miércoles, 2 de enero de 2019

El modelo ético platónico y sus versiones modernas


Martha C. Nussbaum; la terapia del deseo. Teoría y práctica en la ética helenística. Cap. I Argumentos terapéuticos, parte II.



(…) Consideremos, pues, la caracterización de la indagación ética en el mito central del Fedro de Platón. Almas de muchas clases, mortales unas, divinas otras, unas con facilidad, otras con dificultad, abandonan su mundo habitual, sus afanes cotidianos, y salen a pasear por el orbe celeste. Allí, mirando hacia los seres eternos que habitan aquel «reino por encima de los cielos», ven (unas más, otras menos) las normas eternas que son los verdaderos patrones de las diversas virtudes éticas. El alma ve «la justicia misma, la moderación, el conocimiento: no el conocimiento que cambia y varía con los variados objetos que nosotros ahora llamamos seres, sino el auténtico conocimiento que se asienta en lo que realmente es» (247D). En otras palabras, las normas éticas son lo que son independientemente de los seres humanos, de las formas humanas de vida, de los humanos deseos. Cualquier conexión entre nuestros intereses y el verdadero bien es, por tanto, meramente contingente. El bien está ahí; en realidad, siempre ha estado ahí, aun antes de que nosotros empezáramos a existir. Y ninguno de nuestros deseos, por profundo y perentorio que sea, puede hacer que sea de otra manera. No está hecho para nosotros, ni nosotros para él. La vida óptima podría resultar ser una vida que ninguno de nosotros pudiera alcanzar, o incluso que ninguno de nosotros pudiera concebir o plantearse. (Tal es, de hecho, el caso para la mayoría de los animales, que, para su desgracia, tienen ante ellos el mismo patrón de bien pero son demasiado torpes para percibirlo.) O, de nuevo, podría resultar ser una vida tan alejada de todas las formas reales de vida humana y de todos los deseos humanos reales, que los seres humanos, tal como son, la encontraran repugnante, o vulgar, o tan aburrida o pobre, que prefirieran morir antes que vivirla. Semejante resultado sería ciertamente desgraciado para los seres humanos; pero no constituiría una razón para poner en tela de juicio la concepción del bien mismo. Ocurre que nosotros (o algunos de nosotros, durante algún tiempo) podemos concebir el verdadero bien que «está ahí» y, habiéndolo concebido, vivir con arreglo a él. Pero podríamos haber sido de otra manera. Los animales son de otra manera. Y el bien —para los seres humanos, para los animales, para el universo en su conjunto— habría sido, sin embargo, el mismo.

Las concepciones que se atienen a esta estructura general entran en la escena ética contemporánea por dos caminos muy diferentes. uno científico y otro religioso. (Ambas versiones están influidas por el platonismo, aunque de manera diferente.)' La versión científica concibe la indagación ética de manera semejante a la indagación propia de las ciencias físicas, en donde ésta se entiende en un sentido platónico que a estas alturas se halla profundamente enraizado en las creencias populares acerca de la ciencia, aunque no en las versiones más elaboradas que dan al respecto los filósofos contemporáneos de la ciencia. Según esta manera de ver las cosas, los científicos que estudian la naturaleza investigan de forma «pura», sin verse perturbados ni influidos por su contexto cultural, sus creencias previas, sus deseos e intereses. Su tarea consiste en ascender al mundo natural (igual que las almas de Platón ascienden hasta el orbe celeste) para observarlo y describirlo tal como es, descubriendo su estructura real permanente. Su indagación podría llevarlos absolutamente a cualquier parte; su única limitación es únicamente la manera como las cosas están realmente «ahí». Una teoría física determinada se verá o no refrendada por los hechos. No se puede permitir que los deseos, creencias y modos de vida de los físicos —o, hablando más en general, de los seres humanos— influyan en su indagación sobre la validez de aquélla o sobre su elección de los métodos de investigación. La idea es que la ética, también ella, tiene ese mismo carácter científico.
La indagación ética consiste en descubrir verdades permanentes acerca de los valores y las normas, verdades que son lo que son independientemente de lo que nosotros somos, deseamos o hacemos. Esas verdades están, por así decir, en el tejido de las cosas y lo único que hemos de hacer es encontrarlas." (En algunas variantes de este planteamiento,
tales como la sociobiologia contemporánea, la relación con la ciencia es más que analógica: se considera que los descubrimientos valorativamente neutros de las ciencias implican normas éticas. Tal no es el caso en la visión platónica que acabo de describir, donde la distinción hecho-valor no desempeña papel alguno y las normas, independientes, son normas de valor.)

Un cuadro semejante es el que obtenemos, por un camino diferente, en la versión agustiniana de la ética cristiana. Dios ha establecido determinadas pautas éticas; nuestra misión es hacer lo que Dios quiere que hagamos. Pero nosotros podemos estar o no dotados de la capacidad de ver, o querer, lo que Dios quiere. La verdad y la gracia de Dios están ahí; pero la capacidad de ver la verdad ética o alcanzar la gracia no es algo que dependa de nosotros.'^ No existe, por tanto, ningún método seguro mediante el que podamos elaborar una norma ética a partir del escrutinio de nuestras necesidades, reacciones y deseos más profundos. Porque puede muy bien resultar que una vida auténticamente buena quede tan lejos de nuestra condición e intuiciones presentes que, de hecho, nos choque y nos repugne o nos resulte aburrida o demasiado pobre como para que valga la pena vivirla. Aquí nos encontramos en una posición mucho más precaria que en la concepción científica, o incluso platónica original. Porque no está nada claro cómo podemos seguir indagando o hacer algo para salir de nuestro apuro cognoscitivo. Pero la idea central fundamental sigue siendo la misma: la radical independencia del verdadero bien respecto de las necesidades y los deseos humanos. Tanto para los platónicos como para aquellos cristianos, la manera correcta de avanzar en la indagación ética no es hurgar a fondo en nosotros mismos. En efecto, debe quedar siempre abierta la posibilidad de que todo lo que somos, queremos y creemos sea un completo error.

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