viernes, 24 de marzo de 2017

Kant, Crítica de la razón pura


-Selección de fragmentos-
Introducción

No hay duda alguna de que todo nuestro conocimiento comienza con la experiencia. Pues ¿por dónde iba a despertarse la facultad de conocer, para su ejercicio, como no fuera por medio de objetos que hieren nuestros sentidos y ora provocan por sí mismos representaciones, ora ponen en movimiento nuestra capacidad intelectual para compararlos, enlazarlos, o separarlos y elaborar así, con la materia bruta de las impresiones sensibles, un conocimiento de los objetos llamado experiencia? Según el tiempo, pues, ningún conocimiento precede en nosotros a la experiencia y todo conocimiento comienza con ella.

Más si bien todo nuestro conocimiento comienza con la experiencia, no por eso origínase todo él en la experiencia. Pues bien podría ser que nuestro conocimiento de experiencia fuera compuesto de lo que recibimos por medio de impresiones y de lo que nuestra propia facultad de conocer (con ocasión tan sólo de las impresiones sensibles) proporciona por sí misma, sin que distingamos este añadido de aquella materia fundamental hasta que un largo ejercicio nos ha hecho atentos a ello y hábiles en separar ambas cosas.

Es pues por lo menos una cuestión que necesita de una detenida investigación y que no ha de resolverse enseguida a primera vista, la de si hay un conocimiento semejante, independiente de la experiencia y aún de toda impresión de los sentidos. (Introducción, I)

Tiene la Razón humana el singular destino, en cierta especie de conocimientos, de verse agobiada por cuestiones de índole tal que no puede evitarlas, porque su propia naturaleza las crea, y que no puede resolver, porque a su alcance no se encuentran.
Es así como incurre en oscuridades y contradicciones y, aunque puede deducir que éstas se deben necesariamente a errores ocultos en algún lugar, no es capaz de detectarlos, ya que los principios que utiliza no reconocen contrastación empírica alguna por sobrepasar los límites de toda experiencia. El campo de batalla de estas inacabables disputas se llama metafísica.
(Prólogo a la primera edición, 1781)


Pero hay algo más importante aún que lo antes dicho, y es que ciertos conocimientos abandonan incluso el campo de todas las experiencias posibles y, mediante conceptos para los cuales no puede ser dado en la experiencia ningún objeto correspondiente, parece que amplifican la extensión de nuestros juicios por encima de todos los límites de la experiencia. (...) Estos problemas inevitables de la razón pura son Dios, la libertad y la inmortalidad. La ciencia empero, cuyo último propósito, con todos sus armamentos, se endereza sólo a la solución de esos problemas, llámase metafísica (Introducción, II)


La paloma ligera que hiende en su libre vuelo los aires, percibiendo su resistencia, podría forjarse la representación de que volaría mucho mejor en el vacío. De igual modo abandonó Platón el mundo sensible, porque éste pone al entendimiento estrechas limitaciones y se arriesgó más allá, en el espacio vacío del entendimiento puro, llevado por las alas de las ideas. No notó que no ganaba camino alguno con sus esfuerzos; pues no tenía, por decirlo así, ningún apoyo, ninguna base sobre que hacer fuerzas y en que poder emplearlas para poner el entendimiento en movimiento. Es un destino habitual de la razón humana en la especulación, el acabar cuanto antes su edificio y sólo después investigar si el fundamento del mismo está bien afirmado. (Introducción, III)


Prólogo de la segunda edición, 1787

Que la lógica ha tomado este camino seguro desde los tiempos más antiguos es algo que puede inferirse del hecho de que no ha necesitado dar ningún paso atrás desde Aristóteles

La matemática ha tomado el camino seguro de la ciencia desde los primeros tiempos a los que alcanza la historia de la razón humana 

La física tardó mucho más tiempo en encontrar el camino de la ciencia; pues no hace más que siglo y medio que la propuesta del judicioso Bacon de Verulam ocasionó (...) una rápida revolución

Cuando Galileo hizo rodar por el plano inclinado las bolas cuyo peso había él mismo determinado (...) entonces percibieron todos los físicos una luz nueva. Comprendieron que la razón no conoce más que lo que ella misma produce según su bosquejo; que debe adelantarse con principios de sus juicios, según leyes constantes, y obligar a la naturaleza a contestar a sus preguntas (…) La razón debe acudir a la naturaleza llevando en una mano sus principios, según los cuales tan sólo los fenómenos concordantes pueden tener el valor de leyes, y en la otra el experimento, pensado según aquellos principios.

¿A qué se debe entonces qué la metafísica no haya encontrado todavía el camino seguro de la ciencia? ¿Es acaso imposible? ¿Por qué, pues, la naturaleza ha castigado nuestra razón con el afán incansable de perseguir este camino como una de sus cuestiones más importantes? Más todavía: ¡qué pocos motivos tenemos para confiar en la razón si, ante uno de los campos más importantes de nuestro anhelo de saber, no sólo nos abandona, sino que nos entretiene con pretextos vanos y, al final, nos engaña! 

***

Se ha supuesto hasta ahora que todo nuestro conocer debe regirse por los objetos. Sin embargo, todos los intentos realizados bajo tal supuesto con vistas a establecer a priori, mediante conceptos, algo sobre dichos objetos -algo que ampliara nuestro conocimiento- desembocaban en el fracaso. Intentemos, pues, por una vez, si no adelantaremos más en las tareas de la metafísica suponiendo que los objetos deben conformarse a nuestro conocimiento, cosa que concuerda ya mejor con la deseada posibilidad de un conocimiento a priori de dichos objetos, un conocimiento que pretende establecer algo sobre éstos antes de que nos sean dados.

Ocurre aquí como con los primeros pensamientos de Copérnico. Este, viendo que no conseguía explicar los movimientos celestes si aceptaba que todo el ejército de estrellas giraba alrededor del espectador, probó si no obtendría mejores resultados haciendo girar al espectador y dejando las estrellas en reposo. En la metafísica se puede hacer el mismo ensayo (...) dado que la misma experiencia constituye un tipo de conocimiento que requiere entendimiento y éste posee unas reglas que yo debo suponer en mí ya antes de que los objetos me sean dados, es decir, reglas a priori. 
***

Pero se preguntará: ¿cuál es ese tesoro que pensamos dejar a la posteridad con semejante metafísica, depurada por la crítica, y por ella también reducida a un estado inmutable? 

En una pasajera inspección de esta obra, se creerá percibir que su utilidad no es más que negativa, la de no atrevernos nunca, con la razón especulativa, a salir de los límites de la experiencia; y en realidad tal es su primera utilidad. 

Si bien en este sentido es negativa, sin embargo (…) resulta de una utilidad positiva, y muy importante, tan pronto como se adquiere la convicción de que hay un uso práctico absolutamente necesario de la razón pura (el moral), en el cual ésta se amplía inevitablemente más allá de los límites de la sensibilidad

***

Que espacio y tiempo son solo formas de la intuición sensible, y por tanto sólo condiciones de la existencia de las cosas como fenómenos (…) que consiguientemente nosotros no podemos tener conocimiento de un objeto como cosa en sí misma, sino sólo en cuanto la cosa es objeto de la intuición sensible, es decir como fenómeno; todo esto queda demostrado en la parte analítica de la Crítica.

***

Sin embargo, y esto debe notarse bien, queda siempre la reserva de que esos mismos objetos, como cosas en sí, aunque no podemos conocerlos, podemos al menos pensarlos.

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Me ha sido, pues, preciso suprimir el saber para dar lugar a la creencia.



martes, 21 de marzo de 2017

¿Quien soy yo? Identidad y multiplicidad

"No me pregunten quién soy ni me pidan que siga siendo el mismo" M. Foucault, Arqueología del saber

"La identidad no es algo que se descubre, sino que se construye"


Gaarder, El Mundo de Sofía, Hume

–"Tengo que admitir que me siento bastante «compuesta». Por ejemplo, tengo muy mal genio. Y a veces me resulta difícil decidirme por algo. Además puede gustarme o disgustarme una misma persona (…) Voy cambiando constantemente. No soy la misma hoy que cuando tenía cuatro años. Tanto mi humor como mi juicio sobre mí misma cambian de minuto en minuto. De vez en cuando ocurre que me siento como una «nueva persona». (…) De modo que esa sensación de tener un núcleo inalte­rable de personalidad es falsa."


Borges, El Libro

"Heráclito dijo que nadie se baña dos veces en el mismo río porque las aguas cambian, pero lo más terrible es que nosotros no somos menos fluidos que el río."


Oliverio Girondo, Espantapájaros, 8

Yo no tengo una personalidad; yo soy un cocktail, un conglomerado, una manifestación de personalidades.

En mí, la personalidad es una especie de furunculosis anímica en estado crónico de erupción; no pasa media hora sin que me nazca una nueva personalidad.

Desde que estoy conmigo mismo, es tal la aglomeración de las que me rodean, que mi casa parece el consultorio de una quiromántica de moda. Hay personalidades en todas partes: en el vestíbulo, en el corredor, en la cocina, hasta en el W. C.

¡Imposible lograr un momento de tregua, de descanso!
¡Imposible saber cuál es la verdadera!

Aunque me veo forzado a convivir en la promiscuidad más absoluta con todas ellas, no me convenzo de que me pertenezcan.
¿Qué clase de contacto pueden tener conmigo —me pregunto— todas estas personalidades inconfesables, que harían ruborizar a un carnicero? ¿Habré de permitir que se me identifique, por ejemplo, con este pederasta marchito que no tuvo ni el coraje de realizarse, o con este cretinoide cuya sonrisa es capaz de congelar una locomotora?

El hecho de que se hospeden en mi cuerpo es suficiente, sin embargo, para enfermarse de indignación. Ya que no puedo ignorar su existencia, quisiera obligarlas a que se oculten en los repliegues más profundos de mi cerebro. Pero son de una petulancia... de un egoísmo... de una falta de tacto...

Hasta las personalidades más insignificantes se dan unos aires de trasatlántico. Todas, sin ninguna clase de excepción, se consideran con derecho a manifestar un desprecio olímpico por las otras, y naturalmente, hay peleas, conflictos de toda especie, discusiones que no terminan nunca. En vez de contemporizar, ya que tienen que vivir juntas, ¡pues no señor!, cada una pretende imponer su voluntad, sin tomar en cuenta las opiniones y los gustos de las demás. Si alguna tiene una ocurrencia, que me hace reír a carcajadas, en el acto sale cualquier otra, proponiéndome un paseíto al cementerio. Ni bien aquélla desea que me acueste con todas las mujeres de la ciudad, ésta se empeña en demostrarme las ventajas de la abstinencia, y mientras una abusa de la noche y no me deja dormir hasta la madrugada, la otra me despierta con el amanecer y exige que me levante junto con las gallinas.

Mi vida resulta así una preñez de posibilidades que no se realizan nunca, una explosión de fuerzas encontradas que se entrechocan y se destruyen mutuamente. El hecho de tomar la menor determinación me cuesta un tal cúmulo de dificultades, antes de cometer el acto más insignificante necesito poner tantas personalidades de acuerdo, que prefiero renunciar a cualquier cosa y esperar que se extenúen discutiendo lo que han de hacer con mi persona, para tener, al menos, la satisfacción de mandarlas a todas juntas a la mierda.



Antonio Tabuchi, Sostiene Pereyra

“Quisiera hacerle una pregunta, dijo el doctor Cardoso, ¿conoce usted los médecins-philosophes? No, admitió Pereira, no los conozco, ¿quiénes son? Los más importantes son Théodule Ribot y Pierre Janet, dijo el doctor Cardoso, fueron sus obras lo que estudié en París, son médicos y psicólogos, pero también filósofos, propugnan una teoría que me parece interesante, la de la confederación de las almas. Explíqueme esa teoría, dijo Pereira. Pues bien, dijo el doctor Cardoso, creer que somos ‘uno’ que tiene existencia por sí mismo, desligado de la inconmensurable pluralidad de los propios yoes, representa una ilusión, por lo demás ingenua, de la tradición cristiana de un alma única; el doctor Ribot y el doctor Janet ven la personalidad como una confederación de varias almas, porque nosotros tenemos almas dentro de nosotros, ¿comprende?, una confederación que se pone bajo el control de un yo hegemónico. El doctor Cardozo hizo una breve pausa y después continuó. Lo que llamamos la norma, o nuestro ser, o la normalidad, es sólo un resultado, no una premisa, y depende del control de un yo hegemónico que se ha impuesto en la confederación de nuestras almas; en el caso de que surja otro yo, más fuerte y más potente, este yo destrona al yo hegemónico y ocupa su lugar, pasando a dirigirle la cohorte de las almas, mejor dicho, de la confederación, y su predominio se mantiene hasta que es destronado a su vez por otro yo hegemónico, sea por un ataque directo, sea por una paciente erosión. Tal vez, concluyó el doctor Cardozo, tras una paciente erosión haya un yo hegemónico que esté ocupando el liderazgo de la confederación de sus almas, señor Pereira, y usted no puede hacer nada, tan sólo puede, eventualmente, apoyarlo.



¿Yo pienso? ¿Yo quiero?


Julio Cortazar; El perseguidor

"No era pensar, me parece que ya te he dicho muchas veces que yo no pienso nunca; estoy como parado en una esquina viendo pasar lo que pienso, pero no pienso lo que veo. ¿Te das cuenta? Jim dice que todos somos iguales, que en general (así dice) uno no piensa por su cuenta."


Friedrich Nietzsche

"Nos reímos de quien sale de su habitación en el momento en el que asoma el sol por el horizonte y dice "Quiero que salga el sol"; y de quien, al no poder parar una rueda, exclama: "Quiero que ruede", y de quien es derribado en un combate y dice: "Estoy en el suelo, pero quiero quedarme aquí." Pero, bromas aparte, ¿hacemos algo diferente de lo que hacen estos tres hombres cuando empleamos las palabras "yo quiero"?"



Más allá del bien y del mal, af.16

Sigue habiendo cándidos observadores de sí mismos que creen que existen «certezas inmediatas», por ejemplo «yo pienso», o, y ésta fue la superstición de Schopenhauer, «yo quiero»: como si aquí, por así decirlo, el conocer lograse captar su objeto de manera pura y desnuda, en cuanto «cosa en sí», y ni por parte del sujeto ni por parte del objeto tuviese lugar ningún falseamiento. Pero que «certeza inmediata» y también «conocimiento absoluto» y «cosa en sí» encierran una contradictio in adjecto [contradicción en el adjetivo], eso yo lo repetiré cien veces: ¡deberíamos liberarnos por fin de la seducción de las palabras!

Aunque el pueblo crea que conocer es un conocer-hasta-el-final, el filósofo tiene que decirse: «cuando yo analizo el proceso expresado en la proposición `yo pienso' obtengo una serie de aseveraciones temerarias cuya fundamentación resulta difícil, y tal vez imposible, - por ejemplo, que yo soy quien piensa, que tiene que existir en absoluto algo que piensa, que pensar es una actividad y el efecto causado por un ser que es pensado como causa, que existe un ‘yo’ y, finalmente, que está establecido qué es lo que hay que designar con la palabra pensar, - que yo sé qué es pensar. Pues si yo no hubiera tomado ya dentro de mí una decisión sobre esto, ¿de acuerdo con qué apreciaría yo que lo que acaba de ocurrir no es tal vez `querer' o `sentir'?


En suma, ese `yo pienso' presupone que yo compare mi estado actual con otros estados que ya conozco en mí, para de ese modo establecer lo que tal estado es: en razón de ese recurso a un `saber' diferente tal estado no tiene para mí en todo caso una `certeza' inmediata.» - En lugar de aquella «certeza inmediata» en la que, dado el caso, puede creer el pueblo, el filósofo encuentra así entre sus manos una serie de cuestiones de metafísica, auténticas cuestiones de conciencia del intelecto, que dicen así: «¿De dónde saco yo el concepto pensar? ¿Por qué creo en la causa y en el efecto? ¿Qué me da a mí derecho a hablar de un yo, e incluso de un yo como causa, y, en fin, incluso de un yo causa de pensamientos?» El que, invocando una especie de intuición del conocimiento, se atreve a responder enseguida a esas cuestiones metafísicas, como hace quien dice: «yo pienso, y yo sé que al menos esto es verdadero, real, cierto» - ése encontrará preparados hoy en un filósofo una sonrisa y dos signos de interrogación. «Señor mío», le dará tal vez a entender el filósofo, «es inverosímil que usted no se equivoque: mas ¿por qué también la verdad a toda costa?» -




Gustavo Cordera, Soy mi soberano



domingo, 19 de marzo de 2017

¿Podemos conocer las cosas como son? Empirismo e idealismo kantiano


A partir de la modernidad el sujeto se convirtió en el nuevo objeto de conocimiento. Los filósofos ya no se preocuparon tanto por conocer las cosas, sino por averiguar cómo las conocemos. La rama principal de filosofía moderna fue la gnoseología (teoría del conocimiento) y sus inquietudes principales fueron: ¿cómo es que conoce el hombre? ¿qué cosas puede y qué cosas no puede conocer? ¿podemos conocer las cosas tal como son? ¿cuáles son las fuentes del conocimiento humano? ¿nuestros saberes provienen de la experiencia o de la razón?  


A esta última pregunta Descartes había señalado que solo los conocimientos que brinda la razón son confiables. A este racionalismo extremo se le opuso el empirismo (empírea = experiencia), el cual afirmaba que todo conocimiento no proviene más que de la experiencia.


Locke: la mente es una hoja en blanco

J. Locke (1632-1704), el gran empirista inglés pensaba que el hombre nace con la mente como una “hoja en blanco” sobre la cual se van inscribiendo los distintos conocimientos a partir de su propia experiencia, lo cual echaba por tierra la teoría de Descartes de las "ideas innatas". En su Ensayo Sobre el Entendimiento Humano dice:

"Supongamos, entonces, que la mente sea, como se dice, un papel en blanco, limpio de toda inscripción, sin ninguna idea. ¿Cómo llega a tenerlas? ¿De dónde se hace la mente con ese prodigioso cúmulo, que la activa e ilimitada imaginación del hombre ha pintado en ella, en una variedad casi infinita? ¿De dónde saca todo ese material de la razón y del conocimiento? A esto contesto con una sola palabra: de la experiencia; he allí el fundamento de todo nuestro conocimiento, y de allí es de donde en última instancia se deriva”. 

Desde esta posición el conocimiento es un producto humano que se va formando con el tiempo, al percibir que determinados hechos se repiten una y otra vez. Ante la reiteración de los hechos inducimos; elaboramos leyes generales a partir de hechos particulares, y así formamos nuestros conocimientos.  ¿Pero qué nos asegura que lo que paso ayer volverá a suceder mañana?


Hume: Ideas sin pasaporte


Continuando las ideas de Locke, David Hume, (1711- 1776) explica cómo todos nuestros conocimientos se basan en el hábito y la costumbre y que no hay más realidad posible para el hombre que sus propias percepciones o impresiones.

Un hombre que jamás haya visto una mesa de billar, por ejemplo, no podría saber cómo se juega, ni siquiera sabría en qué dirección saldrá la bola blanca luego de impactar con la negra. Del mismo modo pensamos que el sol va a salir mañana, pero podría perfectamente dejar de salir un día. Así concluye Hume que ni siquiera la ciencia es segura, porque también se basa en la observación y la costumbre. 


Además Hume se destacó por haber realizado una contundente crítica a las grandes ideas de la ciencia y la filosofía. 


Hume creía que las ideas no eran más que un conglomerado de impresiones. Pero ¿que son las impresiones y qué diferencia hay respecto a las ideas? En su Investigación sobre el Conocimiento Humano explica:

Llamo "impresiones" a los “fenómenos psíquicos actuales”, es decir, a las vivencias que tenemos en un momento dado. Por ejemplo, tengo la impresión de verde en este momento mientras miro el pasto por mi ventana. Y llamo ideas a los fenómenos psíquicos “reproducidos”, es decir, a las representaciones mentales que nos hacemos de aquello que ya hemos percibido.

La impresión por lo tanto siempre es real, en tanto vivencia. Pero las ideas son una reproducción de aquello que fue real, es como el recuerdo de una vivencia.  

Ahora bien, las ideas pueden referirse a una impresión ( a algo que fue real) o no. La idea de "rojo" por ejemplo es una idea simple y tiene un correlato sensible. Pero hay ideas que son compuestas, por ejemplo la idea "manzana"; no tenemos la impresión de la “manzana”, dice Hume, tenemos la impresión de roja, de dulce, de arenosa, etc. Es más, si hilamos fino ni siquiera podemos decir que la manzana es dulce, esta es solo una percepción subjetiva. Atribuimos nuestro modo de percibir a las cosas, pero en realidad no sabemos cómo son.



La idea de "manzana" es compleja, pero sin embargo "tiene pasaporte", es decir, se refiere a ciertas impresiones. Pero ¿qué sucede con las grandes ideas de la filosofía como el "Yo" de Descartes o como la idea de Dios?  

Según Hume son ideas complejas que no tienen ningún correlato sensible, Ideas "sin pasaporte", que no llevan a ningún lado. Por ejemplo, de la impresión de montaña y la impresión de oro, podemos hacernos la idea de una montaña de oro, pero esta idea es falsa, es solo un producto de nuestra imaginación. Lo mismo sucede la idea de Dios. Dice Hume: 

"La idea de Dios, refiriéndonos a un ser infinitamente inteligente, sabio y bueno, surge de la reflexión sobre las operaciones de nuestra propia mente, y de aumentar sin límites aquellas cualidades de bondad y sabiduría”



Berkeley: ser es ser percibido



En un capítulo de los Simpsons Lisa le pregunta a Bart “¿Si un árbol cae en medio de un bosque y no hay nadie cerca (para escucharlo) hace ruido?” 



El obispo Berkeley (1685- 1753) se planteó este problema mucho tiempo antes, pero de un modo más general. A la pregunta metafísica por excelencia ¿Qué es el ser? Berkeley responde: "ser" es ser-percibido; "ser" es aquello que percibo, en el modo en que lo percibo. La percepción, como vivencia, es lo único que constituye el ser. No me es dado en ninguna parte un ser que no sea percibido por mí. Así describe Berkeley el mundo:

"El mundo de las cosas y de los organismos, de los cuerpos celestes y de los elementos, no es nada más que nuestra representación, una apariencia en las almas individuales. No están las almas en el mundo, sino que el mundo está sólo en las almas." 

Imaginen ustedes, dice, una realidad que no sea percibida; no podría serlo, no tendría nada de real. Un objeto solo es real cuando un sujeto lo piensa, cuando se presenta sobre una conciencia. Una realidad de la cual no tengo la menor noción, de la que no conozco de nada, no puedo hablar. No sería real ni para mí ni para nadie. De modo que ser no significa otra cosa que ser percibido.


El empirismo negó toda realidad objetiva y convirtió el conocimiento en un simple reflejo de nuestras percepciones, endebles e inciertas.


Quien renovó el estatus del conocimiento y puso fin a las discusiones entre racionalistas y empiristas creando una nueva corriente de pensamiento fue el filósofo alemán I. Kant. La revolución que provocó  dentro del ámbito de la filosofía se la compara con la llevada a cabo por Copérnico en el ámbito de la ciencia: así como Copérnico solucionó los problemas de la astronomía sacando a la tierra del centro del universo y poniéndola a girar alrededor del sol, Kant solucionó los problemas de la filosofía haciendo que el sujeto deje de dar vueltas alrededor del objeto, y sea este el que gire alrededor de él.


Kant: el sujeto constituye el objeto


Existe una leyenda sobre un pescador muy ingenuo, que cierto día decidió probar suerte en un río que no conocía. Este estuvo tirando su red un largo rato, sin obtener resultados, hasta que otro pescador se acercó y le preguntó cómo iba la pesca. El primero le contestó entre insultos y quejas que en ese río no había peces. El segundo pescador observó la red y luego repuso: “a lo mejor el problema no sean los peces, sino la red”. Efectivamente, los agujeros de la red eran demasiado anchos para atrapar a los pequeños peces característicos de aquel río. En cuanto el pescador cambió su red por una con espacios más pequeños comenzó a pescar. El problema no estaba en el río, sino en el instrumento con el que intentaba pescar.

Algo similar observó Kant de los filósofos anteriores. Estos se habían lanzado a querer conocer las cosas sin antes analizar las capacidades del instrumento con el que contaban para hacerlo.

Según Kant el conocimiento comienza con la experiencia, es necesario que los objetos se den a nuestra sensibilidad, que tengamos una intuición directa de los mismos para que podamos conocerlos. Luego, en el proceso del conocer interfiere el entendimiento, otorgando unidad y sentido al caos de sensaciones que nos envían los sentidos.

El conocimiento, por lo tanto, es un producto de nuestro entendimiento y nuestra sensibilidad, y por lo tanto es subjetivo. No nos dice cómo son las cosas sino más bien cómo somos nosotros.

A. Carpio explica en su libro Principios de Filosofía:

"Supóngase que todos los seres humanos naciesen con gafas de cristales azules; que esos anteojos formasen parte de nuestro órgano visual, de tal manera que quitárnoslos equivaldría a arrancarnos a la vez los ojos; y supongamos, además, que no nos diésemos cuenta de que tenemos puestos tales anteojos. Entonces ocurriría que todo lo que viésemos se nos aparecería azul, lo cual nos llevaría a suponer, no que las cosas las “vemos” azules, sino que realmente “son” azules -aunque la verdad fuese que en sí mismas no son azules, sino que nosotros, en la medida en que las miramos, estaríamos contribuyendo a otorgarles un cierto carácter, las estaríamos “azulando”.
El ejemplo sirve para explicar las estructuras gracias a las cuales el sujeto conoce. En lugar de pensar en gafas de colores hay que pensar en el tiempo y el espacio (que son las formas bajo las cuales se ordenan nuestras sensaciones) y los conceptos puros del entendimiento (como el concepto de causa y efecto) gracias a los cuales ordenamos conceptualmente lo que percibimos.

J.Gaarder, en su novela El Mundo de Sofía presenta este ejemplo:
"–Imagínate un gato tumbado en el suelo. Imagínate que una pelota entra en la habitación. ¿Qué haría el gato en ese caso?
–Lo he visto muchas veces. El gato correría detrás de la pelota.
–De acuerdo. imagínate luego que eres tú la que estás sentada en una habitación y que de pronto entra una pelota rodando. ¿Tú también te irías corriendo detrás de la pelota?
–Antes de hacer algo giraría la cabeza para ver de dónde viene la pelota.
–Sí, porque eres una persona, y buscarás indefectiblemente la causa de cualquier suceso. La ley causal forma parte, pues, de tu propia constitución."

El aporte de Kant respecto a los empiristas, fue mostrar que algunos conceptos no provienen de la experiencia sino que son parte constitucional de nuestro entendimiento, de nuestro modo de pensar, y que gracias a estos podemos producir, si bien no un conocimiento objetivo -en tanto conocimiento de las cosas en sí mismas-, si al menos un conocimiento universal, ya que todos tenemos la misma capacidad de percibir y de pensar, y seguro, ya que se asienta, no solo en la costumbre, sino en nuestras formas de percibir y entender.

¿Pero qué sucede con aquellas ideas clásicas de la metafísica como la idea de Dios o la idea de alma (o el "yo" de Descartes)? Aquí Kant establece los límites de nuestro entendimiento. El hombre piensa lo absoluto, pero pensar no es conocer, puesto que para que haya conocimiento tiene que unirse al pensar la experiencia sensible del objeto. No podemos conocer aquello de lo que no tenemos experiencia. No podemos afirmar -por ejemplo- la existencia de Dios, como hacía Descartes, por la mera especulación. Sin embargo tampoco lo podemos negar. Dice Kant:
“¿de dónde y cómo puede uno deducir, por medio de la pura especulación de la razón, la evidencia de que no existe un ser supremo como fundamento primero de todo…? "

Conclusiones

Desde que Descartes puso bajo la lupa al sujeto los filósofos comenzaron a comprender la dificultad de garantizar una correlación entre nuestras ideas de las cosas y las cosas mismas. 

Los empiristas le quitaron todo estatus al conocimiento. La ciencia, al igual que el mero saber vulgar, se basa en  el hábito y la costumbre y no nos otorga ninguna seguridad. La filosofía se empeña en querer conocer cosas que no están a su alcance (como la ida de Dios) y solo divaga en imaginaciones. Nuestra realidad se reduce a nuestras percepciones. Si tuviéramos un sentido más o un sentido menos esta sería completamente distinta.
Kant, por su parte, entendió de los empiristas que era imposible querer conocer aquello de lo que no tenemos experiencia, ya que el conocimiento comienza con ella. Pero también aprendió de los racionalistas que sería imposible ir formando una experiencia sin la capacidad de la razón para ir dando orden a nuestras percepciones. 

Así, se puso fin a las discusiones sobre cómo conocemos, cuáles son las fuentes de nuestro conocimiento y hasta donde podemos conocer. Por último, ante la pregunta inicial, si podemos conocer las cosas tal cual son, tanto Kant como los empiristas concuerdan en que es imposible. El conocimiento no deja de ser un producto subjetivo. Por eso para comprender cómo son las cosas, antes debemos preguntarnos cómo somos nosotros, los que conocemos.




miércoles, 15 de marzo de 2017

La subjetividad al palo

 Descartes, el empirismo, Kant y Nietzsche
-Frases sobre el conocimiento-

Descartes

"Para ser buscador de la verdad es necesario que al menos una vez en tu vida dudes, tanto como sea posible, de todas las cosas"

“Todo lo que hasta el presente he tenido como lo más verdadero y seguro lo he aprendido de los sentidos o por los sentidos: ahora bien, a veces he experimentado que esos sentidos eran engañosos, y es prudente no fiarse nunca por completo de quienes nos han engañado una vez.” 

“Hay un engañador, muy poderoso y muy astuto, que emplea toda su industria en que me engañe siempre. No hay pues duda alguna de que existo, si me engaña; y que me engañe tanto como quiera, que nunca podría hacer que yo no fuera nada mientras yo piense ser algo.”

“Ciertamente, yo hallo en mi su idea (la idea de Dios) -es decir, la idea de un ser sumamente perfecto (…) y, por lo tanto, debería tener la existencia de Dios como algo tan cierto como hasta aquí he considerado las verdades matemáticas”


El empirismo
Locke/Berkeley/Hume



"Supongamos, entonces, que la mente sea, como se dice, un papel en blanco, limpio de toda inscripción, sin ninguna idea. ¿Cómo llega a tenerlas? (...) ¿De dónde saca todo ese material de la razón y del conocimiento? A esto contesto con una sola palabra: de la experiencia" Locke

"el mundo de las cosas y de los organismos, de los cuerpos celestes y de los elementos, no es nada más que nuestra representación, una apariencia en las almas individuales. No están las almas en el mundo, sino que el mundo está sólo en las almas." Berkeley

"La idea de Dios, refiriéndonos a un ser infinitamente inteligente, sabio y bueno, surge de la reflexión sobre las operaciones de nuestra propia mente, y de aumentar sin límites aquellas cualidades de bondad y sabiduría” Hume


Kant


“Hasta ahora se admitía que todo nuestro conocimiento tenía que regirse por los objetos. [...] Ensáyese pues una vez si no adelantaremos más en los problemas de la metafísica, admitiendo que los objetos tienen que regirse por nuestro conocimiento.” 

“El conocer no es una mera recepción sino también elaboración del sujeto”

"Si es verdad que todos nuestros conocimientos comienzan con la experiencia, todos, sin embargo, no proceden de ella."

"Nuestro conocimiento surge de dos fuentes fundamentales del ánimo, de las cuales la primera es la de recibir las impresiones y la segunda la facultad de ordenar esas impresiones por medio de conceptos”

“Ninguna de estas propiedades es preferible a la otra. Sin sensibilidad, no nos serían dados los objetos, y sin entendimiento , ninguno sería pensado. Pensamientos sin contenido, son vacíos; intuiciones sin conceptos son ciegas."


“Tiene la Razón humana el singular destino, en cierta especie de conocimientos, de verse agobiada por cuestiones de índole tal que no puede evitarlas, porque su propia naturaleza las crea, y que no puede resolver, porque a su alcance no se encuentran”

"Jamás podremos conocer lo que son los objetos en si, por luminoso que sea nuestro conocimiento del fenómeno, que es lo único que nos es dado"

¿Que son los objetos en si y separados de toda esa receptividad de nuestra sensibilidad? esto permanece para nosotros enteramente desconocido. No conocemos mas que nuestro modo de percibirlos, que nos es peculiar y que no debe corresponder necesariamente a todo ser, si bien si a todo hombre"

"Tuve que suprimir el saber para dejar sitio a la fe"



Nietzsche



“En algún apartado rincón del universo centelleante, desparramado en innumerables sistemas solares, hubo una vez un astro en el que animales inteligentes inventaron el conocimiento.”

“Lo que llamamos actualmente el mundo, es el resultado de multitud de errores y fantasías"

"¿Qué es pues la verdad? Un vivaz ejército de metáforas"

"Si pudiéramos comunicarnos con la mosca, llegaríamos a saber que también ella navega por el aire poseída de ese mismo pathos, y se siente el centro volante de este mundo."

“La falsedad de un juicio no es para nosotros ya una objeción contra él (...) La cuestión está en saber hasta qué punto ese juicio favorece la vida”

“¿Cómo? ¿Es el hombre sólo un error de Dios? ¿O Dios sólo un error del hombre?."

“Un impulso a acercarse a algo o a separarse de algo, sin un sentimiento de querer lo provechoso y evitar lo nocivo, no existe en el hombre”

"Y lo que llamabais mundo, ¡habéis de crearlo!"

viernes, 10 de marzo de 2017

Castoriadis, lo político y la política


En esta entrada analizaremos un famoso texto de Cornelius Castoriadis llamado "Democracia y relativismo, debate con el MAUSS". El mismo tiene su origen en un debate público celebrado en 1994, tres años antes de su muerte.


El debate gira en torno a la dificultad de fundamentar la democracia frente a otras formas de gobierno. Partiendo de una posición relativista se le critica a Castoriadis su predilección por la civilización griega, donde tiene origen la democracia, y se lo acusa de europeocentrista.

En su defensa Castoriadis explica las ventajas de la democracia occidental frente a otras formas de gobierno. Para eso comienza distinguiendo "lo político" de "la política". Y dice:

"Lo político es lo que concierne al poder de una sociedad. Siempre ha habido y siempre habrá poder -en el sentido de decisiones colectivas que toman un carácter obligatorio"

La política, en cambio, es entendida como una "actividad colectiva que quiere ser lúcida y consciente, y que cuestiona las instituciones existentes de la sociedad". 

Las decisiones que conciernen a un grupo de personas siempre trae disputas, las personas raras veces estamos de acuerdo. Por eso, dice Castoriadis, es necesario un "poder" que imponga estas decisiones a todo el mundo. Y este poder ha existido siempre, en todas las sociedades (más allá de que exista o no un estado). Pero en cambio "la política no". Dice Castoriadis:
"En el marco del imperio faraónico, del imperio maya o inca, azteca o chino, o en el reino de Baibar en las Indias, podía cuestionarse si había o no que declarar tal guerra, si había o no  que aumentar los impuestos, la carga de los campesinos, etc.,  pero en absoluto poner en cuestión las instituciones existentes de la sociedad."
La posibilidad de criticar, de poner en cuestión las instituciones de la sociedad, o el poder que obliga a seguir determinadas ordenes colectivas se dio por primera vez en Grecia. La política fue un invento griego. Luego, mucho tiempo después, se volvió a repetir, pero solo en algunos lugares:
"Se habla como si en cualquier época la gente hubiera tomado posiciones políticas, se hubieran dado el derecho de discutir, a criticar a sus sociedades. ¿Es una completa ilusión! ¡Este derecho existió dos siglos en la  antigüedad y tres en la edad moderna! ¡Y no en todos los lugares! Solo sobre pequeños promontorios, el promontorio griego o el promontorio occidental europeo, eso es todo. En ningún otro lugar ha existido. Un chino, un indio tradicional, no consideran normal tomar decisiones políticas, juzgar a su sociedad."
Castoriadis nos dice que deberíamos la política como actividad colectiva que  cuestiona al poder, a las instituciones de la sociedad o a la sociedad misma, y esta es un privilegio que tiene la sociedad actual. En toda sociedad existe "lo político" (decisiones colectivas de carácter obligatorio) y van a seguir existiendo. Pero no todas las sociedades tienen "política". De lo que se trata es de crear nuevas formas de gobierno (instituciones, leyes, etc.) que permitan su propio cuestionamiento. 

jueves, 9 de marzo de 2017

El origen del estado moderno

Al originarse las primeras formas de Estado el poder era ejercido por jefes, caudillos, reyes o emperadores. En ellos se encarna lo divino, de manera que su autoridad les viene de los dioses. Tienen, por tanto, poder, no sólo sobre los hombres, sino también sobre los fenómenos naturales, pueden hacer llover, aplacar las tormentas o controlar las crecidas de los ríos. El poder de los gobernantes estaba justificado a través de su linaje y de un supuesto designio divino

Pero con el paso del tiempo  el hombre deja de buscar las respuestas en Dios y se empieza a mirar a sí mismo, convirtiéndose en el centro de la escena. 
El conocimiento de un nuevo continente y nuevas culturas, los primeros avances científicos,  el quiebre interno de la Iglesia con  el surgimiento del protestantismo y un incipiente capitalismo comercial cambian radicalmente la vida de los hombres medievales.
Al mismo tiempo por los siglos XV y XVI se produce el desarrollo del absolutismo político, las monarquías se afianzan, el poder de los reyes crece con el apoyo de una nueva clase social; la burguesía, que compite con los nobles en la obtención de privilegios sociales y políticos. Se produce finalmente una "centralización" que termina con el antiguo orden feudal (fragmentario) y da origen de los primeros estados modernos.
A partir de entonces los hombres pretenden comprender el lazo que los vincula a la autoridad y, poco a poco, abandonan la justificación de un rey-dios o de un hombre elegido para representar lo divino y detentar en su nombre un poder sagrado.
Comienzan así a surgir las primeras teorías filosófias  que justifican el poder del estado en un supuesto "contrato social". Estas teorías se las denominará contractualistas y parten del supuesto que la sociedad es un producto artificial posterior a un supuesto "estado natural". Entre sus mayores representantes se encuentran: el filósofo inglés Hobbes, que defendía una monarquía absoluta; el filósofo (también inglés) Locke, el padre del liberalismo y defensor de los derechos individuales y Rousseau, el filósofo francés que inspiró la revolución francesa. 

http://www.webdianoia.com/moderna/renhum/renhum_3.htm