"Ejercicios espirituales y filosofía antigua" es el título de unos de los libros más destacados de Pierre Hadot, un filósofo francés del siglo XX que se especializó en la filosofía antigua y en la faceta práctica de la filosofía. Influyó a filósofos como Michel Onfray y M. Foucault entre otros. A continuación propongo un pequeño recorrido por el primer capítulo, "Ejercicios espirituales".
Ejercitar lo espiritual, o aprender a vivir.
¿A qué se refiere Hadot con ejercicios "espirituales"? Lo espiritual no tiene que ver con nada religioso. Algunas traducciones posibles podrían ser ejercicios “morales”, o "éticos". También podría haberlos llamado "ejercicios del pensamiento", o "intelectuales". Efectivamente son ejercicios que tienen que ver con nuestra visión del mundo, pero va más allá de lo intelectual y compromete nuestra conducta, nuestra personalidad, nuestros hábitos, o, en pocas palabras, nuestro "modo de vivir".
¿Y Por qué ejercicio? Porque “la filosofía no consiste meramente en la enseñanza de teorías abstractas, sino en un arte de vivir”. La filosofía debe servir para la vida, para transformarnos, para mejorarnos, para vivir mejor, más auténticamente, más plenamente.
Dice P.Hadot:
“Según los estoicos filosofar consiste, por lo tanto, en ejercitarse en “vivir”, es decir, en vivir consciente y libremente: conscientemente, pues son superados los límites de la individualidad para reconocerse parte de un cosmos animado por la razón; libremente, al renunciar a desear aquello que no depende de nosotros. (...)Tanto para Epicuro como para los estoicos la filosofía consiste en una terapia: “nuestra única preocupación debe ser curarnos”. Pero ¿curarnos de qué? De la vida. Del dolor que provoca vivir. Por eso hay que "aprender a vivir"
La meditación y la memoria
Para ello los filósofos antiguos se "ejercitaban". En Filón de Alejandría[1] encontramos dos textos con listados de ejercicios espirituales. Entre esos ejercicios menciona la meditación (melete), la memoria (mneme), la lectura que cultiva y nutre el alma, el diálogo interior y la escritura.
Para los estoicos, por ejemplo, la meditación incluye representarse anticipadamente los problemas propios de la existencia: la pobreza, el sufrimiento, la muerte. Es una forma de anticiparse a las desgracias, de prepararse para la adversidad.
Por otro lado está la memoria de máximas; esto es, fórmulas o argumentos de carácter persuasivo a los que uno podía recurrir frente a cualquier suceso a fin de controlar sus impulsos de temor, cólera o tristeza. Deben ser principios fundamentales extremadamente sencillos y claros, formulables en pocas palabras para que sean fáciles de recordar y aplicables con la seguridad y la inmediatez de un movimiento reflejo:
“No debes apartarte de tus principios cuando duermes, ni al despertar, ni cuando comes, bebes o conversas con otros hombres” (Epícteto)
Para los hedonistas el sufrimiento proviene de su temor ante las cosas que no debe temerse y de su deseo de cosas que no deben desearse. Por eso una de sus máximas son:
“Démosle gracias a la Naturaleza que ha hecho que las cosas necesarias resulten fáciles de obtener y que las cosas difíciles de alcanzar no resulten necesarias” (Epicuro)
En cuanto a la memoria y meditación encontramos una gran diferencia entre hedonistas y estoicos. Los hedonistas no recomiendan imaginar futuras desgracias y cosas desagradables, sino recordar cosas agradables, buenos momentos, y así lograr relajarse y tener una actitud serena y tranquila.
También recomiendan no preocuparse por el futuro ni hacerse expectativas, solo así es posible vivir más plenamente el presente. Por ello hace referencia esta máxima de Horacio:
“Solo nacemos una vez, pues dos veces no nos ha sido permitido; hay que hacerse la idea de que dejaremos de existir, y eso por toda la eternidad; pero tú, que no eres dueño del mañana, todavía confías al futuro tu alegría. De esta manera, entre tales esperas, la vida se consume en vano y acabamos muriendo abrumados por las preocupaciones”
Aprender a dialogar
Otro de los ejercicios espirituales es el diálogo, que puede ser interno como externo (es decir, con otros). Al respecto de este último dice Hadot:
“Un diálogo consiste en un recorrido del pensamiento cuyo camino va trazándose en virtud del acuerdo constantemente mantenido”
El dialogo es un ejercicio espiritual puesto que no se trata de exponer ninguna doctrina sino de una práctica que se realiza con un otro y que puede llevar a una transformación conjunta. El dialogo también implica un acto de fe para con el otro: "Puesto que tengo fe en la verdad de la virtud he decidido buscarla contigo", dice Sócrates.
Sócrates es el gran maestro del diálogo.“Sócrates acosa a sus interlocutores con preguntas que les ponen en cuestión, que les obliga a prestarse atención a si mismos a cuidarse de si mismos:
“¡como! Querido amigo, eres ateniense, ciudadano de una ciudad más grande, más celebre que cualquier otra por su ciencia y pujanza, y no te avergüenzas de cuidarte solo de tu fortuna de acrecentarlo; lo máximo posible como tu reputación y tu honor; pero en lo que se refiere a tu pensamiento, tu verdad o tu alma, a mejorarlos, ¡No los cuidas en absoluto, no se te ha ocurrido siquiera!” (Platón, Apología de Sócrates).
La misión de Sócrates consistía en invitar a sus contemporáneos a examinar su conciencia.
Aprender a morir
Otra gran eseñanza que ha dejado Sócrates, y que han sabido tomar los estoicos, es aprender a morir. Dice Sócrates que aprender filosofía es aprender a morir. La muerte implica la separación del alma y el cuerpo:
“Separar el alma lo más posible del cuerpo y acostumbrarla a concentrarse y a recogerse en si misma, retirándose de todas las partes del cuerpo y viviendo en lo posible tanto en el presente como después sola y en si misma, desligada del cuerpo como una atadura” (Platón, Fedón)
Ese es un ejercicio espiritual que recomienda Sócrates para prepararse para la muerte y para lo que él cree que viene luego.
Otro ejercicio espiritual, en este caso recomendado por los estoicos, es aprender a ver la vida desde un punto de vista universal, es decir, ver los acontecimientos humanos desde la totalidad del mundo y la naturaleza, desde la abstracción de la historia y el tiempo; así la vida humana, con sus avatares, sus dolores o sus goces, se verá pequeña. Nuestra vida es similar a la de esos insectos que nacen y mueren en el día. La naturaleza es un constante siclo de vida y muerte. Quien comprende esto no debe apegarse a la vida como si fuera eterna, sino que debe comprender y hasta desear que las cosas ocurran como deben ocurrir, dejar que el siclo se cumpla:
“Aquel espíritu al que corresponde la contemplación sublime de la totalidad del tiempo y de la realidad, ¿piensas que puede creer que la vida humana es gran cosa? (…) Semejante hombre no puede considerar, por lo tanto, que la muerte sea algo temible” (Platón, República. Citado por Marco Aurelio, en “Meditaciones”)
La tarea especulativa y contemplativa del filósofo se transforma en un ejercicio espiritual para la muerte, en la medida en que elevando su pensamiento a la perspectiva del todo se libera de las pequeñeces de la individualidad. En este sentido hacer filosofía es escapar del tiempo, eternizarnos.
[1] Filón el Judío (Alejandría, Egipto, 15 a. C. – 45 d. C.), fue uno de los filósofos más renombrados del judaísmo durante el período helenístico. El único dato de su biografía que puede fecharse con seguridad es su intervención en la embajada que los judíos alejandrinos enviaron al emperador romano Calígula para solicitar su protección contra los ataques de los griegos de la ciudad, y para rogarle que no reclamara ser honrado como un dios por los judíos.