Sileno era un viejo
feo y borracho, tutor del joven dios Dioniso. Vivía en los bosques y se
decía que era un gran sabio, capaz incluso de predecir el futuro.
El rey Midas estaba tan ansioso por conocerle que envió a unos
sirvientes para que lo emborracharan y capturaran. Cuando por fin el rey tuvo
al sabio cara a cara, le preguntó: «¿Qué es lo mejor para los
humanos?». Sileno guardó silencio. Pero ante la insistencia de Midas, y
riendo, dijo al fin:
«Estirpe miserable de un día, hijos del azar y la fatiga: ¿por qué me fuerzas a decir lo que para ti sería muy ventajoso no oír? Lo mejor de todo es totalmente inalcanzable para ti: no haber nacido, no ser, ser nada. Y lo mejor en segundo lugar es para ti morir pronto».
Visto de este modo, el conocimiento deja de ser algo
neutral y frío.
No se trata de captar la verdad de Sileno únicamente con
el intelecto, algo que tampoco es muy difícil: consiste simplemente en
reconocer las consecuencias de ciertas obviedades («no somos más
que motas de polvo en la inmensidad del universo», «todos moriremos
algún día» y similares).
Se trata en cambio de asimilarla, hacerla nuestra,
incorporarla.
Así entendido, el conocimiento resulta peligroso, ya que
puede tener un efecto paralizante o incluso destructivo. ¿Cómo voy a seguir
viviendo si, haga lo que haga, estoy condenado al sinsentido?
Vemos, en todo caso, que la sabiduría puede fácilmente
volverse contra el sabio. Este poder aniquilador Nietzsche lo ilustra con el
mito de Edipo: tras conocer la verdad (esto es, que ha asesinado a su padre y
se ha casado con su madre), Edipo se arranca los ojos. Para Nietzsche la
cuestión del conocimiento no se juega en el terreno de la objetividad, sino en
el de la fortaleza: ¿cuánta verdad se es capaz de soportar sin acabar aplastado
por ella?
Esta capacidad de soportar la verdad sin necesidad de
negar la vida
es para Nietzsche la medida del valor de un espíritu, el
indicador de
su grandeza.
Este éxtasis supone una reconciliación a un triple nivel:
natural, social y personal. Natural, porque mientras está enajenado, el
individuo no se percibe como algo diferente de la Naturaleza, sino
que se inserta en el eterno brotar de eso que los griegos
llamabanphysis; social, porque el éxtasis dionisíaco es una experiencia compartida e
igualadora de un grupo de seres humanos, capaz de eliminar las diferencias
entre ellos (ricos y pobres, libres y esclavos...), y personal, porque, en
el trance, el adorador de Dioniso se reconcilia consigo mismo al desaparecer las
barreras entre mente y cuerpo, razón e instintos, consciencia e
inconsciencia.
Esta peculiar sabiduría adquirida gracias al éxtasis
tiene, sin embargo, un precio muy alto. El hombre dionisíaco, tras la
comunión colectiva del éxtasis, regresa a la realidad cotidiana y
se ve a sí mismo como un individuo, como un fragmento arrancado de la
totalidad.
Comprende entonces que el estado de individuación, nuestra irremediable condición de seres individuales, es la
fuente primordial de nuestro dolor. Nietzsche ilustra este sufrimiento
existencial con el mito órfico según el cual Dioniso fue asesinado y
desmembrado por los Titanes.
La tragedia, pues, logra hacer digerible la terrible verdad
de Sileno y transmitirla a gran escala. Los espectadores (unos 15.000, según
sabemos) asimilan su pequeñez (su «insignificancia de mosca y rana») y al mismo
tiempo sienten un extraño júbilo liberador. Este es el ideal nietzscheano del
«gay saber» o «ciencia jovial»: ser capaces de asumir la escala humana y con
ello -no a pesar de ello- también poder sentir alegría. En definitiva.
Nietzsche sostiene que la prodigiosa alianza trá gica entre Dioniso y Apolo
fue la clave que permitió al pueblo griego desarrollar un pesimismo afirmativo
y vital, un pesimismo de la fortaleza y la abundancia.
En la vida pública contemporánea no existe una experiencia
compartida y genuina de la dimensión sombría de lo humano. El dolor tenemos que
cargarlo a solas, con los amigos, con la familia, tal vez con la ayuda de un
psicólogo. Sufrir se ha convertido en una vivencia fundamentalmente privada,
íntima. La verdad de Sileno, la que un día fue la filosofía del pueblo griego y
la base de la tragedia, ha sido expulsada de nuestra vida en común.
Toni Lacer, Nietzsche , el superhombre y la voluntad de poder.
No hay comentarios:
Publicar un comentario