Diana Maffía (compiladora); Sexualidades migrantes. Género y transgénero. Introducción
Si
tuviera que resumir las creencias que conforman el punto de vista conservador y
patriarcal sobre la sexualidad humana, sostenido desde la filosofía, la
medicina, el derecho y la religión dogmática, lo haría con tres enunciados:
1.
Los sexos son sólo dos: masculino y femenino
2.
Las relaciones sexuales tienen como fin la procreación
3.
La familia es una unidad natural
Cada
uno de estos enunciados merece ser explicitado. Cuando se habla de dos sexos,
masculino y femenino, se está abarcando en esta dicotomía un disciplinamiento
de aspectos muy complejos de la sexualidad humana. Por supuesto el sexo
anatómico, con el que a primera vista y al nacer se clasifica a casi todos los seres
humanos. Tan fuerte es el dogma sobre la dicotomía anatómica, que cuando no se
la encuentra se la produce. Cuando los genitales son ambiguos, no se revisa la
idea de la naturaleza dual de los genitales sino que se disciplinan para que se
ajusten al dogma.
Pero
además del sexo anatómico, se supone que el sexo cromosómico también es
dicotómico (XX o XY) ajustándose a la genitalidad. Nuevamente, cuando eso no
ocurre, el dogma no se revisa. Las hormonas completan este menú biológico. El
feminismo, al incorporar la categoría de género de la sexología, en muchas de sus
expresiones todavía supone que este sexo biológico es el sostén natural de una
asignación cultural de género. Si así fuera, no se medicalizarían los casos que
escapan a esta descripción. La ideología dicotómica de género es anterior y más
fuerte que el sexo biológico. No sólo lo “lee” como un signo al que interpreta,
sino que lo escribe y lo corrige cuando su caligrafía no es perfecta. En síntesis,
el mismo sexo biológico es producto de una lectura cultural.
Por
el lado del género la complejidad no es menor. A la identidad de género
subjetiva de una persona, se agrega la expresión de género con que un sujeto se
presenta ante los demás
(por
ejemplo, la identidad de género travesti puede presentarse con una expresión de
género mujer), la elección sexual (homosexual, heterosexual o bisexual), los
roles de género (masculino o femenino, variables socialmente) y otras sutiles
distinciones que podemos ir formulando para decodificar esta complejidad y
comprenderla. Afirmar que los sexos son dos, es afirmar también que todos estos
elementos irán encolumnados, que el sujeto tendrá la identidad subjetiva de
género de su sexo anatómico y cromosómico, lo
expresará
y aceptará los roles correspondientes, y hará una elección heterosexual. Lo que
escape a esta disciplina se considerará perverso, desviado, enfermo,
antinatural, y será combatido con la espada, con la cruz, con la pluma, con el
bisturí y con la palabra.
2.
Afirmar que la sexualidad tiene como único fin la procreación es, por empezar,
una completa obliteración del placer. De eso no se habla, ni siquiera en las
relaciones heterosexuales donde los sujetos se proponen procrear. Como se
bordaba bajo un relicario
en
los camisones de las abuelas españolas, blancos, largos y con una abertura
mínima como un hojal anatómicamente ubicado: “no es por vicio ni por fornicio,
sino para dar un hijo a tu servicio”. Es decir, no sólo se cumplía el débito
conyugal, sino que el objetivo
último
era servir a Dios. La mujer, como Arlequino, servía a dos patrones.
Una
sexualidad aplicada a la reproducción reduce las relaciones sexuales a la
penetración del pene del varón en la vagina de la mujer. Cualquier otra
práctica será viciosa y pecadora. El fin de la etapa reproductiva en las
mujeres elimina automáticamente su sexualidad. Para quien no desea la
reproducción, y mucho más si es homosexual, la única conducta permitida es la
castidad. Me resulta misterioso que se tilde de antinatural la homosexualidad, aportando
como prueba que en la naturaleza ningún otro ser la expresa (cosa que muchos
biólogos discuten) y se recomiende como “remedio” algo mucho más antinatural,
como es la castidad. De este modo, características fuertemente humanas de la
sexualidad
como la comunicación y el placer, comunes a prácticas diversas, son renegadas
reduciendo la sexualidad a la reproducción biológica. Incongruentemente, el
resto de las prácticas recibe anatemas morales, e incluso intentos de
criminalización, logrando que por los dispositivos patriarcales del derecho, en
sociedades muy conservadoras, sean perseguidos con la fuerza pública.
3.
La afirmación de que toda sociedad
humana es una especie de organismo que tiene una “célula básica” en la familia,
es una de las concepciones más disciplinadoras y omnipresentes de la cultura. Tal
sociedad tendrá en sus integrantes (el “tejido social”)
diferentes
estratos destinados a cumplir funciones específicas por su propia naturaleza,
así como un pulmón y un ojo lo hacen, y sería absurdo pensar en cambiarlas pues
implicaría subvertir la propia naturaleza. Así los destinos de mujeres y
varones están determinados por su propia naturaleza a diversas funciones, que
son complementarias. La familia permite que las mujeres desarrollen su destino
de cuidado y reproducción, dejando a los varones el peligroso ámbito público
del que depende el sostén económico. Ninguna otra estructura podría pretender
funcionar como una célula, sino dos personas de distinto sexo y sus hijos. No
importa que la realidad desmienta numéricamente esta norma, lo desviado es la
realidad y debe ser corregida.
Por
supuesto que desde este punto de vista, la unión de parejas homosexuales u
otros arreglos de convivencia no serán considerados “familia”, pero además serán
criminalizados y dejados fuera de toda protección social. Personas que tienen
hijos de parejas anteriores y hacen luego una pareja homosexual, pueden perder
la tenencia de sus hijos, por considerarse una perversión moral que podría
afectarlos. Los estudios sobre las múltiples relaciones de convivencia no sólo
permiten apreciar los nuevos arreglos familiares en sus características, sino
comprender sus necesidades a fin de adecuar la respuesta del Estado en forma de
políticas públicas plurales.
Finalmente
de eso se trata. Derechos humanos universales, para ser ejercidos por personas
singulares, requieren respuestas muy diversas. Una sociedad disciplinadora que
sólo acepta como ciudadan@s a quienes cumplen con el estereotipo prefijado por
el grupo hegemónico dominante, deja fuera de la ciudadanía de modo arbitrario e
injusto a enormes porciones de la población. Históricamente, ese estereotipo de
ciudadano ha sido el varónblanco- propietario. Las instituciones patriarcales
están diseñadas en torno a este ideal, y así la ciencia, el derecho, la
política y la religión dogmática lo realimentan.
Agradezco
a quienes han aportado sus ideas, sus reflexiones teóricas, sus posturas
políticas, sus experiencias de vida, para este debate tan necesario en la
humanización de las relaciones sociales. Lo que sigue es una invitación a
dejarnos interpelar profundamente por el pensamiento y el compromiso. No es un
discurso uniforme, pero sí respetuoso, con el que inauguramos un diálogo de
aristas conflictivas que sin embargo valoramos como fecundo. Su fin último no
es otro que el de la ética: la felicidad humana.
Diana
Maffía
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