viernes, 4 de enero de 2019

Schopenhauer, Metafísica del amor

                
                                                                     
 ¡Oh, vosotros los sabios de alta y profunda
ciencia, que habéis meditado y que sabéis dónde, cuándo y cómo se une todo en la naturaleza, el porqué de todos esos amores y besos…, vosotros, sabios sublimes, decídmelo! ¡Poned en el potro vuestro sutil ingenio y decidme dónde, cuándo y
cómo me ocurrió amar, por qué me ocurrió amar!

BURGER


 Introducción

Se está generalmente habituado a ver a los poetas ocuparse en pintar el amor. La pintura del amor es el principal asunto de todas las obras dramáticas, trágicas o cómicas, románticas o clásicas, en las Indias lo mismo que en Europa; es también el más fecundo de los asuntos para la poesía lírica, como para la poesía épica; sin hablar del incontable número de novelas que desde hace siglos se producen cada año en todos los países civilizados de Europa con tanta regularidad como los frutos de las estaciones. (…)

Por tanto, no es lícito dudar de la realidad del amor ni de su importancia. En vez de asombrarse de que el filósofo trate también de apoderarse de esta cuestión, tema eterno para todos los poetas, más bien debiera sorprender que un asunto que representa en la vida humana un papel tan importante haya sido hasta ahora abandonado por los filósofos y se nos presente como una materia nueva. De todos los filósofos es Platón quien se ocupó más del amor, sobre todo en el Banquete y en Fedro. Lo que dijo acerca de este asunto entra en el dominio de los mitos, fábulas y juegos de ingenio, y sobre todo concierne al amor griego. (…)



Una visión bastante física

No espero aprobación ni elogio por parte de los enamorados, que naturalmente propenden a expresar con las imágenes más sublimes y más etéreas la intensidad de sus sentimientos: a los tales mi punto de vista les parecerá demasiado físico, harto material, por metafísico y trascendente que sea en el fondo. Antes de juzgarme, que se den cuenta de que el objeto de su amor, el cual exaltan hoy en madrigales y sonetos, apenas hubiera obtenido de ellos una mirada si hubiese nacido dieciocho años antes.

Todo enamoramiento, por etéreo que afecte ser, sumerge en realidad todas sus raíces en el instinto sexual, y hasta no es otra cosa más que este instinto especializado, determinado, individualizado por completo. (…)

Las almas nobles, sentimentales, tiernamente enamoradas, protestarán aquí lo que quieran contra el áspero realismo de mi doctrina; sus protestas no tienen razón de ser. (…)

Vayamos ahora al fondo de las cosas.
El egoísmo tiene en cada hombre raíces tan hondas, que los motivos egoístas son los únicos con que puede contarse de seguro para excitar la actividad de un ser individual. (…)

Una vez satisfecha su pasión, todo amante experimenta un especial desengaño: se asombra de que el objeto de tantos deseos apasionados no le proporcione más que un placer efímero, seguido de un rápido desencanto.


Una trampa de la naturaleza

Mas para el pensador serio, el espíritu de la verdad descorre poco a poco el velo de esta respuesta: no se trata de una fruslería; lejos de eso, la importancia de la cuestión es igual a la formalidad y el ímpetu de la persecución. El fin definitivo de toda empresa amorosa, lo mismo si se inclina a lo trágico que a lo cómico, es, en realidad, entre los diversos fines de la vida humana, el más grave e importante, y merece la profunda seriedad con que cada uno lo persigue. En efecto; se trata nada menos que de la composición de la próxima generación. (…)

Porque la naturaleza necesita de esa estratagema para lograr sus fines. Por desinteresada e ideal que pueda parecer la admiración por una persona amada, el objetivo final es, en realidad, la creación de un ser nuevo, de determinada índole; y lo que lo prueba así es que el amor no se contenta con un sentimiento recíproco, sino que exige la posesión misma, lo esencial, es decir, el goce físico. (…)

Para alcanzar su fin es preciso, pues, que la naturaleza embauque al individuo con alguna añagaza, en virtud de la cual vea, iluso, su propia ventura en lo que en realidad sólo es el bien de la especie; el individuo se hace así esclavo inconsciente de la naturaleza en el momento en que sólo cree obedecer a sus propios deseos.

En el entrecruzamiento de sus miradas preñadas de deseos enciéndese ya una vida nueva, se anuncia un ser futuro; creación completa y armoniosa. Aspiran a una unión verdadera, a la fusión en un solo ser; este ser que van a engendrar será como la prolongación de su existencia y la plenitud de ella; en él continúan viviendo reunidas y fusionadas las cualidades hereditarias de los padres. (…)

“Cada cual ama precisamente lo que le falta.”

Cada cual se esfuerza por neutralizar, por medio de la otra persona, sus debilidades, sus imperfecciones y todos los extravíos del tipo normal, por temor a que se perpetúen en el hijo futuro, o de que se exageren y lleguen a ser deformidades. Cuanto más débil es un hombre desde el punto de vista de la fuerza muscular, más buscará mujeres fuertes; y la mujer obrará lo mismo. Pero, como es una ley de la naturaleza que la mujer tenga una fuerza muscular menor, también está en la naturaleza el que las mujeres prefieran a los hombres robustos. La estatura es también una consideración importante. Los hombres bajitos tienen decidida inclinación a las mujeres sargentonas, y recíprocamente… La aversión de las mujeres grandes por los hombres grandes está en el fondo de las miras de la naturaleza, a fin de evitar una raza gigantesca, cuando la fuerza transmitida por la madre sería demasiado débil para asegurar larga duración a esta raza excepcional. Si una mocetona elige por marido a un mocetón, entre otros móviles, por hacer mejor figura en sociedad, sus descendientes expiarán esta locura… Hasta en las diversas partes del cuerpo busca cada cual un correctivo a sus defectos, a sus desviaciones, con tanto mayor cuidado cuanto más importante sea la parte. Por ejemplo: las personas de nariz chata contemplan con inexplicable placer una nariz aguileña, un perfil de loro; y así por el estilo. Los hombres de formas escuálidas, de largo esqueleto, admiran a una personilla que cabe bajo una taza, y corta con exceso. Lo mismo sucede con el temperamento: cada cual prefiere el opuesto al suyo, y su preferencia es proporcional siempre a la energía de su propio temperamento. (…)


 Schopenhauer, Maetafísica del amor y de la muerte




miércoles, 2 de enero de 2019

"No nacemos machos"


No nacemos machos, cinco ensayos para repensar el ser hombre en el patriarcado. Ediciones La social. -Selección de fragmentos-


Se enseña a los hombres desde niños a no mostrar emociones o signos de debilidad: a ocultar todo lo que lo acerque a lo femenino. Los hombres tenemos que demostrar ser hombres de manera constante y periódica y la masculinidad existe en oposición a lo femenino y es por eso se construye en relación a nosotros, las parejas, los amigos, los colegas» « CRISTIAN GONZÁLEZ ARRIOLA

ROBERT KAZANDJIAN, DESEMPEÑAR LA MASCULINIDAD.

(…) Ver los partidos del United por la tele con mi padre comenzó a ser un ritual. En la intimidad de nuestra estrecha sala me fijaba en su manera de actuar casi tanto como lo que ocurría en el campo. Si aplaudía uno de los pases de «quaterback» de Paul Ince, yo hacía lo propio. Si se levantaba del sofá para celebrar los goles de Andy Cole, yo también. Si se hartaba a lanzar insultos a la pantalla, yo los memorizaba, por raros que me resultaran y los repetía en voz baja. Y si golpeaba brutalmente el puño contra la mesa del café de pura rabia, ahí iba yo, esperando que mi padre no notara el dolor que casi se me escapaba por los ojos. Y así aprendí a desempeñar mi masculinidad.

(…) El día en el que le diagnosticaron cáncer a mi hermano, no acudí a mi familia para buscar esa tranquilidad que todos y todas necesitábamos, opté por ir al gimnasio a levantar pesas. Tan decidido me encontraba a ser «fuerte», que elegí la expresión más literal. Me decidí por presas de banco y peso muerto en lugar de mostrarme abiertamente vulnerable y mostrar mis miedos a la gente de mi entorno más cercano. Y ahora me toca vivir con ese vergonzoso recuerdo.
Si bien el patriarcado oprime a los hombres, conservamos intactos los privilegios que nos otorga: Ser los primeros en sentarnos a la mesa, comernos el plato de comida más grande, ser [...] los que ganamos el mejor salario respecto a nuestras colegas, los que podemos ejercer violencia, piropear a las mujeres en la calle y tocarles el trasero en el metro sin que nadie diga nada, porque esa violencia está naturalizada. No se trata de construir un discurso bajo la lógica del empate entre hombres y mujeres, porque mientras los varones no soltemos esos privilegios, esa idea de que somos víctimas del patriarcado no va a poder ser asumida por nosotros» KLAUDIO DUARTE
LAS FEMINISTAS NO SON RESPONSABLES DE EDUCAR A LOS HOMBRES, CECILIA WINTERFOX

(…) Parafraseando a Audre Lorde:
« Cuando se espera que las personas de color eduquen a las personas blancas sobre su humanidad, cuando se espera que las mujeres eduquen a los hombres, a las lesbianas y a los gays se espera que eduquen al mundo heterosexual, la opresión mantiene su posición y evade la responsabilidad por sus acciones.»

Si perteneces a un grupo que tiene ventajas estructurales respecto de salarios, seguridad, salud y educación – cuando básicamente ganaste la lotería de la vida simplemente por aparecer– es tu responsabilidad educarte a ti mismo. Y, en serio, no digas a las mujeres que sean amables. Estamos enfadadas. Tenemos todas las razones para estarlo. Francamente, tú deberías estarlo también.
«Los hombres aprendemos a ser hombres. No nacemos machistas, aprendernos a reproducir patriarcado a través del sexismo, la homofobia, el falocentrismo, la heteronormatividad. Lo importante es que esos aprendizajes se pueden desaprender, lo que implica necesariamente una lucha política» KLAUDIO DUARTE


KALI HALLOWAY; LA MASCULINIDAD ESTÁ MATANDO A LOS HOMBRES: LA CONSTRUCCIÓN DEL HOMBRE Y SU DESARRAIGO.

(…) La emocionalmente dañina masculinización comienza antes de la adolescencia para muchos chicos, en la más tierna infancia

(…) A los chicos se les educa para eliminar esas emociones e incluso se les inculca que su masculinidad depende casi exclusivamente de ello.

(…) los bebés suelen comportarse de maneras que nuestra sociedad define como «femeninas». Como Real nos expone: las criaturas llegan a este mundo con una dependencia, expresividad y emociones idénticas, y con el mismo deseo de afecto físico. En los primeros estadios de la vida, todas las criaturas se ciñen más a lo que estereotípicamente se define como femenino.

(…) debatiendo con Real, me informó de estudios que sugieren que estos jóvenes comienzan a  ocultar sus sentimientos desde los 3 o los 5 años. «No es que posean menos emociones, es  que ya van aprendiendo las reglas del juego: que mejor no las muestren».

(…) Es inconmensurable la influencia de imágenes y mensajes sobre masculinidad implícitos en nuestros medios de comunicación. Miles de series y películas lanzan propaganda a los jóvenes (y a todo el mundo, en realidad) no tanto sobre cómo hombres (y mujeres) ya somos sino cómo deberíamos ser. Aunque hoy día existe mucho material académico sobre la representación de la mujer en los medios de comunicación y también existen miles de análisis deconstructivos de sus perniciosos efectos gracias a feministas, no existe tanto análisis sobre las construcciones masculinas en los mismos. Aun así, reconocemos claramente las características que mediáticamente se valoran entre los hombres en películas, televisión, videojuegos, cómics, etc.: fortaleza, valor, independencia, la habilidad de proveer y proteger. (…)

Conocemos de sobra a este tipo de personajes que se repiten hasta la saciedad. Son los héroes de acción indomables, los psicópatas folladores de Grand Theft Auto, los padres de sitcom alérgicos al trabajo doméstico casados inexplicablemente con bellísimas esposas, los veinteañeros marihuanos sin oficio ni beneficio que se las apañan para ligarse a la mamacita al final; y, aún, el férreo Superman.

(…) La pronta anulación de los sentimientos en los chicos y nuestra insistencia colectiva para que permanezcan en ese camino han traído como consecuencia el cisma entre ellos y sus sentimientos y entre ellos mismos y sus yos más vulnerables.

La historiadora Stephanie Coontz ha llamado a esto la «mística masculina». Deja a las pequeñas criaturas asignadas hombre y posteriormente, a los hombres adultos, desmembrados emocionalmente, con pánico a mostrar debilidad y la mayoría de las veces incapaces de acceder satisfactoriamente, reconocer o enfrentarse a sus sentimientos.

En su libro, Why Men Can’t Feel (El porqué de la asensibilidad masculina), Marvin Allen afirma que «estos mensajes animan a los chicos a ser competitivos, a centrarse en los logros externos, depender de su intelecto, soportar el dolor físico y reprimir sus sentimientos de vulnerabilidad. Cuando alguno de ellos viola el código, lo común es humillarle, ridiculizarle o avergonzarle».

(…) La masculinidad es difícil de conseguir e imposible de mantener, un hecho que Real incluye y que queda de manifiesto en la frase «frágil ego masculino». Como la autoestima masculina descansa temblorosamente sobre el frágil suelo de la construcción social, el esfuerzo para mantenerla es agotador. Intentar evitar la humillación que queda una vez esta se ha desvanecido puede llevar a muchos hombres a finales peligrosos.



Entrevista a JAVIER OMAR RUIZ ARROYAVE
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        ¿De qué manera cree que los hombres pueden aportar, de la mano de los feminismos, a darle un nuevo significado a ser hombre y a trabajar en temas como las nuevas masculinidades?

Una manera es como lo hacemos nosotros: trabajando con hombres para replantear la masculinidad. 
(…) Otra ruta es que el Estado les apunte a políticas públicas que replanteen los modelos machistas establecidos en las lógicas institucionales. Por ejemplo, las políticas públicas del embarazo adolescente se orientan fundamentalmente a las mujeres y esta es una mirada sesgada de la situación, porque también deben contemplar a los embarazadores y no descargar esa responsabilidad solamente en ellas.



ANDREW HERNANN, Cuatro consejos desde la trinchera de los aliados feministas

“En el momento en que exhibí mi condición de aliado, algunos cuestionaron mi sexualidad y otros incluso me insultaron. « ¿Es que ahora eres gay», decían algunos, «¿eres una chica?». Algunos otros incluso me hablaban de haber traicionado a mis queridos compañeros machos, heterosexuales y cis.!


Para ser abiertamente un aliado feminista, debemos estar cómodos con nuestro género y sexualidad y debemos dejar de identificarnos en relación a otras personas. Debemos dejar de ponernos la zancadilla unos a otros mediante la explotación de los mismos mitos patriarcales de siempre. Un hombre «de verdad» no es sistemáticamente atlético, un hombre «de verdad» no ha de tener un pene enorme, un hombre «de verdad» no siempre tiene un montón de sexo con miles de mujeres, un hombre «de verdad» no tiene por qué tener un puesto de trabajo poderoso y lucrativo.

Tres creencias básicas del patriarcado



Diana Maffía (compiladora); Sexualidades migrantes. Género y transgénero. Introducción


Si tuviera que resumir las creencias que conforman el punto de vista conservador y patriarcal sobre la sexualidad humana, sostenido desde la filosofía, la medicina, el derecho y la religión dogmática, lo haría con tres enunciados:

1. Los sexos son sólo dos: masculino y femenino
2. Las relaciones sexuales tienen como fin la procreación
3. La familia es una unidad natural

Cada uno de estos enunciados merece ser explicitado. Cuando se habla de dos sexos, masculino y femenino, se está abarcando en esta dicotomía un disciplinamiento de aspectos muy complejos de la sexualidad humana. Por supuesto el sexo anatómico, con el que a primera vista y al nacer se clasifica a casi todos los seres humanos. Tan fuerte es el dogma sobre la dicotomía anatómica, que cuando no se la encuentra se la produce. Cuando los genitales son ambiguos, no se revisa la idea de la naturaleza dual de los genitales sino que se disciplinan para que se ajusten al dogma.

Pero además del sexo anatómico, se supone que el sexo cromosómico también es dicotómico (XX o XY) ajustándose a la genitalidad. Nuevamente, cuando eso no ocurre, el dogma no se revisa. Las hormonas completan este menú biológico. El feminismo, al incorporar la categoría de género de la sexología, en muchas de sus expresiones todavía supone que este sexo biológico es el sostén natural de una asignación cultural de género. Si así fuera, no se medicalizarían los casos que escapan a esta descripción. La ideología dicotómica de género es anterior y más fuerte que el sexo biológico. No sólo lo “lee” como un signo al que interpreta, sino que lo escribe y lo corrige cuando su caligrafía no es perfecta. En síntesis, el mismo sexo biológico es producto de una lectura cultural.

Por el lado del género la complejidad no es menor. A la identidad de género subjetiva de una persona, se agrega la expresión de género con que un sujeto se presenta ante los demás
(por ejemplo, la identidad de género travesti puede presentarse con una expresión de género mujer), la elección sexual (homosexual, heterosexual o bisexual), los roles de género (masculino o femenino, variables socialmente) y otras sutiles distinciones que podemos ir formulando para decodificar esta complejidad y comprenderla. Afirmar que los sexos son dos, es afirmar también que todos estos elementos irán encolumnados, que el sujeto tendrá la identidad subjetiva de género de su sexo anatómico y cromosómico, lo
expresará y aceptará los roles correspondientes, y hará una elección heterosexual. Lo que escape a esta disciplina se considerará perverso, desviado, enfermo, antinatural, y será combatido con la espada, con la cruz, con la pluma, con el bisturí y con la palabra.

2. Afirmar que la sexualidad tiene como único fin la procreación es, por empezar, una completa obliteración del placer. De eso no se habla, ni siquiera en las relaciones heterosexuales donde los sujetos se proponen procrear. Como se bordaba bajo un relicario
en los camisones de las abuelas españolas, blancos, largos y con una abertura mínima como un hojal anatómicamente ubicado: “no es por vicio ni por fornicio, sino para dar un hijo a tu servicio”. Es decir, no sólo se cumplía el débito conyugal, sino que el objetivo
último era servir a Dios. La mujer, como Arlequino, servía a dos patrones.

Una sexualidad aplicada a la reproducción reduce las relaciones sexuales a la penetración del pene del varón en la vagina de la mujer. Cualquier otra práctica será viciosa y pecadora. El fin de la etapa reproductiva en las mujeres elimina automáticamente su sexualidad. Para quien no desea la reproducción, y mucho más si es homosexual, la única conducta permitida es la castidad. Me resulta misterioso que se tilde de antinatural la homosexualidad, aportando como prueba que en la naturaleza ningún otro ser la expresa (cosa que muchos biólogos discuten) y se recomiende como “remedio” algo mucho más antinatural, como es la castidad. De este modo, características fuertemente humanas de la
sexualidad como la comunicación y el placer, comunes a prácticas diversas, son renegadas reduciendo la sexualidad a la reproducción biológica. Incongruentemente, el resto de las prácticas recibe anatemas morales, e incluso intentos de criminalización, logrando que por los dispositivos patriarcales del derecho, en sociedades muy conservadoras, sean perseguidos con la fuerza pública.

3.  La afirmación de que toda sociedad humana es una especie de organismo que tiene una “célula básica” en la familia, es una de las concepciones más disciplinadoras y omnipresentes de la cultura. Tal sociedad tendrá en sus integrantes (el “tejido social”)
diferentes estratos destinados a cumplir funciones específicas por su propia naturaleza, así como un pulmón y un ojo lo hacen, y sería absurdo pensar en cambiarlas pues implicaría subvertir la propia naturaleza. Así los destinos de mujeres y varones están determinados por su propia naturaleza a diversas funciones, que son complementarias. La familia permite que las mujeres desarrollen su destino de cuidado y reproducción, dejando a los varones el peligroso ámbito público del que depende el sostén económico. Ninguna otra estructura podría pretender funcionar como una célula, sino dos personas de distinto sexo y sus hijos. No importa que la realidad desmienta numéricamente esta norma, lo desviado es la realidad y debe ser corregida.

Por supuesto que desde este punto de vista, la unión de parejas homosexuales u otros arreglos de convivencia no serán considerados “familia”, pero además serán criminalizados y dejados fuera de toda protección social. Personas que tienen hijos de parejas anteriores y hacen luego una pareja homosexual, pueden perder la tenencia de sus hijos, por considerarse una perversión moral que podría afectarlos. Los estudios sobre las múltiples relaciones de convivencia no sólo permiten apreciar los nuevos arreglos familiares en sus características, sino comprender sus necesidades a fin de adecuar la respuesta del Estado en forma de políticas públicas plurales.

Finalmente de eso se trata. Derechos humanos universales, para ser ejercidos por personas singulares, requieren respuestas muy diversas. Una sociedad disciplinadora que sólo acepta como ciudadan@s a quienes cumplen con el estereotipo prefijado por el grupo hegemónico dominante, deja fuera de la ciudadanía de modo arbitrario e injusto a enormes porciones de la población. Históricamente, ese estereotipo de ciudadano ha sido el varónblanco- propietario. Las instituciones patriarcales están diseñadas en torno a este ideal, y así la ciencia, el derecho, la política y la religión dogmática lo realimentan.

Agradezco a quienes han aportado sus ideas, sus reflexiones teóricas, sus posturas políticas, sus experiencias de vida, para este debate tan necesario en la humanización de las relaciones sociales. Lo que sigue es una invitación a dejarnos interpelar profundamente por el pensamiento y el compromiso. No es un discurso uniforme, pero sí respetuoso, con el que inauguramos un diálogo de aristas conflictivas que sin embargo valoramos como fecundo. Su fin último no es otro que el de la ética: la felicidad humana.

Diana Maffía

El modelo ético platónico y sus versiones modernas


Martha C. Nussbaum; la terapia del deseo. Teoría y práctica en la ética helenística. Cap. I Argumentos terapéuticos, parte II.



(…) Consideremos, pues, la caracterización de la indagación ética en el mito central del Fedro de Platón. Almas de muchas clases, mortales unas, divinas otras, unas con facilidad, otras con dificultad, abandonan su mundo habitual, sus afanes cotidianos, y salen a pasear por el orbe celeste. Allí, mirando hacia los seres eternos que habitan aquel «reino por encima de los cielos», ven (unas más, otras menos) las normas eternas que son los verdaderos patrones de las diversas virtudes éticas. El alma ve «la justicia misma, la moderación, el conocimiento: no el conocimiento que cambia y varía con los variados objetos que nosotros ahora llamamos seres, sino el auténtico conocimiento que se asienta en lo que realmente es» (247D). En otras palabras, las normas éticas son lo que son independientemente de los seres humanos, de las formas humanas de vida, de los humanos deseos. Cualquier conexión entre nuestros intereses y el verdadero bien es, por tanto, meramente contingente. El bien está ahí; en realidad, siempre ha estado ahí, aun antes de que nosotros empezáramos a existir. Y ninguno de nuestros deseos, por profundo y perentorio que sea, puede hacer que sea de otra manera. No está hecho para nosotros, ni nosotros para él. La vida óptima podría resultar ser una vida que ninguno de nosotros pudiera alcanzar, o incluso que ninguno de nosotros pudiera concebir o plantearse. (Tal es, de hecho, el caso para la mayoría de los animales, que, para su desgracia, tienen ante ellos el mismo patrón de bien pero son demasiado torpes para percibirlo.) O, de nuevo, podría resultar ser una vida tan alejada de todas las formas reales de vida humana y de todos los deseos humanos reales, que los seres humanos, tal como son, la encontraran repugnante, o vulgar, o tan aburrida o pobre, que prefirieran morir antes que vivirla. Semejante resultado sería ciertamente desgraciado para los seres humanos; pero no constituiría una razón para poner en tela de juicio la concepción del bien mismo. Ocurre que nosotros (o algunos de nosotros, durante algún tiempo) podemos concebir el verdadero bien que «está ahí» y, habiéndolo concebido, vivir con arreglo a él. Pero podríamos haber sido de otra manera. Los animales son de otra manera. Y el bien —para los seres humanos, para los animales, para el universo en su conjunto— habría sido, sin embargo, el mismo.

Las concepciones que se atienen a esta estructura general entran en la escena ética contemporánea por dos caminos muy diferentes. uno científico y otro religioso. (Ambas versiones están influidas por el platonismo, aunque de manera diferente.)' La versión científica concibe la indagación ética de manera semejante a la indagación propia de las ciencias físicas, en donde ésta se entiende en un sentido platónico que a estas alturas se halla profundamente enraizado en las creencias populares acerca de la ciencia, aunque no en las versiones más elaboradas que dan al respecto los filósofos contemporáneos de la ciencia. Según esta manera de ver las cosas, los científicos que estudian la naturaleza investigan de forma «pura», sin verse perturbados ni influidos por su contexto cultural, sus creencias previas, sus deseos e intereses. Su tarea consiste en ascender al mundo natural (igual que las almas de Platón ascienden hasta el orbe celeste) para observarlo y describirlo tal como es, descubriendo su estructura real permanente. Su indagación podría llevarlos absolutamente a cualquier parte; su única limitación es únicamente la manera como las cosas están realmente «ahí». Una teoría física determinada se verá o no refrendada por los hechos. No se puede permitir que los deseos, creencias y modos de vida de los físicos —o, hablando más en general, de los seres humanos— influyan en su indagación sobre la validez de aquélla o sobre su elección de los métodos de investigación. La idea es que la ética, también ella, tiene ese mismo carácter científico.
La indagación ética consiste en descubrir verdades permanentes acerca de los valores y las normas, verdades que son lo que son independientemente de lo que nosotros somos, deseamos o hacemos. Esas verdades están, por así decir, en el tejido de las cosas y lo único que hemos de hacer es encontrarlas." (En algunas variantes de este planteamiento,
tales como la sociobiologia contemporánea, la relación con la ciencia es más que analógica: se considera que los descubrimientos valorativamente neutros de las ciencias implican normas éticas. Tal no es el caso en la visión platónica que acabo de describir, donde la distinción hecho-valor no desempeña papel alguno y las normas, independientes, son normas de valor.)

Un cuadro semejante es el que obtenemos, por un camino diferente, en la versión agustiniana de la ética cristiana. Dios ha establecido determinadas pautas éticas; nuestra misión es hacer lo que Dios quiere que hagamos. Pero nosotros podemos estar o no dotados de la capacidad de ver, o querer, lo que Dios quiere. La verdad y la gracia de Dios están ahí; pero la capacidad de ver la verdad ética o alcanzar la gracia no es algo que dependa de nosotros.'^ No existe, por tanto, ningún método seguro mediante el que podamos elaborar una norma ética a partir del escrutinio de nuestras necesidades, reacciones y deseos más profundos. Porque puede muy bien resultar que una vida auténticamente buena quede tan lejos de nuestra condición e intuiciones presentes que, de hecho, nos choque y nos repugne o nos resulte aburrida o demasiado pobre como para que valga la pena vivirla. Aquí nos encontramos en una posición mucho más precaria que en la concepción científica, o incluso platónica original. Porque no está nada claro cómo podemos seguir indagando o hacer algo para salir de nuestro apuro cognoscitivo. Pero la idea central fundamental sigue siendo la misma: la radical independencia del verdadero bien respecto de las necesidades y los deseos humanos. Tanto para los platónicos como para aquellos cristianos, la manera correcta de avanzar en la indagación ética no es hurgar a fondo en nosotros mismos. En efecto, debe quedar siempre abierta la posibilidad de que todo lo que somos, queremos y creemos sea un completo error.