Sartre (1905- 1980) fue un filósofo y escritor francés que supo captar
la atención de su época. Se convirtió en un intelectual reconocido más allá del
ámbito académico. Se lo podía ver en los cafés de París, con sus amigos, daba
entrevistas en televisión, participó de la revuelta estudiantil conocida como
el mayo del 68 y fundó una revista llamada “tiempos modernos”. Sus opiniones
sobre los temas del momento siempre tenían gran repercusión, como las críticas que realizaba a Francia por los
crímenes cometidos durante la guerra de la independencia argelina. Sartre
siempre defendió la independencia de la colonia francesa, aunque esto le
valiera la enemistad de muchos compatriotas.
En 1964 ganó el premio nobel de literatura, pero lo rechazó,
argumentando que escribía por su compromiso político y no por los honores de la
academia. Formó pareja con la filósofa feminista Simóne de Beauvoir, y juntos
escandalizaron a la sociedad con una relación abierta, sin ataduras.
De todas las polémicas que enfrentó una de las más duras fue con el
marximo, que lo acusaba de individualista y burgués, y con el cristianismo, que
debido a su ateísmo y sus conductas liberales lo acusaban de inmoral. Pero
Sartre, que se reconocía marxista, y que tenía un gran compromiso social,
brindó una famosa conferencia, a público abierto para defenderse de estas
críticas. A continuación algunos fragmentos de la misma.
El existencialismo es un humanismo
-Selección
de fragmentos-
Consideremos un objeto fabricado,
por ejemplo un libro o un cortapapel. Este objeto ha sido fabricado por un
artesano que se ha inspirado en un concepto; se ha referido al concepto de
cortapapel, e igualmente a una técnica de producción previa que forma parte del
concepto, y que en el fondo es una receta. Así, el cortapapel es a la vez un
objeto que se produce de cierta manera y que, por otra parte, tiene una
utilidad definida, y no se puede suponer un hombre que produjera un cortapapel
sin saber para qué va a servir ese objeto. Diríamos entonces que en el caso del
cortapapel, la esencia es decir, el conjunto de recetas y de cualidades que
permiten producirlo y definirlo precede a la existencia; y así está determinada
la presencia frente a mí de tal o cual cortapapel, de tal o cual libro. Tenemos
aquí, pues, una visión técnica del mundo, en la cual se puede decir que la producción
precede a la existencia.
Al concebir un Dios creador,
este Dios se asimila la mayoría de las veces a un artesano superior; y
cualquiera que sea la doctrina que consideremos, trátese de una doctrina como
la de Descartes o como la de Leibniz, admitimos siempre que la voluntad sigue
más o menos al entendimiento, o por lo menos lo acompaña, y que Dios, cuando
crea, sabe con precisión lo que crea. Así el concepto de hombre, en el espíritu
de Dios, es asimilable al concepto de cortapapel en el espíritu del industrial;
y Dios produce al hombre siguiendo técnicas y una concepción, exactamente como
el artesano fabrica un cortapapel siguiendo una definición y una técnica (…)
Esta idea la encontramos un poco en todas partes: la encontramos en Diderot, en
Voltaire y aun en Kant. El hombre es poseedor de una naturaleza humana; esta
naturaleza humana, que es el concepto humano, se encuentra en todos los
hombres, lo que significa que cada hombre es un ejemplo particular de un
concepto universal, el hombre; en Kant resulta de esta universalidad que tanto
el hombre de los bosques, el hombre de la naturaleza, como el burgués, están
sujetos a la misma definición y poseen las mismas cualidades básicas. Así pues,
aquí también la esencia del hombre precede a esa existencia histórica que
encontramos en la naturaleza.
El existencialismo ateo que yo
represento es más coherente. Declara que si Dios no existe, hay por lo menos un
ser en el que la existencia precede a la esencia, un ser que existe antes de
poder ser definido por ningún concepto, y que este ser es el hombre, o como
dice Heidegger, la realidad humana. ¿Qué significa aquí que la existencia
precede a la esencia? Significa que el hombre empieza por existir, se
encuentra, surge en el mundo, y que después se define. El hombre, tal como lo
concibe el existencialista, si no es definible, es porque empieza por no ser
nada. Sólo será después, y será tal como se haya hecho. Así, pues, no hay
naturaleza humana, porque no hay Dios para concebirla.
El hombre es el único que no sólo
es tal como él se concibe, sino tal como él se quiere, y como se concibe
después de la existencia, como se quiere después de este impulso hacia la
existencia; el hombre no es otra cosa que lo que él se hace.
Cuando decimos que el hombre se
elige, entendemos que cada uno de nosotros se elige, pero también queremos
decir con esto que, al elegirse, elige a todos los hombres. En efecto, no hay
ninguno de nuestros actos que, al crear al hombre que queremos ser, no cree al
mismo tiempo una imagen del hombre tal como consideramos que debe ser.
El existencialista suele declarar
que el hombre es angustia. Esto significa que el hombre que se compromete y que
se da cuenta de que es no sólo el que elige ser, sino también un legislador,
que elige al mismo tiempo que a sí mismo a la humanidad entera, no puede
escapar al sentimiento de su total y profunda responsabilidad.
Todo ocurre como si, para todo
hombre, toda la humanidad tuviera los ojos fijos en lo que hace y se ajustara a
lo que hace. Y cada hombre debe decirse: ¿soy yo quien tiene derecho de obrar
de tal manera que la humanidad se ajuste a mis actos?
Dostoievsky escribe: "Si
Dios no existiera, todo estaría permitido". Este es el [27] punto de
partida del existencialismo. En efecto, todo está permitido si Dios no existe
y, en consecuencia, el hombre está abandonado, porque no encuentra ni en sí ni
fuera de sí una posibilidad de aferrarse. No encuentra ante todo excusas. Si,
en efecto, la existencia precede a la esencia, no se podrá jamás explicar la
referencia a una naturaleza humana dada y fija; dicho de otro modo, no hay
determinismo, el hombre es libre, el hombre es libertad.
Si, por otra parte, Dios no
existe, no encontramos frente a nosotros valores u órdenes que legitimen
nuestra conducta. Así, no tenemos ni detrás ni delante de nosotros, en el
dominio luminoso de los valores, justificaciones o excusas. Estamos solos, sin
excusas. Es lo que expresaré diciendo que el hombre está condenado a ser libre.
Condenado, porque no se ha creado a sí mismo, y sin embargo, por otro lado,
libre, porque una vez arrojado al mundo es responsable de todo lo que hace.
De acuerdo con esto, podemos
comprender por qué nuestra doctrina horroriza a algunas personas. Porque a
menudo no tienen más que una forma de soportar su miseria, y es pensar así:
"Las circunstancias han estado contra mí; yo valía mucho más de lo que he
sido; evidentemente no he tenido un gran amor, o una gran amistad, pero es
porque no he encontrado ni un hombre ni una mujer que fueran dignos; no he
escrito buenos libros porque no he tenido tiempo para hacerlos; no he tenido
hijos a quienes dedicarme, porque no he encontrado al hombre con el que podría
haber realizado mi vida.
En el fondo es esto lo que la
gente quiere pensar: si se nace cobarde, se está perfectamente tranquilo, no
hay nada que hacer, se será cobarde toda la vida, hágase lo que se haga; si se
nace héroe, también se estará perfectamente tranquilo, se será héroe toda la
vida, se beberá como héroe, se comerá como héroe. Lo que dice el existencialista
es que el cobarde se hace cobarde, el héroe se hace héroe; hay siempre para el
cobarde una posibilidad de no ser más cobarde y para el héroe de dejar de ser
héroe.
Se puede juzgar, porque, como
he dicho, se elige frente a los otros, y uno se elige a sí frente a los otros.
Ante todo se puede juzgar (y éste no es un juicio de valor, sino un juicio
lógico) que ciertas elecciones están fundadas en el error y otras en la verdad.
Se puede juzgar a un hombre diciendo que es de mala fe. Si hemos definido la
situación del hombre como una elección libre, sin excusas y sin ayuda, todo
hombre que se refugia detrás de la excusa de sus pasiones, todo hombre que
inventa un determinismo, es un hombre de mala fe.
La mala fe es evidentemente
una mentira, porque disimula la total libertad del compromiso. En el mismo
plano, diré que hay también una mala fe si elijo declarar que ciertos valores
existen antes que yo; estoy en contradicción conmigo mismo si, a la vez, los
quiero y declaro que se me imponen.
Queremos la libertad por la
libertad y a través de cada circunstancia particular. Y al querer la libertad
descubrimos que depende enteramente de la libertad de los otros, y que la
libertad de los otros depende de la nuestra. Ciertamente la libertad, como
definición del hombre, no depende de los demás, pero en cuanto hay compromiso,
estoy obligado a querer, al mismo tiempo que mi libertad, la libertad de los
otros; no puedo tomar mi libertad como fin si no tomo igualmente la de los
otros como fin.
En consecuencia, cuando en el
plano de la autenticidad total, he reconocido que el hombre es un ser en el
cual la esencia está precedida por la existencia, que es un ser libre que no
puede, en circunstancias diversas, sino querer su libertad, he reconocido al
mismo tiempo que no puedo menos de querer la libertad de los otros. Así, en
nombre de esta voluntad de libertad, implicada por la libertad misma, puedo
formar juicios sobre los que tratan de ocultar la total gratuidad de su
existencia, y su total libertad. A los que se oculten su libertad total por
espíritu de seriedad o por excusas deterministas, los llamaré cobardes; a los
que traten de mostrar que su existencia era necesaria, cuando es la
contingencia misma de la aparición del hombre sobre la tierra, los llamaré inmundos.
Pero cobardes o inmundos no pueden ser juzgados más que en el plano de la
estricta autenticidad. Así, aunque el contenido de la moral sea variable,
cierta forma de esta moral es universal.