-Selección
de fragmentos-
Introducción
No
hay duda alguna de que todo nuestro conocimiento comienza con la experiencia.
Pues ¿por dónde iba a despertarse la facultad de conocer, para su ejercicio,
como no fuera por medio de objetos que hieren nuestros sentidos y ora provocan
por sí mismos representaciones, ora ponen en movimiento nuestra capacidad
intelectual para compararlos, enlazarlos, o separarlos y elaborar así, con la
materia bruta de las impresiones sensibles, un conocimiento de los objetos
llamado experiencia? Según el tiempo, pues, ningún conocimiento precede en
nosotros a la experiencia y todo conocimiento comienza con ella.
Más
si bien todo nuestro conocimiento comienza con la experiencia, no por eso
origínase todo él en la experiencia. Pues bien podría ser que nuestro
conocimiento de experiencia fuera compuesto de lo que recibimos por medio de
impresiones y de lo que nuestra propia facultad de conocer (con ocasión tan
sólo de las impresiones sensibles) proporciona por sí misma, sin que
distingamos este añadido de aquella materia fundamental hasta que un largo
ejercicio nos ha hecho atentos a ello y hábiles en separar ambas cosas.
Es
pues por lo menos una cuestión que necesita de una detenida investigación y que
no ha de resolverse enseguida a primera vista, la de si hay un conocimiento
semejante, independiente de la experiencia y aún de toda impresión de los
sentidos. (Introducción, I)
Tiene la Razón humana el singular destino, en cierta especie de
conocimientos, de verse agobiada por cuestiones de índole tal que no puede
evitarlas, porque su propia naturaleza las crea, y que no puede resolver,
porque a su alcance no se encuentran.
Es así como incurre en oscuridades y contradicciones y, aunque puede
deducir que éstas se deben necesariamente a errores ocultos en algún lugar, no
es capaz de detectarlos, ya que los principios que utiliza no reconocen
contrastación empírica alguna por sobrepasar los límites de toda experiencia.
El campo de batalla de estas inacabables disputas se llama metafísica.
(Prólogo a la primera edición, 1781)
Pero
hay algo más importante aún que lo antes dicho, y es que ciertos conocimientos
abandonan incluso el campo de todas las experiencias posibles y, mediante
conceptos para los cuales no puede ser dado en la experiencia ningún objeto
correspondiente, parece que amplifican la extensión de nuestros juicios por
encima de todos los límites de la experiencia. (...) Estos problemas
inevitables de la razón pura son Dios, la libertad y la inmortalidad. La
ciencia empero, cuyo último propósito, con todos sus armamentos, se endereza
sólo a la solución de esos problemas, llámase metafísica (Introducción,
II)
La
paloma ligera que hiende en su libre vuelo los aires, percibiendo su
resistencia, podría forjarse la representación de que volaría mucho mejor en el
vacío. De igual modo abandonó Platón el mundo sensible, porque éste pone al
entendimiento estrechas limitaciones y se arriesgó más allá, en el espacio
vacío del entendimiento puro, llevado por las alas de las ideas. No notó que no
ganaba camino alguno con sus esfuerzos; pues no tenía, por decirlo así, ningún
apoyo, ninguna base sobre que hacer fuerzas y en que poder emplearlas para
poner el entendimiento en movimiento. Es un destino habitual de la razón humana
en la especulación, el acabar cuanto antes su edificio y sólo después
investigar si el fundamento del mismo está bien afirmado. (Introducción, III)
Prólogo
de la segunda edición, 1787
Que
la lógica ha tomado este camino seguro desde los tiempos más antiguos es algo
que puede inferirse del hecho de que no ha necesitado dar ningún paso atrás
desde Aristóteles
La
matemática ha tomado el camino seguro de la ciencia desde los primeros tiempos
a los que alcanza la historia de la razón humana
La
física tardó mucho más tiempo en encontrar el camino de la ciencia; pues no
hace más que siglo y medio que la propuesta del judicioso Bacon de Verulam ocasionó
(...) una rápida revolución
Cuando
Galileo hizo rodar por el plano inclinado las bolas cuyo peso había él mismo
determinado (...) entonces percibieron todos los físicos una luz nueva.
Comprendieron que la razón no conoce más que lo que ella misma produce según su
bosquejo; que debe adelantarse con principios de sus juicios, según leyes
constantes, y obligar a la naturaleza a contestar a sus preguntas (…) La razón
debe acudir a la naturaleza llevando en una mano sus principios, según los
cuales tan sólo los fenómenos concordantes pueden tener el valor de leyes, y en
la otra el experimento, pensado según aquellos principios.
¿A
qué se debe entonces qué la metafísica no haya encontrado todavía el camino
seguro de la ciencia? ¿Es acaso imposible? ¿Por qué, pues, la naturaleza ha
castigado nuestra razón con el afán incansable de perseguir este camino como
una de sus cuestiones más importantes? Más todavía: ¡qué pocos motivos tenemos
para confiar en la razón si, ante uno de los campos más importantes de nuestro
anhelo de saber, no sólo nos abandona, sino que nos entretiene con pretextos
vanos y, al final, nos engaña!
***
Se
ha supuesto hasta ahora que todo nuestro conocer debe regirse por los objetos.
Sin embargo, todos los intentos realizados bajo tal supuesto con vistas a
establecer a priori, mediante conceptos, algo sobre dichos objetos -algo que
ampliara nuestro conocimiento- desembocaban en el fracaso. Intentemos, pues,
por una vez, si no adelantaremos más en las tareas de la metafísica suponiendo que
los objetos deben conformarse a nuestro conocimiento, cosa que concuerda ya
mejor con la deseada posibilidad de un conocimiento a priori de dichos objetos,
un conocimiento que pretende establecer algo sobre éstos antes de que nos sean
dados.
Ocurre
aquí como con los primeros pensamientos de Copérnico. Este, viendo que no
conseguía explicar los movimientos celestes si aceptaba que todo el ejército de
estrellas giraba alrededor del espectador, probó si no obtendría mejores
resultados haciendo girar al espectador y dejando las estrellas en reposo. En
la metafísica se puede hacer el mismo ensayo (...) dado que la misma
experiencia constituye un tipo de conocimiento que requiere entendimiento y
éste posee unas reglas que yo debo suponer en mí ya antes de que los objetos me
sean dados, es decir, reglas a priori.
***
Pero
se preguntará: ¿cuál es ese tesoro que pensamos dejar a la posteridad con
semejante metafísica, depurada por la crítica, y por ella también reducida a un
estado inmutable?
En
una pasajera inspección de esta obra, se creerá percibir que su utilidad no es
más que negativa, la de no atrevernos nunca, con la razón especulativa, a salir
de los límites de la experiencia; y en realidad tal es su primera
utilidad.
Si
bien en este sentido es negativa, sin embargo (…) resulta de una utilidad
positiva, y muy importante, tan pronto como se adquiere la convicción de que
hay un uso práctico absolutamente necesario de la razón pura (el moral), en el
cual ésta se amplía inevitablemente más allá de los límites de la sensibilidad
***
Que
espacio y tiempo son solo formas de la intuición sensible, y por tanto sólo
condiciones de la existencia de las cosas como fenómenos (…) que
consiguientemente nosotros no podemos tener conocimiento de un objeto como cosa
en sí misma, sino sólo en cuanto la cosa es objeto de la intuición sensible, es
decir como fenómeno; todo esto queda demostrado en la parte analítica de la
Crítica.
***
Sin
embargo, y esto debe notarse bien, queda siempre la reserva de que esos mismos
objetos, como cosas en sí, aunque no podemos conocerlos, podemos al menos
pensarlos.
***
Me
ha sido, pues, preciso suprimir el saber para dar lugar a la creencia.
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