismo es, por esencia, globalizador. Marx, en textos de El capital, volverá sobre la cuestión. Pero observemos —para nuestro íntimo deleite— que lo primero que señala como despegue del capitalismo es «el descubrimiento de América». Y más aún: «La gran industria ha creado el mercado mundial, ya preparado por el descubrimiento de América»

La burguesía tiene hambre de globalización. ¿De qué necesita? Del mundo periférico. No hay burguesía sin expansión imperial. ¿Cómo podría este ímpetu demoníaco saciarse con la escueta Europa? No, la burguesía se arroja sobre todos los rincones de la tierra.


La llamada acumulación originaria (Clase 13)

Ahora bien, ¿de dónde saca el capitalista el capital originario?

 “Se nos explica su origen  contándolo como una anécdota del pasado. En tiempos muy remotos había, por un lado, una elite dirigente y por el otro una pandilla de vagos y holgazanes. Ocurrió que así los primeros acumularon riqueza y los últimos terminaron por no tener nada que vender excepto su pellejo. Y de este pecado original arranca la pobreza de la gran maza- que aún hoy, pese a todo su trabajo, no tiene nada que vender salvo sus propias personas- y la riqueza de unos pocos, que crece continuamente aunque sus poseedores hayan dejado de trabajar  hace mucho tiempo” (Marx, el capital, cap. 24)

¿Cómo ha sido  en “la historia real” la acumulación originaria? Escribe Marx: (…) “el gran papel lo desempeñan, como es sabido, la conquista, el sojuzgamiento, el homicidio, la violencia (…) En realidad, los métodos de la acumulación originaria son cualquier cosa menos idílicos.

El descubrimiento de las comarcas auríferas y argentíferas en América, el exterminio, la esclavización y soterramiento en las minas de la población aborigen, la conquista y el saqueo de las indias orientales, la transformación de África en un coto reservado para la caza comercial de pieles-negras caracterizan los albores de la era de la producción capitalista. Estos procesos idílicos constituyen factores fundamentales de la  acumulación originaria”. (Marx, El Capital, cap. 24) Sinónimos de idílico= placentero, apacible, pacífico, bucólico, pastoril, amoroso, celestial.
Sartre se dirige aquí a sus compatriotas y dice así: «Ustedes saben bien que somos explotadores. Saben que nos apoderamos del oro y los metales y el petróleo de los “continentes nuevos” para traerlos a las viejas metrópolis. No sin excelentes resultados: palacios, catedrales, capitales industriales; y cuando amenazaba la crisis, ahí estaban los mercados coloniales para amortiguarla o desviarla. Europa, cargada de riquezas, otorgó de jure la humanidad a todos sus habitantes: un hombre, entre nosotros, quiere decir un cómplice puesto que todos nos hemos beneficiado con la explotación colonial (…) el europeo no ha podido hacerse hombre sino fabricando esclavos y monstruos». (Prólogo de Sartre a  Fanon)


El Manifiesto y el Facundo (civilización o barbarie. Clase 12)

Marx, entre las virtudes revolucionarias que le descubre a la burguesía, eleva al éxtasis el papel civilizatorio que cumple en todas las comarcas atrasadas del planeta. Planetarizándose, la burguesía lleva la civilización a todos los rincones, aun los más remotos, en que todavía pervive la barbarie. Escribe: «Merced al rápido perfeccionamiento de los instrumentos de producción y al constante progreso de los medios de comunicación, la burguesía arrastra a la corriente de la civilización a todas las naciones, hasta a las más bábaras» [195]. Señala luego algo indudable: el bajo costo de las mercaderías de la burguesía arruina todas las economías autónomas de los países atrasados, proceso que Marx ve valorativamente pues visualiza en la expansión de la burguesía la condición de posibilidad de surgimiento del proletariado. Escribe: «La burguesía ha sometido el campo al dominio de la ciudad (…) sustrayendo a una gran parte de la población al idiotismo de la vida rural. Del mismo modo que ha subordinado el campo a la ciudad, ha subordinado los países bárbaros o semibárbaros a los países civilizados, los pueblos campesinos a los pueblos burgueses, el Oriente al Occidente»

Este texto tiene también notables semejanzas con muchos pasajes de Facundo, en los cuales Sarmiento se entrega con la misma pasión a los avances del Progreso, con mayúscula, claro. Para Sarmiento, la enemiga de la Civilización es la campaña, donde habita el hombre irracional, el gaucho que se opone al Progreso. La antinomia ciudad-campaña es, en Facundo, una de las formas derivadas de la antinomia mayor: Civilización-Barbarie. Una frase como «el idiotismo de la vida rural» sería gozosamente suscrita por el sanjuanino. Sarmiento era, también, un admirador de la razón instrumental y del tecnocapitalismo, solo que no veía —ni remotamente— a los proletarios como los enterradores de la clase social que había producido semejantes maravillas. Aquí, Sarmiento y Marx se separan; pero en todo el trayecto en que acompañan las conquistas de la burguesía sobre el mundo feudal, barbárico, atrasado, coinciden.



El mago burgués. (Clase 13, El capital)

Todo lo realizado por la burguesía lleva a Marx —según Marshall Berman — a ver en ella una especie de doctor Frankenstein. Ustedes conocen esta famosa historia de Mary Shelley: un hombre crea un hombre. Es una de las ideas más revulsivas jamás expuestas en la literatura. Tiene hoy una enorme vigencia. El hombre está a punto de crear al hombre. «Pienso en lo que se desarrolla hoy en día bajo el nombre de biofísica», dice, aterrado, Heidegger. «En un tiempo previsible estaremos en condiciones de hacer al hombre, es decir, construirlo en su esencia orgánica incluso, tal como se los necesita: hombres hábiles y hombres torpes, inteligentes y tontos. ¡Llegaremos a esto!»[199] ¿Llegaremos? Ya hemos llegado.

Al igual que el doctor Henry Frankenstein (…) no puede controlar a su creatura. El monstruo se desmadra. Y nadie puede contenerlo. Esta idea de la burguesía que no puede contener los prodigios que ha producido es uno de los puntos literariamente más fascinantes del Manifiesto.
¡Esta es la verdadera profecía de Marx que sí, absolutamente, se está cumpliendo! Escribe: «Las relaciones burguesas de producción y de cambio, las relaciones burguesas de propiedad, toda esta sociedad burguesa moderna, que ha hecho surgir tan potentes medios de producción y de cambio se asemeja al mago que ya no es capaz de dominar las potencias infernales que ha desencadenado con sus conjuros»

También en El capital Marx afirma que si por la burguesía fuera, si no tuviera una fuerza que la contenga, destruiría el planeta. Algo que está ocurriendo hoy. Desde la caída de la bipolaridad se ha instalado esta situación: el capitalismo se dirige en el camino de la destrucción del planeta.

La tecnología está viva. Está en manos de los hombres pero pareciera poseerlos, o, sin duda, pareciera que estos ya no pueden controlarla.

¿Quién volverá a su cauce el mundo del mago burgués, quién conjurará las potencias infernales que él no puede conjurar? Aquí tenemos que recordar algo que señalamos acerca de Marx: vivió en un siglo de revoluciones. Y el protagonista de esas revoluciones era el personaje destinado a volver todo a su cauce: el proletariado industrial.



¿Cuánto vale el trabajo del trabajador? (Clase 13)

El primer tomo se inicia señalándola: «La riqueza de las sociedades en las que domina el modo de producción capitalista se presenta como un “enorme cúmulo de mercancías”, y la mercancía individual como la forma elemental de esa riqueza. Nuestra investigación, por consiguiente, se inicia con el análisis de la mercancía»

Las mercancías tienen dos caras: valor de uso y valor de cambio.

Ocurre que la mercancía que el capitalista ha llevado a su fábrica posee una cualidad muy especial (…) El valor de uso se usa y se acabó. Pero la fuerza de trabajo que el obrero ha entregado al capitalista produce valor en la medida en que se la usa. Cito a Engels: «Bajo el régimen social vigente, el capitalista encuentra en el mercado una mercancía que posee la peregrina cualidad de que, al consumirse, engendra nuevo valor, crea un nuevo valor: esta mercancía es la fuerza de trabajo»
(…) Se trata de ver, ahora, cómo se fija el valor de la fuerza de trabajo. El valor de una mercancía se mide por el tiempo de trabajo socialmente necesario para producirla. El obrero necesita mantenerse él y su familia. Por lo tanto el valor de la fuerza de trabajo se mide por el tiempo de trabajo socialmente necesario para producir los medios que el obrero necesita para vivir. Bien, este es el valor de la mercancía-obrero. Y lo que el capitalista le paga se llama salario. El salario es, entonces, la suma de dinero con que el capitalista paga los medios necesarios para que el obrero y su familia puedan vivir. Pero el valor de uso del obrero produce valor. El obrero es esa mercancía cuyo valor de uso produce valor. (…) El obrero recibe un salario de sesenta libras pero produce por cien. ¡Qué espléndida mercancía! Qué distinta de una mesa o una silla, cuyos valores de uso no producen valor sino que se deterioran hasta que hay que tirarlas. Escribe Engels: «El nacimiento de la plusvalía (…) es, ahora, completamente claro y natural. Al obrero se le paga, ciertamente, el valor de la fuerza de trabajo. Lo que ocurre es que este valor es bastante inferior al que el capitalista logra sacar de ella, y la diferencia, o sea el trabajo no retribuido, es lo que constituye precisamente la parte del capitalista, o mejor dicho, de la clase capitalista»


El fetichismo de la mercancía (Clase 14)

Voy a tomar un ejemplo de mi amigo el brillante Miguel Rep. Pocos días antes del Mundial de Fútbol, Rep hizo el siguiente dibujo: una línea en el medio del cuadro apaisado y, debajo de ella, un montón de bolivianos haciendo trabajo esclavo. ¿Qué hacían, que fabricaban, qué materia prima transformaban en mercancía? Esos esclavos siglo XXI —siglo poblado de esclavos, un tiempo en el cual ha retornado la esclavitud— producían banderas argentinas. ¿Para qué? Para que los hinchas de fútbol fueran con ellas al Mundial de Alemania o festejaran en la patria los triunfos de la Selección Nacional. En la parte superior del cuadro vemos a todos esos hinchas de fútbol agitando las banderitas. Se ven felices, ellos o sus pequeños hijos, haciéndolas flamear: ¡seguro que Argentina ganará este Mundial! ¿Alguien se pregunta «quién habrá fabricado esta banderita»? Nadie: la banderita argentina es una mercancía y, en tanto tal, oculta su relación social de producción. El dibujo de Rep (quien, él sí, venció el hechizo de la mercancía y vio a su través el submundo que la hacía posible) es totalmente funcional a la teoría del fetiche de la mercancía. Veamos:
Dibujo de Rep: 1) Piso de abajo: bolivianos haciendo trabajo esclavo. (Nada que ver con la realidad del obrero asalariado que Marx denunciaba. Ese obrero de Manchester y Liverpool cobraba, mal o bien, un salario. Jamás habría Marx de sospechar que en un futuro que él imaginaba, lo sabemos, distinto, en pleno siglo XXI, las condiciones de trabajo serían peores que las de un asalariado del siglo XIX). Ahora bien, debe quedar claro que, esclavo o no, el mundo de la producción está siempre oculto al de las mercancías, dado que además, insistiremos en esto, la función de la mercancía es ocultarlo. En el dibujo de Rep es todavía más claro al tratarse del trabajo de esas personas a las que nuestros amables compatriotas llaman bolitas, perucas o paraguas. Estos hiperexplotados producen en lugares casi clandestinos, en los que comen, duermen y tienen, por decirlo muy suavemente, que ir al baño, las banderitas celestes y blancas. 2) Piso de arriba: todos los buenos y honestos ciudadanos argentinos andan por ahí con sus banderitas. Este mundo no revela la existencia del otro. Lo oculta. Es la banderita argentina la que lo oculta. Lo oculta en tanto mercancía. Ninguno de los que compró una de esas banderitas se preguntó por sus condiciones de producción. No importa: la cuestión no se nos debe deslizar al terreno moral. Se trata de ver el carácter objetal de la mercancía y su capacidad de ocultar su propio modo de producción. Volvamos, ahora, a la definición que Marx había dado de la mercancía: era un objeto endemoniado. Sin duda es demoníaco su poder para opacar las relaciones sociales. Era rico en «sutilezas metafísicas». Bien, aquí se refiere a Platón, que divide la realidad en un mundo sensible y un mundo suprasensible. El mundo sensible es el de abajo: ahí están los productores sometidos a las reglas del capitalismo del siglo XIX o a la esclavitud del neoliberalismo del siglo XXI. El mundo sensible es el mundo en que se producen las mercancías. Es el mundo de la materialidad. El mundo suprasensible es el de arriba. Ahí, las mercancías son objetos encantados, alumbran y deslumbran como ideas platónicas. ¡Es tan linda, tan inocente esa banderita argentina que lleva ese niñito! ¿Quién, salvo un aguafiestas como Miguel Rep, podría imaginar el submundo cruel que la hace posible? Y, por fin, Marx dice que la mercancía presenta «reticencias teológicas». Interpretemos según nuestro encuadre: hay, en lo que hemos planteado, un infierno y un cielo. Al existir un abajo y un arriba, abajo están los que padecen en el infierno de la producción, ya asalariada, ya esclavista, y arriba están los ángeles que bailotean agitando sus banderitas. He aquí carácter fetichista de la mercancía. Véanlo en acción: ¿hay más grande fetiche que la bandera de un país? (Primera definición de «fetiche» que da el Diccionario de Salamanca: «ídolo u objeto al que se rinde culto»).


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