Según Kant cuando enunciamos un juicio refiriéndonos a la belleza de algún objeto (juicio del gusto o juicio estético) no no podemos ser objetivos. Sin embargo, enunciar la belleza de un objeto no es lo mismo que decir simplemente que nos gusta. A continuación veremos esta diferencia fundamental analizando algunos fragmentos de "La crítica del juicio", obra que le abre camino a la estética como disciplina filosófica independiente.
En esta obra publicada en 1790 Kant le otorga autonomía al campo de la estética al separarlo de la gnoseología (teoría del conocimiento) y de la ética.
En primer lugar, el juicio estético no es un juicio lógico o de conocimiento, no tiene pretensiones de verdad; el fundamento de este tipo de juicios se refiere al sentimiento de placer o de dolor generado por una presentación, y por lo tanto es subjetivo.
La belleza que le atribuimos a un objeto muy poco tiene que ver con el objeto en sí mismo. Ni siquiera importa existencia o inexistencia de dicho objeto. Lo que importa es lo que la representación que nos hacemos de él y las sensaciones que esto provoca en nosotros mismos. Dice Kant a comienzos del libro:
"El juicio del gusto no es un juicio de conocimiento, un juicio lógico, sino estético (...) Cuando nos preguntamos por la belleza de algo sólo deseamos saber si la mera representación del objeto va acompañada de satisfacción, independientemente de la existencia del objeto de esa representación"
Por otro lado, el juicio del gusto también está libre de connotaciones éticas o utilitarias. Lo bello es "lo que agrada sin interés" dice Kant. Lo bueno, e incluso lo agradable, derivan en una satisfacción, pero lo bello no, lo bello carece de interés. Nos agrada, pero no por lo que pueda proveernos.
Sin embargo que algo nos agrade y que algo sea bello no es lo mismo.
Una de las ideas fundamentales de La crítica del juicio es la distinción entre los conceptos de "gusto" y "belleza": una cosa es decir que algo me es agradable y otra decir que es bello. Veamos como lo explica el propio Kant:
"Por lo que se refiere a lo agradable, cada uno reconoce que el juicio por el cual se declara que una cosa agrada, fundándose sobre un sentimiento particular, no tiene valor más que para cada uno. Esto es así, porque cuando yo digo que el vino de Canarias es agradable, consiento voluntariamente que se me reprenda y se me corrija, el que deba decir solamente que es agradable para mí (...)
Otra cosa sucede tratándose de lo bello (...) no basta que una cosa agrade para que se tenga derecho a llamarla bella. Muchas cosas pueden tener para mí atractivo y encanto, y con esto a nadie se inquieta; pero, cuando damos una cosa por bella, exigimos de los demás el mismo sentimiento, no juzgamos solamente para nosotros, sino para todo el mundo, y hablamos de la belleza como si ésta fuera una cualidad de las cosas."
Por lo tanto, si bien el concepto de belleza es subjetivo, cuando afirmamos que algo es bello pretendemos cierta universalidad, pretendemos que los otros estén de acuerdo con nosotros, como si la belleza fuera una cuestión objetiva o una propiedad del objeto. Aquí estriba la diferencia entre decir que algo "me agrada" y que algo "es bello". Por eso Kant afirma:
"sería ridículo que alguien, que preciase un tanto de gusto, pensara justificarlo con estas palabras: 'ese objeto [...] es bello para mí'. Pues no debe llamarlo bello si sólo a él le place [...] al estimar una cosa como bella, exige exactamente a los otros la misma satisfacción [...] y habla entonces de la belleza como si fuese una propiedad de las cosas"
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