Sócrates y Atenas
[1] El Partenón era uno de los principales templos griegos, ubicado en lo más alto de la Acrópolis y dedicado a la diosa griega Atenea.
De pronto, en una esquina, un pequeño grupo de hombres forma un semicírculo en toro a un personaje estrafalario. El qué habla es bajo de estatura, tiene un vientre movedizo y una nariz chata que estalla entre dos ojos demasiado separados. Va descalzo, tiene los pies sucios y una túnica en mal estado. En una palabra, es todo lo contrario de esos griegos apolíneos que nos muestran las estatuas.
Ese hombre gesticula, mueve los brazos, señala impertinentemente con los dedos. Sus interlocutores pasan de la risa a la confusión, del interés a la furia, pero en ningún momento dejan de escucharlo. La mayoría de ellos son jóvenes bien vestidos y de físicos cuidados. Cualquier ateniense los reconocería como hijos de ciudadanos ricos. Y cualquier ateniense diría ante ese cuadro:“ahí está Sócrates insistiendo con sus molestas preguntas."
Pablo da Silveira; Historia de Filósofos
¿Quién fue Sócrates?
"Solo sé que no sé nada"
470-0399 a.C.
Nunca escribió, y sin embargo fue considerado por muchos como "el padre de la filosofía". Su legado llega hasta nosotros gracias los escritos de Platón, que reprodujo muchas de sus enseñanzas en sus famosos "diálogos".
Fue el primero en considerarse "filósofo" (amante de la sabiduría) justamente para diferenciarse de los antiguos sabios que pretendían poder explicar los orígenes del universo. A diferencia de estos manifestó su ignorancia respecto a todas los misterios de la naturaleza. Solo le interesaba los problemas del hombre: el amor, la justicia, el alma, la virtud, la felicidad.
También se enfrentó a los sofistas, “los maestros del discurso”, debido a su relativismo y su desinterés por la verdad. Sócrates confiaba en que se podía llegar a la verdad dialogando con los otros, examinándose a sí mismo y purgándose de los prejuicios. Es por eso que se lo podía ver en la plaza pública, en el mercado o los gimnasios, rodeado de discípulos que lo amaban y gente que se acercaba para escucharle. Era un espectáculo verlo discutir.
Decía no saber nada, y que esa era la razón por la que andaba siempre cuestionándolo todo, que su intención era aprender. Con esta excusa indagaba el saber de los hombres dejando al descubierto su ignorancia, mostrándole sus inconsistencias y contradicciones con humor e ironía. Era capaz de dejar en ridículo a los más sabios.
Cuenta la historia que un amigo fue a consultar el Oráculo de Delfos para saber si era Sócrates "el hombre más sabio de toda Grecia" y este contestó afirmativamente. Sócrates recibió la noticia con humildad y picardía. Interpretó que el oráculo valoraba el reconocimiento de su ignorancia y que le imponía una misión: “picar” a los ciudadanos como un tábano, para que estuvieran despiertos y se ocuparan por el cuidado de su alma, ya que como bien decía: “una vida sin reflexión no merece la pena ser vivida”.
Su labor filosófica le costó la vida. Fue acusado por la aristocracia ateniense de pervertir a la juventud y desconfiar de los dioses. Se defendió admirablemente en un juicio que Platón relató en su “Apología de Sócrates”. Sin embargo, por un pequeño margen los jueces lo encontraron culpable y lo condenaron a beber la cicuta.
Afrontó la muerte con una envidiable tranquilidad. Luego de haber convencido a sus discípulos de que la muerte no era más que la separación del cuerpo del alma, y que esta era inmortal, bebió el veneno y se recostó serenamente.
Fue el primero en considerarse "filósofo" (amante de la sabiduría) justamente para diferenciarse de los antiguos sabios que pretendían poder explicar los orígenes del universo. A diferencia de estos manifestó su ignorancia respecto a todas los misterios de la naturaleza. Solo le interesaba los problemas del hombre: el amor, la justicia, el alma, la virtud, la felicidad.
También se enfrentó a los sofistas, “los maestros del discurso”, debido a su relativismo y su desinterés por la verdad. Sócrates confiaba en que se podía llegar a la verdad dialogando con los otros, examinándose a sí mismo y purgándose de los prejuicios. Es por eso que se lo podía ver en la plaza pública, en el mercado o los gimnasios, rodeado de discípulos que lo amaban y gente que se acercaba para escucharle. Era un espectáculo verlo discutir.
Decía no saber nada, y que esa era la razón por la que andaba siempre cuestionándolo todo, que su intención era aprender. Con esta excusa indagaba el saber de los hombres dejando al descubierto su ignorancia, mostrándole sus inconsistencias y contradicciones con humor e ironía. Era capaz de dejar en ridículo a los más sabios.
Cuenta la historia que un amigo fue a consultar el Oráculo de Delfos para saber si era Sócrates "el hombre más sabio de toda Grecia" y este contestó afirmativamente. Sócrates recibió la noticia con humildad y picardía. Interpretó que el oráculo valoraba el reconocimiento de su ignorancia y que le imponía una misión: “picar” a los ciudadanos como un tábano, para que estuvieran despiertos y se ocuparan por el cuidado de su alma, ya que como bien decía: “una vida sin reflexión no merece la pena ser vivida”.
Su labor filosófica le costó la vida. Fue acusado por la aristocracia ateniense de pervertir a la juventud y desconfiar de los dioses. Se defendió admirablemente en un juicio que Platón relató en su “Apología de Sócrates”. Sin embargo, por un pequeño margen los jueces lo encontraron culpable y lo condenaron a beber la cicuta.
Afrontó la muerte con una envidiable tranquilidad. Luego de haber convencido a sus discípulos de que la muerte no era más que la separación del cuerpo del alma, y que esta era inmortal, bebió el veneno y se recostó serenamente.
Sócrates, el hombre más sabio
La "Apología de Sócrates" fue el primer libro que escribió Platón. En él relata el juicio que fue llevado a cabo contra Sócrates tras ser acusado por dos famosos aristócratas atenienses de pervertir a la juventud y no creer en los Dioses de la ciudad. Sócrates se defendió admirablemente, sin embargo fue encontrado culpable por la mayoría de los jueces. A continuación compartimos la historia del Oráculo de Delfos tal como la cuenta Sócrates en su defensa. Esta fue la que le dio fama de Sabio y la que le valió varias enemistades.
"En efecto, conocíais sin duda a Querefonte. Éste era amigo mío desde la juventud y adepto al partido democrático, fue al destierro y regresó con vosotros. Y ya sabéis cómo era Querefonte, qué vehemente para lo que emprendía. Pues bien, una vez fue a Delfos y tuvo la audacia de preguntar al oráculo esto -pero como he dicho, no protestéis, atenienses-, preguntó si había alguien más sabio que yo. La Pitia le respondió que nadie era más sabio."
"Así pues, tras oír yo estas palabras reflexionaba así: «¿Qué dice realmente el dios y qué indica en enigma? Yo tengo conciencia de que no soy sabio, ni poco ni mucho. ¿Qué es lo que realmente dice al afirmar que yo soy muy sabio? Sin duda, no miente; no le es lícito.» Y durante mucho tiempo estuve yo confuso sobre lo que en verdad quería decir."
"Más tarde, a regañadientes me incliné a una investigación del oráculo del modo siguiente. Me dirigí a uno de los que parecía ser sabio, con la idea de que, si en alguna medida era posible, allí refutaría este vaticinio y demostraría al oráculo: «éste es más sabio
que yo y tú decías que lo era yo.» Ahora bien, al examinar a éste -pues no necesito citarlo con su nombre, era un político aquel con el que estuve indagando y dialogando- experimenté lo siguiente, atenienses: me pareció que otras muchas personas creían que ese hombre era sabio y, especialmente, lo creía él mismo, pero que no lo era. A continuación intentaba yo demostrarle que él creía ser sabio, pero que no lo era. A consecuencia de ello, me gané la enemistad de él y de muchos de los presentes."
"Al retirarme de allí razonaba a solas que yo era más sabio que aquel hombre. Es probable que ni uno ni otro sepamos nada que tenga valor, pero este hombre cree saber algo y no lo sabe, en cambio yo, así como, en efecto, no sé, tampoco creo saber. Parece, pues, que al menos soy más sabio que él en esta misma pequeñez, en que lo que no sé tampoco creo saberlo."
"Tras los políticos me encaminé hacia los poetas, los de tragedias, los de ditirambos y los demás, en la idea de que allí me encontraría manifiestamente más ignorante que aquéllos. Así pues, tomando los poemas suyos que me parecían mejor realizados, les iba preguntando qué querían decir, para, al mismo tiempo, aprender yo también algo de ellos. Pues bien, me resisto por vergüenza a deciros la verdad, atenienses. Sin embargo, hay que decirla. En efecto, también éstos dicen muchas cosas hermosas, pero no saben nada de lo que dicen."
"Así pues, me alejé también de allí creyendo que les superaba en lo mismo que a los políticos. En último lugar, me encaminé hacia los artesanos. Era consciente de que yo, por así decirlo, no sabía nada, en cambio estaba seguro de que encontraría a éstos con muchos y bellos conocimientos. Y en esto no me equivoqué, pues sabían cosas que yo no sabía y, en ello, eran más sabios que yo. Pero, atenienses, me pareció a mí que también los buenos artesanos incurrían en el mismo error que los poetas: por el hecho de que realizaban adecuadamente su arte, cada uno de ellos estimaba que era muy sabio también respecto a las demás cosas, incluso las más importantes, y ese error velaba su sabiduría."
"Es probable, atenienses, que el dios sea en realidad sabio y que, en este oráculo, diga que la sabiduría humana es digna de poco o de nada. Y parece que éste habla de Sócrates -se sirve de mi nombre poniéndome como ejemplo, como si dijera: «Es el más sabio, el que, de entre vosotros, hombres, conoce, como Sócrates, que en verdad es digno de nada respecto a la sabiduría.»"
Sócrates Vs. los sofistas
Jenofonte fue otro de los discípulos de Sócrates que, como Platón, escribió algunas de las enseñanzas de su maestro. Uno de sus libros se titula "Recuerdos de Sócrates". No es un diálogo como los que escribía Platón, sino un conjunto de anécdotas que ilustran claramente el carácter y las ideas de su maestro. A continuación dos de estas anécdotas que tienen a los sofistas como protagonistas.
"El caso es que, un día, queriendo Antifonte quitarle sus discípulos, se acercó a Sócrates y en presencia de aquéllos le dijo:
-Sócrates, yo creía que los que se dedican a la filosofía llegan a ser más felices, pero lo que me parece es que tú has conseguido de la filosofía el fruto contrario. Al menos estás viviendo de una manera que ni un esclavo le aguantaría a su amo un régimen como ése: comes los manjares y bebes las bebidas más pobres, y la ropa que llevas no sólo es miserable sino que te sirve lo mismo para invierno que para el verano, no llevas calzado ni usas túnica. Encima, no aceptas dinero, que da alegría al recibirlo y cuya posesión permite vivir con más libertad y más agradablemente…
Sócrates respondió a ello:
-Me parece, Antifonte, que opinas que la felicidad es molicie y derroche (…) En cambio, yo creo que no necesitar nada es algo divino, y necesitar lo menos posible es estar cerquísima de la divinidad; como la divinidad es la perfección, lo que está más cerca de la divinidad está también más cerca de la perfección.
Otro día Antifonte el sofista le dijo:
-Oh Sócrates, yo te considero una persona justa, pero de ninguna manera sabia, y me parece que tú mismo así lo reconoces al no cobrar retribución por tu compañía (…) Por ello, es evidente que si creyeras que tu compañía vale algo, no cobrarías por ella menos dinero del que vale. Por ello, es posible que seas justo, ya que no engañas a nadie por codicia, pero no puedes ser sabio, pues no sabes nada que valga algo.
Sócrates respondió a esto:
- Antifonte, nosotros creemos que tanto la belleza como la sabiduría pueden emplearse tanto de manera honesta como deshonesta. Si una mujer vende por dinero su belleza a quien se la pide, se la llama prostituta. Con la sabiduría ocurre lo mismo: los que la venden por dinero a quien la desea se llaman sofistas."
Jenofonte; Recuerdos de Sócrates
El método socrático
“¿Tu verdad? No, la verdad, y ven conmigo a buscarla.
La tuya, guárdatela" - Antonio Machado
"En sus debates con los sofistas y otros personajes importantes de su época, Sócrates adoptaba una actitud irónica. Se burlaba de las opiniones de sus su interlocutores pero sin contraponer su propia opinión, sino, sencillamente, hurgando en los fundamentos de sus adversarios, buscando las contradicciones y los defectos de sus argumentos. Esta era una actitud claramente destructiva, que irritaba a los supuestos “sabios” que terminaban quedando en ridículo frente a los oyentes. Muchos de ellos abandonaban enfadados sus conversaciones, lo acusaban de embaucador, de tramposo, de cínico.
Sin embargo, para quienes reconocían su ignorancia, la conversación entraba en una segunda etapa, conocida como “mayéutica”, que significa “técnica para ayudar a dar a luz”. Según Sócrates, todos tenemos dentro de nosotros inteligencia y, por tanto, capacidad para captar la verdad. Por lo tanto, la misión del maestro, era la de guiar a su interlocutor en la búsqueda interior de la verdad, a través del diálogo y la reflexión conjunta.
El primer paso hacia la verdad era barrer de la mente los prejuicios, las ideas incompletas, los errores que generalmente llenan las cabezas de la gente y no dan lugar a la verdad. Hecha la limpieza, el camino queda abierto. ¿Cómo se avanza ahora? De lo particular a lo universal.
Si se está hablando de justicia y se quiere saber qué es justicia, la primera etapa de la averiguación consiste en recoger ejemplos de casos particulares en los que los presentes concuerdan en afirmar que allí se obró con justicia. La segunda etapa es examinar estos casos particulares, compararlos entre sí, ver sus diferencias, ver sus cosas comunes, hasta ir dando con la cualidad –común a todos– que nos hace afirmar que en cada uno de esos casos hubo justicia. Esa cualidad común, lo universal, es el concepto de la justicia, su definición."
Menón, Diálogo sobre la Virtud
A continuación compartimos un fragmento de uno de los diálogos platónicos llamado "Menón" en donde Sócrates aplica su famoso método, haciendo que Menón entre en confusión, que reconozca su propia ignorancia y se disponga a buscar, con la guía de Sócrates, una respuesta a sus interrogantes.
Platón; Menón
Menon- ¿Podrás, Sócrates, decirme si la virtud puede enseñarse; o si no pudiendo enseñarse, se adquiere sólo con la práctica; ó en fin, si no dependiendo de la práctica, ni de la enseñanza, se encuentra en el hombre naturalmente ó de cualquiera otra manera?
Sócrates- «Extranjero, sin duda me tienes por algún dichoso mortal, si crees que se yo si la virtud puede enseñarse, o si hay algún otro modo de adquirirla. Pero estoy tan distante de saber si la virtud, por su naturaleza, puede enseñarse, que hasta ignoro, absolutamente lo que es la virtud»
Menón:- ¿será cierto, Sócrates, que no sepas lo que es la virtud? ¿Es posible que, al volver a nuestro país tuviéramos que hacer pública allí tu ignorancia sobre este punto?
SÓCRATES. No sólo eso, mi querido amigo, sino que tienes que añadir que yo no he encontrado aún a nadie que lo sepa, a juicio mío.
MENÓN. ¿Cómo? ¿No viste a Gorgias cuando estuvo aquí?
SÓCRATES. Sí.
MENÓN. ¿Y crees que él no lo sabía?
SÓCRATES. No tengo mucha memoria (…) Recuerda, pues, sus discursos sobre este punto, y si no te prestas a esto, dime tú mismo lo que es la virtud.
MENÓN. La cosa no es difícil de explicar, Sócrates. ¿Quieres que te diga, por lo pronto, en qué consiste la virtud del hombre? Nada más sencillo: consiste en estar en posición de administrar los negocios de su patria; y administrando, hacer bien a sus amigos y mal a sus enemigos, procurando, por su parte, evitar todo sufrimiento. ¿Quieres conocer en qué consiste la virtud de una mujer? Es fácil definirla. El deber de una mujer consiste en gobernar bien su casa, vigilar todo lo interior, y estar sometida a su marido. También hay una virtud propia para los jóvenes, de uno y otro sexo, y para los ancianos; la que conviene al hombre libre, también es distinta de la que conviene a un esclavo, en una palabra, hay una infinidad de virtudes diversas.
SÓCRATES. Gran fortuna es la mía, Menón, porque, cuando sólo voy en busca de una sola virtud, me encuentro con todo un enjambre de ellas.(…) Y la virtud, ¿será diferente de sí misma en su cualidad de virtud, ya se encuentre en un joven o en un anciano, en una mujer o en un hombre?(…) Aunque haya muchas y de muchas especies, todas tienen una esencia común, mediante la cual son virtudes; y el que ha de responder a la persona que sobre esto le pregunte, debe fijar sus miradas en esta esencia, para poder explicar lo que es la virtud. ¿No entiendes lo que quiero decir?
MENÓN. Se me figura que lo comprendo; sin embargo, no puedo penetrar, como yo querría, todo el sentido de la pregunta (…)Si buscas una definición general, ¿qué otra cosa es que la capacidad de mandar a los hombres?
SÓCRATES Pero dime, Menón: ¿consiste la virtud de un hijo o de un esclavo en ser capaz de mandar a su dueño?
Menón: Mira, Sócrates, ya había yo oído antes de conocerte que tú no haces otra cosa que confundirte tú y confundir a los demás; y ahora, según a mí me parece, me estás hechizando y embrujando y encantando por completo, con lo que estoy ya lleno de confusión.
Laques, Diálogo sobre la valentía
A continuación compartimos otro diálogo platónico llamado "Laques". Este es el nombre de un famoso militar ateniense y el diálogo gira en torno al "valor" o la "valentía".
Al comienzo del libro Laques discute con unos amigos sobre si es conveniente o no educar a los jóvenes en el ejercicio de las armas. Para algunos era conveniente porque les permitiría comprender el arte de la táctica y la estrategia, al mismo tiempo que infundía valor en los jóvenes. Laques quiere saber la opinión de Sócrates, ya que tanto se preocupa por la educación de los jóvenes. Pero como la mayoría de las veces, Sócrates no responde la pregunta, por el contrario, cree que es necesario en primer lugar preguntarse qué es el valor. Así comienza este apasionante diálogo.
Al comienzo del libro Laques discute con unos amigos sobre si es conveniente o no educar a los jóvenes en el ejercicio de las armas. Para algunos era conveniente porque les permitiría comprender el arte de la táctica y la estrategia, al mismo tiempo que infundía valor en los jóvenes. Laques quiere saber la opinión de Sócrates, ya que tanto se preocupa por la educación de los jóvenes. Pero como la mayoría de las veces, Sócrates no responde la pregunta, por el contrario, cree que es necesario en primer lugar preguntarse qué es el valor. Así comienza este apasionante diálogo.
Platón; Laques
"Sócrates: En primer lugar, Laques, nos esforzaremos en definir el valor, y en la forma de aconsejar a los jóvenes, en cuanto al ejercicio y al aprendizaje. Intenta pues definir qué es el valor.
Laques: “Por Zeus amigo Sócrates, que no es difícil. Si alguien quisiera permanecer en las filas al rechazar al enemigo, y no huyera, entiendo que sería valeroso.
Sócrates: Dices muy bien, Laques. Pero tal vez soy responsable porque no me he expresado bien: no has respondido de acuerdo a mi pregunta
Laques: ¿Qué dices Sócrates?
Sócrates: Veré si soy capaz de explicarlo: es valeroso, según afirmas, quien permanece en las filas luchando con los enemigos.
Laques: Así lo creo.
Sócrates: Y yo también. ¿Y el que no permanece, sino que lucha con los enemigos retrocediendo?
Laques: ¿retrocediendo?
Sócrates: Como hacen los escitas, que luchan mejor huyendo que atacando. El propio Homero alababa alguna vez a os caballos de Eneas, y dice, una y otra vez que eran tan rápidos en la persecución como en la huida. También elogia a al propio Eneas, por ser tan hábil en huir, y dice que era maestro en la huida (...)
Laques: Es verdad Sócrates
Sócrates: te decía pues que soy yo el responsable de que no me hayas contestado bien, pues no te he preguntado con acierto. Deseo informarme no solo sobre los valerosos de infantería, los de caballería y todos los combatientes en general, sino también por los que se hallan en peligro en el mar, por los que sufren enfermedades, pobreza y son valerosos en la política, en las penas y temores, luchan contra los deseos y placeres, y se mantienen firmes en reemprender la lucha; pues también existen, Laques, quienes son valerosos en tales circunstancias.
Laques: Lo comprendo Sócrates
La primer respuesta de Laques ("si un soldado queda en su puesto, y se mantiene firme contra el enemigo, y no huye") era demasiado estrecha, porque se refería a un caso particular, de un ejemplo, pero Sócrates observa hay otros muchos casos de valentía, como el caso de los guerreros escitas, que luchaban retrocediendo: avanzaban a caballo, lanzaban sus flechas, y luego, rápidamente, volvían grupas y desaparecían.
La nueva definición de Laques (cierta persistencia del ánimo), en cambio, sufre del defecto contrario: es demasiado amplia, puesto que puede aplicarse a muchas actitudes.
Sócrates siempre pide que Laques le señale lo que es "idéntico en todos los casos”. Si alguien preguntara ¿qué es la belleza? la respuesta adecuada no podría consistir en decir: "María es bella", porque lo que se busca con la pregunta es lo que María tiene en común con todas las demás personas hermosas, y con todas las obras de arte, y con todos los paisajes hermosos, etc.
Ahora bien, lo común a todos los casos no es ya nada particular, sino universal. Una manera de reformular la pregunta “¿qué es?” Sería “¿En qué consiste?” Sócrates busca el "universal", lo que luego su discípulo Platón definiría como “esencia”.
Ahora bien, lo común a todos los casos no es ya nada particular, sino universal. Una manera de reformular la pregunta “¿qué es?” Sería “¿En qué consiste?” Sócrates busca el "universal", lo que luego su discípulo Platón definiría como “esencia”.
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