viernes, 17 de junio de 2022

Hermann Hesse - Demian - Caín

 

 

—Hoy he asistido a vuestra clase —dijo—. Sobre la historia de

Caín, el que llevaba un estigma en la frente, ¿no? ¿Te gusta?

No, pocas veces me gustaba lo que tenía que estudiar. Sin

embargo, no me atrevía a decirlo, porque era como si estuviera

hablando con una persona mayor. Contesté que la historia me

gustaba.

Demian me dio unas palmaditas en el hombro.

—No necesitas fingir, amigo. Pero esa historia es

verdaderamente muy rara, mucho más que la mayoría de las

que se tratan en clase. El profesor no ha dicho mucho; sólo lo

habitual sobre Dios y el pecado, y todo eso. Pero yo creo...

Se interrumpió sonriendo y me pregunto:

—Oye, ¿pero esto te interesa? Pues yo creo —continuó— que la

historia de Caín se puede interpretar de manera muy distinta.

La mayoría de las cosas que nos enseñan son seguramente

verdaderas, pero se pueden ver desde otro punto de vista que

el de los profesores y generalmente se entienden entonces

mucho mejor. Por ejemplo, no se puede estar satisfecho con la

explicación que se nos da de Caín y la señal que lleva en su

frente. ¿No te parece? Que uno mate a su hermano en una

pelea, puede pasar; que luego le dé miedo y se arrepienta,

también es posible; pero que precisamente por su cobardía le

recompensen con una distinción que le proteja y que inspire

miedo, eso me parece muy raro.

—Sí, es verdad —dije interesado. El asunto empezaba a

intrigarme—. ¿Pero cómo vas a interpretar si no la historia?

Me dio una palmada en el hombro.

—¡Muy sencillo! El estigma fue lo que existió en un principio y

en él se basó la historia. Hubo un hombre con algo en el rostro

que daba miedo a los demás. No se atrevían a tocarle; él y sus

hijos les impresionaban. Quizás, o seguramente, no se trataba

de una auténtica señal sobre la frente, de algo como un sello de

correos; la vida no suele ser tan tosca. Probablemente fuera algo

apenas perceptible, inquietante: un poco más de inteligencia y

audacia en la mirada. Aquel hombre tenía poder, aquel hombre

inspiraba temor. Llevaba una “señal”. Esto podía explicarse

como se quisiera; y siempre se prefiere lo que resulta cómodo y

da razón. Se temía a los hijos de Caín, que llevaban una “señal”.

Esta no se explicaba como lo que era, es decir, como una

distinción, sino como todo lo contrario. La gente dijo que

aquellos tipos con la “señal” eran siniestros; y la verdad, lo

eran. Los hombres con valor y carácter siempre les han

resultado siniestros a la gente. Que anduviera suelta una raza

de hombres audaces e inquietantes resultaba incomodísimo; y

les pusieron un sobrenombre y se inventaron una leyenda para

vengarse de ellos y justificar un poco todo el miedo que les

tenían. ¿Comprendes?

—Sí, eso quiere decir que Caín no fue malo. Entonces, ¿toda la

historia de la Biblia es mentira?

—Sí y no. Estas viejas historias son siempre verdad, pero no

siempre han sido recogidas y explicadas como debiera ser. Yo

pienso que Caín era un gran tipo y que le echaron toda esa

historia encima sólo porque le tenían miedo. La historia era

simplemente un bulo que la gente contaba; era verdad sólo lo

referente al estigma que Caín y sus hijos llevaban y que les

hacían diferentes a la demás gente.

Yo estaba asombrado.

—¿Y crees que lo del asesinato no fue tampoco verdad?

—pregunté emocionado.

—¡Oh, sí! Seguramente es verdad. El más fuerte mató a uno

más débil. Que fuera su hermano, eso ya se puede dudar.

Además, no importa; a fin de cuentas, todos los hombres son

hermanos. Así que un fuerte mató a un débil. Quizá fue un acto

heroico, quizá no lo fue. En todo caso, los débiles tuvieron

miedo y empezaron a lamentarse mucho. Y cuando les

preguntaban: “¿Por qué no le matáis?”, ellos no contestaban,

“porque somos unos cobardes”, sino que decían: “No se puede.

Tiene una señal. ¡Dios le ha marcado!” Así nació la mentira.

Bueno no te entretengo más. ¡Adiós!

Dobló por la Altgasse y me dejó solo, sorprendido como jamás

en toda mi vida. Nada más desaparecer, todo lo que me había

dicho me pareció increíble. ¡Caín un hombre noble y Abel un

cobarde! ¡La señal que llevaba Caín en la frente era una

distinción! Era absurdo, blasfemo e infame. Y Dios, ¿dónde se

quedaba? ¿No había aceptado el sacrificio de Abel? ¿No quería

a Abel? ¡Qué tontería! Y empecé a pensar que Demian me había

tomado el pelo y quería ponerme en ridículo. ¡Qué chico más

inteligente y qué bien que hablaba! Pero no, no podía ser.

De todos modos, nunca había recapacitado tanto sobre una

historia, fuera o no de la Biblia. Y hacía tiempo que no olvidaba

tan por completo a Franz Kromer, durante horas, una tarde

entera. En casa leí la historia otra vez, tal como estaba en la

Biblia. Era breve y clara. Resultaba una insensatez buscarle una

interpretación especial y misteriosa. ¡Así cualquier asesino

podría declararse elegido de Dios! No, era absurdo. Lo

fascinante era la manera tan ligera y graciosa con que Demian

sabía decir las cosas, como si todo fuera tan natural. Y además,

¡con qué mirada!

Sin embargo, algo había en mí mismo que no estaba en orden

sino en franco desorden. Yo había vivido en un mundo claro y

limpio, había sido una especie de Abel, y ahora me encontraba

metido en el “otro” mundo. Había caído tan bajo y, sin

embargo, no tenía en el fondo tanta culpa. ¿Qué había

sucedido? En ese momento me vino un recuerdo que casi me

cortó la respiración. En aquella tarde aciaga, que dio comienzo

a mi actual desgracia, había ocurrido aquello mismo con mi

padre; durante un momento fue como si le hubiera

desenmascarado y despreciado a él, a su mundo y a su

sabiduría. Sí, en aquel momento yo, que era Caín y llevaba una

marca en la frente, pensé que esa marca no era una vergüenza

sino una distinción y que yo era superior a mi padre, superior a

los buenos y piadosos precisamente por mi maldad y mi

desgracia. Entonces no comprendí estas cosas con mente clara,

pero las intuí en una llamarada de sentimientos, de extrañas

emociones, que me dolían pero me llenaban de orgullo.

¡De qué manera tan extraña había hablado Demian de los

valientes y de los cobardes!

¡Cómo había interpretado la señal en la frente de Caín! ¡Y cómo

habían brillado sus ojos, sus extraños ojos de hombre! Se me

ocurrió que Demian mismo era un Caín. ¿Por qué le defendía si

no se sentía semejante a él? ¿Por qué tenía aquel poder en la

mirada? ¿Por qué hablaba tan despectivamente de los “otros”,

los cobardes, que son en verdad los piadosos, los elegidos de

Dios?

Con estos pensamientos no acababa de llegar a ninguna

conclusión. Una piedra había caído en el pozo: el pozo era mi

alma joven. Durante mucho tiempo esta historia de Caín, con el

homicidio y la “señal”, fue el punto de partida de mis intentos

de conocimiento, duda y crítica.

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