J.P. Feinmann; La filosofía y el barro de la historia.
Marx. Fragmentos seleccionados
La crítica a la religión (Clase 11, La conciencia de la
Ingnomia)
Para Marx, que la crítica de la
religión haya alcanzado su fin «sustancialmente» se debe a la tarea de Ludwig
Feuerbach y su obra La esencia del cristianismo, de 1841. Feuerbach, en lo esencial, había postulado: Dios no creó al hombre;
el hombre inventó a Dios. Marx se proponía ir mucho más allá. En este texto se
encuentra la famosa frase: “La religión
es el opio del pueblo”.
Veremos que no es tan simple como
se pretende que la veamos. Marx quiere convocar al proletariado a una lucha que
lo lleve a superar sus penurias sobre esta tierra. Para un joven revolucionario
que propone una lucha aquí, ahora, en esta tierra, la propuesta de otro lugar,
de otra tierra a la que no se llama tierra sino cielo, la propuesta de un más allá
en que las penas de los hombres habrán de terminar y todos serán recompensados
con la vida eterna junto al buen Dios, es una intolerable blasfemia, es la
rendición incondicional de todo posible espíritu de lucha. Si la religión es el
opio de los pueblos es porque —por mediación de la Iglesia y sus ejércitos
sacerdotales— calma a los hombres, sosiega sus sufrimientos y los entrega a la
miseria de la paciencia. El otro mundo funciona como adormecedor de las
tragedias de este. A eso Marx le llama opio: a la capacidad de la religión para
adormecer las conciencias de aquellos que deben rebelarse para romper las
cadenas de su sometimiento. La crítica del cielo ya está hecha. Hay que hacer
ahora otra: «La crítica del cielo se transforma así en crítica de la tierra, la crítica de la religión
en crítica del derecho, la crítica de la teología en crítica de la política»
Escribe Marx: «La crítica no se presenta ya como un
fin en sí, sino únicamente como un medio. Su pathos esencial es la indignación,
su labor esencial es la denuncia»
La crítica
tiene que incomodar. De aquí que Marx diga: su labor esencial es la denuncia.
De modo que si
le preguntáramos a este joven de veinticinco años lo que empezamos
preguntándonos al comienzo de estas clases, si le preguntáramos qué es la filosofía, nos daría una respuesta
única y contundente: la filosofía es un arma. Es un arma espiritual. Es un arma
que está al servicio de la liberación del proletariado.
La famosa tesis 11 sobre Feuerbach
Célebremente la Tesis dice: «Los filósofos no han hecho más que
interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de
transformarlo».
Digámoslo claro: la Tesis 11 no
reniega de la filosofía, le señala un camino. Ese camino es la transformación
de la realidad. Se trata ahora no solo de pensar el mundo, sino de pensarlo
para cambiarlo, porque el pensamiento me ha dicho (o, con mayor precisión, le
ha dicho a Marx y Marx nos lo dice a nosotros) que el mundo es injusto. Lo
incómodo de la Tesis es que termina con la filosofía contemplativa: «El mundo es
así». Marx no dice eso. Dice: «El mundo es así». Y en seguida dice: «Y es
ignominioso que sea así». Y por fin dice: «Hay que cambiarlo».
La seguridad y el egoísmo burgués
«La seguridad es el concepto social supremo de la
sociedad burguesa, el concepto de policía,
de acuerdo con el cual toda la sociedad existe para garantizar a cada uno de
sus miembros la conservación de su persona, de sus derechos y de su propiedad (…) El concepto de la
seguridad no hace que la sociedad
burguesa supere su egoísmo. La seguridad es, por el contrario, la garantía
de ese egoísmo» (Marx, la cuestión judía)
El dinero es el nuevo Dios
Saltemos de 1843 a 1867. En el capítulo II del primer tomo de
El capital escribe Marx: «Por consiguiente, en la misma medida en que se
consuma la transformación de los productos del trabajo en mercancías, se lleva
a cabo la transformación de la mercancía en dinero»[171]. Es el capítulo sobre
el fetichismo de la mercancía. En él demuestra Marx cómo el dinero se convierte
en el equivalente de todas las mercancías en un desarrollo cósico por medio del
cual las relaciones entre hombres devienen relaciones entre cosas. Marx, en el
texto que estamos estudiando, insiste en que el dinero es la esencia del
trabajo y «de la existencia del hombre, enajenada de este, y esta esencia
extraña le domina y es adorada por él» [172]. El hombre, así, es un ser sometido
a una «esencia extraña». Esta esencia es la esencia de su trabajo que se le ha
enajenado y ha cobrado vida propia. Esta esencia es el dinero. Es un dios que
domina al hombre y, a la vez, es adorado por él. El hombre, bajo el
capitalismo, adora a un dios que lo domina (…)
El Manifiesto comunista y la globalización (Clase 12)
«El descubrimiento de América y la circunnavegación de África
ofrecieron a la burguesía en ascenso un nuevo campo de actividad. Los mercados
de las Indias y de China, la colonización de América, el intercambio con las
colonias, la multiplicación de los medios de cambio y de las mercancías en
general imprimieron al comercio, a la navegación, a la industria, un impulso
hasta entonces desconocido, y aceleraron con ello el desarrollo del elemento
revolucionario de la sociedad feudal en descomposición»[186].
Se trata de la tan meneada «globalización» de nuestros días. El
capitalismo es, por esencia, globalizador. Marx, en textos de El capital,
volverá sobre la cuestión. Pero observemos —para nuestro íntimo deleite— que lo
primero que señala como despegue del capitalismo es «el descubrimiento de
América». Y más aún: «La gran industria ha creado el mercado mundial, ya
preparado por el descubrimiento de América»
La burguesía tiene hambre de globalización. ¿De qué necesita? Del
mundo periférico. No hay burguesía sin expansión imperial. ¿Cómo podría este
ímpetu demoníaco saciarse con la escueta Europa? No, la burguesía se arroja
sobre todos los rincones de la tierra.
La llamada acumulación originaria (Clase 13)
Ahora bien, ¿de dónde saca el
capitalista el capital originario?
“Se nos explica su origen contándolo como una anécdota del pasado. En
tiempos muy remotos había, por un lado, una elite dirigente y por el otro una
pandilla de vagos y holgazanes. Ocurrió que así los primeros acumularon riqueza
y los últimos terminaron por no tener nada que vender excepto su pellejo. Y de
este pecado original arranca la pobreza de la gran maza- que aún hoy, pese a
todo su trabajo, no tiene nada que vender salvo sus propias personas- y la
riqueza de unos pocos, que crece continuamente aunque sus poseedores hayan
dejado de trabajar hace mucho tiempo”
(Marx, el capital, cap. 24)
¿Cómo ha sido en “la historia real” la acumulación
originaria? Escribe Marx: (…) “el gran papel lo desempeñan, como es sabido, la
conquista, el sojuzgamiento, el homicidio, la violencia (…) En realidad, los
métodos de la acumulación originaria son cualquier cosa menos idílicos.
El descubrimiento de las
comarcas auríferas y argentíferas en América, el exterminio, la esclavización y
soterramiento en las minas de la población aborigen, la conquista y el saqueo
de las indias orientales, la transformación de África en un coto reservado para
la caza comercial de pieles-negras caracterizan los albores de la era de la
producción capitalista. Estos procesos idílicos constituyen factores fundamentales
de la acumulación originaria”. (Marx, El
Capital, cap. 24) Sinónimos de idílico= placentero, apacible, pacífico,
bucólico, pastoril, amoroso, celestial.
Sartre se dirige aquí a sus
compatriotas y dice así: «Ustedes saben bien que somos explotadores. Saben que
nos apoderamos del oro y los metales y el petróleo de los “continentes nuevos”
para traerlos a las viejas metrópolis. No sin excelentes resultados: palacios,
catedrales, capitales industriales; y cuando amenazaba la crisis, ahí estaban los
mercados coloniales para amortiguarla o desviarla. Europa, cargada de riquezas,
otorgó de jure la humanidad a todos sus habitantes: un hombre, entre nosotros,
quiere decir un cómplice puesto que todos nos hemos beneficiado con la
explotación colonial (…) el europeo no ha podido hacerse hombre sino fabricando
esclavos y monstruos». (Prólogo de Sartre a
Fanon)
El Manifiesto y el Facundo (civilización o barbarie. Clase
12)
Marx, entre las virtudes revolucionarias que le descubre a
la burguesía, eleva al éxtasis el
papel civilizatorio que cumple en todas las comarcas atrasadas del planeta.
Planetarizándose, la burguesía lleva la civilización a todos los rincones, aun
los más remotos, en que todavía pervive la barbarie. Escribe: «Merced al rápido
perfeccionamiento de los instrumentos de producción y al constante progreso de
los medios de comunicación, la burguesía arrastra a la corriente de la
civilización a todas las naciones, hasta a las más bábaras» [195]. Señala luego
algo indudable: el bajo costo de las mercaderías de la burguesía arruina todas
las economías autónomas de los países atrasados, proceso que Marx ve
valorativamente pues visualiza en la
expansión de la burguesía la condición de posibilidad de surgimiento del
proletariado. Escribe: «La burguesía ha sometido el campo al dominio de la ciudad
(…) sustrayendo a una gran parte de la población al idiotismo de la vida rural.
Del mismo modo que ha subordinado el campo a la ciudad, ha subordinado los
países bárbaros o semibárbaros a los países civilizados, los pueblos campesinos
a los pueblos burgueses, el Oriente al Occidente»
Este texto tiene también
notables semejanzas con muchos pasajes de Facundo,
en los cuales Sarmiento se entrega con la misma pasión a los avances del Progreso, con mayúscula, claro. Para
Sarmiento, la enemiga de la Civilización es la campaña, donde habita el hombre
irracional, el gaucho que se opone al Progreso. La antinomia ciudad-campaña es,
en Facundo, una de las formas derivadas de la antinomia mayor:
Civilización-Barbarie. Una frase como «el idiotismo de la vida rural» sería
gozosamente suscrita por el sanjuanino. Sarmiento era, también, un admirador de
la razón instrumental y del tecnocapitalismo, solo que no veía —ni remotamente—
a los proletarios como los enterradores de la clase social que había producido
semejantes maravillas. Aquí, Sarmiento y Marx se separan; pero en todo el
trayecto en que acompañan las conquistas de la burguesía sobre el mundo feudal,
barbárico, atrasado, coinciden.
El mago burgués. (Clase 13, El capital)
Todo lo realizado por la
burguesía lleva a Marx —según Marshall Berman — a ver en ella una especie de
doctor Frankenstein. Ustedes conocen esta famosa historia de Mary Shelley: un
hombre crea un hombre. Es una de las ideas más revulsivas jamás expuestas en la
literatura. Tiene hoy una enorme vigencia. El hombre está a punto de crear al
hombre. «Pienso en lo que se desarrolla hoy en día bajo el nombre de
biofísica», dice, aterrado, Heidegger. «En un tiempo previsible estaremos en
condiciones de hacer al hombre, es decir, construirlo en su esencia orgánica
incluso, tal como se los necesita: hombres hábiles y hombres torpes,
inteligentes y tontos. ¡Llegaremos a esto!»[199] ¿Llegaremos? Ya hemos llegado.
Al igual que el doctor Henry Frankenstein (…) no puede controlar a
su creatura. El monstruo se desmadra. Y nadie puede contenerlo. Esta idea de la
burguesía que no puede contener los prodigios que ha producido es uno de los
puntos literariamente más fascinantes del Manifiesto.
¡Esta es la verdadera profecía de
Marx que sí, absolutamente, se está cumpliendo! Escribe: «Las relaciones
burguesas de producción y de cambio, las relaciones burguesas de propiedad,
toda esta sociedad burguesa moderna, que ha hecho surgir tan potentes medios de
producción y de cambio se asemeja al
mago que ya no es capaz de dominar las potencias
infernales que ha desencadenado con sus conjuros»
También en El capital Marx afirma
que si por la burguesía fuera, si no tuviera una fuerza que la contenga,
destruiría el planeta. Algo que está ocurriendo hoy. Desde la caída de la
bipolaridad se ha instalado esta situación: el capitalismo se dirige en el
camino de la destrucción del planeta.
La tecnología está viva. Está en manos de los hombres pero
pareciera poseerlos, o, sin duda, pareciera que estos ya no pueden controlarla.
¿Quién volverá a su cauce el
mundo del mago burgués, quién conjurará las potencias infernales que él no
puede conjurar? Aquí tenemos que recordar algo que señalamos acerca de Marx:
vivió en un siglo de revoluciones. Y el protagonista de esas revoluciones era
el personaje destinado a volver todo a su cauce: el proletariado industrial.
¿Cuánto vale el trabajo del
trabajador? (Clase 13)
El primer
tomo se inicia señalándola: «La riqueza de las sociedades en las que domina el modo de producción capitalista se presenta
como un “enorme cúmulo de mercancías”, y la mercancía individual como la forma
elemental de esa riqueza. Nuestra investigación, por consiguiente, se inicia
con el análisis de la mercancía»
Las
mercancías tienen dos caras: valor de uso y valor de cambio.
Ocurre
que la mercancía que el capitalista ha llevado a su fábrica posee una cualidad
muy especial (…) El valor de uso se usa y se acabó. Pero la fuerza de trabajo
que el obrero ha entregado al capitalista produce valor en la medida en que se
la usa. Cito a Engels: «Bajo el régimen social vigente, el capitalista
encuentra en el mercado una mercancía que posee la peregrina cualidad de que,
al consumirse, engendra nuevo valor, crea un nuevo valor: esta mercancía es la
fuerza de trabajo»
(…) Se
trata de ver, ahora, cómo se fija el valor de la fuerza de trabajo. El valor de
una mercancía se mide por el tiempo de trabajo socialmente necesario para
producirla. El obrero necesita mantenerse él y su familia. Por lo tanto el
valor de la fuerza de trabajo se mide por el tiempo de trabajo socialmente
necesario para producir los medios que el obrero necesita para vivir. Bien,
este es el valor de la mercancía-obrero. Y lo que el capitalista le paga se
llama salario. El salario es, entonces, la suma de dinero con que el
capitalista paga los medios necesarios para que el obrero y su familia puedan
vivir. Pero el valor de uso del obrero produce valor. El obrero es esa
mercancía cuyo valor de uso produce valor. (…) El obrero recibe un salario de
sesenta libras pero produce por cien. ¡Qué espléndida mercancía! Qué distinta
de una mesa o una silla, cuyos valores de uso no producen valor sino que se
deterioran hasta que hay que tirarlas. Escribe Engels: «El nacimiento de la
plusvalía (…) es, ahora, completamente claro y natural. Al obrero se le paga,
ciertamente, el valor de la fuerza de trabajo. Lo que ocurre es que este valor
es bastante inferior al que el capitalista logra sacar de ella, y la
diferencia, o sea el trabajo no retribuido, es lo que constituye precisamente
la parte del capitalista, o mejor dicho, de la clase capitalista»
El fetichismo de la mercancía (Clase 14)
Voy a tomar un ejemplo de mi
amigo el brillante Miguel Rep. Pocos días antes del Mundial de Fútbol, Rep hizo
el siguiente dibujo: una línea en el medio del cuadro apaisado y, debajo de
ella, un montón de bolivianos haciendo trabajo esclavo. ¿Qué hacían, que
fabricaban, qué materia prima transformaban en mercancía? Esos esclavos siglo
XXI —siglo poblado de esclavos, un tiempo en el cual ha retornado la
esclavitud— producían banderas argentinas. ¿Para qué? Para que los hinchas de fútbol
fueran con ellas al Mundial de Alemania o festejaran en la patria los triunfos
de la Selección Nacional. En la parte superior del cuadro vemos a todos esos
hinchas de fútbol agitando las banderitas. Se ven felices, ellos o sus pequeños
hijos, haciéndolas flamear: ¡seguro que Argentina ganará este Mundial! ¿Alguien
se pregunta «quién habrá fabricado esta banderita»? Nadie: la banderita
argentina es una mercancía y, en tanto tal, oculta su relación social de
producción. El dibujo de Rep (quien, él sí, venció el hechizo de la mercancía y
vio a su través el submundo que la hacía posible) es totalmente funcional a la
teoría del fetiche de la mercancía. Veamos:
Dibujo de Rep: 1) Piso de abajo:
bolivianos haciendo trabajo esclavo. (Nada que ver con la realidad del obrero
asalariado que Marx denunciaba. Ese obrero de Manchester y Liverpool cobraba,
mal o bien, un salario. Jamás habría Marx de sospechar que en un futuro que él
imaginaba, lo sabemos, distinto, en pleno siglo XXI, las condiciones de trabajo
serían peores que las de un asalariado del siglo XIX). Ahora bien, debe quedar
claro que, esclavo o no, el mundo de la producción está siempre oculto al de
las mercancías, dado que además, insistiremos en esto, la función de la
mercancía es ocultarlo. En el dibujo de Rep es todavía más claro al tratarse
del trabajo de esas personas a las que nuestros amables compatriotas llaman
bolitas, perucas o paraguas. Estos hiperexplotados producen en lugares casi
clandestinos, en los que comen, duermen y tienen, por decirlo muy suavemente,
que ir al baño, las banderitas celestes y blancas. 2) Piso de arriba: todos los
buenos y honestos ciudadanos argentinos andan por ahí con sus banderitas. Este
mundo no revela la existencia del otro. Lo oculta. Es la banderita argentina la
que lo oculta. Lo oculta en tanto mercancía. Ninguno de los que compró una de
esas banderitas se preguntó por sus condiciones de producción. No importa: la
cuestión no se nos debe deslizar al terreno moral. Se trata de ver el carácter objetal de la mercancía y su capacidad
de ocultar su propio modo de producción. Volvamos, ahora, a la definición que
Marx había dado de la mercancía: era un objeto endemoniado. Sin duda es
demoníaco su poder para opacar las relaciones sociales. Era rico en «sutilezas
metafísicas». Bien, aquí se refiere a Platón, que divide la realidad en un
mundo sensible y un mundo suprasensible. El mundo sensible es el de abajo: ahí
están los productores sometidos a las reglas del capitalismo del siglo XIX o a
la esclavitud del neoliberalismo del siglo XXI. El mundo sensible es el mundo
en que se producen las mercancías. Es el mundo de la materialidad. El mundo
suprasensible es el de arriba. Ahí, las mercancías son objetos encantados,
alumbran y deslumbran como ideas platónicas. ¡Es tan linda, tan inocente esa
banderita argentina que lleva ese niñito! ¿Quién, salvo un aguafiestas como
Miguel Rep, podría imaginar el submundo cruel que la hace posible? Y, por fin,
Marx dice que la mercancía presenta «reticencias teológicas». Interpretemos
según nuestro encuadre: hay, en lo que hemos planteado, un infierno y un cielo.
Al existir un abajo y un arriba, abajo están los que padecen en el infierno de
la producción, ya asalariada, ya esclavista, y arriba están los ángeles que
bailotean agitando sus banderitas. He aquí carácter fetichista de la mercancía.
Véanlo en acción: ¿hay más grande fetiche que la bandera de un país? (Primera
definición de «fetiche» que da el Diccionario de Salamanca: «ídolo u objeto al
que se rinde culto»).
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