viernes, 3 de julio de 2020

La filosofía como modo de vida



Michel Onfray, en su libro “Cinismos”, nos cuenta cómo en sus orígenes la filosofía estaba asociada a un "modo de vida". Al recordar a su maestro dice: "conocer a los filósofos que nos enseñaba equivalía a poner en tela de juicio la propia vida."

Es que los filósofos antiguos hacían filosofía de un modo muy particular. Para darnos una idea Onfray nos regala esta imagen:


"Al punto uno comprende qué podía significar la práctica de la filosofía en un foro o en un ágora helenística. Allí donde pasan todos, entre un mercado improvisado y un nicho votivo, el filósofo habla y entrega su palabra al público. Entonces se examinan todas las cuestiones posibles: la muerte y la naturaleza de los dioses, el sufrimiento y el consuelo, el placer y el amor, el tiempo y la eternidad. En medio de los olores y los murmullos, las ráfagas de calor y los perfumes de las piedras caldeadas hasta ponerse blancas, la sabiduría llega a ser un arte."


Sócrates, Diógenes, Epicuro, Epicteto, esos filósofos antiguos no se recluían para meditar, salían a la calle, se dirigían al mercado, a la plaza pública. La filosofía nació unida al diálogo, a la reflexión ética y política, pero no de una reflexión individual, sino colectiva. La filosofía se hace con los otros, nace de la confrontación, de la variedad de ideas, de la refutación y la búsqueda de argumentos.

Si la filosofía se fue recluyendo cada vez más fue a causa de las instituciones que vieron en su uso un peligro: la iglesia en primer lugar, pero también los estados modernos con sus universidades y sus centros educativos. La filosofía quedó encerrada, confinada a algunos recintos y para unos pocos. Se convirtió poco a poco en mera "palabrería", en discursos puramente teóricos e inútiles.

Es hora de sacar a la filosofía de este encierro, es hora de poner en marcha el filosofar nuevamente, en todos lados, en la calle, en la escuela, en los hogares. Es hora de revisarnos a nosotros mismos y a los otros, pero sobre todo con los otros. Es hora de animarse a reconocer la propia ignorancia y dejarnos interpelar por la duda. Es hora de aventurarse a pensar distinto. Para eso hay que tomar riesgos, el riesgo que implica alejarnos de nosotros mismos, de lo que somos, de todo lo que estamos hechos. Es necesario que nos alejemos, incluso a riesgo de perdernos, para empezar a buscarnos y poder elegirnos.



Sócrates: "Conócete a tí mismo"



En alguna parte del templo de Delfos, dedicado al dios Apolo, se hallaba la inscripción "conócete a ti mismo". Esta advertencia tenía por objeto incitar al hombre a reconocer los límites de su propia naturaleza y no aspirar a lo que es propio de los dioses. El exceso, la desmesura ("hybris" ) es castigada por los dioses como la más grave falta que el hombre pueda cometer.

Apolo era el dios de los sueños y las profecías, el dios de la claridad y la belleza, y, sobre todo, el dios de la estabilidad, de la medida, del orden y los límites. Nada tiene de extraño que en el templo a él dedicado, se halle esta inscripción que nos invita a evitar los errores a partir del autoconocimiento.

Sócrates, que puede ser considerado como el fundador de la ética, se sirvió en sus enseñanzas de la inscripción délfica. Es posible que este precepto de la religión apolínea le impresionara a en un viaje a Delfos, lo cual no es inverosímil si tenemos en cuenta que lo apolíneo le interesó siempre. Baste recordar que fue este oráculo de Delfos el que, interrogado por Querefonte, señaló a Sócrates como el hombre más sabio.

El sentido que para él tiene este lema está en relación no sólo con el reconocimiento de nuestros límites y de nuestra ignorancia, sino con la mesura, es decir, la moderación, el dominio de sí mismo, el control de las pasiones y de los instintos. "¿En qué se diferencia de una bestia el hombre sin dominio de sí?" se pregunta Sócrates. Esta es una idea novedosa para el mundo griego, pues en el mundo homérico los héroes dejan brotar sus pasiones e instintos violentos sin control. Por el contrario, Sócrates es el emblema del hombre racional, que no pierde nunca el control. 

Este autocontrol solo es posible si existe en primera instancia un verdadero conocimiento de nosotros mismos. . Así, por ejemplo, para ser un buen zapatero es necesario, en primer lugar, conocer lo que es un zapato y su función. Por el mismo razonamiento, si nos preguntamos en qué consiste ser un hombre bueno, virtuoso, lo primero que necesitamos es conocer en qué consiste eso de ser hombre. Nuestro primer deber, por lo tanto, es obedecer la orden délfica "conócete a ti mismo", porque, como dice el maestro, "una vez que nos conozcamos, podremos aprender a cuidar de nosotros, pero si no, nunca lo haremos".

Para Sócrates existe una equivalencia entre el conocimiento, el actuar bien y la felicidad. En primer lugar, el conocimiento trae aparejada la virtud (areté), este es, la capacidad actuar bien. En segundo lugar, la virtud trae como consecuencia la felicidad. Según Sócrates se actúa mal por ignorancia; el que sabe actúa bien, y hacer el bien nos hace felices. “No se puede hacer lo justo si no se lo conoce, pero también es imposible dejar de hacer lo justo una vez que se lo conoce”.

Foucault y el "cuidado de sí"

En su última etapa Foucault se vuelca a la filosofía antigua. En sus cursos del College de France del 81-82, publicados póstumamente con el nombre “la hermenéutica del sujeto” se centra en el concepto de épimeléia, cura sui: el “cuidado de uno mismo”.

El “cuidado de sí” estaba unido en sus orígenes al “conocimiento de sí”, uno de los preceptos fundamentales de Sócrates, y según Foucault “el principio filosófico que predomina en el modo de pensamiento griego, helenístico y romano.” Sin embargo, a partir de la era cristiana los términos se fueron distanciando, hasta que finalmente solo paso a la historia el “conocimiento de sí”.

Foucault entiende que ese mandato socrático “conócete a ti mismo” no es un mero conocimiento intelectual (en lo que derivó la filosofía), sino que va unido a una inquietud de sí, ese conócete implica un cuidado, una preocupación o incluso una “cura”. El cuidado no es descubrimiento del propio ser sino creación, invención, modelado del propio ser. Y es precisamente a través ciertas de técnicas, de ejercicios, de prácticas que se llega “cultivar el propio yo”, lo que implica una transformación y una superación del sujeto. Dice Foucault:
“La épimeléia designa también un determinado modo de actuar, una forma de comportarse que se ejerce sobre uno mismo, se modifica, se purifica, se transforma o se transfigura”
De este modo Foucault entiende a la filosofía como una práctica transformadora de la propia vida, que moldea y constituye un “modo de ser”, un modo de comportarse, de enfrentarse al mundo, de establecer relaciones con los otros, etc.





El legado de Sócrates:
 las distintas escuelas filosóficas griegas.


La mayoría de las escuelas filosóficas griegas surgieron de las enseñanzas de Sócrates. Cuatro de estas escuelas fueron creadas por sus discípulos inmediatos: los cínicos, los cirenaicos, los megáricos y los platónicos.

De todos ellos los más conocidos fueron los platónicos. Platón fundó la Academia, donde daba sus lecciones, y al mismo tiempo escribió cerca de 30 diálogos, utilizando a su maestro como personaje principal.

Pero Platón no era ni el mejor ni el más fiel discípulo de Sócrates. Por lo tanto sus enseñanzas fueron objeto de una gran disputa filosófica y Grecia vio florecer una gran variedad de escuelas

Antístenes por ejemplo, fundó el cinismo, que fue tanto un modo de pensar como un modo de vivir. Tuvo de discípulo a Diógenes, quien a su vez fue maestro de Crates (maestro de Zenón)

Aristipo de Cirene fundó la escuela cirenaica, que luego tuve ciertas repercusiones en el hedonismo de Epicuro.

Euclides de Mégara creó la escuela megárica, combinando las enseñanzas de su maestro junto con las de otros filósofos e incluso algunas ideas religiosas.

Otras escuelas como la hedonista y la estoica no surgen de discípulos directos de Sócrates, pero fueron influenciados por discípulos de este.

Zenón, por ejemplo, quien fundó la escuela estoica, fue discípulo de Crates, el cínico. Y Epicuro, el fundador del hedonismo, aprendió en primer lugar con Pánfilo, un discípulo de Platón, y luego fue pasando por distintos maestros hasta que creó su propia escuela.

También Aristóteles, tras haber estudiado con Platón en la Academia, fundó el Liceo. Tanto Platón como Aristóteles han trascendido por sus escritos, por tener una filosofía muy completa y por haber sido tomados en algún momento por el cristianismo.

El estoicismo llegó a convertirse en la principal filosofía en la Roma imperial de la mano de Epicteto, Séneca, Cicerón y Marco Aurelio.

El hedonismo y el cinismo han quedado relegados de la “historia oficial” de la filosofía, sin embargo están siendo reivindicado por algunos filósofos actuales como Michel Onfray, declarado hedonista, Pierre Hadot, Martha Nussbaum, entre otros.

En las páginas siguientes nos centraremos en tres de estas escuelas que abarcaron el período helenístico (323 a.C.- 31 a.C) los cínicos, los estoicos y los hedonistas.


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