domingo, 4 de mayo de 2025

Marx, el materialismo, la historia y la ideología

Presentación


Karl Marx (1818-1883) fue un filósofo, historiador y economista alemán del siglo XIX. A lo largo de su vida, se dedicó a analizar las contradicciones del sistema capitalista y a proponer un camino para acabar con la explotación y deshumanización de la clase trabajadora. En su famosa “tesis 11 sobre Feuerbach" (1888) dijo: “Los filósofos no han hecho más que interpretar el mundo de distintos modos, pero de lo que se trata es de transformarlo.” Esta afirmación sintetiza su crítica a la filosofía de su época: no basta con entender el mundo, es necesario cambiarlo.


Las ideas de Marx influyeron en muchos movimientos sociales del siglo XX, como la revolución Rusa, China y Cubana, que intentaron poner en práctica su visión de una sociedad en la que los medios de producción fueran de propiedad colectiva. Para Marx este proceso implicaba una transición inicial hacia el socialismo, donde el Estado gestionaría los recursos en nombre del pueblo, con el objetivo final de llegar al comunismo: una sociedad sin Estado ni clases sociales. Sin embargo ninguno de los intentos históricos lograron llegar a esta última etapa. 


El materialismo

Marx concebía a su filosofía como materialista ya que entendía que eran las condiciones materiales de una sociedad la que determinaba su ideología. Por condiciones materiales se refiere al modo en que una sociedad produce todo lo que necesita para vivir (alimentos, ropa, casas, etc.). En su obra Prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política, lo explica de esta manera:


El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino que, por el contrario, es su ser social el que determina su conciencia.


Para entender al ser humano, su historia, su sociedad, no debemos enfocarnos en su sistema de creencias (filosofía, religión, moral, ideas políticas), sino en las condiciones en las que los hombres  trabajan. Esta es la base de la sociedad. A partir de su modo de producción la sociedad se va organizando políticamente, jurídicamente, e ideológicamente. Pero la realidad, no está hecha de ideas; no es por ejemplo la idea de ser humano la que define al hombre, sino el hombre concreto, de carne y hueso, con sus necesidades, sus problemas, sus esperanzas.

Marx estudió en detalle el modo en que las sociedades comienzan a estructurarse en base al modo de producir, y encontró  que estos están conformados por tres factores: por las condiciones de producción, que son los recursos naturales que tiene una sociedad, la geografía, el clima, el acceso al agua, etc. ; las fuerzas productivas: que son las herramientas con las que trabaja, los talleres, las fábricas, la fuerza de trabajo, etc.; y las relaciones de producción: básicamente cómo se divide el trabajo en base a quién posee los recursos y los medios de producción. 

En las comunidades primitivas ha habido modos de producción comunitarias, en donde tanto los recursos como las fuerzas  productivas eran de la comunidad, por lo tanto no existían clases sociales. Pero el modo de producción  capitalista (analizado por Marx en su libro El Capital) se basa en la propiedad privada. Tanto los recursos como los medios de producción son propiedad de una minoría, a la que Marx llamó  clase dominante. Por el contrario, quienes no poseen ni los recursos naturales, ni de los medios de producción, los desposeídos, los proletariados sólo tienen su fuerza de trabajo y se ven obligados a venderla a los capitalistas, bajo condiciones de explotación y alienación.


La superestructura y la ideología

A partir de esta estructura básica, se levanta lo que Marx llama la superestructura, la cual se conforma también por tres elementos: por las instituciones políticas, como el Estado, los ministerio, las fuerzas policiales, del sistema educativo, las cárceles, etc.; el derecho, es decir, las leyes, el sistema jurídico; y la ideología: el conjunto de ideas filosóficas, morales, políticas, religiosas, etc.  

De este modo, la clase dominante, que ya posee el dominio económico, material sobre gran parte de la sociedad, monta una superestructura para proteger ese dominio, esa relación de fuerzas. El estado y las leyes, en la concepción de Marx, no son más que instrumentos en manos de la clase dominante y no cumplen otra función más que proteger la propiedad privada y el modo de producción capitalista.  

Lo mismo sucede con la ideología. Así como la clase dominada no accede al Estado ni escribe las leyes, tampoco produce la ideología. La ideología que predomina en una sociedad siempre pertenece a la clase dominante, y su función principal es justificar el modo de producción vigente y mantener las relaciones de dominación. 

Por eso, para Marx, el concepto de ideología tiene una connotación negativa, ya que se refiere a un conjunto de ideas que presentan una visión distorsionada de la realidad. “Esta ideología se puede ver claramente en la política: la clase dominante por medio del estado se empeña en declarar al pueblo soberano y a todos los ciudadanos libres e iguales.  El falseamiento es manifiesto: el pueblo es soberano, según lo afirman las constituciones de los Estados, pero la soberanía del pueblo, la libertad y la igualdad son puramente formales porque no alcanzan a la persona real y concreta. El Estado, teóricamente, es el árbitro de las diferencias entre los ciudadanos, es el que tiene que estar por encima de las diferencias particulares de los individuos. Pero, lo que realmente ocurre, es que el Estado es un instrumento de opresión en manos de la clase dominante”. (Porras Guardo, 2008)

En cierto sentido es cierto que “todos somos iguales”, o que “todos somos libres”, pero sólo en el plano abstracto del derecho. Para Marx, esa igualdad formal encubre las diferencias reales, es decir, materiales. Pues la realidad es ante todo material, y en términos materiales no todos somos iguales, porque no todos tenemos los mismos recursos; tampoco todos somos libres en la misma medida, porque quien carece de recursos económicos tiene muchas menos posibilidades de hacer lo que desea. Por ejemplo, cualquiera es libre de viajar a Disney, pero en la práctica no todos pueden realmente hacerlo. En la sociedad capitalista la libertad está condicionada por la capacidad económica de cada individuo.

Pero lo peor de la situación que describe Marx es que los trabajadores, al estar inmersos en un sistema que los oprime y no les permite desarrollarse íntegramente (intelectualmente, culturalmente, políticamente)  terminan por interiorizar, sin ser plenamente conscientes, la ideología de la clase dominante. Friedrich Engels, amigo y colaborador de Marx, definió a la ideología como una “falsa conciencia”. En una carta de 1893 Engels escribió: "La ideología es un proceso que el llamado pensador realiza conscientemente, pero con una conciencia falsa. Las verdaderas fuerzas motrices que lo impulsan le permanecen desconocidas". Es decir, los trabajadores piensan, y creen hacerlo libremente, pero en realidad, sin saberlo, reproducen las ideas de la clase dominante.  

Otro pensador que reflexionó sobre el rol de la ideología fue Paulo Freire, el creador de la pedagogía liberadora. En su libro La pedagogía del oprimido (1968) explicó que los oprimidos, tras haber internalizado la opinión que los opresores tienen de él, terminan autodesvalorizándose. Su conciencia se vuelve un eco de la conciencia del opresor, entonces se creen brutos, ignorantes, vagos, incapaces, etc., y terminan adoptando una relación “dependiente” con el opresor. De ahí que surja “una atracción irresistible por el opresor” (Freire, 1968) y quieran parecerse a él. Esto representa triunfo máximo de la ideología: los oprimidos solo quieren dejar de ser oprimidos para pasar a ser opresores. En lugar de luchar por cambiar el sistema de producción que genera la opresión y construir una sociedad sin oprimidos ni opresores —que era el ideal de Marx—, terminarán reproduciendo la misma lógica de dominación.

Debates en torno al rol de la ideología


Existe una discusión entre los marxistas sobre el rol de la ideología. Una primera interpretación fue la soviética, se desarrolló tras la Revolución Rusa de 1917 y sostiene que cualquier transformación verdadera de la sociedad sólo es posible cuando se cambia la base económica, ya que es ella la que da forma a la superestructura. Sin embargo, a partir de las contribuciones de algunos pensadores marxistas como Gramsci y Althusser la importancia de la ideología ha ganado mucho terreno en el siglo XX. 


Gramsci, por ejemplo, introduce el concepto de hegemonía para explicar cómo la clase dominante ejerce su poder.  La hegemonía es la capacidad de una clase para hacer que sus valores, creencias y formas de ver el mundo sean aceptadas como naturales por toda la sociedad.  A través de la hegemonía la clase dominante logra prevalecer mediante el consentimiento de las clases dominadas. Es por eso que Gramsci plantea que la clase trabajadora no solo debe tomar el control de los medios de producción, sino que también debe librar una “batalla cultural” para generar una nueva conciencia. Si los trabajadores no cuestionan las ideas dominantes y no crean una contrahegemonía capaz de disputar el sentido común, el cambio en la estructura económica no será suficiente para sostener una revolución. 


Por su parte, Althusser introduce el concepto de los Aparatos Ideológicos del Estado (AIE), que incluyen instituciones como la escuela, la iglesia y los medios de comunicación. Para él, la ideología no es simplemente un reflejo de la base económica, sino un mecanismo fundamental para reproducir las relaciones de producción. A través de estos aparatos, el Estado moldea las subjetividades y asegura que los individuos internalicen el sistema dominante, lo que refuerza el statu quo sin necesidad de recurrir constantemente a la represión.



El fin de la historia

Dijimos que la filosofía de Marx suele llamarse “materialismo histórico”. Ello se debe a que Marx lee la historia en clave materialista y encuentra que “la historia de todas las sociedades hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases” (Marx y Engels, 1848). Cada formación histórica contiene contradicciones internas que, con el tiempo, generan su transformación. Estas contradicciones se manifiestan en la lucha de clases, la cual adopta nuevas formas con el surgimiento de cada nuevo modo de producción. 

Según Marx, la historia avanza de forma dialéctica, es decir, mediante el conflicto entre fuerzas opuestas que impulsan su superación y transformación. Esta idea la toma de Hegel, quien entendía que el desarrollo de la historia ocurre a través de un movimiento racional de superación (o síntesis) de las ideas. Pero Marx critica a Hegel por idealista y traslada la dialéctica al plano material: no son las ideas las que mueven la historia, sino las condiciones materiales y las relaciones de producción. Veamos algunos ejemplos de cómo la realidad histórica ha cambiado y  el rol que ha jugado la ideología en cada caso.

En sociedades antiguas, como la de la antigua Grecia o Roma, la estructura económica se basaba en la esclavitud. Los esclavos constituían la principal fuerza de trabajo, y los propietarios de tierras (amos) controlaban los medios de producción. La superestructura de estas sociedades—las leyes, la religión y las ideas filosóficas—justificaba y naturalizaba esta división social. Por ejemplo, se difundía la idea de que era "natural" que unos nacieran para ser esclavos y otros para gobernar. La filosofía aristotélica, que legitimaba la esclavitud, es un claro ejemplo de cómo la ideología actuaba para preservar las relaciones de poder en esa época.

Con el feudalismo, la estructura económica cambió. La sociedad medieval europea estaba organizada en torno a las relaciones feudales: los señores feudales poseían la tierra, y los siervos trabajaban en ella a cambio de protección. La superestructura medieval, dominada por la Iglesia, promovía la idea de que el orden social era voluntad divina, y que cada persona tenía un lugar designado por Dios, sea como noble, clérigo o campesino. La teología cristiana y las instituciones eclesiásticas apoyaban el feudalismo, haciendo que los siervos aceptaran su posición de subordinación como parte del plan divino.

Con la llegada del capitalismo en la era moderna, la estructura volvió a transformarse. La clase capitalista o burguesía controlaba los medios de producción, mientras que los trabajadores asalariados vendían su fuerza de trabajo. La superestructura en la modernidad—desde la legislación hasta la educación y los medios de comunicación—se ha encargado de legitimar las nuevas relaciones económicas. Ideas como el libre mercado y el derecho a la propiedad privada se volvieron centrales en el discurso moderno, favoreciendo a la clase que tenía capital.

Como vemos, a pesar de los cambios la lucha de clases continúa. Sin embargo, según Marx, en cada época se avanza hacia la autoconciencia. Y es en el capitalismo donde, gracias a las fábricas, los trabajadores se encuentran, se reconocen como clase y comienzan a organizarse para hacer la "revolución del proletariado".  Según Marx, la clase trabajadora no solo debe adueñarse de los medios de producción, sino también del Estado. Este período de transición en el que el Estado controlaría los medios de producción en nombre de los trabajadores se denomina socialismo.

Finalmente, el comunismo representaría la fase final de la historia, en la cual las clases sociales y el Estado desaparecerían por completo, ya que las relaciones de producción se habrían transformado radicalmente. En este sistema, los medios de producción serían gestionados colectivamente, y se llegaría a una sociedad sin explotación ni opresión, en la que cada individuo contribuiría según sus capacidades y recibiría según sus necesidades.

Marx condensa su crítica al capitalismo al tiempo que imagina su sociedad ideal en un fragmento de La Ideología Alemana:

En efecto, a partir del momento en que comienza a dividirse el trabajo, cada cual se mueve en un determinado círculo exclusivo de actividades, que le es impuesto y del que no puede salirse; el hombre es cazador, pescador, pastor o crítico, y no tiene más remedio que seguirlo siendo, si no quiere verse privado de los medios de la vida; al paso que en la sociedad comunista, donde cada individuo no tiene acotado un círculo exclusivo de actividades, sino que puede desarrollar sus aptitudes en la rama que mejor le parezca, la sociedad se encarga de regular la producción general, con lo que hace cabalmente posible que yo pueda dedicarme hoy a esto y mañana a aquello, que pueda por la mañana cazar, por la tarde pescar y por la noche apacentar el ganado, y después de comer, si me place, dedicarme a criticar, sin necesidad de ser exclusivamente cazador, pescador, pastor o crítico, según los casos. (Marx y Engels, 1845/1932):

Por último, según Marx, las contradicciones del capitalismo lo llevan a crisis recurrentes, que crean las condiciones para su superación. Sin embargo, la transición al comunismo no ocurre de manera automática, sino que depende de la acción organizada de la clase trabajadora. Por lo tanto, para Marx el comunismo no es un mero ideal o una utopía, sino el lugar hacia el cuál se dirige la historia.

 Referencias Bibliográficas:


Recomendación: Žižek, S. (sf). Ellos viven. [Vídeo]. YouTube. https://www.youtube.com/watch?v=CMRM_bfCBig


domingo, 5 de marzo de 2023

El Bien y el Mal Según Nietzsche



La crítica al cristianismo

 

Nietzsche es uno de los más férreos enemigos de la moral cristiana. Desde su perspectiva el cristianismo encubre una moral de esclavos, cuya única función ha sido domesticar a los hombres hasta convertirlos en ovejas obedientes, incapaces de crear sus propios valores y apartarse del rebaño.

Lo más difícil –dice Nietzsche-  es mandar, y sobre todo mandarse a uno mismo. Por eso los hombres “débiles” (cuya voluntad de poder está debilitada), solo desean obedecer. Esa es la razón por la cual precisan una región con una moral rígida, con normas universales, que les digan qué está bien y qué está mal.

En su libro Así habló Zaratustra explica:

En verdad, los hombres se han dado a sí mismos todo su bien y todo su mal: en verdad no los tomaron de otra parte, no los encontraron, estos no cayeron sobre ellos como una voz del cielo. Para conservarse, el hombre empezó implantando valores en las cosas. (Nietzsche, Así habló Zaratustra, “De las mil y única meta”)

Esta creación del bien y del mal, es totalmente humana; esto es lo que la religión encubre. Por eso, dice Nietzsche, el cristianismo es una moral de esclavos, todos obedecen, pero…  ¿de qué manera inventó el hombre estos conceptos? ¿Qué valor tienen en sí?” (Nietzsche, Genealogía de la moral)

Nietzsche señala que estos conceptos tuvieron una “gran utilidad” para los hombres. Gracias a la moral “se ha encadenado muy bien al hombre para que olvidase portarse como un animal”. De este modo el cristianismo ha logrado pacificar, domesticar a los hombres más valientes y peligrosos. Escuchemos nuevamente las palabras de Nietzsche:

 “La moral es primero un medio de conservar la comunidad, de una manera general, y para preservarla de su pérdida (…) debe servirse de los medios de intimidación más temibles. Uno de estos medios más violentos es la invención de un más allá con un infierno eterno.”  (Nietzsche; El viajero y su sombra, § 44.  Gradas de la moral)

Los conceptos de bien y de mal, al igual que la idea del pecado, la culpa, o la de un más allá en donde se puede llegar a cumplir un castigo eterno, han sido las herramientas con las que, algunos hombres astutos, lograron dominar a una gran masa de hombres fuertes y peligrosos. O, en otras palabras, las herramientas con las que los sacerdotes lograron dominar a los guerreros.

Lo bueno según Nietzsche

 

Sin bien el bien y el mal no existen, si existe “lo bueno y lo malo”. ¿Pero cómo podemos juzgar qué es bueno y qué es malo más allá de los valores cristianos? En un aforismo de “El anticristo” Nietzsche nos da su propia definición de lo bueno y lo malo:

¿Qué es bueno? Todo lo que acrecienta en el hombre el sentimiento de poder, la voluntad de poder, el poder mismo. ¿Qué es malo? Todo lo que proviene de la debilidad. (Nietzsche, El anticristo, 2)

Para Nietzsche es bueno lo que “acrecienta”, lo que “potencia”, lo que fortalece, lo que permite el desarrollo de lo vital (de ahí que su filosofía sea denominada “vitalismo”). Lo malo, por lo tanto es lo contrario: lo que debilita, lo que impide el desarrollo y el acrecentamiento (lo que entristece diría Spinoza). Esto es lo que ha hecho, según Nietzsche el cristianismo. Ha debilitado a la humanidad con el único fin de poder ejercer un mayor dominio. Veamos cómo describe Nietzsche qué es lo bueno y lo malo según la moral cristiana:

"Lo nuevo es siempre el Mal, pues únicamente quiere conquistar, pisotear los antiguos límites fronterizos y las antiguas piedades; ¡y sólo lo antiguo constituye el Bien!" (Nietzsche, La gaya ciencia)

Para el cristianismo todo lo nuevo, lo distinto, lo diferente, es malo. Solo lo inofensivo, lo obediente, lo que no intenta cambiar el orden establecido es bueno. Esta moral solo lleva a la conservación y por lo tanto al empobrecimiento de lo más vital. El cristianismo propone una moral “de rebaño”, porque busca domesticar a los hombres y volverlos obedientes ovejitas del rebaño, que sigan el camino que les indica el pastor. La ética que propone Nietzsche en cambio, es una ética subversiva, una ética de “guerreros”. “Quien quiera que intente ser un creador en dominio del bien y del mal debe ser primero un destructor y un quebrantador de valores”, dice en Así habló Zaratustra. Pues para crear nuevos valores, nuevas maneras de valorar, se debe primero combatir los valores imperantes de la sociedad y de la época. Es por eso también que sostiene:

Los espíritus más fuertes y malvados son los que hasta ahora han contribuido en mayor medida al progreso de la humanidad (...) agitaron armas, derribaron límites fronterizos, vulneraron el espíritu de piedad; ¡pero crearon también religiones y morales nuevas!  (Nietzsche, La gaya ciencia)

Los espíritus más fuertes son aquellos que son capaces de llevar a cabo esta transvaloración. Y por hacerlo son también los más “malvados”. Malvados desde la óptica de la moral vigente, porque vienen a romper lo establecido. Pero una vez que el cambio triunfa aquello que era considerado “malo” pasa a ser “bueno”. Por eso dice Nietzsche que los espíritus más malvados son los que más contribuyeron al progreso de la humanidad. Sin estos espíritus “libres” la humanidad no cambiaría.

¿Pero quiénes son estos espíritus libres? Dice Nietzsche:

“Llamamos espíritu libre al que piensa de otro modo al que pudiera esperarse de su origen, de sus relaciones, de su situación y de su empleo o de las opiniones reinantes en su tiempo. El espíritu libre es la excepción, los espíritus siervos son la regla.” (Nietzsche; Humano demasiado humano)

Los espíritus siervos son aquellxs que solo son capaces de obedecer los mandatos y se aferran al pasado y los valores de su época. Los espíritus libres, quienes son capaces de pensar y de vivir de otro modo, superando la moral de su época, quebrantando los valores sin importar el juicio de lxs demás. Los espíritus siervos las ovejas que siguen el rebaño, los espíritus libres las ovejas negras que se apartan de la manada y señalando nuevos rumbos, construyendo nuevos caminos.

Nietzsche otorga un nuevo nombre para estos superadores de la humanidad: los superhombres.


¿El fin justifica los medios? La ética utilitarista

 


El utilitarismo fue propuesto originalmente durante los siglos XVIII y XIX en Inglaterra por Jeremy Bentham y James Mill. Sin embargo, llegaría a su máximo desarrollo con el hijo de este último pensador, John Stuart Mill, quien escribió un célebre libro titulado “El utilitarismo” (1861), en donde desarrolla su teoría ética. A continuación explicaremos cuál es su postura respecto lo que implica hacer el bien o actuar correctamente.

Las acciones éticas, según Mill, siempre se ven sujetas a algún tipo de interés. Es imposible juzgar nuestras acciones sin mirar a las consecuencias de las mismas.

En este sentido, el juicio moral siempre implica una adecuada distinción entre lo más conveniente, lo más “útil” o beneficioso para la mayoría.

 

Dice Mill en el capítulo primero de su libro El utilitarismo:

 

Se demuestra que el arte médico es bueno por conducir a la salud; pero ¿cómo es posible saber que la salud es buena? El arte de la música es buena, entre otras cosas, porque provoca placer, pero ¿cómo es posible demostrar que el placer es bueno?

 

1 - ¿Cómo sabemos que algo es bueno? Discutan engrupo o escriban su opinión.

 

Generalmente consideramos “bueno” a lo que nos beneficia, a lo que nos es útil. El problema es encontrar un fin, una meta, que querramos todxs. Mill concuerda con lo que ya había planteado Aristóteles; el único fin que vale por sí mismo y para todos es la felicidad. Sin embargo difiere en un punto: esa felicidad debe alcanzar a todos los seres humanos”. En otras palabras, esa felicidad no debe ser individual, sino colectiva.

2                - ¿Qué opinan al respecto? ¿Están de acuerdo? ¿Podemos ser felices si el resto no lo es?

Mill sostiene que la tristeza no proviene del egoísmo ni de la frustración por no cumplir algún deseo, sino, sino de la conciencia de la infelicidad de los otros. Por eso Mill insiste en que “el criterio no lo constituye la felicidad del propio agente, sino de la mayor cantidad total de felicidad”. Es decir, más felices seremos cuanto más feliz sean las personas con las compartamos la vida.

3- Esto nos arroja otro problema: ¿hay que sacrificar la propia felicidad por la del resto de las personas? ¿Qué opinan?

Uno de los puntos más controversiales de la teoría de Mill es la idea de que el fin justifica los medios. Es decir, estaría permitido hacer algo que generalmente es considerado “malo”, si la consecuencia de ese acto trae como resultado la felicidad de la mayoría. Un buen ejemplo es el caso de Robin Hood, que le robaba al rey y sus recaudadores de impuestos, para devolvérselo a los campesinos. Si el fin que me propongo es bueno, en el sentido utilitarista, que beneficia a la mayoría, entonces los medios que yo utilice para lograr esa finalidad pueden ser aceptados.

4- ¿Están de acuerdo con esta idea? Problematicen a partir de un ejemplo y escriban sus conclusiones.

5- ¿Qué sucede si lo que es bueno para una mayoría es malo para a una minoría? ¿Podría ser considerado “bueno”? ¿Existe algo que sea bueno para todos?

Mill sostiene que hay que intentar conciliar la propia felicidad con la colectiva. Además, cuando hablamos del “mundo”, no nos referimos a “todo el mundo”, lo que sería una utopía, nos referimos al mundo circundante, a nuestros seres cercanos. No solo a los seres humanos, sino a toda “criatura sintiente”. No es de extrañar que Mill sea un defensor de los derechos de los animales.

6- Esta idea arroja un último problema: ¿Está bien comer carne? Si lo bueno es lo que hace felices a la mayoría, ¿podemos considerar bueno a lo que provoca sufrimiento en tantos otros seres vivos? ¿Deberíamos ser vegetarianxs o veganxs para ser mejores personas? ¿Qué opinan? Escriban sus conclusiones.

 

 

 


La ideología según Marx

 


Marx (1818- 1883) fue un Filósofo, historiador y economista alemán de origen judío. Sus ideas ejercieron una gran influencia sobre los movimientos sociales del siglo XX, como los de Rusia, China y Cuba, que intentaron llevar a cabo su ideal de una sociedad sin clases (socialismo).

La filosofía de Marx suele definirse como "materialista". Ello se debe a que Marx pensaba que son las condiciones materiales de la sociedad las que definen la ideología de un pueblo. Las condiciones materiales son las condiciones bajo las que el ser humano produce todo lo que precisa para vivir (ropa, alimentos, máquinas, etc.).

Esto incluye las “condiciones de producción” (los recursos naturales, la geografía, el clima, etc.), las “fuerzas productivas” (herramientas, fábricas, tecnología, fuerza de trabajo, etc.) y las “relaciones de producción” (la división del trabajo, las relaciones de propiedad, quien manda, quien obedece)

Por ejemplo, en la antigüedad el modo de producción material era esclavista; había esclavos, existía un derecho que avalaba la esclavitud, y también creencias en la clase dominante de esa época se apoyaba y justificaba. En la edad el modo de producción era feudal: había nobles y siervos, la nobleza se heredaba y esto en general era respetado. En la modernidad capitalista las relaciones de producción son entre los capitalistas y los obreros, entre los dueños de los medios de producción y las personas comunes, que solo tienen su fuerza de trabajo. Y existe un Estado que más allá del partido político que gobierne, garantiza el derecho de la propiedad de esos capitalistas (tierras, capital, máquinas, etc.).  Pero además existe una ideología dominante que hace que los propios explotados defiendan la propiedad privada, como algo más importante incluso que la desigualdad o la explotación o la pobreza.

Dice Marx en el Prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política (1859):

“El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social política y espiritual en general.

No es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia.

En otras palabras, pensamos de acuerdo a cómo producimos. En un mundo capitalista, nuestras ideas van a ser acordes al modo de producción capitalista. Y no solo nuestras ideas políticas, sino también nuestros ideales de vida, nuestros valores morales, nuestras creencias religiosas, etc.

 

La Ideología

El concepto ideología tiene para Marx un sentido negativo. Con él se refiere a un conjunto de ideas que dan una imagen falseada de la realidad.

La ideología que predomina en una sociedad es la ideología de la clase dominante. Esta clase dominante, elabora una teoría acerca de la realidad social y del ser humano, escondiendo sus intereses, justificando el modo de producción y la situación de dominio existente.

La función de ideología, por lo tanto, es ocultar, desfigurar y justificar una realidad social injusta y opresiva: los capitalistas explotan al obrero, y estos no se revelan en gran medida gracias a la ideología.

La clase dominada, que se ve obligada a trabajar, adopta la ideología creada por las clases dominantes (los trabajadores producen la materia, los capitalistas producen la ideología). Un claro ejemplo, según Marx, es la religión, a quién concebía como “el opio del pueblo”.

Por tal motivo Marx entendía a la ideología como “forma de conciencia deformada” o una “falsa conciencia”.

La primera referencia a la noción de “falsa conciencia” aparece en una carta escrita por Engels:

"La ideología es un proceso que el llamado pensador cumple conscientemente, es cierto, pero con una conciencia falsa. Las verdaderas fuerzas motrices que lo impulsan le permanecen desconocidas”.

La clase dominada piensa, pero piensa con las ideas de la clase dominante, las cuales le impide comprender su propia realidad.

El trabajador sufre su realidad: la explotación, la injusticia, la exclusión, la pobreza, imposibilidad de desarrollarse íntegramente, como ser humano. Sufre su realidad, pero le cuesta pensarla y expresarla, porque la ideología lo convence de que este es el “mejor de los mundos posibles”.


 

Algunos Ejemplos

Veamos un ejemplo: la ideología dominante sostiene que el Estado somos todos”. Es algo que nos enseñan en la escuela, forma parte de nuestra cultura, de nuestras creencias, de nuestro sentido común. Pero en realidad, dice Marx, el Estado es un instrumento opresión de las clases dominantes.

¿Cuántos trabajadores llegan a formar parte del gobierno de un Estado? ¿Cuántos verdaderos representantes de los intereses de los trabajadores hay en un gobierno? En realidad, solo aquellas personas que forman parte de la clase dominante llegan a ejercer funciones dentro de un gobierno, sea cual sea su partido político.

Otro ejemplo: según la ideología dominante “todos los ciudadanos somos libres e iguales.  El falseamiento es manifiesto: la libertad y la igualdad son puramente “ideales”, pero en la realidad social sabemos perfectamente que la justicia no igual para los que tienen plata, que la libertad de un trabajador se ve muy disminuida por sus necesidades que lo arrastran “servir” a un patrón para sobrevivir. No son igual de libres un trabajador en relación de dependencia que el dueño de una empresa millonaria. Ambos son libres por ejemplo de irse de vacaciones a Disney, pero uno es libre realmente de hacerlo, porque lo puede hacer, y el otro solo es libre en el plano ideal, pero no en el real.

 

viernes, 3 de marzo de 2023

El gordo Luques - Diálogo sobre la valentía

 

 

"Laques" es uno de los primeros diálogos escrito por Platón. La historia cuenta que Laques, un famoso militar ateniense, discutía con unos amigos sobre si era conveniente o no educar a los niños en el ejercicio de las armas. Para algunos era conveniente porque les permitiría comprender el arte de la táctica y la estrategia, al mismo tiempo que infundía valor en los jóvenes. Pero otros no estaban convencidos. Es entonces cuando Sócrates pasa justo por allí y los muchachos no pierden la oportunidad de invitarlo a formar parte de la conversación.

En lugar de compartir el diálogo original, preferimos imaginar cómo sería una conversación de Sócrates en la actualidad, en algún barrio del conurbano bonaerense. Es por eso que este diálogo es entre Sócrates y “el gordo Luques”, jefe de la barra brava de San Martín de Burzaco. Imaginemos que nuestros protagonistas se encuentran a la salida de la cancha, discutiendo sobre el tema original del relato, la valentía…

Luques: Sócrates, ¿qué haces, tanto tiempo? ¿Viniste a ver al San Ma?

Sócrates: ¿Qué hacés gordo? Si, hace rato que no venía. ¿Cómo andás vos? ¿Todo bien?

Luques: Como siempre amigo. Caíste justo, mira, estábamos discutiendo acá con los muchachos si está bien o no traer a los pibes a la cancha. Yo les decía que sí, así aprenden de chiquitos a ser valientes. Y estos (señalando a sus amigos) me dicen que no, que  es peligroso, que los pibes no tienen que aprender de la violencia que hay en el futbol. ¿Vos qué pensás?

Sócrates: No se Gordo, vos ya sabes que soy un ignorante. La verdad no tengo idea. Es más, no sé ni lo que significa ser valiente.

Luques: Dale Sócrates, ¿me estas jodiendo? ¿Cómo no vas a saber lo que es ser valiente?

Sócrates: Pará gordo, ¿De verdad te comiste el verso del oráculo, de que yo soy el más sabio? No tengo idea. Yo soy un simple filósofo, me dedico pensar. ¿Qué puedo saber de valentía?  Pero ¿quién más que vos, que sos el jefe de la barra, puede saberlo? Me encantaría escucharte, así aprendo un poco.

Luque: ¡Pero sí, amigo! Es una pavada. ¿Viste cuando vas a la cancha y de lejos viene la hinchada contraria para pudrirla? Si alguien va al frente y no corre, ese es valiente.

Sócrates: A ver, a ver, a ver… ¿vos me estás diciendo que el que se queda en el grupo para agarrase a trompadas y no corre, ese es valiente?

Laques: Y sí. ¿Qué te parece?

Sócrates: Está bien. Pero, ¿qué pasa si algunos salen corriendo, en lugar de ir al frente?

Laques: Y no, esos son cagones, Sócrates.

Sócrates: ¿Y si resulta que un grupo retrocede para hacerle creer a los otros que están escapando y le tienden una emboscada? Así hacían los de chacharita. Se hacían perseguir y después te la daban.

Luques: ¡Andá a c*** Sócrates! es lo mismo.

Sócrates: No es lo mismo, vos dijiste que los valientes no corren.

Luques: Bueno, pero no importa si corren o no corren, lo importante es que se agarren a trompadas. ¿Valiente es el que se la banca, entendés? Los de Chaca corren, pero después se paran de mano y sos pollo.

Sócrates: Está bien, la culpa es mía de que no me contestes bien, porque no te pregunté bien. Yo quiero saber qué significa ser valiente; no un ejemplo particular de valentía. Claro que los que pelean son valientes, pero también son valientes los que se enfrentan a una enfermedad; y no se agarran a piñas con nadie. Y están los que son valientes porque se animan a hablar en público, o los que se animan a dejar el trabajo y abrir un negocio, o los que se van de viaje solos. No solo son valientes los que se agarran a trompadas.

Luques: Si, tenés razón.

Sócrates: y todas esas maneras de ser valiente tienen algo en común, ¿no? Esa es la esencia de la valentía, ¿entendés? Eso es lo que tenemos que encontrar, la esencia. ¿Qué tienen en común todos esos casos de valentía?

Luques. Sí, claro. A ver, pará. Déjame pensar…Ya sé, creo que en todos los casos que mencionas esas personas se están enfrentado a algo, no tienen miedo y se mantienen firmes en su decisión, sin ir para atrás.

Sócrates: Esa respuesta es mucho mejor. Pero no estoy seguro de que sea del todo correcta.

Luques: ¡Pero! ¡qué manera de buscarle el pelo al huevo! Me dijeron que eras vueltero, pero no pensé que tanto. ¿Qué tiene de malo lo que te dije?

Sócrates: No tienen nada, solo digo que no estoy cien por ciento seguro de que sea cierto. Hay que pensarlo.

Luques: ¿Y qué querés pensar?

Sócrates: A ver, dijiste la valentía era enfrentarse a algo.

Luques: Si

Sócrates: Y sin miedo.

Luques: Y si, sino sos cagón.

Sócrates:  Pensemos lo siguiente: ¿hay que ser valiente para decir la verdad, no cierto?

Luques: Y sí.

Sócrates: Por ejemplo, para decirle a alguien que lo querés, tenés que ser valiente, ¿no?

Luques: Y, a veces sí, no es fácil.

Sócrates: Y sin embargo no te estás enfrentando a nadie. Al contrario, la persona que se anima decirle a alguien que le gusta, o que la ama, se está queriendo acercar.

Laques: No te digo, ya me diste vuelta la tortilla. No sé para qué te invité mira, me estás haciendo quedar como un b*** a delante de mis amigos.

Sócrates: Pará gordo, no te calentés. No está mal lo que dijiste. Y creo que avanzamos un poco hacia la verdad, aunque todavía estamos lejos. Pero fíjate, ahora ya sabemos varias cosas: sabemos que no solo los que se la aguantan son valientes, que hay muchas clases de valentía, muchas formas de ser valiente. Y pareciera ser que la valentía tiene que ver con enfrentar algo, aunque no sea a una persona.

Luques: Es lo que decía.

Sócrates: ¿Pero a qué se enfrenta la persona que dice “te quiero”?  Luques: No sé, no tengo idea.

Sócrates: Dale gordo, pensá un poco, y no seas cagón.

Luques:  No sé, a lo mejor tiene miedo de que lo rechacen.

Sócrates: O sea que se está enfrentando a su propio temor.

Luques: - bajando la vos y apartándose de sus amigos -Tenés razón. Yo muchas veces no digo te quiero porque tengo miedo de ser rechazado o de que se rían de mí.

Sócrates: No te pongas mal gordo. A todos nos pasa. Pero avancemos en esto que pareciera que estamos cerca. Vos habías dicho que ser valiente es enfrentarse a algo sin temor.

Luques: Si

Sócrates: Y ahora dijimos que es un acto de valentía enfrentar el propio miedo.

Luques: Rascándose la cabeza -¿Y entonces?-

Sócrates: Pareciera que se puede ser valiente incluso teniendo miedo.

Luques: Me estás volviendo loco Sócrates. Y no sé qué pensar…

Sócrates: ¿Será que ser valiente es enfrentar los propios miedos?

Luques: ¡Nunca lo había pensado de esa manera chabón!  Ya entiendo por qué algunos dicen que sos como un mago o un hechicero. La verdad no sé si darte una piña o darte un abrazo.

Pero pará, ¿y con los pibes que hacemos? ¿Los traemos a la cancha o no?

Sócrates: No se gordo, ya te dije que yo no sé nada.