viernes, 4 de enero de 2019

Schopenhauer, Metafísica del amor

                
                                                                     
 ¡Oh, vosotros los sabios de alta y profunda
ciencia, que habéis meditado y que sabéis dónde, cuándo y cómo se une todo en la naturaleza, el porqué de todos esos amores y besos…, vosotros, sabios sublimes, decídmelo! ¡Poned en el potro vuestro sutil ingenio y decidme dónde, cuándo y
cómo me ocurrió amar, por qué me ocurrió amar!

BURGER


 Introducción

Se está generalmente habituado a ver a los poetas ocuparse en pintar el amor. La pintura del amor es el principal asunto de todas las obras dramáticas, trágicas o cómicas, románticas o clásicas, en las Indias lo mismo que en Europa; es también el más fecundo de los asuntos para la poesía lírica, como para la poesía épica; sin hablar del incontable número de novelas que desde hace siglos se producen cada año en todos los países civilizados de Europa con tanta regularidad como los frutos de las estaciones. (…)

Por tanto, no es lícito dudar de la realidad del amor ni de su importancia. En vez de asombrarse de que el filósofo trate también de apoderarse de esta cuestión, tema eterno para todos los poetas, más bien debiera sorprender que un asunto que representa en la vida humana un papel tan importante haya sido hasta ahora abandonado por los filósofos y se nos presente como una materia nueva. De todos los filósofos es Platón quien se ocupó más del amor, sobre todo en el Banquete y en Fedro. Lo que dijo acerca de este asunto entra en el dominio de los mitos, fábulas y juegos de ingenio, y sobre todo concierne al amor griego. (…)



Una visión bastante física

No espero aprobación ni elogio por parte de los enamorados, que naturalmente propenden a expresar con las imágenes más sublimes y más etéreas la intensidad de sus sentimientos: a los tales mi punto de vista les parecerá demasiado físico, harto material, por metafísico y trascendente que sea en el fondo. Antes de juzgarme, que se den cuenta de que el objeto de su amor, el cual exaltan hoy en madrigales y sonetos, apenas hubiera obtenido de ellos una mirada si hubiese nacido dieciocho años antes.

Todo enamoramiento, por etéreo que afecte ser, sumerge en realidad todas sus raíces en el instinto sexual, y hasta no es otra cosa más que este instinto especializado, determinado, individualizado por completo. (…)

Las almas nobles, sentimentales, tiernamente enamoradas, protestarán aquí lo que quieran contra el áspero realismo de mi doctrina; sus protestas no tienen razón de ser. (…)

Vayamos ahora al fondo de las cosas.
El egoísmo tiene en cada hombre raíces tan hondas, que los motivos egoístas son los únicos con que puede contarse de seguro para excitar la actividad de un ser individual. (…)

Una vez satisfecha su pasión, todo amante experimenta un especial desengaño: se asombra de que el objeto de tantos deseos apasionados no le proporcione más que un placer efímero, seguido de un rápido desencanto.


Una trampa de la naturaleza

Mas para el pensador serio, el espíritu de la verdad descorre poco a poco el velo de esta respuesta: no se trata de una fruslería; lejos de eso, la importancia de la cuestión es igual a la formalidad y el ímpetu de la persecución. El fin definitivo de toda empresa amorosa, lo mismo si se inclina a lo trágico que a lo cómico, es, en realidad, entre los diversos fines de la vida humana, el más grave e importante, y merece la profunda seriedad con que cada uno lo persigue. En efecto; se trata nada menos que de la composición de la próxima generación. (…)

Porque la naturaleza necesita de esa estratagema para lograr sus fines. Por desinteresada e ideal que pueda parecer la admiración por una persona amada, el objetivo final es, en realidad, la creación de un ser nuevo, de determinada índole; y lo que lo prueba así es que el amor no se contenta con un sentimiento recíproco, sino que exige la posesión misma, lo esencial, es decir, el goce físico. (…)

Para alcanzar su fin es preciso, pues, que la naturaleza embauque al individuo con alguna añagaza, en virtud de la cual vea, iluso, su propia ventura en lo que en realidad sólo es el bien de la especie; el individuo se hace así esclavo inconsciente de la naturaleza en el momento en que sólo cree obedecer a sus propios deseos.

En el entrecruzamiento de sus miradas preñadas de deseos enciéndese ya una vida nueva, se anuncia un ser futuro; creación completa y armoniosa. Aspiran a una unión verdadera, a la fusión en un solo ser; este ser que van a engendrar será como la prolongación de su existencia y la plenitud de ella; en él continúan viviendo reunidas y fusionadas las cualidades hereditarias de los padres. (…)

“Cada cual ama precisamente lo que le falta.”

Cada cual se esfuerza por neutralizar, por medio de la otra persona, sus debilidades, sus imperfecciones y todos los extravíos del tipo normal, por temor a que se perpetúen en el hijo futuro, o de que se exageren y lleguen a ser deformidades. Cuanto más débil es un hombre desde el punto de vista de la fuerza muscular, más buscará mujeres fuertes; y la mujer obrará lo mismo. Pero, como es una ley de la naturaleza que la mujer tenga una fuerza muscular menor, también está en la naturaleza el que las mujeres prefieran a los hombres robustos. La estatura es también una consideración importante. Los hombres bajitos tienen decidida inclinación a las mujeres sargentonas, y recíprocamente… La aversión de las mujeres grandes por los hombres grandes está en el fondo de las miras de la naturaleza, a fin de evitar una raza gigantesca, cuando la fuerza transmitida por la madre sería demasiado débil para asegurar larga duración a esta raza excepcional. Si una mocetona elige por marido a un mocetón, entre otros móviles, por hacer mejor figura en sociedad, sus descendientes expiarán esta locura… Hasta en las diversas partes del cuerpo busca cada cual un correctivo a sus defectos, a sus desviaciones, con tanto mayor cuidado cuanto más importante sea la parte. Por ejemplo: las personas de nariz chata contemplan con inexplicable placer una nariz aguileña, un perfil de loro; y así por el estilo. Los hombres de formas escuálidas, de largo esqueleto, admiran a una personilla que cabe bajo una taza, y corta con exceso. Lo mismo sucede con el temperamento: cada cual prefiere el opuesto al suyo, y su preferencia es proporcional siempre a la energía de su propio temperamento. (…)


 Schopenhauer, Maetafísica del amor y de la muerte




No hay comentarios:

Publicar un comentario