sábado, 27 de enero de 2018

Fink: la muerte de Dios, el superhombre y las tres trasformaciones del espíritu

«En todos los precursores se encarna y prefigura el superhombre.»
El superhombre y la muerte de Dios

La doctrina de Nietzsche acerca del superhombre y del último hombre tiene el carácter de un «discurso preliminar»;  no es más que una obertura, un preludio a un ensayo filosófico de pensar nuevamente la esencia del hombre desde su relación con las verdades fundamentales.
Al descender Zaratustra al país de los hombres, tras diez años de soledad en la montaña, encuentra en su camino, en el bosque, al santo, al solitario del bosque, que se apartó de los hombres para amar únicamente a Dios. Este no tiene ninguna enseñanza, nada que decir a los hombres; su existencia solitaria se relaciona únicamente con Dios; con él es con quien habla. Su diálogo esencial es la oración, el hablar del hombre a Dios. Pero el solitario Zaratustra, que se dice para sí:
« ¡Será posible! ¡Este viejo santo en su bosque no ha oído todavía nada de que Dios ha muerto!»
Con la muerte de éste, es decir, con la muerte de toda «idealidad», en su forma de un más allá del hombre, de una trascendencia objetiva, con el hundimiento de la luminosa bóveda estrellada que cubría el paisaje vital del hombre, surge el peligro de un tremendo empobrecimiento del ser humano, de una horrible trivialización en un ateísmo superficial y en el desenfreno moral (…) O también: la tendencia idealista permanece, pero no se pierde ya venerando lo creado por ella misma como si fuera algo extraño, el Dios trasmundano y el decálogo por él promulgado, sino que cobra conciencia de su naturaleza creadora y proyecta ahora conscientemente nuevos ideales creados por el hombre. Estas dos posibilidades del ser humano tras la muerte de Dios son el último hombre y el superhombre.
La trasformación del hombre en superhombre no es un salto, en el que repentinamente apareciese, por encima del homo sapiens, una nueva raza de seres vivos. Esta trasformación es una metamorfosis de la libertad finita, su rescate de la autoalienación, y la libre aparición de su carácter de juego.
El superhombre, que conoce la muerte de Dios, esto es, el fin del idealismo perdido en el más allá, ve en éste tan sólo un reflejo utópico de la tierra, devuelve a la tierra lo que ella había prestado y lo que se le había robado, renuncia a todos los sueños ultramundanos y se vuelve a la tierra con la misma pasión que antes dedicaba al mundo de los sueños.
«En otro tiempo el delito contra Dios era el máximo delito, pero Dios ha muerto y con El han muerto también esos delincuentes. ¡Ahora lo más horrible es delinquir contra la tierra y apreciar las entrañas de lo inescrutable más que el sentido de aquélla!».
Con el idealismo el hombre se convierte en un ser escindido, desgraciado; desprecia el cuerpo, al que, sin embargo, está encadenada su alma;  quiere huir de esta prisión. Pero la trasmutación del idealismo mediante la idea del superhombre significa la curación de la desgarradura que divide al hombre y lo escinde, representa una reconciliación en la que se desvanece la contradicción del cuerpo y alma.
« ¡Yo os conjuro, hermanos míos, permaneced fieles a la tierra y no creáis a quienes os hablan de esperanzas sobrenaturales!   Son envenenadores, lo sepan o no».  


Las tres trasformaciones –segundo discurso de Zaratustra-


«De las tres transformaciones», presenta el tema fundamental: la transformación de la esencia del hombre por la muerte de Dios, es decir, la trasformación por la que se pasa de la autoalienación a la libertad creadora que se conoce a sí misma.
 «Tres transformaciones del espíritu os menciono: cómo el espíritu se convierte en camello, y el camello en león, y el león, por fin, en niño.»
El camello: éste significa todavía la existencia en el modo de ser de la grandeza, significa el hombre de gran respeto, que se inclina ante la omnipotencia de Dios, ante la sublimidad de la ley moral; que se arrastra y se carga voluntariamente con los grandes pesos.
«¿Qué es lo más pesado, héroes? así pregunta el espíritu paciente, para que yo cargue con ello y mi fortaleza se regocije.»
 El hombre que está bajo el peso de la trascendencia, el hombre del idealismo: éste se asemeja en el discurso de Nietzsche, al camello. No desea tener facilidades, desprecia la ligereza de la vida ordinaria y pequeña, quiere tareas en que demostrar sus fuerzas, quiere cumplir mandamientos pesados y rigurosos, que no resulten fáciles, que opriman pesadamente:  quiere su deber y todavía más, quiere obedecer a Dios y someterse al sentimiento de la vida que pende sobre él; en la obediencia y en el sometimiento tiene el espíritu respetuoso la grandeza que le es propia. Rodeado por un mundo compacto de valores, está sometido, de manera resignada y voluntaria, al mandamiento del «tú debes». El camello que marcha cargado hacia el desierto se  transforma aquí precisamente en león.  El idealismo  se hunde por sí mismo;   la moral se autoelimina a causa de la veracidad; por «motivos ideales» tiene lugar la inversión del idealismo. El espíritu respetuoso y sumiso se transforma en «león», es decir, arroja de sí las cargas que le agobiaban y oprimían desde «fuera», lucha con su «último dios»; la moral objetiva. Conoce su autoalienación anterior y ahora lucha contra el dragón milenario, contra los valores que parecen existir objetivamente. En la lucha del león contra la moral idealista, con su base trascendente, su «mundo inteligible» y su voluntad divina, el hombre se crea su libertad, libera la libertad que en él dormía, supera el estado de la falta radical de libertad de la regulación de la vida por un sentido vital impuesto y que hay que aceptar. Pero esta libertad del león que dice «no», esta libertad que se rehusa a Dios, a la moral objetiva y a la cosa en sí metafísica, que se da cuenta de que todo esto son ilusiones de una autoalienación idealista, no es lo último. Esto es sólo la libertad negativa, la «libertad de», pero no es todavía la «libertad para»:
 «Crearse libertad y un no santo incluso frente al deber: para ello, hermanos míos, es preciso el león.»
Mas la negación de los valores antiguos y venerables, o mejor, la negación de la trascendencia de tales valores o la salida de la autoalienación de la existencia humana, no es todavía una proyección nueva, no es aún una nueva productividad creadora, constructiva, de la Humanidad liberada. El león contrapone al «tú debes», que domina al camello, su soberano «yo quiero». Pero todavía hay demasiada lucha y demasiada defensa en ese «yo quiero». Todavía hay demasiada porfía y demasiado endurecimiento en sí mismo. La nueva voluntad es. todavía, ella misma, querida;   no posee aún la auténtica soltura del querer creador, de una nueva proyección de valores nuevos. Esta la tiene sólo el niño.
«Inocencia es el niño, y olvido, un nuevo comienzo, un juego, una rueda que se mueve por sí misma, un primer movimiento, un santo decir sí. Sí, hermanos míos, para el juego del crear se precisa un santo decir sí: el espíritu quiere ahora su voluntad, el retirado del mundo conquista ahora su mundo.»
 La esencia originaria y auténtica de la libertad como proyección de nuevos valores y de nuevos mundos de valores es aludida con la metáfora del juego. La naturaleza de la libertad positiva es juego. La muerte de Dios pone de manifiesto el carácter de aventura y de juego de la existencia humana. La creatividad del hombre es juego.


Una mirada psicológica

En las metáforas del «camello», el «león» y el «niño» no debemos ver solamente el cambio esencial de la libertad humana que se libera para llegar a ser ella misma y, con ello, la génesis del superhombre. Tales símbolos son también, en cierta medida, estaciones del camino mental recorrido por Federico Nietzsche. A la mencionada serie corresponden las figuras en las cuales expresó antes su autocomprensión del mundo: el genio, que es el hombre que más sirve, que se convierte en paso hacia una potencia superior al hombre, corresponde al camello; el espíritu libre, el hombre crítico y negador, el marinero audaz que navega hacia costas desconocidas y lejanas, corresponde al león; y Zaratustra mismo, el que dice «sí», el que dicta nuevos valores, corresponde al niño que juega. Asimismo, el sentido del «discurso» está muy lejos de ser una presentación autobiográfica. El  que la propia vida de Nietzsche  atravesara las estaciones y transformaciones que exigía para el hombre en general, revela solamente que su pensamiento era un pensamiento serio y que le obligaba a él mismo. Nietzsche existe pensando: vive su pensamiento y piensa su vida.



E.Fink, La filosofía de Nietzsche, cap.3 el mensaje, 2: El superhombre y la muerte de Dios -selección de fragmentos-

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