domingo, 11 de noviembre de 2018

Freire y la batalla cultural





La pedagogía del oprimido es una pedagogía para la liberación, como el mismo Freire dice que pasará a llamarse una vez que los oprimidos comiencen su praxis liberadora. Esta praxis debe comenzar con la toma de conciencia de los oprimidos de su condición de oprimidos y de las estructuras en las que se encuentran inmersos.

Siguiendo a Marx, Freire sostiene que los oprimidos son los únicos que lograrán recuperar la humanidad perdida. A los oprimidos no se los puede liberar desde fuera, porque que sería seguir tratándolos como objetos. Por otro lado, los opresores, que también perdieron su humanidad, jamás abandonaran sus privilegios. Por lo tanto, los oprimidos tienen que liberarse a sí mismos. El propio Freire dice: “es necesario (…) que su convencimiento sobre la necesidad de luchar (…) no le sea donado por nadie”

La preocupación de Freire es social y política, siente la necesidad de cambiar el mundo, de recuperar la humanidad. Es la misma que la de muchos revolucionarios. Pero su particularidad es que entiende que el primer escenario de esta lucha es la educación. En este sentido su preocupación es pedagógica, y su pedagogía una  herramienta para la liberación.

En el primer capítulo de la “Pedagogía del oprimido” advierte que muchos de los hombres que han querido cambiar el sistema de opresión provenían de un mundo más cercano al de los opresores que al de los oprimidos. Freire menciona a Lukács, quien basándose en Marx dice que el revolucionario debe “explicar a las masas su propia acción”. Este es uno de los errores más comunes de parte de los intelectuales que quieren cambiar las cosas, se acercan al pueblo para decirles cómo actuar; se acercan, pero no se mezclan, dice Freire, les hablan, pero no los escuchan. Por eso:

 “Decirse comprometido con la liberación y no ser capaz de comulgar con el pueblo, a quien continúa considerándolo absolutamente ignorante, es un doloroso equívoco”

Por el contrario, Freire sostiene:

“Un revolucionario se reconoce más por su creencia en el pueblo que lo compromete que por mil acciones llevadas a cabo sin él”

El gran error de los revolucionarios de los que habla Freire proviene de las ideas de la ilustración. Estas ideas penetraron en cada país subdesarrollado con el avance del capitalismo, en Argentina bajo el lema “civilización o barbarie”. Los civilizados, es decir, aquellos que conocían la cultura europea debían civilizar a los incultos y bárbaros gauchos y aborígenes. Freire, quien llevó adelante el mayor proyecto de alfabetización en Brasil, comprendió que toda comunidad tiene su propia cultura, y por lo tanto toda educación debe ser una construcción conjunta, no una conquista.

Los revolucionarios de todas las épocas entendieron lo importante que es que los oprimidos estén convencidos de luchar por su liberación, pero para lograrlo utilizaron métodos que son propios del opresor. Pero no se puede generar conciencia de clase con “la propaganda, el dirigismo, la manipulación no sirven para generar conciencia, sino para la dominación. Para la revolución, en cambio, es necesaria una pedagogía tal como la entiende Freire, como una creación conjunta:

“el problema no radica solamente en explicar a las masas, sino en dialogar con ellas sobre su acción”

Esta pedagogía es dialógica y crítica. Es a través del diálogo, a través de la propia voz y la propia palabra de los oprimidos que surgirá la conciencia crítica y liberadora, lo cual implica ya una praxis liberadora:

“Estamos convencidos de que la reflexión, si es verdadera reflexión, conduce a la práctica”

 

De la conciencia del opresor a la conciencia de clase

 

Freire entiende que los oprimidos, tras haber internalizado la opinión que los opresores tienen de él, terminan autodesvalorizándose. Su conciencia se vuelve un eco de la conciencia del opresor, entonces se creen brutos, ignorantes, vagos, incapaces, etc., y terminan adoptando una relación “dependiente” con el opresor. Este es el punto más vulnerable del oprimido, y el primero que hay que atacar.

Tal como lo advirtiera Marx, la religión, en tanto parte de la ideología dominante, cumple una gran función:

Dentro del mundo mágico o mítico en que se encuentra la conciencia oprimida, sobre todo la campesina, casi inmersa en la naturaleza, encuentra, en el sufrimiento, producto de la explotación de la que es objeto, la voluntad de Dios.

El primer problema que se les presenta a los oprimidos es que son seres duales, porque han internalizado esta conciencia del opresor, su ideología, su forma de ser, de comportarse y sus deseos. De ahí que surja “una atracción irresistible por el opresor”:

Participar de esos patrones constituye una aspiración incontenible. En su enajenación quieren, a toda costa, parecerse al opresor, imitarlo, seguirlo. Esto se verifica, sobre todo, en los oprimidos de los estratos medios, cuyo anhelo es llegar a ser iguales al “hombre ilustre” de la denominada clase superior. (59)

Generalmente, dice Freire, ni bien los oprimidos toman cierta conciencia de su condición de oprimidos, lo primero que buscan es convertirse en opresores, “en vez de buscarla liberación a través de la lucha” (39). Esto se debe a la estructura de su pensamiento, a que aún no ha identificado al opresor dentro de sí. Por eso dice Freire que el oprimido es un ser dual, y que la primera batalla es consigo mismo:

 Su lucha se da entre ser ellos mismos o ser duales, entre expulsar o no al opresor desde dentro de sí” (42).

Sin embargo

“su adherencia al opresor no le posibilita la conciencia de sí como personas, ni su conciencia de clase oprimida” (39)

 

La liberación de la clase oprimida nunca será posible si el oprimido mismo no expulsa al opresor que hay dentro de sí, si no renuncia a su deseo de dejar de ser oprimido convirtiéndose en opresor. Convirtiéndose el oprimido en opresor no se recupera la humanidad, no se trasforma la realidad.  Expulsar la conciencia del opresor posibilitará la toma de conciencia de sí, a través de la toma de conciencia de clase. La única posibilidad de libertad, en otras palabras, es una revolución que rompa con las estructuras, de manera que ya no haya ni oprimidos ni opresores.

 

Los riesgos de la liberación

La liberación implica un riesgo, porque implica un cambio de estructuras. Incluso el oprimido puede sentir cierta comodidad, cierta seguridad, dentro de las estructuras actuales.

El funcionamiento de la estructura (o el sistema) hace que la violencia del oprimido pase desapercibida, mientras la violencia del oprimido por liberarse es visibilizada, juzgada y castigada.

La opresión pasa desapercibida porque se encuentra en las estructuras de la sociedad, además es continua, forma parte de la tradición y las costumbres, se encuentra reglamentada y llega a internalizarse en la conciencia de los oprimidos (lo que Marx llama ideología, Bourdieu “violencia simbólica”, y Gramsci “hegemonía”)

Por esta misma razón mientras la opresión de los opresores es estructural y parece necesaria para mantener el orden, la liberación por el contrario toma un carácter diabólico: viene a destruir el funcionamiento ordinario, va en contra de lo establecido, incluso de las leyes (construidas por los mismos opresores).

Además, este cambio de  las estructuras no parece necesario, porque las cosas funcionan “más o menos bien”, y por el contrario, sin ellas se pone a toda la sociedad en peligro. “La propia funcionalidad mecánica e inconsciente de la estructura es mantenedora de sí misma, y por lo tanto de la dominación  dice José Luis Fiori  (citado por Freire).

En otras palabras, la opresión forma parte de un mecanismo previo, un mecanismo que funciona “solo”, que no precisa cambios ni grandes esfuerzos. La liberación en cambio requiere esfuerzo, sacrificio y valor. Se equivocó Marx cuando dijo que los proletariados no tenían nada que perder. Incluso sin libertad y bajo un sistema de dominación hay ciertas comodidades y ciertas seguridades.

 

La necesidad de la violencia

La libertad es una conquista y no una donación (40). La liberación requiere una acción violenta, porque los opresores no van a ceder sus privilegios. Estos privilegios están naturalizados incluso por los mismos oprimidos (designio divino, mérito, etc.)

Freire defiende la violencia de los oprimidos, porque entiende que es la única manera de romper con las estructuras instauradas por los opresores, estructuras que como vimos naturalizan la violencia escondida de los opresores.

Además, la violencia de los oprimiros permitiría que los hombres (tanto opresores como oprimidos) recobren la humanidad:

Es en la respuesta de los oprimidos a la violencia de los opresores donde encontraremos un gesto de amor. Consciente o inconscientemente el acto de rebelión de los oprimidos, que siempre es tan o casi tan violento cuanto la violencia que los genera, este acto de los oprimidos sí puede instaurar amor.

Es importante la diferencia que hace Freire entre la violencia de los oprimidos y la de los opresores:

Mientras la violencia de los opresores hace de los oprimidos hombres a quienes se les prohíbe ser, la respuesta de estos a la violencia de aquellos se encuentra infundida del anhelo de búsqueda del derecho de ser. (52)

El fin del sadismo es convertir un hombre en cosa, algo animado en algo inanimado, ya que mediante el control completo y absoluto el vivir pierde una cualidad esencial de la vida: la libertad. (56)

Los oprimidos, bajo el yugo de los opresores no pueden ser, pierden lo más preciado de la humanidad: su libertad, se convierten en cosas, en herramientas, en medios para los fines de los opresores, tal es así que ni siquiera tienen finalidad:

Los oprimidos, como objetos, como “cosas”, carecen de finalidades. Sus finalidades son aquellas que les prescriben los opresores. (57)

 

 


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