miércoles, 6 de julio de 2016

¿De qué podemos estar seguros? Descartes

En esta entrada analizaremos algunos fragmentos de los dos primeros capítulos del libro más famoso de Descartes, las "Meditaciones Metafísicas". Es allí donde el filósofo francés se plantea el objetivo de poner todos los saberes en duda en busca de una certeza absoluta.


Al comienzo del libro Descartes dice:
"Hace ya algún tiempo que me di cuenta de que, desde mi infancia, había tenido por verdaderas numerosas opiniones falsas, y que lo construido posteriormente sobre principios tan poco firmes no podía dejar de ser altamente dudoso e incierto; de modo que debía emprender seriamente por una vez en mi vida la tarea de deshacerme de todas las opiniones que había tomado hasta entonces por verdaderas, y comenzar completamente de nuevo, desde los cimientos, si quería establecer algo firme y constante en las ciencias."
La situación que describe no solo hace referencia a su experiencia personal, sino que alude a la situación que se estaba viviendo en Europa desde el siglo XVI. La humanidad había entrado en un profundo escepticismo a causa de los nuevos descubrimientos que dieron por tierra los antiguos saberes. 

Parte del propósito de estas "meditaciones" era encontrar un criterio para determinar qué cosas son verdaderas y que cosas son falsas, por eso decidió utilizar la duda como un método, es decir, como un medio para alcanzar alguna verdad que no pueda ser puesta en duda y que sirva de suelo firme para volver a construir nuevos y seguros saberes. 

Pero dudar absolutamente de todo hubiera sido una tarea infinita, es por eso que Descartes se propuso atacar directamente las fuentes del conocimiento:
"ya que la ruina de los cimientos entraña necesariamente la de todo el edificio, me concentraré primero en los principios sobre los que todas mis antiguas opiniones se habían fundado."
¿Y cuáles son esos principios o fuentes de las opiniones? según el filósofo francés son tres: la tradición (o educación), los sentidos y la razón. A partir de acá comienza el camino de la duda que pone a prueba estas tres fuentes del saber.

Del saber adquirido en las escuelas y las universidades, y de toda tradición en general, duda porque la historia ha demostrado que muchísimas creencias que el hombre mantuvo por siglos resultaron ser falsas, como la explicación geocéntrica del mundo, que sostenía que la tierra era el centro del universo, aceptada tanto por los antiguos filósofos (como Aristóteles), como por la Iglesia católica. Si la tradición falló tantas veces podría volver a fallar, por lo tanto no podemos confiar en ella.

Del saber obtenido a través de los sentidos duda porque frecuentemente los sentidos nos engañan. Dice en la primera meditación:
"Todo lo que hasta el presente he tenido como lo más verdadero y seguro lo he aprendido de los sentidos o por los sentidos: ahora bien, a veces he experimentado que esos sentidos eran engañosos, y es prudente no fiarse nunca por completo de quienes nos han engañado una vez."
Otro motivo para desconfiar de los sentidos es el fenómeno de los sueños, durante los cuales consideramos tan real aquello que vemos como en la vigilia, sin que podamos diferenciar claramente un estado de otro. Descartes lleva la duda al extremo y se pregunta:
"¿Y si todo esto que vemos, el mundo físico que describen los científicos, no fuera más que un sueño?... En los sueños y las alucinaciones también veo un mundo llenos de cosas que se mueven... ¿Cómo sé yo que todo este mundo que tengo ante mí no es una creación de mi mente? (...) ¿Cuántas veces he soñado, durante la noche, que estaba en este lugar, que estaba vestido, que estaba cerca del fuego, aunque estuviese completamente desnudo en mi cama? "

Goya. El sueño de la razón produce monstruos 

Sin embargo, en medio de tanto desconcierto es posible encontrar algunas verdades: incluso dentro de un sueño hay cosas que serían ciertas, como las figuras y los números. Por más que estemos soñando  2 + 2 seguirán siendo 4. 

Es por eso que del conocimiento obtenido por la razón resulta más difícil dudar. Si nos equivocamos al realizar operaciones matemáticas no puede atribuirse a la racionalidad, sino a nuestra falta de atención para resolverlas. Pero la razón, bien utilizada nos permite llegar a algunas conclusiones certeras, por ello concluye Descartes:
"no será, quizás, errónea nuestra conclusión si decimos que la física, la astronomía, la medicina y todas las demás ciencias que dependen de la consideración de cosas compuestas son altamente dudosas e inciertas; mientras que la aritmética, la geometría, y las demás ciencias de esta naturaleza, contienen algo de cierto e indudable."
Pero como el propósito de Descartes es poner en duda todo, hay que hacer un esfuerzo por dudar de esto también. ¿podríamos dudar acaso de que dos y dos sean cuatro? ¿Podríamos dudar de las verdades de la razón?

Es aquí donde Descartes introduce la famosa hipótesis del Genio Maligno, una hipótesis un tanto descabellada, pero que no deja de ser posible. Descartes comienza diciendo:
"No obstante, hace mucho tiempo que tengo en mi mente cierta opinión según la cual hay un Dios que todo lo puede"
Es cierto que esta idea proviene de la tradición, pero no deja de ser una posibilidad. Nosotros hemos sido creados, ahora bien, qué pasaría si en vez de haber sido creados por un Dios bueno, como el que plantea el cristianismo, hubiéramos sido creados por un Dios malvado? 

Para no enredarse en problemas religiosos (¿cómo puede Dios ser malvado?) sustituye la figura de Dios por la de un Genio Malvado: 
“podría existir un genio maligno, que a diferencia de Dios es un ser sumamente poderoso y perverso, que nos hizo deiformes para confundirnos en nuestros pensamientos y mantenernos así en el error”
Si nos hubiera creado un ser todo poderoso y malvado, ¿por qué confiar en nuestras capacidades? Ante esta hipótesis tampoco podríamos confiar en la razón, ya que esta puede ser hecha para engañarnos a nosotros mismos.

Es entonces cuando Descartes llega -gracias a la duda- a una profundidad extrema. Ya no podemos confiar en nada externo: ni en lo que nos enseñaron, ni en lo que percibimos ni en el resultado de nuestros razonamientos.

Sin embargo, a pesar de ello, hay algo de lo que no podríamos dudar… ¡De nuestra propia existencia! Si. Aún cuando el Genio maligno nos engañe en todo, para ser engañados es necesario que existamos:
"Tras haberlo pensado bien y haber examinado cuidadosamente todas las cosas, hay que concluir finalmente y tener por establecido que esta proposición: "yo soy, yo existo" es necesariamente verdadera todas las veces que la pronuncio o que la concibo en mi mente."
Si estamos dudando, si estamos pensando en que un ser podría estar engañándonos, es porque estamos existiendo. No importa cuánto me engañe ese supuesto genio, mientras más piense que me engaña, más seguro estoy de estar dudando. La misma duda, y nuestra actividad de pensar, es una prueba de nuestra existencia. Esta es la primer verdad que descubre Descartes, la certeza de que existimos, la certeza del "yo" pensante. A partir de ahora podrá comenzar a construir un nuevo sistema filosófico, más solido y seguro.

El descubrimiento de Descartes tiene una importancia enorme dentro de la historia de la filosofía. A partir de aquí la filosofía comenzó a poner la lupa en el sujeto, (en latín subjectum= el que subyace a todo lo que es) en ese "yo" que piensa y sus pensamientos y, por decirlo de alguna manera, el sujeto se convirtió en el nuevo objeto de conocimiento. ¿Y cómo no, si a partir de ahora el ser residirá en la conciencia del hombre? 



El análisis del Yo y la existencia de Dios

Una vez afirmada la propia existencia se pregunta ¿qué soy yo? y responde: una cosa que piensa. Definida esta como sustancia pensante Descartes ya tenía su “suelo firme” sobre el cual construir su nuevo sistema filosófico. Siguiendo los pasos del método, analizó el contenido del pensamiento: las ideas.

Entre ellas distinguió tres clases: las ideas ficticias: son producto de nuestra imaginación (como los centauros, las sirenas etc.) y siempre son falsas. Las ideas adventicias: parecen venir a nosotros desde afuera, a través de los sentidos. Pueden ser verdaderas o falsas. Y finalmente las ideas innatas: son aquellas que parecen haber venido con nosotros. Forman el contenido propio de la razón. Por ejemplo, las ideas matemáticas, las ideas de espacio, tiempo, causa-efecto y la idea de Dios.

La razón había sido puesta en duda por la hipótesis del genio maligno. Por lo tanto tampoco podríamos confiar en ella. Sin embargo entre todas ellas hay una idea que llama especial atención: la idea de Dios

-Demostración racional de la existencia de Dios, o argumento ontológico-

La idea de Dios es la de un ser perfecto. Si es perfecto, dice Descartes, no puede faltarle nada, ni siquiera la existencia. Por lo tanto -concluye- tiene que existir.

Además, es indudable que todos tenemos en nuestra mente la idea de Dios. Esta es una idea que traemos con nosotros (innata), no la sacamos del mundo exterior, no la derivamos de la experiencia. ¿Somos por lo tanto sus creadores? Esto es imposible, porque un ser imperfecto, como el ser humano, no puede haber creado uno perfecto.

Por otro lado, si es perfecto, debe ser bondadoso. Entonces no puede permitir que exista un genio maligno, único motivo para dudar de la razón.

Así Descartes afirma la verdad de las ideas innatas- racionales- y determina que del único conocimiento del que podemos estar seguros es el conocimiento racional, cuya verdad no está supeditada a nada.

Esta posición sobre el origen del conocimiento, que sostiene que la única fuente segura para conocer es la razón, recibe el nombre de racionalismo. Faltará poco para que alguien diga "lo real es racional" y "lo racional es real".


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