domingo, 8 de diciembre de 2019

¿Por qué leer?

Deleuze y la lectura amorosa

(…) Hay dos maneras de leer un libro: puede considerarse como un continente que remite a un contenido, tras de lo cual es preciso buscar sus significados o incluso, si uno es más perverso o está más corrompido, partir en busca del significante. Y el libro siguiente se considerará como si contuviera al anterior o estuviera contenido en él. Se comentará, se interpretará, se pedirán explicaciones, se escribirá el libro del libro, hasta el infinito. Pero hay otra manera: considerar un libro como una máquina asignificante cuyo único problema es si funciona y cómo funciona, ¿cómo funciona para ti? Si no funciona, si no tiene ningún efecto, prueba a escoger otro libro. Esta otra lectura lo es en intensidad: algo pasa o no pasa. No hay nada que explicar, nada que interpretar, nada que comprender. Es una especie de conexión eléctrica. […] Esta manera de leer en intensidad, en relación con el Afuera, flujo contra flujo, máquina con máquina, experimentación, acontecimientos para cada cual que nada tienen que ver con un libro, que lo hacen pedazos, que lo hacen funcionar con otras cosas, con cualquier cosa… ésta es una lectura amorosa.



Cioran, ¿Para qué sirve un libro?

¿Para qué van a servir los libros? ¿Para aprender? Eso no tiene ningún interés, para eso no hay más que ir a clase. No, yo creo que un libro debe ser realmente una herida, debe trastornar la vida del lector de un modo u otro. Mi idea al escribir un libro es despertar a alguien, azotarlo.

Schopenhauer, sobre el leer y el rumiar

“Cuando leemos, otro piensa por nosotros; repetimos simplemente su proceso mental. Algo así como el alumno que está aprendiendo a escribir y con la pluma copia los caracteres que el maestro ha diseñado antes con lápiz. La lectura nos libera, sentimos un gran alivio cuando dejamos la ocupación con nuestros propios pensamientos para entregarnos a la lectura. Mientras estamos leyendo, nuestra cabeza es, en realidad, un campo de juego de pensamientos ajenos. 

(…) La mente es un tablero en el que hay escritas muchas cosas, unas sobre otras. Así no se llega a rumiar, y tan sólo rumiando se asimila lo que se ha leído; del mismo modo que los alimentos nos nutren, no porque los comemos, sino porque los digerimos. Si se lee de continuo, sin pensar después en ello, las cosas leídas no echan raíces y se pierden en gran medida. El proceso de alimentación mental no es distinto del corporal: apenas se asimila la quincuagésima parte de lo que se absorbe. El resto se elimina por evaporación, respiración, etcétera. 

(…) Los pensamientos depositados en el papel no son más que las huellas de un caminante sobre la arena.” 


Anatole France, ¿qué es un libro?

“¿Qué es un libro? Una serie de pequeños signos negros; nada más. Corresponde al lector sacar de ellos las formas, los colores y el sentimiento, dependerá de él que su lectura sea opaca o brillante, ardiente o glacial.”



Borges, El Libro

"De los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. El microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de su voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones de su brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación":

"Heráclito dijo (lo he repetido demasiadas veces) que nadie se baña dos veces en el mismo río porque las aguas cambian, pero lo más terrible es que nosotros no somos menos fluidos que el río. Cada vez que leemos un libro, el libro ha cambiado, la connotación de las palabras es otra."


Mi amigo Nietzsche
-Corto-



The Reader
-Trailer-



Mis tardes con Margatitte
-Fragmento-





lunes, 28 de octubre de 2019

Hannah Arendt y la libertad, según Maite Larrauli


Maite Larrauri Gómez es una filósofa española que escribió una colección de 10 libros llamada "filosofía para profanos". Participara de programas televisivos y radiales, como el de "Gente despierta", divulgando la filosofía a través de conceptos específicos de algunos filósofos. En este caso: la libertad según Hannah Arendt.




¿Qué es pensar?

Pensar es darle vueltas a algo (darle vueltas a la lavadora decía Almodóvar)

Pensar es emitir juicios. Y es lo contrario a emitir prejuicios: “los políticos son todos corruptos”, “las mujeres no pueden hacer dos cosas al mismo tiempo”, “los hombres son todos machistas”. Eso no es pensamiento, es emitir prejuicios, juicios previos, juicios de otros, dichos que se repiten y muy generales (“todos los hombres…” etc) (Heidegger la “dictadura del se”)

Cuando salimos de lo abstracto, y vamos a lo concreto (y dejamos de repetir lo que todo el mundo dice) tenemos la idea de que si estamos pensando. Por ejemplo: “esta persona sí que me ama”, “Este bombero se ha comportado de manera valiente”, o “esta mujer/ este hombre es muy bella/bello”

En estos casos estoy hablando de algo concreto “esta persona”, “este bombero” y discerniendo: si me ama o no me ama, si es o no valiente, etc. Pero estoy empleando conceptos que son aceptados por todos y que doy por supuesto: amor; valentía, belleza, hombre, mujer.

Son conceptos generales, “significados compartidos”. Pero si no me pregunto qué es la valentía, el amor, la belleza, el hombre, incorporo un significado compartido sin pasarlo por una reflexión, es decir, vuelvo a caer en prejuicios, o “pre-conceptos”. Por lo tanto ese pensamiento tampoco es del todo propio.

Cuando te ponés a pensar te preguntas ¿qué es el amor? ¿Qué es la valentía? Esta es la reflexión filosófica: hay que dar un paso atrás de los significados compartidos (la gran Sócrates). Entonces tenés que elaborar: qué es el amor, p ej. Entonces sí vas a dar un juicio o un pensamiento propio en la que te vas a poner en juego (es un pensamiento auténtico)

Pensar es como la tela de Penélope, se teje y se desteje. O sea que mañana podemos pensar distinto, en base a nuevas experiencias, nuevas preguntas. O sea que nunca hay un pensamiento final, definitivo, objetivo. Pero si puede haber un pensamiento más auténtico.

No siempre se puede pensar, a veces no es necesario, otras es contraproducente. A veces se carga al filósofo porque piensa demasiado y se caricaturiza al filósofo preguntándose todo. No se trata de eso, hay que saber cuándo hay que pensar y cuando no. Hay que elegir en qué queremos pensar.

Si me dicen tomate el este colectivo no me voy a poner a pensar ¿qué es un colectivo? ¿Qué significa “tomarme? Pero si me dicen “esta persona si me ama” y esa persona le pega, entonces sí debo detenerme a pensar ¿a qué llamas “amor”?



¿Pensar nos hace libres?

A veces se dice “Tu eres libre de pensar lo que quieras” Pero “guardándonos lo que pensamos”. Se valora esa libertad porque no hay otra libertad mayor, que es la libertad de actuar.

En plena dictadura uno podía pensar, pero no podía decir lo que pensaba. Entonces no se era libre.

Para Hannah Arendt la libertad se juega en el espacio público, es algo que “se muestra”. Si no hay espacio público, es decir posibilidad de participar públicamente no hay libertad. Por eso no siempre ha habido libertad (ni espacio público). Eso es algo que inventaron los griegos.

Por otro lado hacer uso del espacio público es hacer política. Ser libre es poder hacer política.

La libertad no es el fin de la política, sino su posibilidad.

Los países o una sociedad pueden sobrevivir sin política y sin libertad. Es decir la libertad y la política no son necesarias, porque pueden no existir.

¿Es necesaria la libertad? No. La libertad es buena, es hermosa, pero no es necesaria. Si no comemos morimos, por lo tanto comer es necesario. Pero podemos vivir sin libertad. Las mujeres, ¿cuánto tiempo han sobrevivido sin la libertad? Y sobrevivieron. Pero no fueron libres, si por libres entendemos ocupar el espacio público, poder decidir, tomar decisiones propias y públicamente, tomar la iniciativa, sugerir, proponer, oponerse, revelarse.

Si la libertad no es necesaria es efímera, puede desaparecer. Por eso es importante valorarla y cuidarla.

Pensar no hace libres, lo que nos hace libres es actuar. Y actuar en la esfera pública: hablando, tomando la palabra, decidiendo, tomando iniciativas, participando de una marcha., etc. Si me quedo en mi casa encerrado mirando la tele, no soy libre, si una mujer se queda en su hogar planchándole la ropa a su marido y cocinándole para que cuando regrese tenga todo servido, esa mujer no es libre, o no está haciendo uso de su libertad.

El pensamiento siempre es libre, pero otra cosa es ser libre uno, p. ej emitiendo un juicio, diciendo lo que pensamos públicamente, en ese momento nos “exhibimos”. El pensamiento puede ser en la oscuridad, pero la acción es en la esfera pública.


martes, 15 de octubre de 2019

El amor liviano.

Michel Onfray, La potencia de existir. Manifiesto hedonista.Tercera parte: una erótica solar- selección de fragmentos-


 La mitología de la falta.

Veinte siglos de judeocristianismo –al por mayor– dejan huellas en el formateado del cuerpo occidental. (…) Occidente inventa el mito del deseo como falta. Desde el discurso sobre el andrógino que pronuncia Aristófanes en el Banquete de Platón hasta los Escritos de Jacques Lacan, pasando por el corpus paulino, la ficción dura y perdura.

(…) En efecto, esa ficción peligrosa conduce a buscar lo inexistente, y por lo tanto a encontrar la frustración. La búsqueda del Príncipe Azul –o la de su fórmula femenina produce decepciones: lo real nunca soporta las comparaciones con el ideal. La voluntad de completud genera el dolor de la incompletitud, salvo que se pongan en marcha los mecanismos de defensa, como la negación, que impiden la manifestación de lo evidente en la conciencia. La decepción termina siempre por salir a luz cuando comparamos lo real con lo imaginario que transmite la moral dominante, con la ayuda de la ideología, la política y la religión, que actúan conjuntamente para reproducir y conservar la mitología primitiva.

Ahora bien, el deseo no es falta, sino exceso que amenaza con desbordarse; el placer no define la completitud supuestamente realizada, sino el desborde por el desahogo.


La codificación ascética

Como la renuncia a los placeres de la carne es un punto de vista espiritual, después de colocar bien alto el listón con el fin de culpabilizar al pobre tipo incapaz de elevarse hasta la altura ideal, la propuesta de una alternativa da la apariencia de magnanimidad y comprensión. Si el sacrificio total del cuerpo resulta imposible, bien se puede tolerar, señal de generosidad, un sacrificio parcial: basta con la castidad familiar. El matrimonio la permite. Véanse todas la elucubraciones de Pablo de Tarso en sus diferentes Epístolas. (…)

Con el tiempo, la llama de la pasión original se consume y luego desaparece. El aburrimiento, la repetición, la sujeción del deseo (libertario y nómada, por esencia) en la forma limitada de un placer repetitivo y sedentario extingue la libido. En la familia en la que la mayor parte del tiempo está puesta al servicio de los niños y del marido, la mujer muere cuando triunfan la madre y la esposa, que gastan y consumen casi toda su energía.

Escrita en la lengua de la costumbre y de la eterna cantinela, la sexualidad conyugal coloca la libido en los compartimentos apolíneos de una vida familiar reglamentada, en la que el individuo desaparece en provecho del sujeto. Dionisos muere y se instala la miseria sexual. Tanto es así que, a fuerza de determinismos sociales y propagandas ideológicas moralizadoras de todo tipo, la servidumbre se vuelve voluntaria, y –definición de la alienación– la víctima incluso acaba por encontrar su placer en la renuncia de sí misma.


El eros liviano.

Para eliminar la miseria sexual, acabemos con los razonamientos perversos que la hacen posible: el deseo como falta; el placer asociado a colmar esa supuesta falta a través de la pareja fusionada; la familia apartada de su necesidad natural y transformada en solución de la libido considerada como problema; la promoción de la pareja monógama, fiel, que comparte el mismo hogar cada día; el sacrificio de las mujeres y de lo femenino en ellas; y los niños convertidos en verdad ontológica del amor de sus padres. El afán de superar esas ficciones socialmente útiles y necesarias, pero fatales para los individuos, contribuye a la construcción de un eros liviano.

Para empezar, separemos amor, sexualidad y procreación. La confusión de las tres instancias por la moral cristiana obliga a amar a la pareja de la relación sexual con la finalidad de tener hijos. Digamos que esa persona no puede ser una relación pasajera, sino un marido debidamente casado con esa mujer y una dama desposada de modo definitivo con ese hombre. De no ser así, es pecado.

(…) No querer comprometerse de por vida en una historia de larga duración no impide la presencia del amor.

(…) La construcción de situaciones eróticas livianas define el  primer grado de un arte de amar digno de ese nombre.


La máquina célibe.

Mi definición de soltero no incluye la acepción usual del estado civil. Para mí, el soltero no vive necesariamente solo, sin compañero ni compañía, sin marido o mujer, o sin pareja oficial. Define más bien a aquel que, aun comprometido en una historia digamos amorosa, conserva las prerrogativas y el ejercicio de su libertad. Esta figura aprecia su independencia y goza de su soberana autonomía. (…)


Las combinaciones lúdicas

(…) Esa riqueza erótica incluye a múltiples personajes: lección cardinal. Ningún ser puede por sí solo llenar todas esas funciones y alcanzar la perfección de una encarnación ideal en el momento previsto. La pareja tradicional cree que el otro concentra todas las potencialidades: a la vez niño y amo, padre e hijo, fuerte y frágil, protector y vulnerable, amigo y amante, educador y hermano, marido y confidente..., e igualmente para lo femenino. ¿Cómo podría un solo individuo desempeñar el papel apropiado, el papel justo, en el instante adecuado? Tonterías...

La posibilidad de combinaciones lúdicas supone la diversidad de parejas. Nadie puede por sí solo actuar según las virtudes de Dios: ubicuidad, eficacia múltiple, plasticidad pasional, polimorfismo sentimental... Cada cual da lo que puede: dulzura, belleza, inteligencia, disponibilidad, ternura, devoción, paciencia, complicidad, erotismo, sexualidad, un conjunto o una serie de configuraciones improbables, y otras figuras retóricas nominalistas.

Esas microsociedades electivas, eróticas, no ganan nada si son transparentes y se exponen a la opinión pública. Discretas cuando no secretas, ganan tanto más en eficacia cuando no se arriesgan al juicio moralizante de los que, carentes de coraje, calidad y temperamento, faltos de imaginación y audacia, aspiran a esa diversidad erótica, no la obtienen y, según un principio tan viejo como el mundo, desprecian lo que no pueden ni saben alcanzar. No hay necesidad de darles la oportunidad de un falso moralismo que oculta un auténtico resentimiento.

La discreción ofrece otra ventaja, pues impide que los celos –esa prueba de nuestra indiscutible pertenencia al reino animal, esa demostración evidente de la verdad etológica– destruyan las relaciones en las que un poco de cultura permite mucho erotismo. En una relación tradicional, ninguno puede tolerar la alegría del otro si la alegría no pasa también por él, porque da la impresión de que el excluido carece de medios para alcanzar esa alegría obtenida con un tercero. Para evitar los celos más vale no meterse en situaciones que podrían llevar a padecerlos... La discreción para sí obliga a rechazar la indiscreción para el otro.

domingo, 13 de octubre de 2019

Los espíritus libres


Si la moral cristiana fue criticada duramente por Nietzsche es porque este entiende que es una moral de esclavos, de gente que es incapaz de mandarse a sí misma y solo desea obedecer. Pero ante la muerte de Dios se abre un nuevo panorama, ya no hay valores absolutos, ya no hay garantía de lo que está bien o lo que esta mal, somos nosotros los creadores de tales conceptos. Por eso tenemos dos opciones: o somos los creadores de los nuevos valores, o somos un animal de rebaño que sigue a la manada y obedece a los valores de otros. Por eso Nietzsche sostiene que hay dos clases de hombres; los espíritus libres, aventureros, destructores, capaces de sobrevolar por encima del bien y del mal y de crear nuevos valores; y los espíritus siervos, que solo son capaces de obedecer y que se aferran al pasado y los valores de su época, conservadores por excelencia, temeros y reaccionarios de todo lo nuevo, de todo lo que busca un cambio.

Lógicamente no se nace espíritu libre o espíritu siervo, sino que se llega a serlo. En un fragmento de Humano demasiado humano dice:


«Llamamos espíritu libre al que piensa de otro modo al que pudiera esperarse de su origen, de sus relaciones, de su situación y de su empleo o de las opiniones reinantes en su tiempo. El espíritu libre es la excepción, los espíritus siervos son la regla» (Nietzsche Humano demasiado humano)
Como vemos las categorías de espíritus libres y espíritus siervos no son determinantes ni definitivas. Todos somos en principio espíritus siervos, el mismo Nietzsche confiesa el proceso de su liberación en su libro Humano demasiado humano, proceso que es descrito apasionadamente, lleno de contradicciones y que trae como última consecuencia la soledad. 

"La gran transformación llega para siervos de esta especie como un terremoto: el alma joven se siente en un sólo instante conmovida, desasida, arrancada de todo lo que antes amaba; ni aun se da cuenta de lo que le pasa. Extraña investigación, desconocida fuerza impulsiva la dominan y se apoderan de ella, hasta imponérsele como una orden; se despierta el deseo, la voluntad de ir adelante, no importa adónde, a toda costa; violenta y peligrosa curiosidad de un mundo no descubierto brilla y flamea en todos sus sentidos. «Antes morir que vivir aquí» – le dice la imperiosa voz de seducción: – y este «aquí», este «en nuestra casa», ¡es todo lo que amó hasta esa hora! Miedo, desconfianza repentina de todo lo que amaba, relámpagos de desprecio por todo lo que para ella significaba «deber», deseo sedicioso, voluntarioso, irresistible como un volcán, de viajar, de alejamiento, de expatriación, de refrigerio, de salir de la embriaguez, de tornarse de hielo; odio para el amor; a veces un paso y una mirada sacrílega hacia atrás, hacia allá, hacia donde hasta entonces se había orado y amado; quizá una sensación de vergüenza por lo que se acaba de hacer, y un grito de alegría al mismo tiempo por haberlo hecho; angustia y embriaguez de placer en que se revela una victoria –¿una victoria? ¿sobre qué? ¿sobre quién?– victoria enigmática, problemática, sujeta a caución, pero que es, en fin, la primera victoria: tales son los males y los dolores que componen la historia de la gran transformación" (Nietzsche, Humano demasiado humano)

El proceso de liberación es largo, no basta con desprenderse de ciertas cadenas para ser libre. Nietzsche diferencia dos momentos del proceso de liberación: un primer momento donde se es "libre de" y un segundo momento donde se es "libre para". Así lo distingue en su Zaratustra, precisamente en el discurso titulado "Del camino del creador":

«¿Libre te llamas a ti mismo? Quiero oír tu pensamiento dominante, y no que has escapado de un yugo. ¿Eres tú alguien al que le sea lícito escapar de un yugo? Más de uno hay que arrojó de sí su último valor al arrojar su servidumbre. ¿Libre de qué?   ¡Qué importa eso a Zaratustra!  Tus ojos deben anunciarme con claridad: ¿libre para qué?»   (Así habló Zaratustra, Del camino del creador)

Este proceso es también descrito a través del discurso "Las tres transformaciones del espíritu", donde muestra cómo el espíritu puede pasar de siervo-camello, a león-reaccionario (que lucha en la soledad del desierto para liberarse y se enfrenta al gran dragón), para finalmente convertirse en niño (quien ya no lucha ni escapa, y es libre para crear)

Los espíritus libres, que ya han recorrido el camino de la libertad, que han dejado atrás su pasado y han olvidado, aquellos son capaces de crear nuevos valores, sobrepasando las barreras morales que impone la sociedad, respondiendo únicamente a su propia voluntad, son, en el fondo, los que conducen a la humanidad, quienes permiten que esta se supere. Nietzsche otorga un nuevo nombre para aquellos:  los superhombres, los superadores de la humanidad; genios, subversivos, solitarios, capaces de grandes cosas, generalmente incomprendidos. ¿Dónde están hoy los superhombres? ¿O es que aún no han llegado?



El árbol de la montaña

A continuación compartimos un diálogo que tiene Zaratustra con un joven que está atravesando su propia transformación:

El ojo de Zaratustra había visto que un joven lo evitaba. Y cuando una tarde caminaba solo por los montes que rodean la ciudad llamada «La Vaca Multicolor»: he aquí que encontró en su camino a aquel joven, sentado junto a un árbol en el que se apoyaba y mirando al valle con mirada cansada. Zaratustra agarró el árbol junto al cual estaba sentado el joven y dijo: Si yo quisiera sacudir este árbol con mis manos, no podría. Pero el viento, que nosotros no vemos, lo maltrata y lo do​bla hacia donde quiere. Manos invisibles son las que peor nos doblan y maltratan. Entonces el joven se levantó consternado y dijo: «Oigo a Zaratustra, y en él estaba precisamente pensando.» Zaratustra re​plicó: «¿Y por eso te has asustado? Al hombre le ocurre lo mis​mo que al árbol. Cuanto más quiere elevarse hacia la altura y hacia la luz, tanto más fuertemente tienden sus raíces hacia la tierra, hacia abajo, hacia lo oscuro, lo profundo; hacia el mal.» «¡Sí, hacia el mal!, exclamó el joven. ¿Cómo es posible que tú hayas descubierto mi alma?» Zaratustra sonrió y dijo: «A ciertas almas no se las descubrirá nunca a no ser que antes se las invente». «¡Sí, hacia el mal!, volvió a exclamar el joven. Tú has dicho la verdad, Zaratustra. Desde que quiero elevarme hacia la altura ya no tengo confianza en mí mismo, y ya nadie tiene confianza en mí; ¿cómo ocurrió esto? Me transformo demasiado rápidamente: mi hoy refuta a mi ayer. A menudo salto los escalones cuando subo; esto no me lo perdona ningún escalón. Cuando estoy arriba, siempre me encuentro solo. Nadie habla conmigo, el frío de la soledad me hace estremecer. ¿Qué es lo que quiero yo en la altura? Mi desprecio y mi anhelo crecen juntos; cuanto más alto subo, tanto más desprecio al que sube. ¿Qué es lo que quiere éste en la altura? ¡Cómo me avergüenzo de mi subir y tropezar! ¡Cómo me burlo de mi violento jadear! ¡Cómo odio al que vuela! ¡Qué cansado estoy en la altura!» Aquí el joven calló. Y Zaratustra miró detenidamente el ár​bol junto al que se hallaban y dijo: «Este árbol se encuentra solitario aquí en la montaña; ha crecido muy por encima del hombre y del animal. Y si quisiera hablar, no tendría a nadie que lo comprendie​se: tan alto ha crecido. Ahora él aguarda y aguarda; ¿a qué aguarda, pues? Habita demasiado cerca del asiento de las nubes: ¿acaso aguarda el primer rayo?». Cuando Zaratustra hubo dicho esto el joven exclamó con ademanes violentos: «Sí, Zaratustra, tú dices verdad. Cuando yo quería ascender a la altura, anhelaba mi caída, ¡y tú eres el rayo que yo aguardaba! Mira, ¿qué soy yo desde que tú nos has aparecido? ¡La envidia de ti es lo que me ha destruido!», Así dijo el joven, y lloró amargamente. Mas Zaratustra lo rodeó con su brazo y se lo llevó consigo. Y cuando habían caminado un rato juntos, Zaratustra co​menzó a hablar así: Mi corazón está desgarrado. Aún mejor que tus palabras es tu ojo el que me dice todo el peligro que corres. Todavía no eres libre, todavía buscas la libertad. Tu búsqueda te ha vuelto insomne y te ha desvelado demasiado. Quieres subir a la altura libre, tu alma tiene sed de estrellas. Pero también tus malos instintos tienen sed de libertad. Tus perros salvajes quieren libertad; ladran de placer en su cueva cuando tu espíritu se propone abrir todas las prisio​nes. Para mí eres todavía un prisionero que se imagina la libertad: ay, el alma de tales prisioneros se torna inteligente, pero también astuta y mala. El liberado del espíritu tiene que purificarse todavía. Muchos restos de cárcel y de moho quedan aún en él: su ojo tiene que volverse todavía puro. Sí, yo conozco tu peligro. Mas por mi amor y mi esperanza te conjuro: ¡no arrojes de ti tu amor y tu esperanza! Todavía te sientes noble, y noble te sienten todavía también los otros, que te detestan y te lanzan miradas malvadas. Sabe que un noble les es a todos un obstáculo en su camino. También a los buenos un noble les es un obstáculo en su camino: y aunque lo llamen bueno, con ello lo que quieren es apartarlo a un lado. El noble quiere crear cosas nuevas y una nueva virtud. El bueno quiere las cosas viejas, y que se conserven. Pero el peligro del noble no es volverse bueno, sino insolen​te, burlón, destructor. Ay, yo he conocido nobles que perdieron su más alta esperanza. Y desde entonces calumniaron todas las esperanzas elevadas. Desde entonces han vivido insolentemente en medio de breves placeres, y apenas se trazaron metas de más de un día. “El espíritu es también voluptuosidad”, así dijeron. Y entonces se le quebraron las alas a su espíritu: éste se arrastra ahora de un sitio para otro y mancha todo lo que roe. En otro tiempo pensaron convertirse en héroes: ahora son libertinos. Pesadumbre y horror es para ellos el héroe. Mas por mi amor y mi esperanza te conjuro: ¡no arrojes al héroe que hay en tu alma! ¡Conserva santa tu más alta esperanza!, Así habló Zaratustra.



Nietzsche crítico de la moral

La crítica a la moral cristiana:
http://mirartambienespensar.blogspot.com/2015/09/nietzsche-y-la-critica-al-cristianismo.html

La muerte de Dios:
http://mirartambienespensar.blogspot.com/2015/07/la-muerte-de-dios.html

Las tres transformaciones del espíritu (E.Fink):
http://mirartambienespensar.blogspot.com/2018/01/fink-la-muerte-de-dios-el-superhombre-y.html

Los espíritus libres
https://mirartambienespensar.blogspot.com/2019/10/los-espiritus-libres.html

El eterno retorno:
http://mirartambienespensar.blogspot.com/2015/07/el-eterno-retorno.html

Aforismos:
http://mirartambienespensar.blogspot.com/2017/06/nietzche-y-la-critica-la-moral-ii.html

sábado, 12 de octubre de 2019

La filosofía moderna y el progreso de la historia. Una lectura de Amelia Podetti


Dice Sartre: “la filosofía es ante todo una cierta manera para la clase en ascenso de tomar conciencia de sí
Con esta frase del filósofo francés Amelia Podetti comienza una de sus clases sobre filosofía política moderna. El mensaje es claro: la filosofía sirve “a las clases en ascenso” para “tomar conciencia de sí”. Así fue como el capitalismo mercantil del siglo XVII se sirvió de Descartes para empezar a definirse, y  cómo la burguesía del siglo XVIII se sirvió de Kant, se descubrió en Kant, y tomó conciencia de sí por medio su filosofía. Dicho de otra manera, la filosofía, tanto la de Kant como la de Descartes, intenta justificar un nuevo orden, que es el de la burguesía.
Podemos ubicar el germen de esta idea de progreso en la razón cartesiana, que buscó una verdad universal que superara la diversidad filosófica y cultural, pero basado justamente en una “razón universal”, que pretendía objetiva, desinfectada de toda creencia, dogma y cualquier influencia cultural, por lo que termina encubriendo su propia cultura y nos presenta la “razón europea” como “razón universal”. Con Descartes el hombre europeo se ubica en la centralidad, él es “la medida de todas las cosas”
Sin embargo, dice  Amelia Podetti a propósito del origen de la idea de progreso:
“En el siglo XVII las naciones europeas han comenzado a desarrollar una cultura nueva y específica y con ella la convicción de una superioridad histórica frente a los hombres y las culturas precedentes. Los hombres modernos europeos se consideran más sabios, más cultos, más civilizados que los medievales y los antiguos, y la antigüedad es a la modernidad como la infancia respecto a la madurez. A esta superioridad histórica (…) se agrega también, en forma implícita, la convicción de la superioridad europea sobre los otros pueblos no europeos que desde el siglo XV las naciones más poderosas de Europa se han anexado como su periferia y por cuya posesión y consecuente explotación luchan entre sí durante toda la época moderna”
Con Kant la idea de progreso es aún más firme, porque el avance científico, el desarrollo de la ciencia, el triunfo de la burguesía[1] en el campo económico que empieza a preparar el cambio político, lo acompañan. Eso lleva a Kant a afirmar que la humanidad está entrando en la mayoría de edad (ver “la respuesta a la pregunta “¿qué es la ilustración?”).
Para Hegel el progreso tiene un carácter idealista, no es otra cosa más que la idea que se despliega en el tiempo. Este despliegue no es azaroso, hay un fin determinado para cada pueblo. Las distintas manifestaciones son “el espíritu de la época, o del pueblo”. Los acontecimientos se suceden según un orden lógico. Acá entramos en una idea del progreso mucho más compleja y fundamentada. El progreso se realiza por medio de contradicciones, de saltos, de revoluciones. No es un avance continuo y lineal. Ese avance por contradicciones es dialéctico:
“cada momento, cada etapa niega y supera al anterior, pero la niega conservándola dentro de sí. Negación, conservación, superación, son justamente los tres sentidos de la palabra alemana Aufhebung (derogación, anulación), con que Hegel designa este proceso. En este proceso de afirmación (tesis), negación (antítesis) y negación de la negación (síntesis) cada nueva síntesis supera y conserva todo el proceso precedente” (A.P)
De esta manera no solo hay un constante avanzar, sino también una conservación, una acumulación cada vez mayor de conocimientos, de saberes, de historia, de cultura. Es justamente esto lo que va a criticar Nietzsche, porque este exceso del pasado (y veneración) no nos deja crear algo nuevo.
La filosofía de Hegel (siglo XIX) es la coronación de esa clase burguesa que ya no es la clase ascendente, sino la clase que triunfó y desde arriba mira victoriosa.
Más tarde Marx se entusiasmó con la idea del progreso dialéctico, pero difiriendo con el costado  idealista de Hegel. Para Marx el motor de la historia no es la idea sino la materia, el modo en que la sociedad produce, lo cual implica las relaciones de producción sobre las que se eleva la superestructura jurídica y política y la ideología de la clase dominante. Un texto muy famoso de Marx dice:
“Las relaciones sociales en que los individuos producen, las relaciones sociales de producción cambian por tanto al cambiar y desarrollarse los medios materiales de producción, las fuerzas productivas. Las relaciones de producción forman en su conjunto lo que se llama las relaciones sociales, la sociedad y concretamente una sociedad con un determinado grado de  desarrollo histórico, una sociedad de carácter peculiar y distintivo. La sociedad antigua, la sociedad feudal, la sociedad burguesa son otros tantos conjuntos de relaciones de producción, cada uno de los cuales representa, a la vez, un grado especial de desarrollo en la historia de la humanidad” (Trabajo salario y capital, obras escogidas, VI, P 76)
Lo que provoca el progreso, según Marx es la contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción, aunque en apariencia solo se vea la lucha de clases antagónicas, lo que sucede de fondo es la superación de las contradicciones, la síntesis hegeliana.
Dice Podetti:
“Esta contradicción toma la forma de una lucha de clases no meramente porque una clase sea la dominante  y las otras las explotadas, sino porque el desarrollo de las fuerzas productivas hace anacrónica la relación de clases existente, y una de las clases explotadas tiene, gracias al nuevo desarrollo de las fuerzas productivas, conciencia, interés y poder para utilizar ese nuevo desarrollo contra la clase hasta ahora dominante”
Por eso Marx dice sencillamente “la historia de todas las sociedades hasta ahora es la historia de la lucha de clases”. Con lo cual supone una historia  universal y determinada por las fuerzas productivas.
Ahora bien, a diferencia de otras épocas, en el capitalismo se simplifica y agudiza la contradicción de las clases en dos grandes grupos. Por eso el capitalismo significa un “progreso” en la lectura de Marx, y es necesario que todos los pueblos pasen por él, solo así será posible dar el nuevo salto hacia el comunismo (la fase superadora).
Con este salto el proletariado se convertirá en la nueva clase dominante (durante el tiempo que dure la dictadura del proletariado, como fase previa al comunismo). Un dato interesante es que en “La ideología alemana” Marx advierte que cada clase dominante representa su propio interés como el interés común, da a sus ideas el carácter de ideas producidas por la sociedad en su conjunto y no como ideas de clase (idea que retoma Gramsci con el término hegemonía)
Como se dijo la ideología puede servir para dar conciencia a una clase en ascenso, pero tan pronto se convierte en la clase dominante sirve para consolidar, justificar y enmascarar el dominio y la explotación de una clase sobre otra.



[1] Dice J.P Feinmman en La filosofía y el barro de la historia: “Nosotros no tuvimos sujeto cartesiano, el sujeto cartesiano nos tuvo a nosotros. La expoliación de nuestro continente posibilitó la acumulación originaria que hizo posible a la burguesía, que hizo posible, a su vez, al sujeto cartesiano. Nunca tuvimos un sujeto fuerte, mal podríamos querer deconstruirlo. Estamos, por el contrario, empeñados en su construcción. Todavía y pese a todo. Esa construcción es nuestra utópica identidad.”(…) “Somos parte de Occidente en la modalidad de periferia saqueada. El sujeto dominador del capitalismo se expresó ya en la conquista de América. En la «acumulación originaria del capital». No en vano nos ocupamos tanto de la filosofía europea. Ella se ha ocupado mucho de nosotros. Conocerla a fondo es conocer nuestra condición. Somos —aun contradictoriamente— lo que el sujeto de la modernidad capitalista hizo de nosotros”. Es cierto que nosotros no somos el sujeto cartesiano, o que nuestra subjetividad no es la europea, pero tiene mucho de ella; también tiene su desprecio. Somos la periferia de esa centralidad.


martes, 1 de octubre de 2019

Concepciones filosóficas de la historia


Selección de Fragmentos

Kant, Idea de una historia universal desde el punto de vista cosmopolita

Aunque pueda tenerse con propósito metafísico un concepto de la libertad de la voluntad, sus fenómenos, las acciones humanas, como cualquier otro acontecimiento natural, están determinados por leyes generales de la naturaleza. La historia, que se ocupa de la narración de estos fenómenos, nos hace esperar, por profundas que puedan ser sus causas remotas, que, al observar el juego de la libertad de la voluntad humana en grande, se pueda descubrir en ella una marcha regular; igual que se puede llegar a conocer en el conjunto de la especie, como un desarrollo en marcha constante, aunque lenta, de sus disposiciones originales, aquello que se ofrece confuso e irregular a la mirada en los sujetos particulares. (…)

No hay otro remedio para el filósofo, ya que no puede presuponer en los hombres ni en todo su juego un propósito racional propio, sino tratar de descubrir, en esta contradictoria marcha de las cosas humanas, un propósito de la naturaleza, para que sea posible una historia de estas criaturas, que proceden sin plan propio, según un plan determinado de la naturaleza. (…)

Acuarto principio: El medio de que se sirve la Naturaleza para lograr el desarrollo de todas sus disposiciones es el ANTAGONISMO  de las mismas en sociedad, en la medida en que ese antagonismo se convierte a la postre en la causa de un orden legal de aquellas.

(…) ¡Gracias sean dadas, pues, a la Naturaleza por la incompatibilidad , por la vanidad maliciosamente porfiadora, por el afán insaciable de poseer o de mandar! Sin ellos, todas las excelentes disposiciones naturales del hombre dormirían eternamente raquíticas. El hombre quiere concordia; pero la Naturaleza sabe mejor lo que le conviene a la especie y quiere discordia. Quiere el hombre vivir cómoda y plácidamente pero la Naturaleza prefiere que salga del abandono y de la quieta satisfacción, que se entregue al trabajo y al penoso esfuerzo para, por fin, encontrar los medios que le libren sagazmente de esta situación.

Séptimo principio

(…) ¿Admitiremos que la Naturaleza persigue en este caso un curso regular, el de conducir por grados nuestra especie desde el plano de animalidad más bajo hasta el nivel máximo de la humanidad y, ello, en virtud de un arte, aunque impuesto, propio de los hombres, desarrollando bajo este aparente desorden aquellas disposiciones primordiales de modo totalmente regular? ¿O preferiremos creer que de todas estas acciones y reacciones de los hombres en su conjunto nada sale en limpio, o nada que valga la pena, y que seguirán siendo éstos lo que fueron siempre, y no se puede predecir, por tanto, si la disensión, tan connatural a nuestra especie, no acabará por prepararnos, a pesar de nuestro estado tan civilizado, un tal infierno de males que en él se aniquilen por una bárbara devastación ese estado y todos los progresos culturales realizados hasta el día?

Octavo principio

(…) Podemos contribuir, por nuestra propia disposición racional, a que se acelere el advenimiento de una época tan feliz para nuestros descendientes.


Marx, La dominación británica en la India

(…) Por muy lamentable que sea desde un punto de vista humano ver cómo se desorganizan y disuelven esas decenas de miles de organizaciones laboriosas, patriarcales, inofensivas; por triste que sea verlas sumidas en un mar de dolor (…) no debemos olvidar al mismo tiempo que esas idílicas comunidades rurales, por inofensivas que parecieses, constituyeron siempre una sólida base para despotismo oriental (…)

(…) No debemos olvidar que esa vida sin dignidad, estática y vegetativa, que esa forma pasiva de existencia despertaba, de otra parte, y por oposición, unas fuerzas destructivas salvajes, ciegas y desenfrenadas que convirtieron al asesinato en un rito religioso del Indostán (…)

(…) Bien es verdad que al realizar una revolución social en el Indostán, Inglaterra actuaba bajo el impulso de los intereses más mezquinos (…) a pesar de todos sus crímenes Inglaterra fue el instrumento inconsciente de la historia al realizar dicha revolución.

En tal caso, por penoso que sea para nuestros sentimientos personales el espectáculo de un viejo mundo que se derrumba, dese el punto de vista de la historia tenemos pleno derecho a exclamar con Goethe:

¿Quién lamenta los estragos
Si los frutos son placeres?
¿No aplastó miles de seres
Temerlán en su reinado?

Londres, 10 de junio de 1853


Annah Arendt, sobre la violencia (1969/70)

“La noción de que existiera algo semejante a un progreso de la humanidad en su totalidad era desconocida antes del siglo XVII, evolucionó hasta transformarse en opinión corriente enree los hombres de letras del siglo XVIII y se convirtió en un dogma casi universalmente aceptado durante el siglo XIX. Pero la diferencia entre las primitivas nociones y la de su última fase es decisiva. El siglo XVII, en este aspecto especialmente representado por Pascal y Fontenelle, pensaba en el progreso como una acumulación de conocimientos a través de los siglos, mientras que para el siglo XVIII la palabra implicaba una “educación de la humanidad” cuyo final coincidiría con la llegada del hombre a la mayoría de edad. El progreso no era ilimitado, y la sociedad sin clases considerada como el reino de la libertad que podía ser el final de la historia (…) lleva todavía la marca distintiva de la ilustración.” (P40)

“La idea de Marx tomada de Hegel, según la cual cada sociedad antigua alberga en su seno las semillas de sus sucesores de la misma manera que cada organismo vivo lleva en sí la semillas de su futura prole es, desde luego, no solo la más ingeniosa sino también la única garantía conceptual posible para la sempiterna[1] continuidad del progreso en la historia (…)”

“No necesito añadir que todas nuestras experiencias en este siglo, que nos ha enfrentado siempre con lo totalmente inesperado, se hallan en flagante contradicción con estas nociones” (Pag.43)

 “El progreso, en realidad, es el más serio y complejo artículo ofrecido en la tómbola de supersticiones de nuestra época” (Pag. 45)



Foucault, Microfísica del Poder, Verdad y poder (entrevista con M. Fontana)

“La historia no tiene “sentido”, lo que no quiere decir que sea absurda e incoherente. Al contrario es inteligible y debe poder ser analizada hasta su más mínimo detalle: pero a partir de la inteligibilidad de las luchas, de las estrategias y las tácticas. Ni la dialéctica (como lógica de la contradicción), ni la semiótica (como estructura de la comunicación) sabrán dar cuenta de la inteligibilidad intrínseca de los enfrentamientos” (Microfísica del poder, Pag. 190)




Foucault, Nietzsche la genealogía, la historia


“Las fuerzas presentes en la historia no obedecen ni a un destino ni a una mecánica, sino al azar de la lucha. No se manifiestan como las formas sucesivas de una intensión primordial; no adoptan tampoco el aspecto de un resultado. Aparecen siempre en el conjunto aleatorio y singular del suceso”

“Por suceso es necesario entender no una decisión, un tratado (…) sino una relación de fuerzas que se invierte (…)”

“Es preciso saber reconocer los sucesos de la historia, sus sacudidas, sus sorpresas, las victorias afortunadas, las derrotas mal digeridas, que dan cuenta de los comienzos, de los atavismos y de las herencias (…)”




[1] Aquello que tuvo un comienzo pero que no contará con un final

"No hay futuro"


¿Qué estás diciendo cuando escribes en tu pupitre «No hay futuro»?  Michel Onfray (2001), Antimanual de filosofía, EDAF, Cap. 6, La historia. 


Que os aburrís en clase, que os gustaría estar en otra parte, que no experimentáis gran placer en el momento actual, y que el futuro os da mala espina. De hecho, grabando ese texto sobre vuestro pupitre (evitadlo, eso no cambia nada, mejor aprended a soñar mirando por la ventana o rascad un trozo de pintura desconchada de la pared...) ilustráis -¿lo sabíais?- una concepción nihilista (en la que prima la nada) de la historia, habitual en los pensadores pesimistas, para quienes lo real se repite indefinidamente y reitera las realidades ya conocidas, ya vividas, sin originalidad, siendo lo peor siempre seguro; no esperáis más que la catástrofe, lo real está marcado por la entropía (una degradación debida a la pérdida regular de energía en el movimiento).

Otros, más optimistas, creen, al contrario, que la historia cumple un plan, que tiene un sentido y obedece a leyes precisas susceptibles de ser descubiertas y fijadas por una ciencia. Según ellos, la historia tiene origen, un desarrollo, un presente, se dirige hacia una meta y todo acontecimiento contribuye a la realización de algo con sentido. El pasado del que provenimos, la realidad en la que nos encontramos, el futuro hacia el que nos dirigimos  proporcionan puntos que, después de ser enlazados, trazan una línea recta. Más aún, esta línea recta es ascendente: va de lo menos a lo más, de lo peor a lo mejor, de lo simple a lo elaborado, de la guerra a la paz, del vicio a la virtud, de lo negativo a lo positivo.

En nombre de Dios

Entre los que sostienen esta creencia, encontramos a Agustín (354-430) y Tomás de Aquino (1225-1274), el par de santos de vuestro programa oficial de autores, pero también a Bossuet (1627-1704), los contrarrevolucionarios Joseph Maistre (1753-1821), Louis de Bonald (1754-1840)... Los cristianos son, en cierta manera, los inventores de esta lectura lineal del tiempo histórico. Para ellos, el motor de la historia, sin ningún genero de duda, es Dios: él quiere lo que adviene, decide todo, hasta el mínimo detalle. Cada fragmento de la historia proviene de su voluntad, incluso si, a priori, puede parecer impermeable o difícil de descodificar. Los caminos del Señor son impenetrables. Tengámosle confianza, él sabe lo que quiere y no ignora dónde va. Dios es omnipotente (lo puede todo), omnipresente (está en todas partes) y omnisciente (lo sabe todo): nada, así, puede escapársele. Demasiado al corriente de todo, demasiado enterado de todo...

Pero las guerras, las masacres, el odio, ¿también Dios lo querría así? Sí, incluso si el espíritu humano es demasiado limitado o estrecho para comprender lo que Dios tiene en la cabeza, lo negativo desempeña un papel, tiene su utilidad. En principio, porque el mundo, como criatura de un creador perfecto, no puedo ser más que perfecto. Ahora bien, para serlo, le hace falta poseerlo todo. Un mundo al que faltara alguna cosa sería incompleto, por lo tanto, imperfecto. En consecuencia, no podría ser la digna criatura de un creador perfecto. El mal tiene así su lugar: muestra que, en lo real, todo manifiesta la excelencia de la voluntad divina.

Por otro lado, de un mal puede provenir un bien, de lo negativo puede surgir lo positivo: ¿y si el espectáculo de las miserias del mundo, de la miseria del hombre sin Dios, hiciera desear otro mundo, ese mundo de Dios? ¿Y si la sombra de la Ciudad Terrestre presentara la utilidad de hacer parecer luminosa la Cuidad Celeste? ¿Y si la sangre vertida sobre la tierra preparara el advenimiento de Dios, su tiempo, su reino, como reemplazo del mundo de los hombres, en verdad demasiado imperfecto? No olvidemos el pecado original: Dios ha creado al hombre libre, pero este, pecando, ha hecho un mal uso de su libre arbitrio. El mal no es tanto una invención de Dios como la consecuencia de la elección de los hombres. En la historia, el mal depende de los hombres, en cambio, la salvación procede de Dios -pero fuera de la historia del tiempo humano.

Esta concepción teológica de la historia como escatología (anuncio de un tiempo mejor por venir, más tarde, con el final de la historia) se encuentra en los que sostienen una concepción laica -Condorcet (1743-1794), Kant (1724-1804), Hegel (1770-1831), Marx (1818-1893), Engels (1820-1895), Lenin (1870-1924), Mao (1893-1976), principalmente-, marcada también por el anuncio de tiempos futuros felices. El sentido de la historia, el advenimiento de un mundo maravilloso, la identificación de un único motor de lo real, he ahí las ideas defendidas por los filósofos de la historia de la Revolución Francesa (xvni), de la revolución industrial (xix) y de las revoluciones proletarias (xx). Para ellos, la historia progresa indefinidamente. Ciertamente, no lo percibimos con claridad, no siempre comprendemos por qué pasan las cosas, pero esa falta remite al espíritu limitado de los hombres.

¿Millares de personas son guillotinadas en nombre de los derechos del hombre durante la Revolución Francesa? ¿Se deporta a los pobres, a las clases desvalidas y explotadas a los gulags en nombre de la anunciada felicidad? Es por el progreso de la humanidad. Son peripecias sin importancia en comparación con el movimiento general de la historia que, lejos de todos esos detalles, conduce hacia una sociedad ideal y perfecta. En cada momento lo negativo desempeña un papel accesorio dentro de un movimiento general esencial y positivo. Algunos muertos no pueden entorpecer el curso ideal de la historia... Se habla entonces de una concepción dialéctica de la historia: el sentido de la totalidad prima sobre lo que compone lo real en un momento concreto.

¿Flecha o círculo?

Los partidarios de Dios o de la razón, que se encarnan en lo real, ilustran una versión optimista de la filosofía de la historia. Al escribir «no future» en vuestros pupitres -si estáis en ellos-, ilustráis su versión pesimista, lo que supone una concepción del tiempo no en flecha ascendente, sino en círculo cerrado sobre sí mismo. Como los budistas que en Oriente creen en el eterno retorno de las cosas, en la repetición sin fin del acontecimiento una vez ha tenido lugar, vosotros os inscribís en esa lectura trágica de la historia: lo que es, ya ha tenido lugar, y lo que tuvo lugar una vez se repetirá hasta el fin de los tiempos. Siempre hay, ha habido y habrá guerras, sangre, masacres, explotadores y explotados, dominantes y dominados, dueños y esclavos, y nada puede interrumpir ese movimiento perpetuo.

De la piedra tallada al teléfono móvil, el progreso técnico parece incuestionable; de la impotencia de los hombres ante la enfermedad a las opera clones quirúrgicas asistidas por ordenador, de una esperanza de vida irrisoria en el pasado a la de las sociedades modernas, se constata una evidente mejora de las cosas. Los niños ya no trabajan en las minas, al menos en Occidente, las mujeres son ciudadanas, ya no se encadena a la población de color a la que hasta hace poco tiempo incluso se le denegaba el derecho de tener un alma, los judíos ya no son marginados de la sociedad, y su ataque suscita la protesta de la mayoría, los homosexuales no son quemados en la plaza pública, sino que ahora tienen la posibilidad de constituir una pareja de hecho2, la explotación de los obreros ha dejado de ser considerada normal y defendible: la pulsión de vida ha ganado terreno. Sin embargo, la historia no está solo labrada por la pulsión de vida.

También está habitada por la pulsión de muerte, que no ha retrocedido demasiado. Debéis evitar el imaginar su hipotética y definitiva desaparición del planeta. Seamos lúcidos, es una componente que no se puede desarraigar de la naturaleza humana, pero se ha hecho más evidente. Freud (1856-1939) mostró que existe y agita los movimientos históricos en superficie y en profundidad: la conocemos, la vemos, podemos conjurarla, contenerla, luchar violentamente contra ella, precavernos. Los optimistas ven la historia como un constante progreso; los pesimistas como una constante regresión; los trágicos tratan de ver lo real como es: una mezcla inextricable de pulsión de vida y pulsión de muerte.





El amor en el Banquete de Platon. Selección de fragmentos.

El mito del andrógino. El discurso de Aristófanes 

Nuestra naturaleza de antaño no era la misma de ahora, sino distinta. En primer lugar, tres eran los sexos de los hombres, no dos como ahora, masculino y femenino, sino que había además un tercero que era común a esos dos, del cual perdura aún el nombre, aunque él mismo haya desaparecido. El andrógino, en efecto, era entonces una sola cosa en cuanto a figura y nombre, que participaba de uno y otro sexo, masculino y femenino, mientras que ahora no es sino un nombre que yace en la ignominia. En segundo lugar, la figura de cada individuo era por completo esférica, con la espalda y los costados en forma de círculo; tenía cuatro brazos e igual número de piernas que de brazos, y dos rostros sobre un cuello circular, iguales en todo; y una cabeza, una sola, sobre estos dos rostros, situados en direcciones opuestas, y también cuatro orejas, dos órganos sexuales y todo lo demás según puede uno imaginarse de acuerdo con lo descrito hasta aquí. Caminaba además erecto, como ahora, en cualquiera de las dos direcciones que quisiera; más cada vez que se lanzaba a correr rápidamente, del mismo modo que ahora los saltimbanquis dan volteretas haciendo girar sus piernas hasta alcanzar la posición vertical, avanzaba rápidamente dando vueltas, apoyándose en los ocho miembros que tenía entonces. 

Eran tres los sexos y de tales características por la siguiente razón; lo masculino era un principio descendiente del sol, lo femenino de la tierra, y lo que participaba de ambos de la luna, porque también la luna participa de lo uno y lo otro. Y precisamente eran circulares ellos mismos y su manera de avanzar por ser semejantes a sus progenitores. Eran, pues, terribles por su fuerza y su vigor y tenían gran arrogancia, hasta el punto de que atentaron contra los dioses. Y lo que dice Homero de Efíaltes y de Oto, se dice también de ellos, que intentaron ascender al cielo para atacar a los dioses. Entonces Zeus y los demás dioses deliberaron lo que debían hacer con ellos, y se encontraban ante un dilema, ya que ni podían matarlos ni hacer desaparecer su raza, fulminándolos con el rayo como a los gigantes -porque entonces desaparecerían los honores y sacrificios que los hombres les tributaran-, ni permitir que siguieran siendo altaneros. Tras mucho pensarlo, al fin Zeus tuvo una idea y dijo: <<Me parece que tengo una estratagema para que continúe habiendo hombres y dejen de ser insolentes, al hacerse más débiles. Ahora mismo, en efecto -continuó-voy a cortarlos en dos a cada uno, y así serán al mismo tiempo más débiles y más útiles para nosotros, al haber aumentado su número. Caminarán erectos sobre dos piernas; pero si todavía nos parece que son altaneros y que no están dispuestos a mantenerse tranquilos, de nuevo otra vez -dijo- los cortaré en dos, de suerte que avanzarán sobre una sola pierna a la pata coja>>. Dicho esto, fue cortando a los hombres en dos, como los que cortan las servas y las ponen a secar o como los que cortan los huevos con crines. Y a todo aquel al que iba cortando, ordenaba a Apolo que le diera la vuelta al rostro y a la mitad del cuello en dirección al corte, para que, al contemplar su seccionamiento, el hombre fuera más moderado, y le ordenaba también curarle lo demás. 

Apolo sólo le iba dando la vuelta al rostro y, recogiendo la piel que sobraba de todas partes en lo que ahora llamamos vientre, como ocurre con las bolsas cerradas con cordel, la ataba haciendo un solo agujero en mitad del vientre, precisamente lo que llaman ombligo. En cuanto al resto de las arrugas, la mayoría las alisó, y conformó el pecho sirviéndose de un instrumento semejante al que emplean los zapateros para alisar sobre la horma las arrugas de los cueros. Más dejó unas pocas, las que se encuentran alrededor del vientre mismo y del ombligo, para que fueran recordatorio de lo que antaño sucedió. 

Así pues, una vez que la naturaleza de este ser quedó cortada en dos, cada parte echaba de menos a su mitad, y se reunía con ella, se rodeaban con sus brazos, se abrazaban la una a la otra, anhelando ser una sola naturaleza, y morían por hambre y por su absoluta inactividad, al no querer hacer nada los unos separados de los otros. Y cada vez que moría una de las mitades y sobrevivía la otra, la que sobrevivía buscaba otra y se abrazaba a ella, ya se tropezara con la mitad de una mujer entera -lo que precisamente llamaos ahora mujer-, ya con la mitad de un hombre; y de esta manera perecían. Mas se compadeció Zeus se ingenió otro recurso: trasladó sus órganos genitales a la parte delantera (porque hasta entonces los tenían por fuera, y engendraban y parían no los unos en los otros, sino en la tierra, como las cigarras). Los trasladó, pues, de esta manera a su parte delantera e hizo que por medio de ellos tuviera lugar la concepción de ellos mismos, a través de lo masculino en lo femenino, a fin de que, si en el abrazo se encontraba hombre con mujer, engendraran y siguiera existiendo la especie, mientras que si se encontraba hombre con hombre, hubiera al menos plenitud del contacto, descansaran, prestaran atención a sus labores y se ocuparan de las demás cosas de la vida. 

Desde hace tanto tiempo, pues, es el amor de unos a otros innato en los hombres y aglutinador de la antigua naturaleza, y trata de hacer un solo individuo de dos y de curar la naturaleza humana. Cada uno de nosotros, es, por tanto, una contraseña de hombre, al haber quedado seccionados, como los lenguados, en dos de uno que éramos. Por eso busca continuamente cada uno su propia contraseña. En consecuencia, cuantos hombres son sección del ser común que en aquel tiempo se llamaba andrógino, son aficionados a las mujeres, y la mayoría de los adulteros proceden de este sexo; y, a su vez, cuantas mujeres son aficionadas a los hombres y adúlteras proceden también de este sexo. Pero cuantas mujeres son sección de mujer no prestan mucha atención a los hombres, sino que se interesan más bien por las mujeres, y las lesbianas proceden de este sexo. En cambio, cuantos son sección de varón, persiguen a los varones, y, mientras son niños, como son rodajitas de varón, aman a los hombres y disfrutan estando acostados y abrazados con los hombres, y son éstos los mejores de los niños y muchachos, por ser los más viriles por naturaleza. Hay quienes, en cambio, afirman que son unos desvergonzados, pero se equivocan, pues no hacen esto por desvergüenza, sino por audacia, hombría y virilidad, porque desean abrazarse a lo que es semejante a ellos. Y una clarísima prueba de ello es que, cuando llegan a su completo desarrollo, los de tal naturaleza son los únicos que resultan viriles en los asuntos políticos. Y cuando se hacen hombres, aman a los muchachos y no se preocupan del matrimonio ni de la procreación de hijos por inclinación natural, sino obligados por la ley, pues les basta pasarse la vida unos con otros sin casarse. En consecuencia, la persona de tal naturaleza sin duda se hace amante de los muchachos y amigo de su amante, ya que siempre siente predilección por lo que le es connatural. 

Así pues, cuando se tropiezan con aquella verdadera mitad de sí mismos, tanto el amante de los muchachos como cualquier otro, entonces siente un maravilloso impacto de amistad, de afinidad y de amor, de manera que no están dispuestos, por así decirlo, a separarse unos de otros ni siquiera un instante. Y los que pasan la vida entera en mutua compañía son éstos, que ni siquiera sabrían decir lo que quieren obtener unos de otros. Nadie, en efecto, podría creer que lo que pretenden es la unión de los placeres sexuales, y que es ese precisamente el motivo por el que el uno se complace en la compañía del otro con gran empeño. Al contrario, el alma de cada uno es evidente que desea otra cosa que no puede decir con palabras, sino que adivina lo que desea y lo expresa enigmáticamente. Y si cuando están acostados juntos se les presentara Hefesto con sus instrumentos y les preguntara: <<¿Qué es lo que deseáis, hombres, obtener el uno del otro?>>; y si, al no saber ellos, qué contestar, les volviera a preguntar: <<¿Acaso lo que anheláis es estar juntos lo más posible el uno del otro, de suerte que ni de noche ni de día os faltéis el uno al otro? Porque si es eso lo que anheláis, estoy dispuesto a fundiros y a unir vuestras naturalezas en una misma, de forma que siendo dos lleguéis a ser uno solo y, mientras viváis, como si fuerais uno solo, viváis los dos en común, y, cuando hayáis muerto, allí también, en el Hades, en lugar de dos seáis uno, muertos ambos en común. ¡Ea!, mirad si es esto lo que ansiáis y si os dais por satisfechos con conseguirlo>>. Al oír esto sabemos que ni siquiera uno solo se negaría ni dejaría ver que desea otra cosa, sino que sencillamente creería haber escuchado lo que anhelaba desde hacía tiempo, es decir, unirse y fundirse con el amado y llegar a ser uno solo de dos que eran. Pues la causa de esto es que nuestra antigua naturaleza era esa que se ha dicho y éramos un todo; en consecuencia, el anhelo y la persecución de ese todo recibe el nombre de amor… 



“El amor, el mejor educador”. Discurso de Fedro. 

Así pues, por muy diversas partes se conviene en que el Amor es el dios más antiguo. Pero además de ser el más antiguo, es principio para nosotros de los mayores bienes. Pues yo al menos no puedo decir que exista para un joven recién llegado a la adolescencia mayor bien que tener un amante virtuoso, o para un amante, que tener un amado. Pues, en efecto, la norma que debe guiar durante toda la vida a los hombres que tengan la intención de vivir honestamente, ni los parientes, ni los honores, ni la riqueza, ni ninguna otra cosa son capaces de inculcarla en el ánimo tan bien como el amor. ¿Y cuál es esta norma de que hablo? La vergüenza ante la deshonra y la emulación en el honor, pues sin estos sentimientos es imposible que ninguna ciudad, ni ningún ciudadano en particular lleven a efecto obras grandes y bellas: Es más: os digo que cualquier enamorado, si es descubierto cometiendo un acto deshonroso o sufriéndolo de otro sin defenderse por cobardía, no le dolería tanto el haber sido visto por su padre, sus compañeros o cualquier otro como el haberlo sido por su amado. 

Además, a dar la vida por otro únicamente están dispuestos los amantes (…) fue el caso de Aquiles, el hijo de Tetis, a quien colmaron de honores y le enviaron a las Islas de los Bienaventurados, porque, pese a estar enterado por su madre de que moriría si daba muerte a Héctor y de que, si no hacía esto, regresaría a su casa y acabarían sus días en la vejez, prefirió valientemente, por prestar socorro y vengar a su amante Patroclo, no sólo sacrificar su vida por él, sitio seguirle en la muerte, una vez fallecido éste. 


“El amor celeste y amor vulgar”. Discurso de Pausanias 

Todos sabemos que no hay Afrodita sin Amor. En el caso, pues, de que fuera única habría tan sólo un Amor, pero como existen dos, necesariamente habrá dos amores. ¿Y cómo negar que son dos las diosas? Una de ellas, la mayor probablemente, no tuvo madre y es hija de Urano (el Cielo), por lo cual le damos el nombre de Urania (Celeste); la otra, la más joven, es hija de Zeus y de Dione y la llamamos Pandemo (Vulgar). De ahí que sea necesario también llamar con propiedad al Amor que colabora con esta última Pandemo (Vulgar) y al otro Uranio (Celeste). 

Ahora bien: se debe, sí, alabar a todos los dioses, pero, por supuesto, hay que intentar decir los atributos que a cada uno le han tocado en suerte. Toda acción, en efecto, en sí misma no es ni bella ni fea, como, por ejemplo, lo que nosotros ahora hacemos, beber, cantar o conversar. Ninguna de estas cosas en sí es bella, pero en el modo de realizarla, según se ejecute, resulta de una forma o de otra, pues si se efectúan bien y rectamente resulta bella, y en caso contrario, torpe. De la misma manera no todo amar ni todo Amor es bello ni digno de ser encomiado, sino sólo aquel que nos impulse a amar bellamente. 

Pues bien: el Amor de Afrodita Pandemo verdaderamente es vulgar y obra al azar. Éste es el amor con que aman los hombres viles. En primer lugar, aman por igual los de tal condición a mujeres y mancebos; en segundo lugar, aman en ellos más sus cuerpos que sus almas y, por último, prefieren los individuos cuanto más necios mejor, pues tan sólo atienden a la satisfacción de su deseo, sin preocuparse de que el modo de hacerlo sea bello o no. De ahí que les suceda el darse a lo que el azar les depare, tanto si es bueno como si no lo es, pues procede este amor de una diosa que es mucho más joven que la otra y que en su nacimiento tiene la participación de hembra y varón. 

En cambio, el de Urania deriva de una diosa que, en primer lugar, no participa de hembra, sino tan sólo de varón (es este amor el de los muchachos) y que, además, es de mayor edad y está exenta de intemperancia. Por esta razón es a lo masculino adonde se dirigen los inspirados por este amor, sintiendo predilección por lo que es por naturaleza más fuerte y tiene mayor entendimiento. Pero se puede reconocer incluso en la misma pederastia a los que van impulsados meramente por este amor, puesto que tan sólo se enamoran de los muchachos cuando ya empiezan a tener entendimiento, lo que sucede aproximadamente al despuntar la barba. Pues, creo yo, que los que empiezan a amar a partir de este momento están dispuestos a tener relaciones con el amado durante toda la vida y a vivir en común con él, en vez de engañarle, por haberle cogido en la inexperiencia de la juventud, y, tras haberle burlado, marcharse de su lado en pos de otro. Y debiera incluso existir una ley que prohibiera amar a los muchachos, para que no se gastase en un resultado incierto una gran solicitud, pues no se sabe adónde irán a parar éstos cuando alcancen su pleno desarrollo, tanto respecto a maldad o virtud de alma, como de cuerpo. Los hombres de bien, es cierto, se imponen a sí mismos esta ley de buen grado, pero sería preciso también obligarles a hacer lo propio a esos enamorados «vulgares», de la misma manera que los forzamos, en lo que podemos, a no enamorarse de las mujeres libres. Pues son éstos también los que han originado el escándalo, de suerte que algunos osan decir que es vergonzoso conceder favores a los amantes. Mas lo dicen mirando a éstos y viendo su inoportunidad y su falta de sentido de lo justo, ya que sin duda alguna cualquier acción puede en justicia recibir vituperio. 

Así pues, es cosa realizada de fea manera el complacer a un hombre vil vilmente; y de bella manera, en cambio, el ceder a un hombre de bien en buena forma. Y es hombre vil aquel enamorado vulgar, que ama más el cuerpo que el alma y que, además, ni siquiera es constante, ya que está enamorado de una cosa que no es constante, pues tan pronto como cesa la lozanía del cuerpo, del que precisamente está enamorado, se marcha en un vuelo, tras mancillar muchas palabras y promesas. En cambio, el que está enamorado de un carácter virtuoso lo sigue estando a lo largo de toda su vida, va que está inseparablemente fundido con una cosa estable. 

En efecto, de la misma manera que a los amantes les era posible hacerse voluntariamente los esclavos de sus amados en cualquier clase de esclavitud, sin que ésta fuera adulación, ni cosa reprochable, es norma también entre nosotros considerar que hay además otra esclavitud voluntaria no vituperable, una tan sólo: la relativa a la virtud. Pues está establecido que si alguno está dispuesto a servir a alguien por pensar que gracias a éste se hará mejor en algún saber o en alguna otra parte constitutiva de la virtud, esa su voluntaria servidumbre no es deshonrosa ni se debe tener por adulación. Y es preciso que esas dos normas, la relativa al amor de los mancebos y la relativa al amor de la sabiduría y a toda forma de virtud, coincidan en una sola, si ha de suceder que resulte una cosa bella el que el amado conceda su favor al amante. Pues cuando coinciden en un mismo punto el amante y el amado, cada cual con su norma -uno la de servir a los amados que se le entregan en todo servicio que fuere justo hacer y el otro la de colaborar con el que le hace sabio y bueno en lo que a su vez sea de justicia-, como puede el uno ponerse a contribución en cuanto a sabiduría moral y demás virtudes y el otro necesita hacer adquisiciones en cuanto a educación y saber en general, coinciden entonces las dos normas en una sola y tan sólo en esta ocasión, jamás en otra alguna, sucede que es bello que el amado ceda al amante-. 



El mito del nacimiento de Eros. Discurso de Sócrates 

(...) Cuando nació Afrodita (diosa de la belleza), los dioses celebraron un banquete y, entre otros, estaba también Poros (dios de la abundancia),el hijo de Metis (diosa de la prudencia). Después que terminaron de comer, vino a mendigar Penía (diosa de la pobreza), como era de esperar en una ocasión festiva, y se quedó cerca de la puerta. Mientras, Poros, embriagado de néctar -pues aún no había vino- entró en el jardín de Zeus y, entorpecido por la embriaguez, se durmió. Entonces Penía, maquinando, impulsada por su carencia de recursos, hacerse un hijo de Poros, se acostó a su lado y concibió a Eros. Por esta razón es Eros, por una parte, acompañante y escudero de Afrodita, al ser engendrado en la fiesta del nacimiento de la diosa y es por naturaleza un amante de lo bello. Siendo hijo, pues, de Poros y Penía, Eros se ha quedado con las siguientes características. En primer lugar, es siempre pobre, y lejos de ser delicado y bello, como cree la mayoría, es,más bien, duro y seco, descalzo y sin casa, duerme siempre en el suelo y descubierto, se acuesta a la intemperie en las puertas y al borde de los caminos, compañero siempre inseparable de la indigencia por tener la naturaleza de su madre. Pero, por otra parte, de acuerdo con la naturaleza de su padre, está al acecho de lo bello y de lo bueno; es valiente, audaz y activo, buen cazador, siempre urdiendo alguna trama, ávido de sabiduría y rico en recursos, un amante del conocimiento a lo largo de toda su vida, un formidable mago, hechicero y hábil con las palabras. No es por naturaleza ni inmortal ni mortal, sino que en el mismo día unas veces florece y vive, cuando está en la abundancia, y otras muere, pero recobra la vida de nuevo gracias a la naturaleza de su padre. Mas lo que consigue siempre se le escapa, de suerte que Eros nunca ni está falto de recursos ni es rico, y está, además,en el medio de la sabiduría y la ignorancia (...) 



El amor como guía de la belleza y el bien  (Diálogo entre Sócrates y Diotima)

– Pues bien -dijo ella-: supónte que, cambiando los términos y empleando en vez de bello bueno, se te preguntase: Veamos, Sócrates, el amante de las cosas buenas, las desea: ¿qué desea? 

– Que lleguen a ser suyas -le contesté. 

-¿Y qué le sucederá a aquel que adquiera las cosas buenas? 

– Esto te lo puedo responder con mayor facilidad -le dije- será feliz. 

– En efecto -replicó-; por la posesión de las cosas buenas los felices son felices, y ya no se necesita agregar esta pregunta: ¿Para qué quiere ser feliz el que quiere serlo?, sino que parece que la respuesta tiene aquí su fin. 

-Pues bien: así ocurre también con el amor. En general todo deseo de las cosas buenas y de ser feliz es amor, ese “Amor grandísimo y engañoso para todos”. Pero unos se entregan a él de muy diferentes formas: en los negocios, en la afición a la gimnasia o en la filosofía, y no se dice que amen, ni se les llama enamorados. En cambio, los que se encaminan hacia el y se afanan según una sola especie detentan el nombre del todo, el de amor, y sólo de ellos se dice que aman y que son amantes. 

-Es muy probable -dije yo- que digas la verdad.