Judith Butler
y la teoría queer
Originalmente el término queer significa «extraño», «poco usual», «raro», pero se utilizaba discriminativo. Judith
Butler dedica un capítulo del libro “Cuerpos
que importan” a problematizar el uso del término queer. Allí dice
El término queer operó como una práctica Lingüística cuyo propósito fue
avergonzar al sujeto que nombra o, antes bien, producir un sujeto a través de
esa interpelación humillante.
El concepto nace en el seno de una colectivo homofóbico que
buscaba denominar y condenar ciertas prácticas sexuales que consideraban “desviadas” e incluso
patológicas.
Pero llama la atención la resignificación que sufrió el término
hasta convertirse en el nombre de un
movimiento que discute las ideas tradicionales de género y sexo y sostiene que los géneros, las identidades
sexuales y las orientaciones sexuales no son de orden “natural” sino cultual.
¿Cómo paso de ser un insulto a un concepto que diera identidad a un movimiento
filosófico y político?
El proceso es un ejemplo claro de la capacidad subversiva del
acto performativo, ya que las comunidades que no realizan prácticas sexuales
normativas, a través de la apropiación
de una palabra que tenía como fin la intimidación, generan un concepto de
identificación cultural y un posicionamiento político.
Otro ejemplo de esta capacidad de resinificar un insulto lo
encontramos en el movimiento feminista “la marcha de las putas”, (en inglés SlutWalk),
es una movilización callejera iniciada en Canadá en abril de 2011 convertida en
un movimiento de protesta internacional las violaciones y agresiones sexuales
contra las mujeres:
Dice un manifiesto de La Marcha de las Putas de Ecuador:
"PUTAS... Porque así nos han
llamado por salir de casa, por salir a trabajar, por salir a estudiar, por
habernos hecho una ligadura, por tener más de una pareja, por proponer sexo,
por andar con minifalda o escote, por salir de noche, por coquetear, por
abortar, por andar solas, por decir no, por rechazar, por ser mujer y amar a
otra mujer, por contestar, por gozar el placer sexual, por decidir no ser
madres, por usar anticonceptivos, por divorciarnos, por negarnos a cumplir los
roles establecidos, por habernos negado a vivir la violencia, por no ser puras
y virginales... "
Y en el face boock de La Marcha de las Putas de Argentina podemos
leer:
“Desde el movimiento, decidimos
apropiarnos del insulto y hacerlo nuestra bandera. Porque llegó la hora de
romper con el sexismo que establece pautas estereotipadas para hombres y
mujeres acerca de cómo deben ser y relacionarse con los demás. Porque llegó la
hora de que las víctimas sean acompañadas, contenidas y cuidadas; los
abusadores perseguidos y encarcelados; y los abusos condenados por todos.
Porque llegó la hora de vivir en una sociedad con menos violencia y más
respeto.”
Judith
Butleer, El género en disputa
Por
Miriam Herbón Ordoñez.
“Judith Butler esla autora de uno de los libros más influyentes del pensamiento
contemporáneo: “El género en disputa.
Feminismo y la subversión de la identidad”, donde ya en los años noventa ponía en jaque la idea de que el sexo es
algo natural mientras el género se construye socialmente. Sus trabajos
filosóficos, complejos y muy difíciles de divulgar sin desvirtuar, han
contribuido a construir lo que hoy se conoce como Teoría Queer y tuvieron un
papel fundacional en el desarrollo del movimiento queer.” Leticia Sabsay (8 de
mayo de 2009), Judith Butler para principiantes, página 12.
“(….) Inscrita como está en los debates de la tercera ola del
feminismo, Butler dedica gran parte del libro a problematizar algunos de los
términos que en el feminismo anterior se daban como incuestionables. Así, busca desmentir, primero que todo, la idea
esencialista de “lo femenino” como algo inherente a la mujer ya que dice
que en esta concepción aún binaria del género lo que se posibilita es que
aparezcan prácticas excluyentes en el feminismo mismo. “Toda teoría feminista que limite el significado del género en las
presuposiciones de su propia práctica dicta
normas de género excluyentes en el seno del feminismo, que con frecuencia tienen consecuencias homofóbicas.”
Partiendo de la idea de que no existe algo esencialmente
femenino, Butler pone en cuestión la relación aparentemente natural que la ley
heteronormativa ha impuesto de sexo, género, deseo, práctica. Afirma entonces
que la suposición de que un determinado sexo conlleva un determinado género que
a su vez está determinado por un deseo, el cual implica una práctica sexual
específica es todo un constructo discursivo. Es decir, es aceptado como normal
el hecho de que si se nace con genitales femeninos, uno es de género femenino, es
decir, mujer, lo cual implica que su objeto de deseo es un individuo masculino.
Y no sólo eso sino que es a partir de ese deseo que ese individuo femenino
inicial va a llevar a cabo una determinada práctica sexual, obviamente
heterosexual. Es precisamente esta lógica causal la que rebate Butler,
afirmando que ninguno de los elementos antes expuestos está obligado a
corresponderse de esa manera con los otros, sino que es la ley heteronormativa la que los postula como
elementos ligados.
Así mismo, y tomando este ejercicio de deconstrucción como premisa, Butler afirma constantemente a lo
largo de su obra que, si bien normalmente se ha entendido que el género es una
construcción cultural mientras que el sexo es lo biológico dado “de forma
natural”, lo cierto es que tanto uno como el otro forman parte de
construcciones discursivas y performativas que los caracterizan y significan en
el mundo. Retomando la premisa que Simone de Beauvoir postula en El segundo
sexo de que “la mujer no nace, se hace”, Butler decide llevarla al extremo al
afirmar que “todo lo que rodea al género
se hace en un espacio, tiempo y colectividad determinados.”
Judith Butler; Violencia
de estado, guerra, resistencia. Por una política de izquierda
“Simón de Beauvoir me
resultaba interesante porque en ella encontré la noción de “hacerse a sí misma”
en su famosa formulación: “no se nace mujer, sino que se llega a serlo”. Esta
frase fue en su momento el núcleo de mi trabajo feminista porque me pareció
que, en realidad, una nunca se convierte
en mujer de igual modo que uno nunca se hace hombre, sino que siempre
estamos en proceso de devenir algo,
sin telos. Nadie alcanza nunca un estado final que le permita decir “ahora soy
un verdadero hombre o una verdadera mujer”. Esta idea de que no se puede lograr
definitivamente el género fue especialmente interesante para mí. Se puede
aplicar a todo el mundo. Algunas
personas no alcanzan nuca su género, otras sí, pero incluso las que parecen
haberlo alcanzado tienen que repetir los actos correspondientes una vez tras
otra. Intentar entender el género como una acción repetitiva, o como una
práctica mimética sin telos, fue importante para mis primeros ensayos sobre el
género. Gran parte de mi trabajo más reciente es el esfuerzo por responder la
pregunta sobre cómo estoy constituida
por el mundo social que me precede y que nunca elegí, un mundo social que aún
así me da los recursos y condiciones para hacer algo nuevo”
El género como performance, Leticia Sabsay (8 de mayo de
2009), Judith Butler para principiantes, página 12.
Esta diferencia entre pensar al género como una performance y
pensar en la dimensión preformativa del género no es trivial. Decir que el
género es una performance no es del todo incorrecto, si por ello entendemos que
el género es, en efecto, una actuación,
un hacer, y no un atributo con el que contarían los sujetos aun antes de su
“estar actuando”. Sin embargo, en la medida en que este performar o actuar el
género no consiste en una actuación aislada, “un acto” que podamos separar y
distinguir en su singular ocurrencia, la idea de performance puede resultar
equívoca. Hablar de performatividad del
género implica que el género es una actuación reiterada y obligatoria en
función de unas normas sociales que nos exceden. La actuación que podamos
encarnar con respecto al género estará signada siempre por un sistema de
recompensas y castigos. La performatividad del género no es un hecho aislado de
su contexto social, es una práctica social, una reiteración continuada y
constante en la que la normativa de género se negocia. En la performatividad del género, el sujeto no es el dueño de su
género, y no realiza simplemente la “performance” que más le satisface, sino
que se ve obligado a “actuar” el género en función de una normativa genérica
que promueve y legitima o sanciona y excluye. En esta tensión, la actuación
del género que una deviene es el efecto de una negociación con esta normativa.
Judith Butler, El género en disputa, Prefacio de 1999.
-Selección de fragmentos-
Entre la academia y la vida
Hay un elemento acerca de las condiciones en que se escribió
el texto que no siempre se entiende: no lo escribí solamente desde Ia academia,
sino también desde los movimientos sociales convergentes de los que he formado
parte (…) Asistí a numerosas reuniones, bares y marchas, y observé muchos tipos
de géneros; comprendí que yo misma estaba en la encrucijada de algunos de
ellos, y tropecé con la sexualidad en varios de sus bordes culturales. Conocí a
muchas personas que intentaban definir su camino en medio de un importante movimiento
en favor del reconocimiento y la libertad sexuales, y sentí la alegría y la
frustración que conlleva formar parte de ese movimiento tanto en su lado
esperanzador como en su disensión interna (…)
Crecí entendiendo algo sobre la violencia de las normas del
género: un tío encarcelado por tener un cuerpo anatómicamente anómalo, privado
de la familia y de los amigos, que pasó el resto de sus días en un «instituto»
en las praderas de Kansas; primos gays que tuvieron que abandonar el hogar por
su sexualidad, real o imaginada; mi propia y tempestuosa declaración pública de
homosexualidad a los 16 años, y el subsiguiente panorama adulto de trabajos,
amantes y hogares perdidos. Todas estas experiencias me sometieron a una fuerte
condena que me marcó, pero, afortunadamente, no impidió que siguiera buscando
el placer e insistiendo en el reconocimiento legitimizador de mi vida sexual.
Identificar esta violencia fue difícil precisamente porque el género era algo
que se daba por sentado y que al mismo tiempo se vigilaba terminantemente. Se
presuponía que era una expresión natural del sexo o una constante cultural que
ninguna acción humana era capaz de modificar (23)
El objetivo del libro
El empeño obstinado de este texto por «desnaturalizar» el
género tiene su origen en el deseo intenso de contrarrestar la violencia
normativa que conllevan las morfologías ideales del sexo, así como de eliminar
las suposiciones dominantes acerca de la heterosexualidad natural o presunta
que se basan en los discursos ordinarios y académicos sobre la sexualidad (…)
No es posible oponerse a las formas «normativas» del género
sin suscribir al mismo tiempo cierto punto de vista normativo de cómo debería
ser el mundo con género. No obstante, quiero puntualizar que la visión
normativa positiva de este texto no adopta la forma de una prescripción (ni
puede hacerlo) como: «Subvirtamos el género tal como lo digo, y la vida será
buena».” (24)
El objetivo (del libro) no era recomendar una nueva forma de
vida con género que más tarde sirviese de -modelo a los lectores del texto,
sino más bien abrir las posibilidades para el género sin precisar qué tipos de
posibilidades debían realizarse. (8)
La teoría de la performatividad
Me propuse entender parte del miedo y Ia ansiedad que algunas
personas experimentan al «volverse gays», el miedo a perder el lugar que se
ocupa en el género o a no saber quién terminara siendo uno si: se acuesta con
alguien ostensiblemente del «mismo» género. (12)
Practicar Ia subversión del género no implica necesariamente
nada acerca de Ia sexualidad y Ia práctica sexual. El género puede volverse
ambiguo sin cambiar ni reorientar en absoluto Ia sexualidad normativa (15)
En consecuencia, no se puede establecer ninguna correlación,
por ejemplo, entre el travestismo o el transgénero y Ia práctica sexual, y Ia
distribución de las inclinaciones heterosexual, bisexual y homosexual no puede
determinarse de manera previsible a partir de los movimientos de simulación de
un género ambiguo o distinto. (16)
La performatividad no es un acto único, sino una repetición y
un ritual que consigue su efecto a través de su naturalizaci6n en el contexto
de un cuerpo, entendido, hasta cierto punto, como una duración temporal
sostenida culturalmente. (…) La postura de que el género es performativo intentaba
poner de manifiesto que lo que consideramos una esencia interna del genero se
construye a través de un conjunto sostenido de actos, postulados por medio de
Ia estilización del cuerpo basada en el género. De esta forma se demuestra que
lo que hemos tornado como un rasgo «interno» de nosotros mismos es algo que
anticipamos y producimos a través de ciertos actos corporales, en un extremo,
un efecto alucinatorio de gestos naturalizados.
(17)
Si pensamos que vemos a un hombre vestido de mujer o a una mujer
vestida de hombre, entonces estamos tomando el primer término de cada una de
esas percepciones como Ia «realidad» del género: el género que se introduce
mediante el símil no tiene «realidad», y es una figura ilusoria. En las
percepciones en las que una realidad aparente se vincula a una irrealidad,
creemos saber cuál es la realidad, y tomamos Ia segunda apariencia del género
como un mero artificio, juego, falsedad e ilusión. (27)
El instante en que nuestras percepciones culturales
habituales y serias fallan, cuando no conseguimos interpretar con seguridad el
cuerpo que estamos viendo, es justamente el momento en el que ya no estamos
seguros de que el cuerpo observado sea de un hombre o de una mujer. La
vacilación misma entre las categorías constituye Ia experiencia del cuerpo en
cuestión. Cuando tales categorías se ponen en tela de juicio, también se pone
en duda Ia realidad del género: Ia frontera que separa lo real de lo irreal se
desdibuja. (…) No es posible ninguna revolución política sin que se produzca un
cambio radical en nuestra propia concepción de lo posible y lo real. (28)
Escribir sobre esta desnaturalización no obedeció meramente a
un deseo de jugar con el lenguaje o de recomendar payasadas teatrales en vez de
Ia política «real», como algunos críticos han afirmado (como si el teatro y Ia
política fueran siempre distintos) ; obedece a un deseo de vivir, de hacer Ia
vida posible, y de replantear lo posible en cuanto tal. ¿Cómo tendrá que ser el
mundo para que mi tío pudiera vivir con su familia, sus amigos o algún otro
tipo de parentesco? ¿Cómo debemos reformular las limitaciones morfológicas
idóneas que recaen sobre los seres humanos para que quienes se alejan de Ia
norma no estén condenados a una muerte en vida? (23/24)
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