Todo lo que se llama amor
Avidez y amor: ¡que
diferentes sentimientos evocan estas palabras!- y, a pesar de ello, bien
pudiera ser el mismo instinto designado desde distintos puntos de vista.
¿Qué significa cansarse de una posesión?: cansarse
de uno mismo. (También se puede sufrir por tener mucho- también el deseo de
desechar, repartir, puede recibir el honorable nombre de amor.) Cuando vemos
sufrir a alguien, nos gusta aprovechar la oportunidad allí ofrecida para
apoderarnos de él; no otra cosa hace, por ejemplo, el hombre benevolente y
compasivo; también él llama amor al deseo que en él ha despertado la nueva
posesión, y goza allí como si le llamara una nueva conquista. Ahora bien, el
amor sexual se delata más claramente como impulso compulsivo de propiedades: el
amante no quiere otra cosa que la posesión exclusiva e incondicional de la
persona anhelada por él; asimismo, quiere un poder incondicional tanto sobre su
alma como por sobre su cuerpo; quiere ser amado exclusivamente, vivir y dominar
sobre la otra alma como si fuera lo más digno de ser deseado. Compruébese
cómo esto no significa otra cosa que excluir a todo el
mundo de un precioso bien, felicidad y goce (…) Incluso sorprende que de este
amor haya surgido el concepto de amor como lo opuesto al egoísmo.
(.. ) Sin duda en este mundo existe de vez en cuando
una especie de continuación del amor, en la que aquel ávido anhelo mutuo de dos
personas sí ha abierto el camino a un nuevo deseo y avidez, una sed común
superior por un ideal que se encuentra por encima de ellos: ¿quién conoce este
amor? ¿Quién ha hecho esta experiencia? Su verdadero nombre es amistad. (Nietzsche, La Gaya Ciencia, af. 14)
Hay que aprender a amar.
Observemos lo que
sucede en el campo de la música: primero hay que aprender a oír un terna, una
melodía, saber distinguirla con el oído, aislarla y delimitarla con su vida
propia; luego se requiere esfuerzo y buena voluntad para soportarla, a pesar de
que sea extraña, y tener paciencia con su aspecto y con su forma de expresarse,
además de ternura con lo que tiene de singular. Por último nos acostumbraremos
a ella, la esperaremos y la extrañaríamos si nos faltara. De ahora en más no
dejará de ejercer en nosotros su coacción y su encanto hasta convertirnos en
sus amantes dóciles y rendidos, que no conciben que haya nada en el mundo sino
ella, ni desean otra cosa que no sea ella. Esto no nos ocurre sólo con la
música; es precisamente la forma en que hemos aprendido a amar todo lo que
ahora amamos. Siempre acabamos siendo recompensados por nuestra buena voluntad,
nuestra paciencia, nuestra equidad, nuestra ternura hacia lo extraño, cuando lo
extraño se va quitando el velo poco a poco ante nosotros y acaba
ofreciéndosenos como una belleza nueva e inefable. Es la forma que tiene de
agradecernos nuestra hospitalidad. Quien se ama a sí mismo habrá llegado a ello
por este camino, no hay otro. El amor debe también aprenderse. (Nietzsche; La
Gaya ciencia, af. 334)
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