"No me pregunten quién soy ni me pidan que siga siendo el mismo" M. Foucault, Arqueología del saber
"La identidad no es algo que se descubre, sino que se construye"
"La identidad no es algo que se descubre, sino que se construye"
Gaarder, El Mundo de Sofía, Hume
–"Tengo que admitir que me
siento bastante «compuesta». Por ejemplo, tengo muy mal genio. Y a veces me
resulta difícil decidirme por algo. Además puede gustarme o disgustarme una
misma persona (…) Voy cambiando constantemente. No soy la misma hoy que cuando
tenía cuatro años. Tanto mi humor como mi juicio sobre mí misma cambian de
minuto en minuto. De vez en cuando ocurre que me siento como una «nueva
persona». (…) De modo que esa sensación de tener un núcleo inalterable de
personalidad es falsa."
Borges, El Libro
"Heráclito dijo que nadie se
baña dos veces en el mismo río porque las aguas cambian, pero lo más terrible
es que nosotros no somos menos fluidos que el río."
Oliverio
Girondo, Espantapájaros, 8
Yo no tengo una personalidad; yo soy un cocktail, un
conglomerado, una manifestación de personalidades.
En mí, la personalidad es una especie de furunculosis
anímica en estado crónico de erupción; no pasa media hora sin que me nazca una
nueva personalidad.
Desde que estoy conmigo mismo, es tal la aglomeración de las
que me rodean, que mi casa parece el consultorio de una quiromántica de moda.
Hay personalidades en todas partes: en el vestíbulo, en el corredor, en la
cocina, hasta en el W. C.
¡Imposible lograr un momento de tregua, de descanso!
¡Imposible saber cuál es la verdadera!
Aunque me veo forzado a convivir en la promiscuidad más
absoluta con todas ellas, no me convenzo de que me pertenezcan.
¿Qué clase de contacto pueden tener conmigo —me pregunto—
todas estas personalidades inconfesables, que harían ruborizar a un carnicero?
¿Habré de permitir que se me identifique, por ejemplo, con este pederasta
marchito que no tuvo ni el coraje de realizarse, o con este cretinoide cuya
sonrisa es capaz de congelar una locomotora?
El hecho de que se hospeden en mi cuerpo es suficiente, sin embargo,
para enfermarse de indignación. Ya que no puedo ignorar su existencia, quisiera
obligarlas a que se oculten en los repliegues más profundos de mi cerebro. Pero
son de una petulancia... de un egoísmo... de una falta de tacto...
Hasta las personalidades más insignificantes se dan unos
aires de trasatlántico. Todas, sin ninguna clase de excepción, se consideran
con derecho a manifestar un desprecio olímpico por las otras, y naturalmente,
hay peleas, conflictos de toda especie, discusiones que no terminan nunca. En
vez de contemporizar, ya que tienen que vivir juntas, ¡pues no señor!, cada una
pretende imponer su voluntad, sin tomar en cuenta las opiniones y los gustos de
las demás. Si alguna tiene una ocurrencia, que me hace reír a carcajadas, en el
acto sale cualquier otra, proponiéndome un paseíto al cementerio. Ni bien
aquélla desea que me acueste con todas las mujeres de la ciudad, ésta se empeña
en demostrarme las ventajas de la abstinencia, y mientras una abusa de la noche
y no me deja dormir hasta la madrugada, la otra me despierta con el amanecer y
exige que me levante junto con las gallinas.
Mi vida resulta así una preñez de posibilidades que no se
realizan nunca, una explosión de fuerzas encontradas que se entrechocan y se
destruyen mutuamente. El hecho de tomar la menor determinación me cuesta un tal
cúmulo de dificultades, antes de cometer el acto más insignificante necesito
poner tantas personalidades de acuerdo, que prefiero renunciar a cualquier cosa
y esperar que se extenúen discutiendo lo que han de hacer con mi persona, para
tener, al menos, la satisfacción de mandarlas a todas juntas a la mierda.
Antonio Tabuchi, Sostiene Pereyra
“Quisiera hacerle una pregunta,
dijo el doctor Cardoso, ¿conoce usted los médecins-philosophes? No, admitió
Pereira, no los conozco, ¿quiénes son? Los más importantes son Théodule Ribot y
Pierre Janet, dijo el doctor Cardoso, fueron sus obras lo que estudié en París,
son médicos y psicólogos, pero también filósofos, propugnan una teoría que me
parece interesante, la de la confederación de las almas. Explíqueme esa teoría,
dijo Pereira. Pues bien, dijo el doctor Cardoso, creer que somos ‘uno’ que
tiene existencia por sí mismo, desligado de la inconmensurable pluralidad de
los propios yoes, representa una ilusión, por lo demás ingenua, de la tradición
cristiana de un alma única; el doctor Ribot y el doctor Janet ven la
personalidad como una confederación de varias almas, porque nosotros tenemos
almas dentro de nosotros, ¿comprende?, una confederación que se pone bajo el
control de un yo hegemónico. El doctor Cardozo hizo una breve pausa y después
continuó. Lo que llamamos la norma, o nuestro ser, o la normalidad, es sólo un
resultado, no una premisa, y depende del control de un yo hegemónico que se ha
impuesto en la confederación de nuestras almas; en el caso de que surja otro
yo, más fuerte y más potente, este yo destrona al yo hegemónico y ocupa su
lugar, pasando a dirigirle la cohorte de las almas, mejor dicho, de la
confederación, y su predominio se mantiene hasta que es destronado a su vez por
otro yo hegemónico, sea por un ataque directo, sea por una paciente erosión.
Tal vez, concluyó el doctor Cardozo, tras una paciente erosión haya un yo
hegemónico que esté ocupando el liderazgo de la confederación de sus almas,
señor Pereira, y usted no puede hacer nada, tan sólo puede, eventualmente,
apoyarlo.
¿Yo pienso? ¿Yo quiero?
Julio Cortazar; El perseguidor
"No era pensar, me parece
que ya te he dicho muchas veces que yo no pienso nunca; estoy como parado en
una esquina viendo pasar lo que pienso, pero no pienso lo que veo. ¿Te das
cuenta? Jim dice que todos somos iguales, que en general (así dice) uno no
piensa por su cuenta."
Friedrich Nietzsche
"Nos reímos de quien sale de
su habitación en el momento en el que asoma el sol por el horizonte y dice
"Quiero que salga el sol"; y de quien, al no poder parar una rueda,
exclama: "Quiero que ruede", y de quien es derribado en un combate y
dice: "Estoy en el suelo, pero quiero quedarme aquí." Pero, bromas
aparte, ¿hacemos algo diferente de lo que hacen estos tres hombres cuando
empleamos las palabras "yo quiero"?"
Más allá del bien y del mal, af.16
Sigue habiendo cándidos
observadores de sí mismos que creen que existen «certezas inmediatas», por
ejemplo «yo pienso», o, y ésta fue la superstición de Schopenhauer, «yo
quiero»: como si aquí, por así decirlo, el conocer lograse captar su objeto de
manera pura y desnuda, en cuanto «cosa en sí», y ni por parte del sujeto ni por
parte del objeto tuviese lugar ningún falseamiento. Pero que «certeza
inmediata» y también «conocimiento absoluto» y «cosa en sí» encierran una
contradictio in adjecto [contradicción en el adjetivo], eso yo lo repetiré cien
veces: ¡deberíamos liberarnos por fin de la seducción de las palabras!
Aunque el pueblo crea que conocer
es un conocer-hasta-el-final, el filósofo tiene que decirse: «cuando yo analizo
el proceso expresado en la proposición `yo pienso' obtengo una serie de
aseveraciones temerarias cuya fundamentación resulta difícil, y tal vez
imposible, - por ejemplo, que yo soy quien piensa, que tiene que existir en
absoluto algo que piensa, que pensar es una actividad y el efecto causado por
un ser que es pensado como causa, que existe un ‘yo’ y, finalmente, que está
establecido qué es lo que hay que designar con la palabra pensar, - que yo sé
qué es pensar. Pues si yo no hubiera tomado ya dentro de mí una decisión sobre
esto, ¿de acuerdo con qué apreciaría yo que lo que acaba de ocurrir no es tal
vez `querer' o `sentir'?
En suma, ese `yo pienso'
presupone que yo compare mi estado actual con otros estados que ya conozco en
mí, para de ese modo establecer lo que tal estado es: en razón de ese recurso a
un `saber' diferente tal estado no tiene para mí en todo caso una `certeza'
inmediata.» - En lugar de aquella «certeza inmediata» en la que, dado el caso,
puede creer el pueblo, el filósofo encuentra así entre sus manos una serie de
cuestiones de metafísica, auténticas cuestiones de conciencia del intelecto,
que dicen así: «¿De dónde saco yo el concepto pensar? ¿Por qué creo en la causa
y en el efecto? ¿Qué me da a mí derecho a hablar de un yo, e incluso de un yo
como causa, y, en fin, incluso de un yo causa de pensamientos?» El que,
invocando una especie de intuición del conocimiento, se atreve a responder
enseguida a esas cuestiones metafísicas, como hace quien dice: «yo pienso, y yo
sé que al menos esto es verdadero, real, cierto» - ése encontrará preparados
hoy en un filósofo una sonrisa y dos signos de interrogación. «Señor mío», le
dará tal vez a entender el filósofo, «es inverosímil que usted no se equivoque:
mas ¿por qué también la verdad a toda costa?» -
Gustavo Cordera, Soy mi soberano
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